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Primera amistad (Gaia)

Di media vuelta y ahí vi mi salvación. Quien me sacaría de semejante ridículo apuro.

Una chica se acercaba, caminando suavemente hacia mi.

Era una joven que parecía haber salido de un cuento de hadas. Vestida con elegancia y estilo, su atuendo recordaba a una muñeca cuidadosamente vestida.

Llevaba un vestido delicado, adornado con encajes y detalles que resaltaban su feminidad. La paleta de colores pastel suaves realzaba su tez clara y le daba un aire de inocencia.

Sus facciones eran como las de una niña, con ojos grandes color lavanda y brillantes que reflejaban una curiosidad juguetona y un pelo largo color grisáceo.

Su nariz pequeña y respingona añadía un toque de encanto infantil a su rostro.

Los labios rosados y ligeramente curvados sugerían una sonrisa perpetua, como si llevara consigo la alegría de la infancia en todo momento.

Cada gesto suyo parecía ser cuidadosamente ejecutado, como si estuviera interpretando el papel de una muñeca animada en un escenario encantado.

Su andar grácil y sus movimientos delicados completaban la imagen de esta joven que parecía haber salido de un sueño infantil, cautivando a todos a su alrededor con su encanto único y su apariencia tan especial.

Juzgando por su estilo, facciones y formas estoy segura que es francesa y debe tener entre 17 y 19 años.

Supe que era francesa a través de varios indicios culturales y rasgos distintivos que revelaban su origen.

Su elegancia innata y estilo refinado en la manera de vestir eran de notar, ya que la moda francesa siempre ha sido reconocida por su sofisticación y atención a los detalles. 

Pude confirmar mis sospechas cuando por primera vez se dirigió a mí con una voz absolutamente única.

Una voz que era una melodía suave que envolvía a quienes la escuchaban con un encanto innegable. Cada palabra que pronunciaba tenía una calidad dulce y melódica, como si estuviera susurrando secretos a la brisa.

Confirme que era francesa al escuchar su acento francés, el cual aportaba una cadencia encantadora, dotando a su voz de una musicalidad que resonaba con gracia.

La entonación delicada de sus palabras llevaba consigo una calidez reconfortante, creando una atmósfera acogedora en cada conversación.

Hablaba con una ternura que parecía acariciar los oídos de quienes la rodeaban, dejando una impresión de suavidad y amabilidad en cada interacción.

Era innegable que la muchacha era encantadora, con un aura de misterio muy propio de la clase alta francesa.

Esta joven francesa con prendas de diseño artesanal de alta costura y voz dulce solo podía estar en un puerto semejante por un solo motivo, y es el mismo que el mio.

La chica me saludo con acento francés desde la lejanía.

—Salut! ¿Eres estudiante de la academia?

—Oui, j'y allais maintenant. —Le respondí en francés.

—¡Oh! ¡Tu parles français! —Me contestó emocionada.

Asentí con la cabeza y esbocé una ligera sonrisa para intentar empezar con buen pie el año académico. No podía quedarme sola y sin amigos antes de siquiera haber empezado el curso.

Si quería que fuese un buen año, tenía que esforzarme por socializar al máximo a pesar de que esto fuese contra mis gustos. 

Me gusta la gente y las interacciones sociales, pero... me agotan mentalmente. 

Sobre todo teniendo en cuenta que esta era la primera interacción social genuina que iba a tener en mi vida.

No iba perder la oportunidad de conseguir mi primera amistad. Era mi oportunidad perfecta para empezar el año con buen pie... ¿o debería decir con buena rueda?

Intente ganarme su amistad desde el primer momento.

—Me llamo Gaia Galatas, encantada de conocerte. —Le dije con una tenue sonrisa 

Nunca he sido de sonreír, de hecho no recuerdo haber sonreído sinceramente en toda mi vida. Tuve que forzarme a sonreír para tener una buena impresión, sin duda una sonrisa puede cambiar una primera impresión completamente. 

Y todos sabemos que las primeras impresiones son las más importantes.

—¡Ah! ¡También hablas español! —Se impresionó por segunda vez.

