◊ Corina Páez ◊
Fue la primera vez en mucho tiempo que la curiosidad no me dejó concentrarme en una clase.
Las ganas que tenía de leer la carta fueron tal, que cada minuto echaba un vistazo a mi morral.
La culpa de mi curiosidad la tuvo Manuel, pues fácilmente pude deshacerme de la carta si este no hubiese demostrado asombro al momento de analizar la caligrafía del remitente; él sabía quién era.
Además, si bien Manuel se había mostrado reservado durante tres años al momento de tener amistades, de repente empezó a mostrar cercanía con Misael, quien no solo se le acercaba junto a Estela y Rey para hacer tareas, sino que también para conversar y mostrarse animados.
Claro está que nos alegró, sobre todo a Alexa, ver a Manuel sonriendo y mostrar una faceta de sí mismo que nos tenía a todos los de la clase asombrados, pues solo habían pasado unos días desde que empezó a cambiar su comportamiento.
Tal cambio en su comportamiento no se relacionó con todos los sucesos en los que estuvo involucrado, sino en su notable interés en una persona que influyó de forma inmediata en sus sentimientos y emociones; como si se enamorase a primera vista.
En fin, y volviendo al tema de la carta, la curiosidad me desesperó un poco hasta que por fin finalizó la primera clase.
La primera en acercarse a mí tras finalizar la clase fue Anabel, quien, igual de curiosa que yo, me incitó a leer la carta.
Luego se me acercó Sofía con la misma curiosidad e incluso me pidió que me apresurase, alegando que estaba intrigada.
En cuanto a Alexa, me extrañó que no se mostrase igual de curiosa. De hecho, alegó que iría a consultar algunas cosas en la biblioteca.
Alexa salió del salón unos segundos antes de que Manuel lo hiciese con su lonchera, y aunque quise pedirle a él que me revelase el nombre del remitente, preferí resolver ese problema por cuenta propia.
—¿Quién crees que haya sido? —preguntó Anabel.
—No lo sé, pero Manuel sí lo sabe, aunque no quiero depender de él en esto —respondí.
—Sí, la forma en que reaccionó cuando vio la letra del remitente lo delató, pero me extraña que no pidas su ayuda —comentó Sofía.
—¿Pasó algo entre ustedes? —preguntó Anabel.
Antes de responder a esa pregunta con honestidad, hice un ejercicio de respiración para que los nervios no se apoderasen de mí, además de permitirme mantener la calma ante el esperado asombro de mis amigas.
—Pues… Me declaré a Manuel y él me rechazó —revelé.
—¿¡Qué!? —exclamaron Anabel y Sofía, casi al unísono.
Apenas asentí con un dejo de tristeza, aunque ya lo estaba superando.
—¿Cuándo lo hiciste? —preguntó Anabel, asombrada y enojada al mismo tiempo.
—El sábado… Lo invité a mi casa para que mis padres lo conociesen —respondí.
Sofía, a diferencia de Anabel, se mostró serena y analítica. Ella era quien solía buscarle la lógica a cualquier situación que se nos presentase.
—Me impresiona que te haya rechazado —dijo Sofía.
—¿Por qué? —pregunté.
—¿En serio lo preguntas? —replicó Anabel con un dejo de molestia.
—Eres Corina Páez… Todos los chicos quieren ser tu novio, y a cada uno de los que se te han declarado, los has rechazado contundentemente —alegó Sofía.
—Lo dicen como si yo fuese inalcanzable —reclamé—. Rechacé a esos chicos porque simplemente se mostraron superficiales. Ninguno se tomó la molestia de conocerme, ni siquiera Manuel lo hizo.
—Entonces, ¿por qué con Manuel si mostraste interés? —preguntó Sofía.
—Bueno, supongo que no está demás decirles la verdad.
Tal como lo hice con mi familia, me tomé el poco tiempo libre que nos quedaba para revelarles la verdad a mis amigas, aunque me sentó mal que Alexa no estuviese presente.
Ellas reaccionaron indignadas y se molestaron al punto de querer tomar represalias contra Álvaro y sus amigos, pero por suerte, logré contenerlas.
—¡Esos imbéciles! —exclamó Anabel, bastante molesta.
