Un sueño… una pesadilla… o quizás un mal recuerdo... Mi inconsciencia se llenaba de imágenes aterradoras que no quería ver y de sensaciones desgarradoras que no quería sentir.
Miedo, desesperación, angustia… y una indescriptible agonía cuyo dolor superaba de lejos el que una mente cuerda podía soportar. Me rompía, todo mi ser se rompía. Mi cuerpo, mi mente… mi alma.
«¿Voy a morir así? ¿Justo ahora? ¿Justo después de…?»
Mi visión se oscureció por completo. Me vi rodeado de nada más que un espacio vacío. No había un arriba ni un abajo, solamente un yo, flotando en la misma nada. Levanté mi mano hasta tenerla a la altura de mi cara. Empezó a deshacerse justo delante de mis ojos, dejando como resultado nada más que un humo negro alejándose rápidamente de su origen. Mis pies también empezaron a desaparecer y así continuó por todo mi cuerpo, hasta que apenas quedaba parte de mi cabeza intacta.
Al levantar la vista pude ver un par de ojos que me observaban fijamente, claramente burlándose de mí. Esos ojos pertenecían a una enorme sombra que se estaba tragando el humo en el que se había convertido mi cuerpo.
«Idiota… lo prometiste… que ni... la misma... muerte... impedirá reunirte… de nuevo con…»
Poco a poco empecé a perder la consciencia antes de que me deshiciera por completo en ese humo completamente negro… Esa sombra… me había devorado por completo…
***
Empecé a recuperar la consciencia gradualmente. El sol resplandecía en el cielo azul despejado de nubes, cosa que contrastaba con mis tenues últimos recuerdos. Intenté levantarme, pero un fuerte dolor asaltó todo mi cuerpo. Me dolían todos los músculos e incluso los propios huesos me ardían en agonía.
«¿Qué mierda me ha pasado?», no pude evitar preguntarme al percatarme de mi lamentable estado.
Soporté el dolor como pude y me incorporé pesadamente. Me era imposible saber la hora, pero por la posición del sol era pasado mediodía. Mi cabeza me dolía tanto o más que mi cuerpo. No terminaba de entender mi situación.
—¿Ya despertaste?
Escuché una voz familiar a mi lado. Reaccionando a ese sonido pude recolocar mis pensamientos. Suspiré sonoramente al mismo tiempo que buscaba el origen de la voz. Lo encontré, o mejor dicho, la encontré. A mí lado tenía a la chica que tantos problemas me causó.
«Que alguien me diga si sigo dormido…»
Deseaba con todas mis fuerzas que todo hubiera sido una pesadilla, pero no, no fue así, su presencia lo demostraba. Aunque había algo diferente en esa chica que se había mostrado orgullosa y autoritaria durante todo ese tiempo. Su cara estaba roja y sus ojos hinchados.
—Raidha… Ehm… ¿Pasa algo?
—¿Algo? ¡¿Qué si pasa algo?! Hip, hip … ¡¿Acaso eres estúpido?! ¡Buaa, buaa, buaa!
Empezó a llorar desconsoladamente, a todo pulmón. Yo seguía sin entender qué diantres le pasaba. Mi cabeza ya estaba suficientemente atormentada, así que no quería como extra tener que soportar un berrinche de una chica que ya no aparentaba ser una niña.
—¡Ey, ey, ey, espera un segundo! ¡No llores y cuéntame el problema!
Bajó el tono hasta que su llanto quedó en un simple sollozo. Clavó su roja mirada en mí, con claros signos de enfado.
—Me robaste...
—¿Cómo? —pregunté con cara de tonto al no entender nada.
—Regrésame mi… —quedó a media frase mientras retomaba su llanto.
—¿El qué?
—¡Buaaaa! ¡Me arrebataste mi parte más importante! ¡Buaaaa! ¡Ladrón, pervertido, imbécil!
Se lanzó encima mío agitando los brazos, intentando golpearme mientras repetía a gritos esas tres palabras sin parar.
