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EL TOMO PROHIBIDO

Ondín se escondió tras una mesa de manjares y salió a gatas alejándose poco a poco de la algarabía y la música. Una vez refugiada en las sombras ella buscó el amparo de los árboles y dejando atrás las livianas zapatillas dejó que sus pies acariciaran la hierba y el musgo. Entonces recogiendo su ligera falda azul se sentó primero para tenderse luego sobre el césped cuan larga era. Su piel y sus cabellos alumbraban tenuemente el oscuro lugar.

Acomodada de tal modo, Ondín cerró los ojos y tarareó desatinadamente una pieza musical. Al sonido de su propia voz se le escapó una risita; odiaba aquellas fiestas donde se sentía más incómoda que nunca. Mientras sus hermanas Zhera y Cihara brillaban por sus talentos, ella no destacaba ni siquiera en el baile. De hecho, no podía bailar, cosa realmente insólita en un hada de verano. Virando los ojos emitió un exagerado suspiro justo antes de voltearse de lado y acomodar su cabeza sobre un brazo.

Ondín resopló, un polvillo dorado saliendo de su nariz en el acto. La princesa Tara y su hermano, el príncipe Arat, habían rendido honores con su visita a su Casa y ella se encontraba allí como una tonta. Con seguridad en esos momentos Cihara tocaba el arpa, cosa que se le daba de maravillas, y Zhera cantaba, sin bien no magníficamente, de manera aceptable. Era bien conocido que las hadas de verano prácticamente graznaban. Sin embargo, el baile de Zhera era una cosa magnífica para ver, no tenía igual. Ondín pensó que el príncipe podía interesarse por cualquiera de las dos. Él y su hermana eran sobre todo bellos y eso que la belleza no era una novedad en su mundo. Mirar al príncipe o a la princesa era como mirar una estrella. Sin embargo, Ondín había quedado absorta con los extranjeros que habían arribado a la corte dos días antes.

Las hadas de verano eran todas cortadas por la misma tijera: piel bruñida, rubios cabellos y ojos ambarinos. Pero estas hadas que habían llegado repentinamente al reino formaban un grupo tan variado que despertaron rumores sin contemplaciones con su paso en la corte. El líder era un príncipe del país de primavera, de quien se decía: había salido a recorrer el mundo contra la voluntad de sus padres.

Ondín evocaba los ojos del hada tan verdes como el más brillante pasto cuando unas voces la sacaron de sus pensamientos. Sin saber bien por qué, ella apagó su resplandor y se quedó muy quieta después de buscar refugio tras el tronco de un árbol. Poco a poco el sonido de la conversación se fue acercando, haciéndose más fuerte de momento en momento.

- Esto tiene que ser bueno, Xan, estaba a punto de cerrar el acuerdo con el príncipe.

Un breve silencio siguió a esto y Ondín pensó que se habían alejado cuando otra voz volvió a romper la tranquilidad del bosquecillo. Ella se dio cuenta que había estado conteniendo su respiración así que exhaló el aire suavemente.

- Oh ya lo creo su majestad, su ave mensajera ha regresado hace unos instantes...

- Sí, lo he sentido... Xan, ¿no habrá pasado alguna desgracia?

A estas alturas ella sabía que se trataba del príncipe extranjero así que temerosa y avergonzada se disponía a alejarse cuando la reanudación de la conversación la detuvo rotundamente. Era raro, pero Ondín no podía sentir la presencia de aquellas hadas; con seguridad debían estar usando algún hechizo.

- Alia ha desaparecido.

- Por todo lo que florece… ¿Acaso ha decidido irse a Otoño? O ha sido expulsada... Cualquiera que sea el caso, no lo permitiré.

Entonces, evidentemente en un apuro, el otro interrumpió tales cavilaciones de forma tajante.

- No, alteza, ella fue tomada...

- ¡Por todo lo que florece...! ¿Qué han hecho? ¿Hay alguna partida en su busca?

- No señor...

- ¡Maldición! ¿Y Syd?

- Mi señor...

- Regresamos ahora mismo... ¿Había rastros de lucha? Alia no se dejaría atrapar tan fácilmente...

