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Capítulo 17: Dulce Venganza

El nudo en mi garganta se volvió más apretado, me asfixiaba.

—No, nada de lo que haga el imbécil de Joe puede lastimarme —refuté.

—No te creo —rebatió Donovan—. Estás herida, y apuesto a que esto tiene que ver con Deborah y Joe. Vi a esa mujer en la fiesta. Él se quedó allí por ella.

Mascullé una maldición y tomé otro sorbo del líquido rosa.

—Ellos no estuvieron juntos —afirmé con seguridad.

—¡Cómo eres de ingenua! —Donovan atrapó mi mano con la suya—. ¿Eso fue lo que te dijo? Te juró que no estuvo con ella, que te amaba y todo el protocolo. No seas tonta, Angelique.

Cada una de sus palabras era como el filo de una navaja. Me hacía daño. Porque en el fondo quería confiar en Joe, pero Donovan tiraba mis esperanzas a la basura. Mis ganas de llorar se multiplicaron.

—Donovan, por favor, no quiero hablar de Joseph.

—Ni yo —estuvo de acuerdo—. Quiero hablar de ti. Él te hará daño.

Guardé silencio, meditando sobre lo que acababa de decir.

—Por favor, cállate, no quiero oír más —le supliqué antes de beber de un sorbo lo último que quedaba de mi néctar de cereza.

—Tengo razón, por eso te duele —Él llenó mi vaso con más líquido—. Sólo quiero saber una cosa, ¿de verdad amas a ese patán mentiroso?

Separé los labios para contestarle, pero me retracté en el mismo segundo, temiendo que mi voz sonara quebradiza y endeble. En cambio, asentí con la cabeza mientras vaciaba mi segundo vaso de esa bebida dulce.

—Siempre supe que ese imbécil te lastimaría —aseveró, sirviéndome otro trago con hielo—. Quizás no te haga llorar ahora, pero a largo plazo te causará mucho daño. Joe no es un hombre de una sola mujer, Angelique. Es un mujeriego irresponsable, nunca te hará realmente feliz. Lo único que quiere de ti es sexo. No te ama, a diferencia de mí.

Por un momento me sentí mareada. Mi sangre parecía calentarse al tiempo que me tambaleaba ligeramente sobre la silla. Un súbito dolor de cabeza me invadió mientras ese líquido frío y dulce descendía por mi garganta.

—Eres tan ciega, ¿qué será lo que habrás visto en ese tipo?

Me pareció que Donovan estaba llegando demasiado lejos con sus palabras.

—¿Por qué me hablas de ese modo? —lo increpé.

Él me dirigió una mirada acusatoria antes de responder.

—Lo siento, pero quiero abrirte los ojos, quiero protegerte —exclamó, vertiendo más del líquido rosado en mi vaso, a pesar de que aún no lo había terminado.

Con cierta sensación de vértigo, me recosté contra su pecho. Una ola de náuseas amenazaba con atrapar mi garganta.

—Donovan, esto… —balbuceé, contemplando el trago que tenía delante—. ¿Qué es lo que me diste?

Sonrió perversamente.

—Prometí que te emborracharía para que fueras mía. Y fue más fácil de lo qué pensé.

De improviso, sujetó mi rostro con brusquedad, de forma casi violenta. Demasiado débil para apartarme, cerré los párpados. Y él depositó un tórrido beso en mis labios. Permanecí inmóvil, sintiendo que su lengua forzaba mis labios a abrirse. Al darse cuenta de que no respondía a su beso, movió sus labios hacia el costado de mi cuello.

Exaltada, abrí los ojos y me separé de su cuerpo.

Me puse de pie. Aún no estaba lo suficientemente ebria como para pensar de manera incoherente. Mientras me daba la vuelta para marcharme, me congelé, dejando caer el vaso de vidrio, el cual resbaló de mi mano y produjo un estridente ruido al impactar contra el suelo empedrado.

Joe estaba descansando contra una pared, observándome con los brazos cruzados.

Tragué saliva.

¡Mierda! ¿Qué ha visto?

