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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasia
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261 Chs

Un invitado inesperado

  Caminó a pasos apresurados, las personas a su alrededor lo miraron, dudosos sobre su identidad, él, como fiel creyente de la superioridad de los reyes, miró hacia abajo a aquellos que se atrevieron a chocar miradas. Algunos fruncieron el ceño en repuesta, otros bajaron el rostro, pero nadie se interpuso en su camino. La gente comenzó a desaparecer en las calles siguentes, al igual que los edificios, ahora solo se encontraba una gran planicie, con una gran estatua de una mujer en su centro, su posee era difícil de describir, pues expresaba tanto con movimientos tan sutiles, que era imposible para el no conocedor detallarlos. Era bella y melancólica, sabía y gallarda, expresaba tantas emociones con su mirada, que solo el que tuviera el tiempo para apreciarlas todas podría sentirse tocado.

Siguió caminando, ignorando por completo la escultura, la había visto tantas veces en su vida, que se había aprendido cada cincelado de su superficie.

A los pocos minutos llegó a su destino, era un lugar enorme, con muros de tres metros de alto, protegiendo el interior y, dos guardias custodiando la entrada.

  --¿Segundo príncipe? --Preguntaron al verlo. No podían creer que siguiera vivo, por los últimos rumores de la guardia real, se suponía que se encontraba bajo la custodia de <La violenta> y, conocían el final que les esperaba a todos aquellos que lograban estar en su presencia: la muerte.

  --El mismo. --Respondió sin emoción.

Los guardias asintieron, aunque podían desconfiar de cualquier noble, fuera cual fuera su rango, no podían cuestionar a la realeza, estaba prohibido, por lo que rápidamente quitaron sus alabardas del camino e hicieron un saludo marcial, esperando que en verdad fuera su príncipe y, no una duplica de él.

  --Adelante, Su alteza.

Herz asintió y, con una mirada digna del hijo del monarca de Atguila, se dispuso a entrar al territorio del palacio real. Al hacerlo, se encontró con la magnífica estructura que había sobrevivido a más de mil años de historia, una estructura que había protegido a la familia Lavis por generaciones, siendo dejada solo una vez por un atentado de un mago loco, volviendo a los pocos meses tras su captura y ejecución.

En el centro del territorio, se encontraba una alta y hermosa estructura, que para llegar a ella, uno debía subir veintiún escalones, donde inmediatamente serían bienvenidos por dos inmensas estatuas, de un hombre de armadura completa en pose de descanso, apoyado sobre su gran espada que tocaba con su punta el suelo, mientras al lado, un león de aspecto fiero, descansaba acostado, pero con sus fauces abiertas, muy similar a su rugir. Las personas subiendo, se percataron de la presencia del príncipe, por lo que rápidamente se quitaron del camino y, bajaron la cabeza.

Herz se mantuvo tranquilo, mirando de manera seria su camino. Subió los veintiún escalones, entrando al vestíbulo real. Respiró el aire del majestuoso lugar, recobrando el sentimiento de pertenecía. Los sirvientes rápidamente se colocaron en posición servil, mostrando sus respetos con adecuadas y bien pulidas reverencias.

  --¡Segundo príncipe! --Dijo un hombre de aspecto maduro, de rostro grueso, nariz chata, con duras líneas marcadas en su frente, cabello cano y largo y, una barba bien cuidada. Su vestimenta era de alta clase, con una pequeña capa colgando de su túnica roja-- ¡Es usted! --La sorpresa lo había tomado descuidado, tanto que casi se le cayeron las papales que traía en las manos.

  --¡Consejero real Goddad! --Mencionó  Herz de una manera poco cortés. El hombre se acercó con pasos tranquilos.

  --Su Majestad, el rey, me contó sobre su lamenble situación con la general divina de Rodur --Dijo con pesar--, pero es una alegría --Sonrió-- que se encuentre de nuevo con nosotros, su padre va a estar muy feliz al verlo.

  --Estoy seguro que si. --Respondió, con una expresión seria.

  --Me despido, Su alteza --Dijo--, hay muchas cosas que atender del reino y, mi tiempo es poco. --Herz asintió, observando como el consejero real se retiraba.

  --Gran bastardo, sé que fuiste tú quién aconsejó a mi padre para que no me rescatara. --Dijo en voz baja, mirando como desaparecía su espalda en uno de los salones.

