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DIEZ

Lo miraba sin pestañear, aspirando cada bocanada de terror que exhalaba su temblorosa presa. Quien en el pasado fue un abusivo que arruinó cientos de vidas, ahora lloraba y suplicaba por la suya.

Soltó una risa gutural, cargada de veneno y deseo de venganza. Sus zarpas recorrían la delicada piel de aquel saco de carne que no sabía más que sollozar. Lo disfrutaba, era una cucharada de su propia medicina, pero deseaba más…

—Perdóname —suplicó.

El piso debajo de ellos se abrió y ambos cayeron a la oscuridad absoluta. El joven gritaba con horror, y, aun sobre su presa, la criatura aprovechó la oportunidad para acariciar la quijada del muchacho y arrancársela de un único tirón. La sangre salpicó por todos lados y la oscuridad los devoró.

—Sabes que lo deseas, Led Starcrash —habló la criatura desde las sombras.

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‹‹Nos vemos más tarde››, leyó Led la nota que su compañero de cuarto había dejado en la mesita de noche junto a su móvil.

Arrugó el papel y decidió alistarse para su compromiso del día. Aquella mañana no habría lugar para Rakso, ni para las energías demoniacas ni mucho menos para sus pesadillas, a pesar de que su repertorio contara con una nueva: Jackson Brown. Led se detuvo a pensar sobre aquel sueño, pero al instante sacudió la cabeza para evaporar las imágenes.

Una ducha fría, un suéter azul como el de sus ojos, unos vaqueros oscuros, zapatos deportivos y un gorro de lana; aquella mañana su cabello se reusaba a ser peinado. Cuando ingresó a la salita, su madre ya había servido el desayuno y apilado las cajas junto a la puerta, en silencio, bebía una humeante taza de café desde la comodidad de un sofá mientras miraba las noticias en un viejo televisor.

—Buenos días —saludó el joven, tomando asiento en su lugar del comedor. Un vaso de zumo de naranja y un enorme plato repleto de huevos revueltos y tocino lo esperaban con su delicioso aroma. Hacía mucho tiempo que no despertaba con tanta hambre y lo atribuyó a la carrera del día anterior.

Le dio un trago a la bebida y dirigió su atención a la pantalla para ver qué era lo que mantenía tan absorta a su madre.

—¿Te habías enterado de esto? —preguntó Christine, fascinada con la transmisión matutina del momento. Tomó el control remoto y le subió el volumen al televisor.

—En clase no paran de hablar sobre el tema —comentó, masticando un trozo de tocino y sintiendo una súbita pesadez en el aire.

En el televisor, el presentador de las noticias hablaba sobre la misteriosa tormenta eléctrica que surcaba los cielos de París, lo que hacía interesante al fenómeno era que tenía lugar todas las noches, a la misma hora y se prolongaba exactamente durante una hora, ni un minuto más, ni un minuto menos; era un tema que mantenía absorta a la comunidad científica.

—Sin duda, es un caso sin igual —comentaba el hombre de las noticias con el cuadro de una imagen de la anomalía a su lado—. Cientos de imágenes y videos siguen inundando las redes sociales, lo que ha convertido a la tormenta en toda una tendencia.

—Así es, Mark —corroboró su compañera de estudio—. La tormenta inicia y culmina a la misma hora, lo que ha provocado que los ciudadanos de la capital francesa aguarden en las calles o desde los balcones de su residencia para contemplar el espectáculo. Por fortuna, los daños que suelen reportarse son mínimos, pero los expertos siguen estudiando el misterioso fenómeno…

Christine apagó el televisor y Led se lo agradeció. Ya estaba cansado de escuchar sobre la misma noticia una y otra vez.

El teléfono del muchacho chilló, no necesitaba forzar su mirada en la quebradiza pantalla para saber que Olivia era la causante del estrépito.

—Olivia ya está saliendo de Queen Anne —le informó a su madre, mientras apuraba su desayuno.

Sin distracciones, los Starcrash consiguieron terminar en tiempo récord su desayuno y lavar la loza. Diez minutos más tarde, ya se encontraban en la entrada del edificio tomando un respiro para seguir con el segundo recorrido.