El vampiro me sonrió cariñosamente antes de comenzar a caminar hacia el interior de la casa. Lo seguí cautelosamente.

—¿Joe?

Se detuvo para mirarme a los ojos con una expresión de pesar. Su cabello estaba húmedo y tenía aroma a jabón.

—Sé que te prometí que hablaríamos, pero estoy cansado. ¿Podemos postergarlo? —dijo con un dejo de tristeza en la voz y una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos—. Estaré en mi habitación.

Confundida, acepté un dulce beso suyo. Casi temblando, apoyé mi peso en Joe, deseando besarlo plenamente, con arrebato, pero se apartó y se alejó por el pasillo.

***

Desde la tarde anterior, después de que Donovan hubiera intentado emborracharme, no había vuelto a ver a Joe. Al parecer, había abandonado la mansión sin decirle a nadie.

—¿Saldremos esta noche? —cuestioné, sentada en el sofá junto a los demás.

—No sin Joe —se apresuró a contestar Adolph.

Donovan, mirando fijamente el televisor, dejó escapar un resoplido irónico.

—No sé ustedes, pero yo me largo.

Se levantó, atravesó la sala, tomó su abrigo y fue directo hacia la puerta.

Ahora que todos sabían lo que hacía cada noche, podía dejar de ocultar sus escapadas.

Cuando Donovan abrió la puerta, para sorpresa de todos, encontró a Joseph de pie del lado de afuera. Éste inclinó la cabeza a un lado antes de dedicarle una sonrisa desafiante al Succubus.

—Mi más preciado amigo —lo saludó Joe cínicamente.

De inmediato, dio un paso adelante y se dejó caer en los brazos de Donovan, dándole un apretado abrazo.

—Suéltame, imbécil —gruñó su oponente antes de empujarlo.

—¿Qué pasa? —dijo Joe de forma burlona—. ¿No habíamos acordado ser amigos?

En un abrir y cerrar de ojos, Joe le devolvió el empujón, obligándolo a entrar a la casa. Soltó una amarga risotada mientras daba amenazadores pasos hacia adelante. Inesperadamente, le propinó un puñetazo en la cara.

Desde el suelo, Donovan escupió sangre. Y, enfurecido, se levantó para abalanzarse sobre Joseph.

Estupefacta, cerré los ojos. Solamente escuchaba los golpes y maldiciones que lanzaban.

Sin vacilar, Alan y Adolph se apresuraron para detener la pelea. Sujetaron a los dos combatientes que arremetían con patadas al aire, intentando hacerse daño.

—Infeliz —vociferó Donovan con la respiración agitada. Sus colmillos sobresalían inevitablemente.

—Te quiero, compañero —se burló Joe con una carcajada mientras Alan lo mantenía sujeto desde atrás—. Bastardo.

—¿Desde cuándo has estado bebiendo, Joe? —gritó Nina, alarmada.

Sin responderle, el vampiro continuó provocando a Donovan mientras forcejeaba para liberarse de Alan.

—Joe, ¿puedes calmarte y decirnos dónde has estado? —gruñó Adolph.

—Por supuesto, estoy calmado —permaneció inmóvil, con una sonrisa, pretendiendo mantener la compostura para que lo soltaran. Una vez libre, se acercó lentamente a mí y me miró con avidez—. Pregúntame dónde he estado, Angelique.

Lo miré asustada. Un temblor me recorrió la espalda.

—¡Hazlo! —gritó, provocando que me sobresaltara.

—¿Dónde estuviste, Joe? —inquirí en un murmullo.

Él se rió con satisfacción.

—Estuve con ella, estuve con Deborah —admitió sin vergüenza—. La llevé a la cama, al igual que la noche de la fiesta. Te he mentido, te he engañado, tonta.

En ese momento me estaba costando horrores contener las lágrimas.

Era prácticamente imposible describir lo que sentía en ese instante. Me dolía el pecho y me encontraba repentinamente indefensa, sola, abatida. Descubrí mis manos temblando cuando las entrelacé en mi cabellera.

