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Prólogo

Rubén, hijo de Jacob, dijo una vez en su testamento...

"Perversas son las mujeres, hijos míos, como tienen poder y fuerza sobre el hombre, lo engañan con el artificio de su belleza para arrastrarlos hacia el pecado".

Rubén 4, 1-5, 2.

Pero ¿qué pasaría si aquella misma perversidad se presentara a Lee Minho en forma de hombre?...

Había crecido rodeado de un dogma que nunca cuestionó...

La existencia de Dios, los pecados, el cielo y el infierno.

Todo aquello regía su vida.

Pero ese tercer pecado... ese tercer pecado capital llegaría a su vida en la figura más delicada, tierna y cobijada en falsa inocencia, que todo lo que lleva bajo era un alma corrompida por la lujuria y toda forma de placer carnal.

Y lo peor de todo.

Era el prometido de su hermana.

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