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Alejandro no dijo nada pero Roxana podía ver la oscura y ardiente mirada en sus ojos. También tenía algo que admirar mientras él caminaba la distancia, mojado y solo envuelto en una toalla. Sus ojos estaban enfocados en ella, recogiéndola de arriba a abajo y deteniéndose un poco más en ciertos lugares, como sus labios, su cuello y su pecho.
—Sabía que serías un problema hoy —dijo, retirándole el cabello del hombro mientras pasaba junto a ella. Se vino desde atrás y sus labios danzaron a lo largo de su hombro y subieron a su cuello mientras el dorso de su mano acariciaba bajando por su columna.
Roxana tembló. Sus manos comenzaron a mapear su cuerpo, lentamente, deliciosamente, como si la esculpiera por el camino. Se aproximó para besarla pero se detuvo. Giró la cabeza como si escuchara un sonido.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Creo que los padres están disfrutando de un tiempo juntos. ¿Qué hicieron ustedes, chicas?
Roxana sonrió y se encogió de hombros.
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