¿Qué podía decir en mi defensa? Él me había engañado y humillado delante de todos. Donovan se regocijaría de placer al decirme: "Te lo dije".

Me quedé en silencio, obligándome a no llorar. Un segundo después, me levanté del sofá para huir de allí. Di zacancas torpes y apresuradas hasta casi estar corriendo.

Sentí que Joe venía detrás de mí.

—Ten cuidado con ella, Joseph —escuché la advertencia de Adolph a mis espaldas.

Atravesé el pasillo a toda velocidad antes de entrar en mi habitación. No obstante, en el momento en el que quise cerrar la puerta, Joe irrumpió dentro a la fuerza.

—¡Fuera! ¡Vete de aquí! —le grité, perturbada.

Su sola presencia me hacía estremecer. Me miró a los ojos con intensidad y adoptó una mirada gélida y severa que me dejó sin aliento.

Lentamente, me arrinconó entre las penumbras. Estaba tan cerca de mí que podía percibir su aliento a whisky. Su peligrosa mirada me perforaba. La forma en la que sus ojos me quemaban, doblegaba mi delirante sentido común.

Con brusquedad, me sujetó los brazos. El roce de su piel me hizo tensarme mientras aproximaba su rostro al mío.

¿Por qué nunca podía dejar de ser tan atractivo? ¿Por qué me sometía a su voluntad de esa manera con sólo tocarme?

Cuando inhalé su aroma, confirmé que no había mentido; había estado con esa mujer. Su cuerpo seguía impregnado de su perfume. Adicionalmente, había manchas de labial en el cuello de su camisa.

—Mírame —su tono sonaba más como una súplica.

—No me toques, miserable infeliz —dije con la voz quebrada y lágrimas picando en mis ojos, apunto de caer sobre mis pómulos—. Eres un maldito, Joseph. ¡Te odio tanto!

Maldita fuera la atracción que despertaba en mí ese hombre. Mi cuerpo imploraba que me abrazara y me besara con pasión. Me sentía vulnerable ante su presencia. Contuve la respiración.

—Bésame, sé que quieres —me ordenó, aspirando el olor de mi cuello.

Mi piel se erizó.

—¡Lárgate!

Lo empujé y comencé a golpearlo en el pecho con mis manos hechas puños.

—Por favor, Angelique, deja de querer parecer herida —murmuró con enfado.

—¿Crees que estoy herida? —contraataqué—. Te dije que no me importa lo que hagas con otras mujeres.

Continué vapuleando inútilmente su bien formado y duro torso.

—¿Ah, no? —gruñó él—. Entonces no te importará saber lo buena que es ella en la cama, lo mucho que sabe tocarme y lo ardiente que es cuando me besa.

Sin poder resistirlo más, empecé a sollozar descontroladamente. De pronto, reuní toda mi fuerza y le propiné una dolorosa bofetada al condenado vampiro. Él apretó los dientes, giró la cara y se llevó la mano a la mejilla.

—¡Te odio, eres un desgraciado, una basura! —le reclamé entre llanto mientras seguía agrediéndolo físicamente.

Llena de furia, comencé a lanzarle todo lo que encontré cerca: almohadones, zapatos e incluso una lámpara. Él esquivaba mis ataques con facilidad, también iracundo.

—¡Cálmate! —Me sujetó nuevamente de los brazos y me arrojó a la cama.

—¿Vas a golpearme? —pregunté.

—No, no golpeo a las mujeres —se arrodilló en la cama y me sujetó el rostro fuertemente con una mano. En silencio, me escuchó llorar—. ¿Sabes qué es lo que más me duele? Tener que besarte sabiendo que ese repugnante cerdo ha estado en tus labios.

—¿Qué? —balbuceé, sintiendo cómo los dedos de Joe apretaban mis mejillas.

—¿Qué pasa? ¿Te harás la desentendida ahora? —Frunció el ceño—. ¿Cuántas veces te has acostado con él desde que estás conmigo?

Sentí un nudo en el estómago.

—¿Estás hablando de Donovan?