Aquella mañana, Seattle había amanecido radiante, sin una nube a la vista, y Pioneer Square no era la excepción, una señal de que sería un buen día, lo que Led deseaba con todas sus fuerzas. Una vez recuperado el aliento, madre e hijo volvieron a cargar su respectiva columna de cajas y se enfilaron entre el tumulto de personas que transitaban de un lugar a otro sin prestarle atención a quien podrían llevarse por el medio. La ruta que habían seguido estaba cercada por edificios y larguiruchos árboles que proyectaban sombras sobre los transeúntes, era bastante amplia y los vehículos tenían el paso prohibido, facilitando así la larga caminata que se desplegaba frente a ellos.

Una vez que dejaron Main Street a sus espaldas, Led comenzó a respirar con tranquilidad en cuanto avistó el verde de los árboles desplegándose sobre su cabeza y alrededor de la plaza; los rayos del sol se filtraban con delicadeza entre los edificios y el follaje, lo que le brindaba a Occidental Square un aire de misticismo. Al otro extremo, divisaron una imponente camioneta negra aparcada al final de una larga fila de autos; Olivia agitaba sus brazos desde la ventana.

August, el chofer de los Landcastle, se apresuró en ayudar a los nuevos acompañantes en guardar el equipaje. Una vez todos adentro, el hombre volvió a tomar el control del volante y puso en marcha el vehículo.

—Es una pena que Axel no pudiera venir —dijo Christine, buscando un labial entre su bolsito. Con las carreras, había olvidado aplicarse un poco de maquillaje—. Me aseguraré de guardarle un poco de comida —agregó una vez encontrado el labial para entregárselo a Olivia—. ¿Me ayudas?

—Tiene corrección de proyecto mañana y necesitaba finiquitar algunos detalles —le recordó Led a su madre. Los tres sabían que, en arquitectura, encargarse de los detalles podía llevarse todo un día, sin añadir las horas de descanso reglamentarias.

Mientras Olivia, con mano firme, deslizaba el labial por boca de Christine, Led, en completo silencio, recorría las grietas de su celular con el pulgar. No dejaba de preguntarse por el paradero de Rakso.

‹‹Faltaste a tu palabra, Led››, se amonestó en el hilo de sus pensamientos.

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Los exuberantes jardines que rodeaban a la iglesia se mantenían abarrotados por cientos de personas que se abrían paso entre los pequeños stands que cercaban el recorrido del bazar. La multitud paseaba, miraban con curiosidad y compraban sin pensarlo dos veces.

Led agradeció que, en aquella oportunidad, decidieran cubrir el recorrido con algunas cubiertas de lona, ya que el sol comenzaba a calentar y deseaba con todas sus fuerzas arrancarse la vestimenta y permanecer en ropa interior.

—¡Me alegra que llegaran! —saludó una mujer rechoncha y vivaracha. La señora Harmony, una de las organizadoras del evento—. Vengan, por aquí. Les apartamos un puesto —dijo, guiando al pequeño grupo hasta un stand que reposaba junto a un árbol. En ningún momento se molestó en ofrecer su ayuda para trasladar algunas de las cajas.

En un parpadeo, el trío ya tenía el stand presentable, y los comensales no tardaron en ir acercándose a curiosear las figuras de cera que Christine había tallado.

En cuanto Olivia situó una elegante pirámide de cupcakes, la señora Harmony abrió los párpados como una rana; por un momento, Led pensó que aquellos ojos saltones saldrían rodando.

—¡Pero que delicia! —comentó la mujer, dispuesta a coger uno, pero Olivia se lo impidió al cubrirlos con una cúpula de cristal. Por poco y le rebanaba la mano.

—Sin dinero, no hay cupcakes —dijo la muchacha. Al igual que Christine y Led, detestaba a esa mujer por los supuestos beneficios que se atribuía por su posición en la iglesia, sin mencionar los comentarios despectivos, disfrazados de cumplidos y sonrisas falsas, que arrojaba contra Led respecto a su orientación sexual.

La señora Harmony la fulminó con la mirada.

—Soy miembro del comité, queridita —le recordó al recuperar su máscara de felicidad—. Creo que merezco uno, ya sabes, para probar y hacer la publicidad.