- Sí señor, encontraron huellas de dos asaltantes; uno de ellos demasiado enorme como para ser un hada... y Syd aseguró que olía a grifo... es una locura.

- ¡A la mierda, nos regresamos ahora mismo!

Aquel era un vocabulario poco digno de un príncipe real. Sentenció Ondín.

- ¿Y qué pasa con el reclutamiento de hadas de verano...?

- Voy a dejarte a cargo... vuelvo con Ikk y Cain.

Ondín escuchó lo último a duras penas pues esta vez los dos extranjeros sí que se estaban alejando. Se encontraba temblando, toda sofocada y sonrojada por su atrevimiento. Entonces sus palabras rondaron por su mente. ¿Reclutamiento, de qué estaban hablando? Su curiosidad la picó en lo más profundo y por unos segundos estuvo a punto de seguirlos, pero su cobardía e inhibición le impidieron hacerlo. Además, no era correcto husmear así. De modo que, tras suspirar fuerte y recuperar su brillo, con una vuelta a la redonda sobre sí misma desapareció del lugar dejando un polvillo resplandeciente detrás.

En unos segundos Ondín estuvo en su casa, ella se había aparecido justo dentro de su cuarto. 

Su mirada recorrió desapasionadamente la habitación y otra vez recordó que su baño era casi más grande que la casa de su amiga Rin, quien pertenecía a una familia de menor rango. Con lo orgullosos que eran los padres de Ondín nunca habían aprobado que fuera tan cercana a un simple duende de verano, pero vida de Ondín había salido un poco de su miseria desde que había conocido a la pequeña Rin. Su amiga era en efecto inteligente, ingeniosa y piadosa. Ondín agradecía mucho su amistad. Con la celebración de esta noche en su casa, al día siguiente ellas tendrían muchas confidencias para compartir.

Así que, recuperando los ánimos, Ondín trotó hasta su pequeña biblioteca: la parte más amada de sus estancias. Ella poseía varios libros que atesoraba, pero esa noche tenía un nuevo volumen que acababa de tomar de la gran biblioteca real y se moría por examinarlo. Todavía ni ella misma se lo creía; pero, haciendo uso de su secreta habilidad de aparecerse y desaparecer, se había infiltrado fácilmente en la real sala de conocimientos.

Siempre había sido gran deseo de Ondín obtener más información acerca de su mundo y sobre todo sobre cada uno de los lejanos reinos ya que prácticamente no sabía nada. Incluso muchas veces había soñado con salir del país del verano y recorrer otras tierras. Ella estaba segura que sus hermanas se escandalizarían si supieran sobre aquella faceta suya pero más que nada, sabía que nunca sería lo bastante osada como para hacer tamaña empresa. Había algo que toda hada de verano sabía con certeza y era que las tierras extrañas eran peligrosas para aquellos que poseían el don de los tres deseos y que por ello eran cazados sin tregua.

Ondín tomó el libro en sus manos, prácticamente relamiéndose los labios. Era muy grande y pesado. Sus tapas estaban forradas con una tela de terciopelo de un deslumbrante color rojo y en ambas tenía un bordado precioso que imitaba un complicado y exótico gambox. La llamativa cubierta había sido lo primero que atrajo la atención de Ondín cuando se apareció en el salón prohibido esa tarde y lo hurtara; bueno, cuando lo tomó prestado pues ella pensaba devolverlo en cuanto lo leyera. Había sido el contenido del libro lo que la obligó a tomarlo y llevarlo consigo a su casa. El volumen trataba, nada más y nada menos, que de los cuatro grandes reinos de hadas de la Dimensión Mágica: Verano, Otoño, Primavera e Invierno. En la portada delantera lo decía con una elegante caligrafía dorada: Los Cuatro Reinos.

Entonces, asegurándose primero de que su puerta estaba cerrada, sin siquiera cambiarse el vestido de gala, Ondín se echó sobre la cama y comenzó a leer con avidez. La noche era joven aún por lo que tenía varias horas para terminarlo. Tal empresa no le sería demasiado difícil ya que ella era perfectamente capaz de acabar grandes tomos en muy poco tiempo.