Noah no movió sus manos por un momento y simplemente observó con diversión cómo su querida esposa se deshacía.
—Ya tan malditamente mojada, ¿qué pensamientos traviesos tienes, mi dulce niña? —susurró junto a su oído para verla temblar. Le encantaba cada reacción que ella tenía, si pudiera, le encantaría verla así para siempre.
—N... Noah —Anna lo llamó cuando sintió que él ejercía un poco de presión sobre su clítoris. Se aferró a su camisa porque sus piernas se habían debilitado.
—Hmm —Noah murmuró junto a su oído, aplicando más presión con sus manos y ella revolvió los ojos hacia atrás, echando la cabeza hacia atrás para apoyarla en la pared. Anna juntó sus muslos por la sensación que sentía allí abajo.
Ella había tratado de mantener la cordura, pero no pudo. Noah le estaba haciendo algo extraño, la estaba haciendo sentir extraña. Y lo que le irritaba era que amaba lo que él hacía.
—Abre las piernas para mí, mi dulce niña —Anna mordió sus labios ante sus palabras.
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