webnovel

Capítulo 52: El Precio de la Eternidad

Año 428 a.C., Atenas.

La guerra seguía desgarrando la península, y las noticias de derrotas y victorias llegaban a Atenas con cada nuevo amanecer. La ciudad, aunque aún mantenía una fachada de fortaleza y prosperidad, estaba plagada por la desesperación que se filtraba por sus muros y se arrastraba por sus calles. Las familias lloraban a los perdidos, y los que quedaban luchaban por sobrevivir en un mundo que se estaba desmoronando a su alrededor.

En su mansión, Adrian observaba los hilos de la sociedad desenredarse con una indiferencia calculada. Elara, su sirvienta adquirida, se movía por su hogar con una mezcla de resignación y determinación. Aunque su vida estaba ahora irrevocablemente ligada a este ser de la oscuridad, cada día que pasaba era un día más que su familia vivía en relativa seguridad y confort.

Las noches eran un asunto diferente. En la oscuridad de su cámara, Elara se sometía a los deseos de Adrian, su voluntad suprimida por el recuerdo constante del pacto que había hecho. Adrian, por su parte, tomaba lo que quería sin remordimientos ni vacilación, su humanidad hace mucho tiempo erosionada por los siglos de existencia inmortal.

Una noche, mientras Adrian se alimentaba de Elara, algo en su expresión llamó su atención. Aunque siempre había sido sumisa, había una nueva luz en sus ojos, un brillo que no había estado allí antes. Era un pequeño vestigio de rebelión, un susurro de desafío que, aunque silenciado, no podía ser completamente sofocado.

Adrian, alzando la vista, estudió a la mujer que tenía delante. "¿Por qué persistes?", preguntó, su voz un murmullo bajo y peligroso.

Elara, su cuerpo tembloroso pero sus ojos firmemente fijos en los de él, respondió: "Porque cada día que persisto, es un día más que mi familia sobrevive. Cada noche que me someto a ti, es una noche en la que ellos duermen con los estómagos llenos y los corazones aliviados. Puedes tomar mi cuerpo, Adrian, pero mi espíritu permanecerá inquebrantable".

Adrian, sorprendido por su audacia, se retiró, observándola con una nueva apreciación. No había cariño ni afecto en su mirada, pero había un reconocimiento tácito de su fortaleza.

Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. La guerra del Peloponeso se desataba en el exterior, pero en la mansión de Adrian, una batalla diferente se estaba librando. Una batalla de voluntades, donde la resistencia silenciosa de una mujer se encontraba con la inmutable eternidad de un vampiro.

En la ciudad, la familia de Elara vivía en ignorancia de su sacrificio, cada entrega de recursos un recordatorio de su ausencia y un misterio sin resolver. La madre de Elara, aunque agradecida por la seguridad que la ayuda proporcionaba, no podía evitar que su mente vagara hacia la hija que había perdido, preguntándose si las sombras que se cernían sobre su familia alguna vez se disiparían.