—¡Sí! Te prometo que los haré pagar por lo que intentaron hacer —continuó Sofía.
—Tranquilas… Ya ellos se disculparon, ¿recuerdan? Bueno, en realidad solo Álvaro se disculpó, pero lo hizo en nombre de sus amigos —alegué.
—Pero es que no es justo, Cori, ellos intentaron abusar de ti… Eso es un acto denunciable —replicó Sofía.
—Sí, pero no tiene caso llevar esto a mayores… Además, Manuel los obligó a disculparse conmigo y, por alguna razón, los mantiene controlados —dije.
—Tal vez los está sobornando —comentó Sofía.
—¡Sí! Es posible… Por algo Adolfo lo golpeó —continuó Anabel.
—Como sea, ya mis padres se encargarán de contactar a sus representantes. De hecho, papá me dijo que vendrá mañana para hablar con el director al respecto. Supongo que se llevará a cabo una reunión de bajo perfil para evitar problemas con la prensa, ya que ellos vienen de familias reconocidas —revelé.
—Entiendo… Al menos me alegra que hayas sido sincera con tus padres —dijo Sofía.
Nuestra conversación terminó ahí debido a que el receso acabó, así que esperamos el inicio de la segunda clase y nos centramos en nuestros apuntes.
Sin embargo, nos asombramos cuando entró Alexa al salón, pues se le notaba muy alegre y ruborizada, lo cual era bastante inusual por su comportamiento reservado.
—¿A ti que mosca te picó? —le preguntó Anabel.
—Mamá me acaba de llamar… Me dijo que iremos a París en las vacaciones de verano —respondió Alexa.
—¿En serio? —preguntó Sofía, emocionada.
—Sí, pero luego les cuento al respecto —respondió Alexa, quien se dirigió a su puesto.
Entonces, entró la profesora y dio inicio a una clase en la que, una vez más, estuve desconcentrada por la curiosidad.
Debido a eso, me reproché por desviar el tema de conversación con mis amigas durante el receso, pues de hablar de la carta, pasamos al rechazo de Manuel y terminamos hablando de lo que Álvaro y sus amigos intentaron hacerme.
El contenido de la carta seguía siendo un misterio, y apenas controlé mi curiosidad con la idea de que era una simple ridiculez, o, cuando mucho, una de las tantas declaraciones de amor que recibí.
«¿Debería preguntarle a Manuel por el remitente?» Me pregunté, aunque me avergonzaba dirigirle la palabra después de lo sucedido en casa.
«No, no debo depender de él», pensé, y no por mostrarme orgullosa, sino por la idea de no querer molestarlo.
A fin de cuentas, me pasé las últimas clases de la jornada en medio de la distracción que generaban mis pensamientos, pero finalmente, a la hora de salida, era libre de dejar que mi curiosidad se desbocase.
—¿Irás a casa temprano? —me preguntó Alexa de repente.
—No, ¿por qué? —pregunté.
—Me gustaría que me acompañes a un café —respondió con timidez.
—¿Qué hay de las chicas? —inquirí.
—Quiero hablar contigo a solas —musitó con notable vergüenza.
Me extrañó que Alexa hiciese tal petición, pues no solía dejar a las chicas por fuera. Aun así, acepté con tal de revelarle lo que le conté a nuestras amigas.
—Antes, déjame consultar algo con Manuel —dije.
—¿Con Manuel? —preguntó ella, repentinamente nerviosa.
—Tranquila, es algo respecto a la carta que recibí —respondí para tranquilizarla, pues era evidente que le gustaba Manuel.
—Está bien —musitó.
Entonces me dirigí hasta el puesto de Manuel, que se encontraba hablando con un chico que, aunque titubeaba bastante, mostraba una faceta de sí mismo que también asombró al resto de la clase.
—Manuel, ¿te importaría decirme quien escribió esto? —pregunté sin tantos rodeos al interrumpirlos.
Manuel se mostró pensativo, como si estuviese perdiendo tiempo a propósito.
—Yo…, mejor me despido por…, por hoy. Nos…, nos vemos mañana, Manuel —intervino Misael para despedirse.
—Está bien —respondió Manuel.