—A menos que haya otro, sí —me contestó, sosteniendo mi cara con más firmeza para obligarme a observarlo—. Y no intentes mentir, los vi besarse.

La venganza, tan dulce como justa, se sentía como miel en mis labios. Él me había engañado primero. Nuestra relación se había basado en una red de mentiras. Sucio, vil engaño. Que se hubiese atrevido a estar con otra persona, significaba que sus palabras de amor hacia mí eran un fraude. Me había mentido, manipulado mis sentimientos, y me había hecho creer que me quería. Todo había sido una farsa, una burla. Se merecía lo peor, una cucharada de su propia medicina.

—¿Qué importa cuántas veces hemos tenido sexo o nos besamos a tus espaldas? —lágrimas salían de mis ojos a chorros, mi voz se quebraba cuando hablaba—. Ahora veo que siempre estuve equivocada acerca de ti. Felicidades, lograste engañarme. Conseguiste lo que querías de mí, caí en tu artimaña y me creí, como una ingenua, que me amabas, que eras sincero. Te desenvolviste perfectamente.

Yo, que siempre había luchado tanto por ser fuerte y ocultar mis lágrimas al mundo, me encontraba llorando debido a un miserable chupasangre. Lo que más me avergonzaba era precisamente eso: mostrarme vulnerable y herida frente a él.

Lo peor de todo era que su cercanía seguía inquietándome. Era como si un centenar de llamas besaran mi cuerpo, encendiendo mi interior. Un simple contacto podía hacerme alcanzar el cielo. Era el único hombre que tenía ese poder sobre mí.

—¡Estuviste revolcándote con él! ¡Deja de fingir, Angelique! —respondió alterado.

—Y es mucho mejor que tú —solté.

Sus ojos se volvieron salvajes e indómitos.

—No lo es. Y lo sabes —susurró contra mi piel al tiempo que su mirada se oscurecía.

Me apretó contra su torso con tanta fuerza que a duras penas me dejaba respirar. Mi estómago dio un vuelco tan pronto como mis pechos tocaron el suyo. Mi corazón se aceleró notablemente.

De pronto, acercó mi rostro al suyo y presionó sus labios sobre los míos. Me besó de manera impúdica, salvaje. Su lengua penetró en mi boca con furia al tiempo que inexplicables oleadas de placer se amontonaban en mi vientre. Un temblor involuntario me recorrió la espalda.

Después de terminar completamente debilitada debido a su ardiente beso, me alejé para no volver a caer en la tentación de sus labios.

—No hagas esto —le supliqué.

—Él no puede ser mejor que yo —replicó con arrogancia—. ¿Acaso Donovan te hace perder la cordura como yo lo hago? ¿O vas a decirme que puedes resistirte a mí si te vuelvo a besar, o te muerdo, o mejor aún, te despojo de tu ropa?

Tenía razón, mi sensatez se desvanecía cuando me tocaba. Simplemente no era capaz de apartarlo o despreciarlo. Lo amaba demasiado.

—Déjame en paz, Joe. Actúas como un idiota inmaduro —dije, limpiando mis lágrimas con el dorso de mis manos.

Cuando las puntas de sus dedos removieron las gotas saladas sobre mis pómulos, un escalofrío erizó mi piel. Lo escuché jadear mientras se recostaba sobre mí, encarcelándome entre su cuerpo y el colchón. Apoyó sus manos a cada lado de mi cuerpo, estirando sus brazos para no aplastarme con todo su peso.

Arqueé la espalda al sentir que acariciaba mi columna, introduciendo las manos por dentro de mi camiseta. Sin fuerza de voluntad, largué un gemido. Un segundo más tarde, su lengua lamió mi cuello.

—Por favor, no sigas —le rogué con la voz rota y aguda.

¡Por Dios!

¿Cuándo me había enamorado de tal manera?

Ni siquiera era capaz de detenerlo. Por el contrario, estaba presa de placer. Lo deseaba. Necesitaba quitarle la ropa, morder su apetitoso cuello.