—Sí, estudié durante un par de años en parís. —Menti.

—Tu acento es sorprendentemente bueno, suenas nativa. —Me volvio a sonreir. 

—Gracias, tu español también es muy bueno, ¿y tu nombre es...? —Me pregunté manteniendo mi leve sonrisa.

—¡Mon Dieu! Que maleducada que soy... Me llamo Nathalie, Nathalie Dubois, disculpa mis malas formas! —Me dijo avergonzada.

—Puedes dejar las formalidades de lado, no me importa ser casual si lo deseas. —Le dije 

La chica se sonrojo, tuvo que pasar vergüenza la pobre.

Sacó un reloj de bolsillo plateado y miro la hora. 

Se lo guardó de nuevo y miró hacia la colina que tenía detrás.

Supongo que en ese momento reflexiono y se dio cuenta que me iba a costar mucho subir aquella colina empujándome a mí misma.

—Oye, ¿Te apetece que vayamos juntas al puerto sur? Puedo empujarte la silla de ruedas si no te molesta. —Me sonrió amablemente.

Resulta que hacer una amiga iba a ser más fácil de lo que pensaba.

—¡Eres muy bonita amiga, me recuerdas a una de mis muñecas! ¡Me encantaría poder ayudarte y llegar juntas a donde nos recogerá el trasatlántico! —Me repitió con su sonrisa infantil.

—Si no te molesta empujarme te estaré sumamente agradecida, Nathalie. —le dije con una sonrisa más sincera.

—Merci mon amie! Creo que vamos a ser buenas amigas~ —Me cantó con su suave voz.

 Se puso detrás de mi silla y comenzó a empujarla suavemente.

Subimos lentamente aquella colina húmeda antes de llegar a nuestro destino. 

Los 15 minutos de trayecto estuvimos charlando informalmente, conociéndonos y entreteniendonos mutuamente. 

Bueno, mejor dicho, yo entretenerla a ella, ya que sola estaria la mar de tranquila con mis pensamientos.

Sin embargo he de agradecer el hecho de me encontrase a una chica tan amable el primer dia. 

No sentía nada aquel momento, sin embargo, sabía que algo en mi interior quería aprovechar la situación y asegurarme al menos a una amiga antes de comenzar el año académico.

—Y dime Gaia, ¿de donde eres? —Me pregunto honestamente curiosa, mirándome con anticipación a mi respuesta mientras empujaba mi silla por la colina.

—Nací en Grecia, pero me he criado en prácticamente toda europa debido a que mis padres me hacían mudarme casi cada año por motivos de trabajo. —Menti.

—Wow! ¿Es en serio? ¡Que emocionante! No sabes la envidia que me das. A mi me encanta viajar, pero mis padres siempre tienen trabajo en Francia y no me dejan irme sola de vacaciones. —Me dijo soltando un risilla.

Es de esperar, teniendo en cuenta a la academia que está por ir, esta chica debe ser la hija de algún empresario exitoso.

A sus padres no les hará mucha gracia dejar salir a su hija a el extranjero sola, arriesgando que la secuestren sabiendo que es la hija de un posible multimillonario.

—No creas Nathalie, viajar tanto ha hecho que no tenga un país que considere mi hogar y ni una cultura que me recuerde a mi patria. —Dije con un ligero aire de melancolía.

Diría que esa melancolía era falsa, ya que ni la sentía ni era cierto lo que había dicho, sin embargo no menti en que yo no tenia un país que considerase mi hogar, ni una cultura que me representase y eso, aunque no lo sintiese profundamente, me apenaba un poco.

—Aww, no te preocupes Gaia, Francia siempre tendrá sus puertas abiertas para ti. Si algún día te apetece venir a París que sepas que estas invitadisima a mi casa! Yo estaré encantada de recibirte, mon amie!

Fue extraño, nos conocíamos desde hace 3 minutos y ya me había invitado a su casa. Deduje al instante que a esta chica no tan solo no la dejaban irse sola de viaje, sino que tampoco le dejaban salir sola de casa. 