—¿Desde cuándo son amigos? —pregunté.
—Esa pregunta puedo responderla. La verdad es que no somos amigos, al menos no todavía… Solamente estoy ayudándolo a superar su problema para socializar —respondió con seriedad.
—Ah, así que eres tú quién está detrás del cambio en Misael, eso es…
Me interrumpí a mí misma para evitar desviar el tema; era uno de mis defectos distraerme así.
—Manuel, ¿de verdad no me dirás quién es el remitente? —pregunté con un dejo de indignación.
—Prometí no hacerlo, aunque esta persona me pidió que te diese un mensaje —respondió.
—¿Cuál? —inquirí con interés y molestia al mismo tiempo.
—En caso de responderle, que lo hagas mediante una carta —dijo.
—¿Por qué habría de responderle así? —pregunté.
—No tengo idea, es lo que me pidió que te dijese… Bien, ya debo irme, no querrás dejar a tu amiga esperando, ¿verdad? —contestó, mientras miraba a Alexa, que esbozó una sonrisa tras cruzar miradas con él.
—Idiota —musité.
—No se insultan a los amigos, Corina —replicó Manuel.
Cuando giré en su dirección, Manuel esbozaba una sonrisa honesta que me ayudó a recuperar la calma.
—Idiota —dije nuevamente, aunque esbozando una sonrisa.
Entonces, tal como acordé con Alexa, nos dirigimos a un café cercano aprovechando que Anabel y Sofía se habían ido antes a casa.
Fue raro estar a solas con ella, ya que muy pocas veces lo estábamos, pero me alegró que superase su timidez y tomase la iniciativa de invitarme.
Una vez que nos establecimos en el café e hicimos nuestra orden, nos centramos en una conversación casual que no nos llevó a nada, pues a Alexa se le seguía notando ese nerviosismo que opacaba la esencia de su encanto.
—Debo decir que me impresiona que tomases la iniciativa de invitarme, y sé que quieres contarme algo que a las chicas no, así que tómate el tiempo que necesites —sugerí.
—Gracias —musitó Alexa.
Nuestra orden fue puesta sobre la mesa. Ambas pedimos chocolate caliente y pan de coco.
—De todos modos, aprovecharé para hablarte de mis inquietudes —dije.
Alexa me escuchó con atención y, a diferencia de Anabel y Sofía, se mostró afligida cuando revelé lo que sufrí en ese callejón.
De hecho, alegó sentirse culpable por no haber sido una mejor amiga en momentos complicados, a lo que respondí que no se preocupase, pues había mantenido todo en secreto.
—Ahora, me gustaría hablarte de lo intrigada que me tiene esto —dije conforme mostraba la carta que recibí.
—¿Por qué no la lees? —preguntó Alexa.
—Quiero que las chicas estén presentes, pero supongo que está bien hacerlo ahora.
—Si quieres esperar, lo entenderé —alegó ella, a la vez que probaba su pan de coco.
—Tranquila, ya no aguanto la curiosidad, así que aquí voy.
Retiré el sello del sobre y sustraje la hoja que contenía.
Se notaba en el doblez de la hoja la falta de delicadeza que enfrentó el remitente, tal vez por los nervios.
Al desdoblarla, me encontré con un mensaje torpemente escrito, no porque tuviese errores ortográficos, sino por la falta de delicadeza al momento de trazar las letras.
La caligrafía era la misma con la que escribieron mi nombre en el sobre, así que aclaré mi voz e inicié con la lectura.
Estimada Corina.
Siempre me he preguntado la razón por la cual no me he fijado en otra chica, y al principio creí que solo era un simple capricho de mi parte al caer cautivado ante tu belleza.
Sé que no te conozco como me encantaría, pero tengo la certeza de que tu gracia va más allá de lo hermosa que eres físicamente; lo he notado en estos tres años que hemos compartido la misma clase.
Recuerdo la primera vez que te vi.
Pensé que no había chica más hermosa que tú, aun cuando te rodean muchas chicas lindas.
Sin embargo, hay algo que ante mis ojos te hace destacar por sobre las demás, y tal vez sea tu bondad, tu carisma y tu bella personalidad… No lo sé. Al menos para mí, eres única y especial.