—¡Cálmate de una vez! —terminé gritando, con mi paciencia al límite, y me la quité de encima.
«Espera… aquí falta alguna cosa…»
Por fin me percaté de que mis recuerdos de esa chica y la visión de ese momento no coincidían por completo.
—Raidha… Tus alas... ¿Dónde están tus alas?
—¡Imbécil! —me pateó con toda la fuerza que tenía.
Agregado al dolor que ya sufría, el fuerte impacto me hizo ver las estrellas a plena luz del día.
—¡Es lo que te estoy diciendo! ¡Tú me las robaste!
«Claro, cómo no lo entendí antes... Su parte más importante... ¿Qué clase de persona soy que no pensé en que las alas son lo más importante para ella? Me cago en la muy…»
—Maldita sea… ¿Acaso no son parte de tu cuerpo? ¿Cómo voy a quitártelas? Ni que fueran un simple objeto... De paso no es que fueran precisamente pequeñas. ¿Es que las ves por algún lado?
Otra patada vino directa a mi cabeza. Quedé desplomado en el suelo, sin fuerzas para replicar nada más.
—¡Y no solo fueron las alas, me arrebataste todo mi poder! ¡No me queda casi nada de la fuerza que tenía!
—¡¿Cómo voy a hacer eso?!
—¡Y yo que sé, pero mira esto!
Sacó una especie de cuchillo y me apuntó amenazantemente con él.
—¿Qué es eso? ¿Una especie de cuchillo grande?
—¡Aaaaaaaaa! ¡Maldito imbécil!
Raida se lanzó encima mío con intención de clavarme aquella cosa. Con la poca fuerza que me quedaba empecé a esquivar las peligrosas puñaladas.
—¡Esto es Vurtalis! ¡Cuando me robaste mi poder se volvió así y ya ni puedo hacer que manifieste una forma decente!
Observé detenidamente ese cuchillo con incredulidad. Esa magnífica espada que me había arrastrado al desastre se había vuelto prácticamente un arma inútil. La hoja se redujo hasta un tamaño de apenas treinta centímetros. Pasó a tener un solo filo completamente recto. Su color también había cambiado por completo, mostrando un nuevo gris metálico que, por lo menos, reflejaba bien mi imagen como un espejo. La empuñadura se había encogido tanto que únicamente se podía sostener con una mano y su cruz a duras penas llegaba a cubrirla por completo. Lo único que permanecía similar era la gema, que había perdido todo su color y brillo, volviéndose un simple cristal casi transparente.
Intentando sobreponerme a la situación sin sentido en la que me encontraba, empecé a forzar mi cabeza a retroceder en el tiempo. Recordaba claramente como fui arrastrado a un mundo completamente negro y luego llevado por esta princesa loca a su palacio.
«Yo... estaba en el palacio raro ese, donde nos reunimos con el padre de Raidha, que no parecía muy dispuesto a ayudarme… Entonces le quité la espada a Raidha y... Luego de eso... ¿qué pasó? ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué no recuerdo nada?»
Por mucho que me exprimiera el cerebro era incapaz de recordar nada a partir del momento que había empuñado esa espada de nuevo. Mentira, recordaba algo... Justo antes de perder la consciencia escuché una voz: "Idiota, qué puedes hacer tú solo? Eres débil, pero no te preocupes, yo te sacaré de aquí".
—Raidha… ¿qué pasó exactamente en el castillo? —pregunté mientras un sudor frío empezó a fluir de mi cuerpo.
La desconsolada princesita paró de llorar de golpe e hizo una extraña mueca. Desvió rápidamente su mirada llorosa de mí y empezó a temblar ligeramente.
—¿Raidha? ¡Ey, Raidha! —insistí, preocupado por su reacción.
Su mirada empezó a divagar por el espacio a mi alrededor al mismo tiempo que su boca se abría y cerraba ligeramente. Parecía ser incapaz de encontrar qué palabras pronunciar exactamente.