No todos los hijos de multimillonarios tienen vidas de ensueño, a veces, por irónico que suene, heredar una fortuna te puede arruinar la vida.

Es sorprendente que una chica que, por lo que puedo deducir, haya socializado tan poco en su vida con gente de su edad tenga un carisma y un entusiasmo tan grandes.

Cualquiera podría decir tan solo verla que es una chica dulce y amable. 

Supongo que es a este tipo de persona a las que se les llama "un trozo de pan".

—Si que eres amable. Por cierto, tu vestido es precioso —le agradecí, devolviéndole un cumplido para alargar la conversación.

—¿A que si? ¡Es de Ducci Suitton, lo último en la moda parisienne! Tu traje es encantador, y tu falda le da un estilo muy chic. ¿De qué marca es? —me pregunto emocionada.

Suerte que tengo conocimiento de moda de alta costura, por que no tenia ni absoluta idea de que marca era mi uniforme, así que tuve que mentir.

Al fin y al cabo la alta costura se reduce en eso... ¿acaso importa la marca que sea?

Desde sus precios estratosféricos hasta su supuesta exclusividad, la alta costura se presenta como un microcosmos de derroche y superficialidad.

No importa de quien lo haya hecho, sino a que nombre esta. 

El precio de la alta costura es un aspecto que desafía cualquier lógica razonable. El costo exorbitante de prendas diseñadas por nombres famosos no se justifica por la calidad de los materiales o la destreza artesanal involucrada.

Más bien, parece basarse en la creación de una percepción de lujo y estatus, haciendo que el precio sea un distintivo de exclusividad más que un reflejo real de la calidad intrínseca de la prenda.

Esta percepción elitista contribuye a la inutilidad intrínseca de la alta costura. Las creaciones magníficas presentadas en las pasarelas jamás tienen aplicaciones prácticas en la vida cotidiana, y esa es su gracia.

La mayoría de las personas comunes, ajenas a la burbuja de la moda elitista, no encontrarían utilidad ni sentido en invertir grandes sumas de dinero en prendas que carecen de funcionalidad práctica.

La moda, que debería ser una forma de expresión personal y creatividad, se ve reducida a un juego de status donde solo unos pocos privilegiados pueden participar.

Todo el morbo de la moda, toda su gracia y propósito, es distinguir a los ricos de los pobres.

A los capaces de los incapaces.

De los idolatrados a los marginados.

Y eso... 

Me repugna.

Sin embargo... qué derecho tengo yo a decir que los gustos de una persona no son dignos o válidos? No voy a encontrarla desagradable por tener gustos diferentes a los mios.

Nathalie se habra criado aislada del mundo entre unos algodones que la han incapacitado desde nacimiento la posibilidad de integrarse como una más, como alguien común. 

La pobre no tiene la culpa de idealizar un mundo tan sucio y corrupto como lo es el de la moda. Este probablemente sea para ella un mundo en el que refugiarse de sus penas mundanas.

Ella, al fin y al cabo, es vive como todos los demás y eso tan solo me puede producir simpatía, no desagrado.

Ella vive en su pequeña burbuja.

Vive encadenada al ritmo.

—Juraría que el uniforme es de Zora, y la falda de Hernes. —Le respondí mintiendo. 

—Por cierto, ¿Cuántos años tienes Gaia? —Me pregunto curiosa.

Las preguntas iban de mal en peor, por suerte ya había anticipado toda posible pregunta. 

La verdad, para aquel entonces desconocía el dia en el que nací, por ende no sabia cuantos años tenia.

—Tengo 18. ¿Y tu? —Pregunte intentando evitar preguntas que me forzasen a mentir.

—Yo también tengo 18... Mira, ya hemos llegado, ahí está el punto de encuentro ¡Que emoción! —Dijo dando unos pequeños brincos de alegría.

En ese momento, al ver el donde me esperaban todos mis futuros compañeros me emocione por primera vez. Ahí comenzaría mi historia.

Saque una de mis pastillas y me la tome con un pequeño frasquito de yogur vitamínico. 

La vida beso mi frente, y medité.

Ahora, mi vida... mi deber....

Comienza.