—Lo siento, cariño, pero yo vine a hacer negocios, no ha regalar mi trabajo —sentenció la chica, agitando la mano para que se apartara y le diera paso a los clientes que comenzaban a aglomerarse.

Indignada, la mujer dio media vuelta y se alejó moviendo sus enormes caderas en dirección al puesto del frente, donde ofrecían los mismos bizcochos, aunque mucho más secos y de sabores bastante ordinarios.

—Como aborrezco a esa mujer —soltó Olivia con desagrado—. Ya quisiera decirle que su hija organiza las orgías en Capitol Hill.

Led soltó una carcajada y Christine los reprendió a ambos, mientras le entrega el cambio a una pareja.

—Vamos, mamá —bromeó su hijo—. La odias tanto como nosotros.

—Si —reconoció, tomando asiento en una de las sillas que habían dispuesto para el grupo—, pero no es bueno albergar ese sentimiento. Como dice el todopoderoso, debemos perdonar.

El tiempo transcurría, y las personas seguían acercándose sin parar. Las ventas eran buenas, y Olivia ya iba por su segunda bandeja de cupcakes, cuando los Starcrash volvían a abastecer las mesas con más figurillas.

—¡Led! —prorrumpió una voz risueña, al momento en que el interpelado recibía una carga sobre su espalda—. ¡Hola, Olivia! ¡Hola, señora Starcrash! —saludó una niña que no tendría más de ocho años.

—¡Vicky! —saludó la señora Starcrash, mientras Olivia le ofrecía uno de sus pastelillos a la pequeña—. ¿Dónde están tus padres?

Con una sonrisa de oreja a oreja, Led comenzó a dar vueltas sobre sí mismo, haciendo que la chiquilla de trencitas doradas riera sin control. En cuanto las vueltas se terminaron, Vicky aceptó el pastelillo y Led aprovechó la oportunidad para robarle un poco del glaseado con el dedo y estampárselo en la punta de la nariz.

La pequeña sonrió y le devolvió la broma a Led.

—Parece que nuestra hija tiene un radar para los Starcrash —saludó un hombre de tez bronceada.

Christine rodeó el stand y se dispuso a abrazar a Ignacio Ottman y su esposa Katherine, quienes acababan de salir del segundo servicio matinal de la iglesia.

—Led es mi hermano, así que siempre sé dónde está —comentó la chica antes de darle un mordisco a su manjar.

Esas palabras llenaron de ternura al aludido, pues, siempre había querido tener una hermana menor, y Vicky era esa hermanita. La adoraba y sabía que daría su vida por protegerla.

—¿Qué tal el servicio? —indagó Christine, acomodando el moño que comenzaba a deshacérsele—. Tengo entendido que el tema de hoy era la familia.

—Estuvo fabuloso —comentó Katherine, alisando su vestido de estampado floral.

—Incluso Vicky se animó a entrar a la escuela dominical con los otros niños —declaró Ignacio, palabras que fueron confirmadas por el rubor de la pequeña—. Sería grandioso poder asistir todos los domingos.

—Hoy se regresan a Los Ángeles, ¿cierto? —Una punzada de decepción afloraba en la voz de Led. Se sentía un poco mal por no haber compartido más tiempo con Vicky.

—Nuestro vuelo es dentro de cinco horas, así que ya debemos irnos al aeropuerto —declaró Katherine desilusionada al comprobar la hora en su reloj de pulsera. Para nadie era un secreto que deseaba quedarse y compartir un poco más con los Starcrash.

—¿Vendrás a visitarnos pronto? —le preguntó la pequeña a Led, trazando líneas de crema en las mejillas del muchacho—. ¡En el verano!

—Por supuesto —le aseguró el joven—. Y te prometo que Olivia me enseñará a hacer trencitas para que te las haga y te veas muy guapa.

La pequeña miró expectante a Olivia, quien alzó la mano y se lo prometió.

—Vicky, ¿dónde está tu mochila? —preguntó su madre.

La niña cubrió sus cremosos labios con la mano al recordar que la había dejado olvidada en el salón de clase.

—Yo iré por ella —se ofreció Led, dejando a la pequeña en los brazos de su padre y perdiéndose entre la afluencia de personas.

