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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasy
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261 Chs

Atracción material

Golpeó la dura pared al salir, la ira recorría cada parte de su piel, al igual que la impotencia, sabía que había hecho mal, pero aún tenía oportunidad, aún la tenía y, debía actuar de manera astuta para salir del foso donde se encontraba.

--¡Hermano! --Gritó repentinamente alguien a sus espaldas, por lo que inmediatamente volteó, sintiendo familiar aquel tono de voz.

--Prisilla. --Dijo sorprendido, pero con un gran cariño en su rostro.

La dama sonrió, acercándose de forma tranquila y elegante, seguida por dos damas, quienes cubrían su rostro con un paño blanco semi-transparente.

Era una mujer hermosa, de rostro maduro y gestos infantiles, cuerpo relativamente voluptuoso, de piel morena, ojos cafés, pero de mirada afilada, nariz puntiaguda y pequeña, labios gruesos y tersos, era una obra de arte en piel humana.

--Has regresado. --Sonrió.

--Eso debería decirlo yo --Frunció ligeramente el ceño--, padre me envió hace más de veinte lunas un mensaje sobre tu captura por parte de esos salvajes y, también decía que había la posibilidad de que hubieras muerto --Expresó con dolor--. Yo no quería creerlo, lloré por días y le recé a la Diosa Luna por tu regreso --Sonrió plácidamente--, me concedió mi deseo, hermano mío, ahora puedo verlo... Creo que este año, peregrineré a las *tierras verdes* para agradecérselo. --Herz guardó silencio, amaba a su hermana, o media hermana para ser exactos, la amaba tanto que no dudaría en entregar su vida a cambio de la suya, algo increíblemente impactante por su personalidad desinteresada.

--Te agradezco por tus rezos, hermana mía y, aunque estoy dichoso de verte, pensaba que te encontrabas aún en las tierras de Hundal, concertando la futura alianza entre familias. --Prisilla frunció ligeramente el ceño al recordar sus días en esas tierras áridas y de intensa temperatura.

--Lo estuve --Su tono fue suave, pero envuelto de alto disgusto--. Conocí las tierras de los héroes, que ellos llaman Hadiya, los jardines reales, que ellos llaman Efin y, otros lugares preciosos, pero eso solo fue el primer día, al caer la noche me reuní con el emiar Siavaz, junto con su padre, el han y comandante de las tierras de Hundal, el han Arez Jabad, de la dinastía Hun.

--Puedo notar que aprendiste a hablar como ellos. --Dijo con una sonrisa.

--No te burles de mi, hermano. --Hizo un ligero puchero, un acto tan infantil, pero tan hermoso, que dejó perdido por un momento al segundo príncipe.

--Lo siento, lo siento --Rio Herz, su rostro mostraba alegría, una emoción completamente opuesta a la que poseía minutos antes--, pero dime ¿Por qué te sientes molesta? --Prisilla lo miró, asintiendo luego de un momento.

--Porque me van a emparejar con un completo inútil, un niño que aún no sabe diferenciar entre una espada y un palo y, lo peor, fue su actitud. --Herz frunció el ceño, apretando el puño.

--¿Qué te hizo ese bastardo? ¿Se atrevió a tocarte? --La furia regresó a sus ojos. Prisilla sonrió dulcemente, abrazando con sus manos los puños furiosos de su hermano.

--Es un niño, como he dicho y, un niño cobarde, pretencioso de hazañas que no ha logrado y, arrogante hasta los huesos, más arrogante que tú, hermano Herz. --El segundo príncipe volvió a fruncir el ceño, no le había gustado esa comparación, aunque no había ni un solo ápice de emoción negativa en esos ojos que observaban a su bella hermana.

--¿Ya se lo dijiste a nuestro padre? --Ella negó con la cabeza.

--Aún no, pero aunque se lo diga, nada cambiará, nuestro reino sufre escasez de lo que ellos tienen en demasía y, mi obligación como princesa, es hacer que a mis ciudadanos nada les falte. --Herz negó con la cabeza con ligereza.

--Eres muy noble, hermana mía, otra dama de alta cuna hubiera preferido morir en los brazos del hombre que ama, que cumplir con sus deberes de princesa.

--Agradezco el cumplido, hermano --Sonrió dulcemente--, es cierto --Se volteó hacia sus damas de compañía, susurrando algo en voz baja. La dama de piel blanca asintió, entregándole un pequeño objeto, uno que el joven príncipe no pudo apreciar--. Este es un regalo de mi parte. --Le entregó una florecilla roja, con matices oscuros, enjaulada en una caja de madera negra abierta. Herz se sorprendió al tenerla en sus manos, no solo la pequeña flor desprendía una agradable energía de naturaleza, también su belleza era muy única, sintiendo que nunca había conocido especie tan rara, pero aún con todo lo anterior, su gran aprecio hacia a ella, se debió a quien se la había entregado, su querida hermana.

--Gracias. --Dijo al aceptar. Prisilla asintió con una sonrisa complacida.