Acomodó sus cabellos y vestimenta, olvidando la leve interrupción en su camino. Volvió a emprender la marcha, no demoró tiempo para llegar a su destino, un lugar custodiado por dos guardias altos, de aspecto temible y porte firme. Volteó a la derecha, casi por instinto, observando el final del pasillo, justo donde se encontraban dos soldados bien armados, porte firme, discutiendo de manera acalorada, sin embargo, por el ángulo, no logró vislumbrar con claridad sus identidades, intuyendo que se trataba del general Auden por el símbolo en su antebrazo izquierdo.

  --Algo pasa. --Sé dijo en voz baja, pero al no tener el tiempo para descubrirlo, optó por olvidarlo. Miró hacia adentro del salón a los pocos segundos y, al ver la silueta familiar que tanto tiempo había eludido, suspiró.

  --Segundo príncipe. --Saludaron los guardias, haciendo un gesto marcial.

La sala era espaciosa, larga y ancha y, en todos sus contextos, bella, alumbrada por pequeñas esferas blancas, colocadas estratégicamente sobre las paredes y pilares. Caminó al fondo de la sala, justo donde se encontraban cinco escalones, que daban a un hermoso y bien decorado trono de metal, color café brilloso. Sentando ahí, se encontraba un hombre maduro, de cabello platinado, porte educado y mirada sabia. Vestido con finas ropas y acompañado por las más preciosas joyas. Era un hombre varonil, atractivo, pero de rostro duro, destacando dos cicatrices al pie de su ojo derecho y una en su cuello, que a palabras de sus seguidores, eran: marcas de batalla.

Se detuvo, cinco pasos detrás del hombre arrodillado, escuchando con calma el veredicto de su padre, quién meditaba con su mano en su mentón.

  --Los monstruos --Comenzó a hablar. Su voz era gruesa y rasposa, pero cargada con autoridad-- atacan en todas partes, noble Satder, si te concedo tropas reales --Su voz se endureció, al igual que su mirada--, mi ejército se verá afectado y, si eso pasa --Apretó el puño--, los enemigos ganan ¿Eso deseas, noble Satder de la casa Mallory? ¿Qué las tropas de tu rey sean afectadas? --El hombre arrodillado tragó saliva, negando con la cabeza varias veces, demostrando así su nerviosismo--. Sabía que eres inteligente, ahora levanta y vete, que mi hijo ha llegado. --Sonrió al ver a su retoño.

El hombre asintió con la cabeza, se colocó de pie e hizo una reverencia.

  --Gracias Su Majestad por la audiencia. --Sé preparó a irse, pero fue detenido por las palabras del hombre en el trono.

  --Te daré un consejo gratuito, ya que no me gusta ver sufrir a mis súbditos. Contrata un grupo de aventureros, ellos se encargarán de tu asunto con aquella bestia. --Dijo. El hombre asintió.

  --Gracias por su sabio consejo, Su Majestad --Dio tres pasos hacia atrás inclinando el cuerpo y, en el último se dio media vuelta, retirándose--. Su alteza --Saludó al príncipe, quién ni siquiera sé digno a verle. El hombre, escapando de la mirada del monarca, hizo una mueca de disgusto, maldiciendo en su interior--. (Si fuera un asunto tan simple como contratar a un grupo de aventureros para matar aquella cosa, lo hubiera hecho, viejo imbécil. Cómo me si me gustara ver tu horrible cara) --Su ceño se pronunció aún más.

  --Su Majestad --Dijo Herz, arrodillándose en el acto y abrazando su puño con su mano derecha--. He regresado.

  --Levántate muchacho --El segundo príncipe se colocó de pie con calma y de manera digna-- y dime que fue lo que te sucedio. --Su rostro no podía mentir, estaba muy curioso sobre la captura y ahora milagrosa supervivencia de su tercer hijo y segundo descendiente varón. Herz asintió, ya estaba preparado para esa petición.

  --Hmm --Carraspeó para entonar--. El día diez después de la toma de la ciudad de Lour, la noticia sobre la posible presencia de la general divina, Iridia <La violenta> --Frunció ligeramente el ceño al recordar tan temible y cruel dama, aunque fue un movimiento rápido, que casi pasó desapercibido--, en el pueblo de "Hoja descubierta", llegó ante mi, al principio decidí hacer caso omiso de la nueva información, pero, al conocer la condición en la que se encontraba, mi ánimo y estupidez floreció --Alzó la mirada, mirando a su rey como un hijo que ha decepcionado a su padre--. Di la orden de salida, cabalgando por la noche por las oscuras tierras de Rodur, mi propósito principal era emboscar a su ejército y hacerme con ella, je --Sonrió ligeramente--, que equivocado estaba... Al parecer, mi informante era un subordinado de la casa de Iridia, jugando desde el principio conmigo, joder --Su rostro se endureció--, bebí y lo invite a los mejores burdeles del reino...