—¿De verdad no recuerdas nada? —por fin se atrevió a decir.
—Entonces... esa voz no fue mi imaginación…
Un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba a abajo y empecé a temblar sin control. Raidha rápidamente se me acercó y me sujetó por los hombros. Levanté la cabeza y la miré fijamente a los ojos. Instantáneamente me soltó y retrocedió asustada. Nadie pensaría que me había estado golpeando segundos atrás.
«¿Por qué reacciona así?»
Tomé una profunda inhalación y reuní todo mi valor. Me acerqué a Raidha, que bajó su cabeza en silencio, como si pidiera perdón por su acción anterior.
—Cuéntame… —le insistí.
Desvió ligeramente su mirada hacia su derecha y abajo, dudando entre si responder o no.
—No sé exactamente qué te pasó. De alguna manera tú… —se calló unos segundos, como si le costase soltar lo que quería decir— dejaste de ser humano…
Impactado por esas palabras, sin comprender el significado real de estas, no concebí emoción alguna. Aunque de alguna manera ya lo presentía. En el momento en el que empuñé esa espada en el bosque algo cambió en mi cuerpo.
«¿Por qué demonios tuve que tocar esa maldita espada? Aunque… fue mi propio cuerpo el que no me hizo caso…»
Por fin pude entender el rostro con el que me miró aquella chica de cabello dorado. Ese que parecía preguntar qué clase de engendro era yo.
—Soy un monstruo… —dije casi con indiferencia.
—No, no eres un monstruo. Ahora has vuelto a la normalidad, ¿verdad? Eso solo fue un…
—¿Un accidente? —terminé la frase que dejó incompleta—. Es posible… pero los accidentes se pueden evitar con precaución. Si no hubiera tocado lo que no debía, si no me hubiera metido en asuntos que no me incumben... esto no habría pasado.
Me reí irónicamente por dentro. No tenía grandes sueños ni aspiraba a nada serio. Simplemente vivía mi aburrida vida sin relacionarme con nadie a menos que fuera realmente necesario. Los problemas de la gente me solían importar poco y no me gustaba verme afectado por ellos. En cierto modo era gracioso haber terminado en tal situación justamente por haber hecho lo que siempre intentaba evitar, meterme en problemas ajenos.
—¡No, no fue un accidente! Fue un fallo mío. Yo causé esto... yo tengo que arreglarlo... y devolverte a tu mundo —me corrigió rápidamente antes de volver a callarse momentáneamente y poner cara de preocupación—. O por lo menos eso quisiera —terminó con un tono abatido.
Su semblante se volvió sombrío de nuevo. Parecía estar a punto de derrumbarse de nuevo mientras observaba atentamente la encogida espada en su mano.
—No puedo utilizar a Vurtalis... No reacciona a nada de lo que hago. Por mucho que lo intento no consigo abrir portales dimensionales.
Por tal sentencia deduje que ese lugar no era mi mundo. Dejé salir un profundo suspiro en mi interior y recoloqué mis ideas en su sitio. Me entraron ganas de ponerme a romper cosas a mi alrededor, pero como en ese momento no serviría de nada hacer un espectáculo, intenté mantener la calma.
—Entonces estamos ambos atrapados en este lugar sin nada que hacer… A todo esto, ¿dónde estamos? —me pregunté mientras me giraba para observar nuestro alrededor.
Nos encontrábamos en medio de un descampado. Malas hierbas crecían por todos lados, con algún que otro pequeño árbol solitario cada mucha distancia. No podía ver montañas ni agua al mirar al horizonte. Estábamos rodeados de absolutamente nada.
—Me parece que tocará movernos. Quedarnos quietos no va a ayudar.
Raidha simplemente asintió con su cabeza. Seguidamente se puso a andar a mi lado sin decir palabra alguna. Elegimos una dirección al azar y empezamos a caminar recto. Tras un buen rato caminando, la desesperación empezaba a sumarse al cansancio. Por suerte, justo antes de que renunciara a seguir avanzando, me pareció ver algo gris recorriendo parte del terreno en la lejanía.