Sin embargo, si seguíamos jugando a los amantes, iba a terminar lastimada. Lamentablemente, había desarrollado sentimientos muy profundos por él. Por ese motivo, no podía seguir soportando que me utilizara mientras se veía con otras mujeres.

Nunca, jamás pensé que podría enamorarme. Sencillamente no creía en el amor, era escéptica. O tal vez amar no era algo propio de mí. A lo largo de mi vida, había tenido muchos novios, pero nunca experimenté más que una simple atracción física hacia esos chicos.

¿Y ahora, el único hombre que logró robarse mi corazón completamente, me haría sufrir? ¿Yo aprobaría tal cosa?

No, esta vez no podía permitirme entrar en su juego.

Oír la respiración agitada de Joe me excitaba. Jadeé mientras él mordía los tirantes de mi blusa hasta arrancarlos con sus colmillos. Cuando comenzó a suministrarme besos en los pechos, mi ropa interior se humedeció aún más.

—Detente. —Mis sollozos se mezclaban con mis propios gemidos.

Él saboreó las lágrimas que rodaban sobre mi clavícula antes de detenerse debido a mis demandas.

Se puso de rodillas, con las piernas aún entrelazadas con las mías, y contempló pacientemente cada parte de mi cuerpo mientras yo luchaba por disipar el llanto. Adoptó una mirada contrariada, casi como si estuviera herido.

—Me voy. No me gusta verte llorar —admitió con aparente frialdad al tiempo que negaba lentamente con su cabeza de forma desaprobatoria—. No entiendo por qué me hiciste esto.

¿Qué fue lo que le hice?

Joseph salió de mi dormitorio, dando un portazo al marcharse.

A solas, me dejé caer en la cama y cubrí mi rostro con una almohada para ahogar los sollozos. ¡Qué fácil me resultaba llorar ahora que no había nadie que pudiera verme!

Durante la noche, tuve pesadillas incoherentes, y aquel sueño de Joe mordiendo una manzana se repitió en mi cabeza una y otra vez.

Al despertar a la mañana siguiente, mi rostro estaba hinchado y con manchas oscuras bajo mis ojos. Para ser un vampiro, tenía un aspecto horrible por haber llorado tanto.

Escuché que llamaban a mi puerta y, descalza, me dirigí a abrirla. En el pasillo, encontré a Alan y Nina.

—Buenos días, bella durmiente —saludó Alan con una sonrisa—. Queríamos saber cómo estabas.

Pasé una mano por mi cabello enmarañado, que seguramente estaba hecho un desastre.

—Estoy... —titubeé—, bien.

—Supimos que tuviste una discusión con Joe anoche y estábamos preocupados por ti —interrumpió Nina—. Él estaba mal, devastado. Se bebió todo el licor del almacén y se marchó con el coche en medio de la madrugada. Fue una noche dura tratando de tranquilizar a ese chico borracho después de que salió de tu habitación. Luego intentó darle una golpiza a Donovan y arrojó cosas por todas partes mientras gritaba maldiciones.

—¿Por qué ha hecho tal cosa? —balbuceé, recordando las escenas de esa noche.

—Porque te ama y asegura que lo has traicionado —me contestó Alan.

Negué con la cabeza.

—Eso no es cierto, no me ama.

Alan abrió los brazos y me envolvió con ellos. Sabía que necesitaba consuelo.

—Créeme, realmente te ama.

Continué sacudiendo la cabeza, totalmente convencida de que ese sexy vampiro no sentía nada por mí. ¿Cómo pude creerme esa gran mentira?

—Sí —afirmó de nuevo Alan—. Está muy enamorado de ti.

A pesar de que Alan podía leer mentes, no le creí en absoluto. No era como si no pudiera mentir.

—Es cierto, anoche se veía tremendamente herido —intervino Nina—. Estamos un poco preocupados porque no sabemos en dónde está. Además, Adolph está de mal humor porque se llevó el auto estando extremadamente ebrio.