  --Recuerda el lugar donde nos encontramos, muchacho. --Aconsejó de manera fuerte, interrumpiendo al príncipe, quién asintió.

  --Me disculpo, padre, dejé que mis emociones salieran por un breve momento. --El rey asintió.

  --Continua y, de preferencia ve directo a lo importante y deja de rodear el tema con tus historias aburridas.

  --Sí, Su Majestad --Asintió--. El camino no fue largo, al acercamos al pueblo, dividí mi compañía en varios grupos, los había entrenado para situaciones similares, por lo que esperaba un resultado beneficioso, sin embargo, había subestimado por completo al estratega enemigo, los primeros en atacar fueron los magos, luego los arqueros y, al final, cuando solo quedábamos unos cuantos de los cincuenta soldados que había comandado, Iridia en persona se presentó, asesinando al resto y dejándome vivir para verlo --Expresó de manera seria, aunque su ceño no había sido notificado, ya que se endureció con furia--. El resto --Su mirada se volvió complicada--, creo que el resto no es importante.

El rey asintió al escuchar el fin de la historia, manteniendo su porte digno y rostro serio.

  --Fuiste ingenuo y estúpido, Herz --Dijo al levantarse--, te mandé a combatir porque tú me lo pediste, deseabas destacar como tú hermano Katran, pero mírate --Frunció el ceño--, fuiste una deshonra, tanto que mis confidentes te creyeron muerto --Su voz se tornó hostil--... ¿Y la piedra? Aquel objeto que me prometiste que encontrarías ¿Dónde está? He muchacho ¿Dónde se encuentra? --Suspiró--, esperé mucho de ti, Herz, todos lo esperamos... pero me volviste a decepcionar. De nada te sirve tu inteligencia y astucia, si para los momentos importantes te vuelves un idiota --Su mirada se volvió aún más agresiva--, no tienes la apariencia, ni la fortaleza de un rey, muchacho, te lo digo ahora porque conozco tus convicciones. Nunca serás el monarca de Atguila --Aquellas palabras le cayeron como agua fría en un helado invierno, pero con todas las verdades de su padre, el joven príncipe no bajó, ni cambió su expresión--. Y lo lamento por tu fallecida madre, pues ella siempre deseó ese título para ti. Lamentablemente, también la decepcionaste a ella, al menos no está aquí con nosotros para verlo.

Herz bajó la mirada, la furia en sus ojos era evidente y, no deseaba que su padre lo mirara, sus brazos temblaron, deseando sangre, mientras sangraba de su labio inferior por la fuerte presión de sus dientes, que intentaban recobrar su compostura tranquila. Era obvio que el último tema que había tocado su padre no era algo que soportara, él mismo era consciente del sufrimiento que había pasado su madre a causa de haber sido la tercera esposa del rey de Atguila, el mismo experimentó sus noches de angustia y dolor, escuchó innumerables ocasiones las súplicas a la Diosa Luna que su vida tuviera un final, uno que llegaría un poco más temprano de lo que él hubiera deseado y, si, tenía razón que su madre deseaba que se convirtiera en rey, pero no para ser el mismo tirano e insufrible canalla como lo era su padre, sino para cambiar el reino, para dar una mejor cara a los Dioses. Por lo que escuchar que su madre estaría decepcionada de él, lo hirió más que las patadas, insultos y heridas que recibió por parte de Iridia en los meses de confinamiento. Ya era un milagro la contención de su ira, de otra persona, su actuar hubiera sido muy distinto, arrancándole la cabeza al rey en el acto, o algo con un final igual de violento. Inhaló y exhaló un par de veces, tratando de tranquilizar su mente.

  --Largo de mi vista. --Dijo el rey, haciendo un movimiento con su mano.

  --Como usted ordene, Su Majestad --Dijo en un tono bajo y serio, inclinó el cuerpo y se dio media vuelta, dirigiéndose a la salida--. (Si tengo la fortaleza o actitud de un monarca, eso no te corresponde decidirlo, viejo engreído). --Pensó con furia, haciendo sutiles gestos con la boca.