El bullicio de la multitud quedó a sus espaldas, y éste se iba apagando cada vez que se adentraba más en la estructura religiosa, hasta que se vio sumergido en un silencio sepulcral. A medida que avanzaba entre las largas filas de bancos de madera, contemplaba con encanto los coloridos vitrales que filtraban la luz solar.

Por el rabillo del ojo, Led distinguió una especie de estela ambarina volando a pocos metros de él. Se volvió, pero no vio nada, salvo los charcos de luz que proyectaban los ventanales. Apretó los labios y siguió su camino hasta llegar a una puerta de madera que se alzaba entreabierta en una esquina de la enorme sala.

Al otro lado del umbral, se desplegaba un largo pasillo con el color del algodón, algunas puertas lo moteaban, y entre ellas, coloridas carteleras chillaban anuncios que Led decidió ignorar, sin embargo, se detuvo en una de las puertas al ver que tras ella se encontraba el salón de música. Asomó el rostro por el rectángulo de cristal y contempló el piano que reposaba a un lado de la estancia, por un instante, se imaginó tocando cientos de hermosas melodías que lo llenaban de paz. Amaba la música instrumental, no obstante, la que despedía aquel instrumento lo transportaba a un mundo donde los días malos no tenían cabida.

Una vez más, el reflejo de una estela ambarina se deslizó a través del vidrio. El joven se dio la vuelta, pero no había nada en el corredor.

Con la guardia en alto, decidió seguir su camino hasta adentrarse en un enorme y tenue salón repleto por pequeñas sillas y mesas, estantes de libros y un mapa del mundo colgando sobre el pizarrón acrílico.

En el primer puesto de una de las filas centrales, divisó la mochila de Vicky, era rosada y estaba cubiertas por chapas de personajes de anime, cosa que le arrancó una sonrisa a Led. En cuanto la colgó del hombro, una resplandeciente luz ambarina floreció a sus espaldas, proyectando su sombra de forma siniestra al fondo del aula.

Tragó en seco, pues, junto a su sombra, se encontraba un armario de materiales escolares, la puerta se hallaba entreabierta y una respiración provenía de su interior.

—¿Quién anda ahí? —preguntó con voz autoritaria. Era una sorpresa que no le temblara.

Silencio.

Despacio, se volvió hacia la fuente de la luz, y dejó caer la mochila al contemplar cientos de líneas escarchadas que recorrían el mapa, todas ellas parecían concentrarse en una diminuta estrella ambarina que palpitaba al ritmo de un corazón.

A medida que Led se acercaba a ella, una extraña energía lo abrigaba; era como si alguien le acariciara el rostro y guiara sus pasos. Aquella sensación era poderosa, oscura y parecía estar repleta de ira.

—París —musitó el muchacho al descubrir donde se encontraba posada la estrella.

De pronto, recordó las imágenes del noticiero matutino, no la de los presentadores, sino, la de un misterioso espectáculo de luces en el cielo. La cabeza comenzó a dolerle, y una imagen apareció bajo sus párpados: era una luz cegadora, de un azul que rozaba en el blanco.

—Un relámpago —soltó Led al caer de rodillas ante el pizarrón.

—Parece que has localizado al primero de los cuatro.

La voz llegó desde el umbral de la puerta. Rakso, con los brazos cruzados sobre el pecho, parecía contento con el descubrimiento.

—¿Puedes verla? —inquirió el joven, poniéndose de pie con mucha dificultad a causa del mareo—. La estrella, quiero decir. Está aquí —añadió, señalando con el dedo la capital francesa.

Rakso negó con la cabeza.

—Recuerda que eres el radar. Sólo tú puedes verla.

Una risita burlona invadió la estancia, captando la atención de los presentes. Rakso se adelantó y estiró el brazo ante Led de forma protectora.

—¿Quién anda ahí? —exigió saber. Su voz rozaba entre la autoridad y la amenaza. Led tragó en seco al pensar en Anro y la explosión del día anterior; el terror lo abordó al imaginar que el suceso de la Western Avenue pudiera repetirse en ese mismo lugar—. ¡Muéstrate! —ordenó el demonio.

Las puertas del armario se abrieron con lentitud, dejando escapar un chirrido bastante espeluznante y una masa amorfa de sombras, que se arrastró por el suelo y se alzó ante ellos de forma solemne.