—Gracias por preocuparse, chicos, pero estoy bien —aclaré de forma calmada antes de estirar mi mano para mover un mechón de cabello detrás de la oreja de Nina—. Mejor dime, ¿cómo estás tú? No hemos tenido la oportunidad de hablar sobre cómo te sientes después de…

—No —me cortó ella, entendiendo inmediatamente a qué me refería—. No quiero recordarlo, Angelique. Todo lo que debes saber es que también estoy bien. Y me reconforta saber que el infeliz de Bartholomeo está en el infierno.

—¿Por qué no vas a la cocina a tomar un té o un poco de sangre? —me ofreció Alan—. Te hará sentir mejor.

***

Mientras bebía sangre de mi copa, sentada a solas en la barra de la cocina, Donovan se acercó desde mi espalda. Ya veía venir su reprimenda acerca de Joe.

—¿Cómo te encuentras? —resonó su voz.

Engullí otro trago al tiempo que meditaba mi respuesta. En mi corazón rondaba una amarga soledad.

—¿Por qué todos preguntan lo mismo?

—Lo siento, sólo me preocupo por ti.

Puse los ojos en blanco, reclinándome sobre la mesa.

—¿Creían que iba a suicidarme o algo parecido?

Donovan se aproximó alarmantemente hacia mí.

—No sé tú, pero tu príncipe azul estaba hundiéndose en la marea —el Succubus sonrió antes de agarrar mi mano cautelosamente—. Es un idiota.

—Al menos coincidimos en algo, es un completo idiota —mascullé—. Adelante, ¿por qué no me dices "Te lo dije"? Anda, lo estoy esperando.

—¿Me crees tan cruel? Soy tu amigo, estoy aquí para que llores en mi hombro cuando quieras, no para decirte mil veces lo mucho que te advertí que ese chico es un canalla.

Él se situó delante de mí, prácticamente acorralándome. Giré el rostro para evitarlo antes de advertirle con severidad:

—Aléjate.

—Vamos, linda. —Sujetó mi barbilla, forzándome a regresar la mirada a sus ojos—. Sabes que, a diferencia de ese cretino, yo nunca te haría daño.

Largué un resoplido.

—¿El mismo que me confesó que estaba dándome alcohol sin mi conocimiento para emborracharme y llevarme a la cama? ¡Lo siento si no puedo confiar en ti!

Acercando sus labios a los míos, me aprisionó contra la mesa, desplegó sus colmillos y me observó detenidamente, hambriento.

—Confía en mí —musitó de forma perversa mientras acariciaba mi cabello—. Nada más quiero amarte. Mírame a los ojos, te quiero.

Al capturar su mirada, me percaté de que había algo hipnotizante en sus ojos. De repente, me sentí dispuesta a hacer lo que quisiera. Cerré los ojos con fuerza, notando cómo me aplastaba entre la barra de la cocina y su torso.

—¡Hey! —protesté—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—¡Qué suerte que tiene Blade! Ese bastardo no te merece. Es muy injusto que una mujer tan hermosa como tú esté enamorada de un perro faldero como Joseph —Donovan mordisqueó mi cuello antes de continuar—: Escúchame bien, Angelique. Para mí eres una mujer, para Blade siempre serás una chiquilla, una niña.

Inesperadamente, sujetó mis muñecas y comenzó a besar mis pechos a través de mi ropa. Le grité que me soltara, pero ignoró por completo mis quejas. Empecé a forcejear, exigiéndole que me dejara en paz.

Todo se salió de control cuando comenzó a tocar mis piernas. Luché con todas mis fuerzas para liberarme de sus manos.

—¡Aléjate de mí, suéltame! —vociferé.

Mis dientes ardieron y mis músculos se tensaron por el enfurecimiento que me invadía.

Donovan era tan fuerte como Joe, y no me quedó más opción que utilizar mis colmillos. Ataqué directamente su hombro, mordiéndolo con mucha, mucha fuerza. Finalmente, accedió a soltarme y se dejó caer lentamente al suelo, jadeando y sangrando, mientras comprobaba su herida.

—Al fin… he… he conseguido que me muerdas —dijo con la respiración entrecortada, desde el suelo. Se sentó contra la pared—. No... no ha sido… como yo quería, pero… ¡Ah! ¡Sí que me proporciona placer!

