—Ahora arrodíllate y deja que mis hombres te capturen. ¡Te prometo que no te haremos daño! Solo te llevaremos a nuestro Imperio —dijo la Princesa.
El Rey Infernal frunció el ceño. El Rey Infernal rara vez hablaba en su vida, pero cuando lo hacía, era muy preciso. Era uno de esos momentos.
Sus labios se separaron mientras dejaba escapar unas pocas palabras que enviaron un escalofrío por la espina dorsal de los Damphirs que lo rodeaban.
—No necesitan llevarme. Iré yo mismo... a entregar vuestras cenizas —dijo con desprecio.
—¡Argh! —exclamó la Princesa.
La Princesa quedó atónita ante la respuesta, pero antes de que pudiera reaccionar, sintió un dolor aterrador en la mano que sostenía la Espada. Era como si su mano estuviera ardiendo.
Miró hacia abajo, notando que su mano en realidad estaba en llamas. La espada que solía estar en su mano también estaba ardiendo. De hecho, parecía que el fuego se estaba extendiendo a través de sus brazos como un veneno.
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