--Es una flor de los jardines prohibidos del han, me permitieron tomar una... Hay una historia detrás de tan bella especie --Lo miró, acariciando su mejilla con su cálida mano--, pero te la contaré en otra ocasión, pues debo ir a reportarme con nuestro padre, quién ya me espera en la sala del trono. --Herz asintió, no deseaba ser una molestia para su hermana.

--Sí, por supuesto hermana mía, será en otra ocasión.

Prisilla sonrió, quitó su mano de la mejilla de su hermano y, se retiró, con la compañía de las dos damas, quienes lo observaron por un breve momento. Herz frunció el ceño, pues por un instante notó a una de ellas suspirar.

∆∆∆

Bajó los ojos de los presentes, un joven inspeccionaba una hermosa armadura ligera. Sus ojos pasaban por cada rincón de su superficie, intentando encontrar alguna falla, que aunque no era un experto en el arte de golpear metal, conocía si una armadura poseía buena durabilidad y defensa y, hasta ahora, el atuendo de metal enfrente suyo, había pasado sus estándares.

--Oye, niño, deja de perderte en tus pensamientos y cómprala, o lárgate de aquí. --Dijo un hombre alto, más gordo que musculoso, barba desaliñada, dientes amarillos e incompletos y, con un dibujo de una araña en su calva.

Meriel y Xinia levantaron al instante sus rostros, observando de manera afilada al hombre que se había portado irrespetuoso con su señor. La dama de cabello rojo liberó una pequeña parte de su instinto asesino, sofocando por un breve momento a todos en la tienda, que, aunque no era muy grande, tampoco lo era pequeña.

--No los intimides. --Dijo Gustavo con una sonrisa, pero sin quitar su mirada de la armadura. Meriel asintió, volviendo a su calma anterior.

El hombre alto tragó saliva, carraspeó y miró con horror a la dama, él mismo era un aventurero de dos estrellas, por lo que se sentía poderoso, pero ante aquella extraña energía que rozaba su piel, provocó que deseara correr, escapando por su vida.

--Me gustaría comprar está armadura ¿Se encuentra aquí el encargado de la tienda? --Preguntó con una gran sonrisa, ignorando por completo las miradas aterradas de los presentes.

--Yo soy el encargado. --Dijo una voz apagada y rasposa. Apareciendo del cuarto de arriba y bajando por las escaleras, se encontraba un hombre de estatura media, ojos tranquilos, pero orgullosos, robusto, de brazos muy gruesos, cabello y barba larga, en trenzas ambos, con varias canas floreciendo.

--Me gustaría comprarle está armadura.

El hombre lo miró de pies a cabeza, no sintiendo nada especial proveniente de su cuerpo.

--No es para ti. --Dijo, sin quitarle los ojos de encima. Gustavo frunció el ceño ligeramente.

--Podría decirme la razón.

--Claro, porque no --Sonrió suavemente--. Es porque eres demasiado débil. --Gustavo asintió.

--Parece que esa es la razón.

Las damas casi quisieron golpear al encargado, no por furia, sino por haber sido un completo ignorante, si decía que el joven era débil, no sabían a qué persona podrían concederle el título de fuerte, pues posiblemente no existiría ninguna.

--Pero puedo enseñarte algunas otras piezas que poseo, más adecuadas para tu persona.

Gustavo sonrió levemente, no se sentía menospreciado por las palabras antes dichas del encargado, pues más o menos intuía porque siempre lo trataban como un debilucho, sin embargo, en realidad quería esa armadura, aunque los encantamientos que poseía eran de alto nivel, su interés recaía en su material y fabricación, sintiendo que si no estaba en la cúspide de las mejores armaduras fabricadas, al menos se encontraba en los primeros puestos. Miró al encargado, luego a las personas presentes, respiró profundo y, con un paso sutil apareció ante el dueño de la tienda, quién expresó confusión, sorpresa y un tenue, pero visible temor. Emociones que imitaron los presentes.

--Soy alguien simple, lo sé --Sonrió, mirando a todos los presentes, de verdad no le gustaba ser el centro de atención por cosas minúsculas, sin embargo, la armadura le había encantado, por lo que tal vez la única manera de hacer cambiar de opinión al encargado, era demostrándole que se equivocaba--, pero al menos deme la oportunidad de demostrarle mi valía --Se acercó a su rostro, pero sin hostilidad-- ¿Cuál es la condición que usted tiene para que me la pueda vender?

--Todos --Dijo de inmediato en voz alta-- que no sea el joven --Miró por un breve instante a las dos damas de aspecto tranquilo, pero fiero, sintiendo que las había visto con el rabillo del ojo siguiendo al joven antes de subir a la habitación superior-- y sus compañeras. Les pediré que salgan de mi tienda y, en su siguiente venida, les esperará un gran descuento de mi parte.

La gente frunció el ceño, se sentían disgustados por el repentino pedido del encargado, pero sus palabras sobre los descuentos los tentaron, era bien conocido por la gente que, la tienda "La dulce aventurera", no era un lugar donde personas con poco presupuesto pudieran comprar, por lo que optaron por salir, algunos a regañadientes, otros con una sonrisa.

Al ver la última persona salir, el encargado asintió, respiró profundo, recobrando su compostura.

--¿Cuál es tu nombre? --Preguntó.