Rakso empuñó la daga, dispuesto a rasgar a aquella criatura de las tinieblas, la cual comenzó a temblar y, en un pestañeo, estalló en miles de partículas, dejando al descubierto una chica de cabellera dorada que saltó sobre él.

—¡RAKSO! —gritó eufórica, cayendo encima del demonio. Ambos terminaron en el piso, con los brazos de la joven rodeando el cuello del príncipe. Led permanecía en silencio, confundido, preguntándose qué clase de ataque era ese—. No sabes cuánto me alegra verte —siguió la joven, hundiendo el rostro de forma cariñosa en el pecho de Rakso y sin dejar de reír.

‹‹Y ésta… ¿quién es?››, se preguntó el mestizo.

Con la muchacha aun colgando de su cuello, el demonio se puso de pie; podía apreciarse una gran diferencia de altura entre ambos. Sin mediar palabra, y con cara de pocos amigos, Rakso se sacudió como si fuera un perro pulgoso para zafarse sin éxito de aquellas lívidas y amorosas pinzas.

—¿Puedes soltarme, Lux? —le pidió con fastidio.

La muchacha, sin dejar de reír, obedeció y luego posó sus ojos violetas en Led con mucha curiosidad.

—Así que este es el humano del que hablaban —advirtió Lux, acercándose a Led y escudriñando cada parte del mestizo con la mirada—. ¡Es muy guapo! —sonrió, estirando las mejillas de Led como lo haría una abuela.

Rakso la apartó y Led se lo agradeció con el dolor ardiendo en sus pómulos.

La joven se volvió hacia Rakso.

—No paraba de brincar de la felicidad cuando escuché a Belzer decirle a Eccles que eras libre —soltó el demonio de ojos violetas, miraba a Rakso como si fuera una especie de héroe—. Luego me preocupé cuando Anro decidió desobedecer a Eccles para ir detrás de ti. Ese hombre… —continuó, cruzando sus brazos y negando con la cabeza—. A veces se pasa de bruto y envidioso. Sí, señor.

Led encontraba bastante extraña a ese demonio, ni en sus sueños más locos imaginó a un ser de las tinieblas con esa clase de personalidad.

—¿Eccles no lo envió? —Aquella información era como si le hubiesen arrojado una cubeta de agua a la cara.

Ella volvió a negar con la cabeza.

—Él piensa que, sin tus habilidades, no eres una amenaza. Y vaya que lo acertó —dijo, riéndose a pesar de la molestia que eso ocasionaba en su hermano—. Por fortuna, pude canalizar algo de mi energía para brindártela.

Rakso y Led pestañearon ante la extraordinaria revelación.

—Entonces fuiste tú —dijo Rakso, recordando la energía que lo había invadido durante su batalla contra el demonio de la avaricia, la que le permitió invocar su guadaña.

—Pues claro, tontito —le confirmó, toqueteando la nariz del demonio con su dedo índice—. Y… ¿no piensas presentarnos? —preguntó, volviendo la mirada una vez más hacia Led, a quien le guiñó un ojo con picardía.

Las mejillas del mestizo se encendieron como un tomate, provocando que Lux muriera de ternura y se abalanzara sobre el muchacho en un fuerte abrazo. Rakso, con una vena palpitando en su frente, la apartó de su compañero, pero ésta lo esquivó con agilidad y saltó frente a Led para apretar su mano y saludarlo.

—Ella es Lux —la presentó con resignación—. Es el demonio de la lujuria, hija de Asmodeo y mi latosa hermana.

‹‹Lux… Las prisiones de Lux —pensó Led con detenimiento—. Este es el demonio que mantiene cautiva mi alma››

—Es un placer conocerte, humano —saludó la chica con entusiasmo. Led notó que era muy bonita, además de simpática; le causó gracia que los cuernos que se asomaban sobre sus rizos dorados estuvieran decorados por pequeñas rosas rojas—. ¿Puedes decirme tu nombre? Supongo que detestas que te digan humano —rio con entusiasmo—. Oye, ¿acaso eres el amante de mi hermano?

—¿QUÉ? —El rostro de Led se encendió aún más.