Dicho esto, sé que mi identidad te causará intriga, pero me da miedo que sepas quien soy y, a raíz de ello, me evites por la decepción. Así que mantendré mi anonimato y pediré tu comprensión al pedirte que me respondas con una carta, la cual te pido que dejes bajo el proyector de nuestro salón de clases.
Alexa me miró con un dejo de asombro, justo antes de dar un sorbo a su chocolate caliente, mientras que yo me decepcioné un poco, a pesar de esas palabras tan conmovedoras.
—¿Quién podría ser? —preguntó Alexa.
—Algún cobarde —respondí con severidad.
—Bueno, evidentemente manifestó su miedo, pero me parece lindo que resalte esas virtudes que otros no han visto en ti —alegó Alexa.
—Ese es un punto a su favor, pero me frustra que no dé la cara —repliqué.
—¿Vas a responder? —inquirió.
—Por supuesto, pero lo haré con un ultimátum… Si no me da la cara, por muchas cartas que me siga escribiendo, lo ignoraré —respondí.
—Sí, es la mejor decisión, estoy de tu lado —contestó Alexa, cuyo semblante demostró una calma que no había visto desde que llegamos al café.
—Sé que estoy siendo severa y contundente, pero supongo que mi corazón se endureció desde que Manuel me rechazó —revelé.
—¿Eh?
De pronto, el rostro de Alexa se tornó blanco como el papel, y esa calma que la caracterizó por unos segundos se transformó en un nerviosismo que se le dificultó ocultar.
—No te enteraste porque no estabas con nosotras al momento de revelarlo —dije a modo de excusa, pues me preocupaba el semblante de Alexa—. Manuel fue a mi casa el sábado para conocer a mis padres y, cuando estuvimos a solas, me le declaré, pero él me ayudó a abrir los ojos y con contundencia dijo que no me gustaba él, sino lo que hizo por mí, es decir, salvarme de Álvaro y sus amigos.
—Ya veo —musitó Alexa.
Apenas asintió después de esas poco audibles palabras, incluso hizo un ejercicio de respiración para recuperar la compostura que había perdido; creí que iba a llorar.
—Jamás imaginé que harías tal cosa, y puede que esto me afecte a pesar de que ya pasó, pero aprecio que seas honesta conmigo —dijo Alexa.
—Sí, aunque de mi parte ya no tienes que preocuparte… A fin de cuentas, ya me rechazó —contesté.
—Más que un rechazo, creo que Manuel te ayudó a comprender una dura realidad —replicó ella.
—Bueno, eso —musité.
—Corina —musitó Alexa.
Gracias a su nerviosismo y repentina vergüenza, al igual que la manera en que se ruborizó, intuí lo que estaba a punto de revelar, pero no quise interrumpirla y dejé que se expresase.
—Sé que apenas han pasado días desde que Manuel empezó a quitar esa brecha entre él y el resto de la clase, pero en el poco tiempo que hemos hablado, tuve la dicha de conocer a un chico increíble del que me estoy enamorando, y aunque sea precipitado, quiero pedirle que sea mi novio —reveló.
Un sentimiento de culpa se apoderó de mí, y recordé aquellas palabras que me dijo Manuel en casa, cuando alegó que, si hubiese sido egoísta para aceptar mi capricho, me lastimaría emocionalmente a largo plazo.
Pero, más allá de lastimarme a mí, también lo lastimaría a él y a alguien tan buena como Alexa, cuyos sentimientos eran puros y honestos, evidentemente.
—Por eso desapareces de repente en las horas libres —dije.
Alexa apenas asintió; un par de lágrimas brotaron de sus ojos.
Se notó en ello lo valiente que fue para revelar sus sentimientos.
—Es normal sentir miedo, Alexa, y más cuando no sabes que hay en la mente de un chico tan misterioso como Manuel. Lo que te puedo aconsejar, es que seas valiente y te arriesgues a decir lo que sientes. Tal vez sea alguien serio y en ocasiones mal encarado, pero es comprensivo y amable. Tengo la certeza de que su respuesta te ayudará a seguir adelante, sea positiva o negativa —dije, en mi mejor intento de aconsejarla.