—Eso es… ¿una carretera? —pregunté sorprendido y a la vez esperanzado.
—Creo que sí —me contestó.
—Si hay carreteras hay civilización. Vamos, con suerte encontraremos ayuda si la seguimos.
Con ese pequeño aumento de moral recuperamos algo de fuerzas y aceleramos el paso. En el momento que dejamos de pisar tierra enseguida me puse a inspeccionar ese suelo con las manos. No tenía muy claro de qué material estaba hecho, pero sin duda era una superficie artificial.
—Estamos de suerte. No hay duda, esto es de construcción humana —dije con una ligera sonrisa.
—Espero que pase alguien pronto —agregó ella con claros signos de alivio.
Nos sentamos en un lado de la carretera para descansar mientras esperábamos que algún vehículo pasara por allí. Como me esperaba, no tardó en aparecer el primero. Me levanté a toda velocidad y salté al medio de la carretera haciendo señales para que parara.
Se trataba de algo parecido a un coche, con algunas variantes que me dejaron boquiabierto. Era un trozo de metal redondeado, de color verde metalizado. En la parte delantera, donde debería estar el motor, sobresalía un cubo desde el que se extendían surcos de un color rojo brillante que recorrían el vehículo entero. Parecían ser circuitos integrados de algún aparato electrónico.
—¿Qué es esta cosa? —susurré aturdido.
Tras pararse una puerta se abrió del mismo modo que lo hace en un coche normal y una persona salió de dentro.
—¡¿Ah?! —un grito de sorpresa salió de mi boca al ver el aspecto de lo que había salido de dentro.
El conductor era una extraña criatura de aspecto casi idéntico al de un humano, pero su piel era roja y su nariz apenas estaba formada por dos agujeros en medio de la cara. Se apoyaba sorprendido en la puerta que acababa de abrir con una mano que solo tenía tres grandes dedos. Su boca estaba abierta en señal de sorpresa ante lo que tenía delante.
—Esto… —alcancé a murmurar.
Al escucharme reaccionó algo asustado.
—Alienígenas…
—¿Qué? —repliqué con cara de bobo.
Con gran velocidad, regresó al coche y aceleró tanto como pudo. Me tocó apartarme de un salto para no ser arrollado por ese vehículo.
—¿Qué acaba de pasar aquí? ¿Qué era esa cosa?
—Los humanos no sois lo único que existe, ¿sabes? —se me acercó Raidha.
—Entiendo… Ya que tu pareces humana no me esperaba encontrarme algo tan distinto.
—¡Que me vea como una humana es porque tú me robaste las alas! —me respondió poniendo los ojos llorosos.
«Mejor no hablo más del tema…»
Intentamos pedir ayuda a un par de vehículos más que pasaron, pero ambos reaccionaron similar al primero.
—Nunca me esperé ser yo el extraterrestre…
Antes de darnos cuenta el cielo ya empezaba a oscurecer y el hambre nos asaltaba. Ambos estábamos cansados y hambrientos. No teníamos comida ni un lugar dónde poder descansar. La situación era mucho peor de la que me había imaginado que podríamos llegar a tener.
—Lo siento… —escuché decir a Raidha.
—Tranquila… nos las apañaremos —le respondí sin mirarla.
Y mientras pensaba en cómo actuar a partir de ese momento, escuchamos venir a un grupo de vehículos más grande. Incluso se podían ver más de esos extraños "coches" aproximándose por el cielo. En pocos segundos nos habían rodeado por completo. De dentro empezaron a salir más de esos humanoides con cosas parecidas a pistolas en las manos.
—¡Capturadlos! —gritó uno de ellos.
Desarmado y sin fuerzas para hacer nada, me caí de rodillas contra el suelo. A Raidha tampoco parecían quedarle fuerzas y también se derrumbó a mi lado.
—Nos las apañaremos… —volví a susurrar casi sin voz.