—¡BASTA! —espetó Rakso con los cuernos encendidos en llamas y un claro rubor en las mejillas.

—Sólo bromeaba —se defendió Lux, agitando la mano para restarle importancia a sus palabras.

—So-soy Led —balbuceó el joven en cuanto recuperó la compostura. Sus mejillas seguían rojas por la vergüenza que lo abrumaba.

—¿Cómo las luces? —quiso saber ella con fascinación.

—¿A qué se debe tu visita, Lux? —inquirió el demonio, masajeando sus sienes. Una terrible migraña lo carcomía.

—Quería verte —declaró. Su personalidad alegre se desvaneció en el acto, parecía otra persona: preocupada, asustada—. Sea lo que sea que estés planeando, quiero ayudarte, Rakso. El reino de las tinieblas es un desastre. Y… también quiero remediar lo de hace dos años —Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—No te preocupes por eso —Rakso se escuchaba como todo un hermano mayor. Sus manos se habían posado sobre los hombros desnudos de la joven—. Tú me lo advertiste, y no tenías más opciones, debías actuar para permanecer con vida, y me alegra que fuera así.

La chica asintió en silencio.

—¿Cuál es el plan?

Rakso dispuso de una breve cantidad de tiempo para hacerle un resumen de todos los acontecimientos a su hermana, procurando no saltarse ningún detalle: la naturaleza de Led y el pacto que finalmente habían decidido realizar. Cuando terminó de hablar, la chica se dispuso a hacer lo mismo por él, poniéndolo al día sobre los acontecimientos que acarreaban al reino de las tinieblas: la locura y sed de poder de Eccles, la guerra que tenía lugar en el Tercer Cielo…

—Eccles nos mantiene a mí y a Evol al margen de todo. No quiere que participemos y nos ha delegado las funciones de todos ustedes —continuó la joven entre la rabia y la inquietud—. Todo se queda entre él, Belzer y Anro, pero ellos no saben que a veces los espío cuando se reúnen en el salón del trono, y por lo que he escuchado, están tramando algo que puede hacerles ganar la guerra, Rakso… Algo malo, algo que podría cambiar todo lo que conocemos.

—¿Qué te hace pensar que es algo malo? —apremió él. Tenía una idea de lo que podía ser, pues, al fin y al cabo, fue el motivo de su insurgencia.

Del interior de su abrigo, Lux extrajo un robusto libro y se lo tendió a su hermano. Durante aquel fugaz movimiento, Led pudo distinguir una especie de medallón azabache incrustado en el pecho de la chica, iba decorado por algunos símbolos que fue incapaz de leer.

—Me escabullí hace unos días en la habitación de Eccles y lo tomé. Ábrelo en la primera página marcada.

Rakso siguió las palabras de su hermana, y en cuanto abrió el tomo, sus ojos salieron de orbita al leer el título del capítulo: Apocalipsis.

—Ambos sabemos que Eccles detesta leer, pero esto…

Rakso lo cerró de forma súbita, interrumpiendo el flujo de palabras de su hermana. Sin mostrar emoción alguna, lo depositó en sus pequeñas manos.

—Debes regresarlo a su lugar. Actúa como si nada, evita los problemas con Eccles y mantenme informado de todo lo que averigües —le ordenó. Ella asintió con determinación, apretando el libro contra su pecho. Seguidamente, se volvió hacia Led, quien había permanecido callado todo ese tiempo. Aquella conversación le resultó incomprensible, y lo único que había conseguido entender era que el infierno estaba en problemas por culpa de Eccles—. Debemos movernos cuanto antes, mestizo. Ya encontraste mi primera habilidad, ¿tienes alguna idea de cómo llegar hasta ella?

—¿No tienen portales infernales o algo parecido que podamos usar? —inquirió el joven con decepción.

—Los hay, pero pueden rastrearnos a través de ellos, y en nuestra situación necesitamos pasar desapercibidos. Tendremos que regirnos por las reglas del mundo natural.

—Bien… Entiendo —masculló el joven con los nervios de punta. Con mano temblorosa, extrajo su teléfono celular del bolsillo y marcó. La llamada cayó al tercer tono—. Olivia, ¿puedes venir un momento? Necesito de tu ayuda.