No pude evitar el asombro por la forma en que me expresé, aunque supuse que se debía a la madurez adquirida tras mi encuentro con Manuel en casa.
Alexa tomó un pañuelo de su bolso y limpió sus lágrimas.
Se le notaba un poco aliviada, aunque no tanto como para responderme.
—Hice bien en pedirte solo a ti que vinieses —musitó al cabo de unos segundos.
—Eres una de mis mejores amigas, Alexa. Siempre estaré a tu lado para apoyarte… Y si lo que quieres es que Manuel sea tu novio, te animaré para que lo logres —respondí.
♦♦♦
Horas más tarde, cuando llegué a casa y releí la carta del remitente anónimo, pensé en cada uno de los chicos de mi clase.
La lista se redujo a once que han compartido clases conmigo desde el primer año, y entre ellos, Manuel y Rey fueron descartados, así que en realidad quedaron nueve.
De esos nueve, me vi obligado a eliminar uno más de la lista, pues en su timidez y notable inseguridad, no lo creí capaz de expresarse de tal manera; sentí un poco de pena por Misael.
Recuerdo que la primera vez que hablé con Misael fue en la segunda semana de clases en primer año.
Casi todos mis compañeros de clase habían entablado una conversación conmigo, salvo él y Manuel que usualmente estaba leyendo y me avergonzaba interrumpirlo.
Misael era de los primeros en llegar al salón de clases, bien sea antes o después de Manuel y Estela.
De hecho, tal puntualidad dejaba en evidencia la razón por la cual los tres eran los mejores estudiantes de la clase.
Esa mañana, cuando lo encontré solo en el salón de clases mientras miraba a través de la ventana, me le acerqué y le saludé con un efusivo buenos días.
Misael se sobresaltó de manera graciosa, razón por la cual dejé escapar una risa que no dudó en admirar como si fuese algo impresionante.
—¿Qué? ¿Tengo una risa fea? —pregunté con un dejo de vergüenza.
Misael apenas hizo un gesto de negación, pero no dejó de mirarme.
—Pensé que tenía una risa fea, pero me alegra que no sea así —dije.
En vez de responder, Misael apreció el lejano océano a través de la ventana.
—¿Acaso eres mudo? —pregunté con voz socarrona, en mi intento de ser simpática.
—No —respondió a duras penas.
—¿En serio? —pregunté con sarcasmo y fingido asombro.
Misael asintió y se sentó en su puesto.
Se le notaba bastante incómodo a mi lado.
—¿Quieres que seamos amigos? —pregunté de repente.
—No —respondió con timidez.
Su autoestima estaba por el suelo, y tal fue la mala impresión que tuve de él que no volví a dirigirle la palabra.
Es por eso que me asombró cuando respondió a mi saludo e incluso se mostró interesado en cambiar ese problema que tenía para socializar. Pero, más allá de eso, también me sorprendió descubrir la belleza de sus ojos azules.
Para nadie era un secreto que Misael era guapo, pero dado a que muchas lo considerábamos raro, esa virtud pasaba a segundo plano porque simplemente lo ignorábamos.
A fin de cuentas, tras descartar también a Misael como el remitente y leer una vez más la carta, y por mucho que me conmovieron esas palabras, tomé la decisión de responder con contundencia.
Así que busqué una hoja blanca y un bolígrafo, y me concentré en una actividad que me resultó bastante inusual, pues hacía años que escribía una carta; la última fue a Santa Claus.
Antes de expresarme por este medio, quiero agradecer tus palabras.
Aprecio que me consideres única y especial, pero no puedo corresponder de igual manera porque no sé quién eres.
Sé que estoy siendo brusca y directa, y que tal vez esta severidad diste de la imagen que tienes de mí, pero debo ser contundente y decirte que te considero un cobarde.
Me tomé la molestia de responder bajo tu exigencia para dejarte claro lo que pretendo hacer.
Considero ignorarte si no das la cara tan pronto leas esta carta, pero te daré la oportunidad de pensarlo. Así que, si tanto dices estar cautivado por mí, búscame en la azotea del edificio de tercer año, el miércoles a la hora del receso.
Si no apareces, entonces puedes olvidarte de mí.