Escupí su sangre de mi boca y limpié los restos en mis labios con el cuello de mi camisa.

—Me he decepcionado tanto de ti... Pensé que eras diferente, ¡pero resulta que eres igual a todos los demás! ¡Incluso peor!

Me alejé, alterada.

Él me siguió con la mirada.

—Apuesto a que me estás comparando con ese imbécil, que probablemente está llorando en algún rincón porque me besaste —hizo una pausa desdeñosa—. Bueno, técnicamente fui yo quien te besó, pero eso es algo que nadie tiene que saber... Lo que de verdad no entiendo es por qué se cabrea. ¿Acaso no me engañaste antes a mí? Soy yo el que debería estar furioso.

¡Así que soy la villana de la historia! La que engañó y traicionó a todos…

Aquello era una completa injusticia.

Ahora lo veía todo más claro, a Donovan se le había caído la máscara. No era el mismo chico guapo, amable, considerado y tierno que siempre creí que era. Su hostilidad me estaba hastiando.

—¿Qué fue lo que te pasó? ¿En qué te has convertido, Donovan?

—Nada me sucedió, simplemente me cansé. Estoy harto de ti y de tus juegos. Nadie nunca me ha rechazado, pero tú… Tú has llegado y me has desplazado como si fuera un juguete viejo. No voy a fingir más, me cansé de adularte, de tener que decirte que te amo y de hacerme el romántico contigo. Es simple, me harté de comportarme como un caballero para conseguir tan poco de ti —sonrió de manera pérfida—. Lamento si no te gusta que te obliguen a hacer las cosas utilizando la fuerza, o a base de engaños. Si te soy sincero, me pareces una mujer cualquiera, sólo que más ardiente. Sin embargo, estoy muy encaprichado contigo y me propuse hacerte mía como sea. Porque todo lo que he deseado ha sido mío. No serás la excepción.

Salí de la cocina precipitadamente, absolutamente sobrecogida e igual de desalentada que antes.

Mientras corría para refugiarme en mi dormitorio, tropecé con Alan, quien me sujetó con firmeza para evitar que perdiera el equilibrio. Su agarre fue mucho más fuerte de lo que jamás había experimentado, su fuerza de Zephyr se hacía evidente mientras me sostenía sin tambalearse ni despegar los pies del suelo ni un sólo milímetro. Era más poderoso que cualquier otro vampiro que hubiera conocido. Podía sentir que se esforzaba para no lastimarme ni quebrarme los huesos.

—¿A dónde vas tan apresurada? —fingió desconocer la respuesta—. Escucha, saldré a buscar a Joe con Nina y Adolph, ¿quieres venir con nosotros?

—No —farfullé con un nudo en la garganta, pero luego recordé mi deseo de no quedarme a solas con Donovan. Las palabras del Succubus volvieron a mi mente—. Bien, yo... quizás…

—Espera un momento —dijo Alan con una mirada de sospecha—. ¿Donovan intentó sobrepasarse contigo?

—No se vayan, por favor, no quiero quedarme sola con él, y tampoco quiero ir en busca de Joe. No quiero verlo más, no quiero tener que enfrentarlo y que piense que lo estuve buscando.

Alan asintió ligeramente con la cabeza.

—Tengo que hablarte sobre un par de cosas. Ven conmigo —me dijo antes de tirar de mi brazo y conducirme a la habitación más cercana—. Siéntate.

Me arrellané en un sillón que estaba delante de la cama. Comprendí que estábamos en su dormitorio debido a que su ropa y la de Nina estaban por todas partes.

Suspiré.

—¿También vas a darme un sermón?

Se sentó sobre su cama, frente a mí.

—Llámalo como quieras, pero tienes que saber la verdad. Me harás romper todos mis códigos sobre no mencionar lo que veo en la mente de los demás. De todas formas, siento que ahora es necesario y verdaderamente me has demostrado que puedo confiar en ti.

—Te escucho.

—Con respecto a Joe… —comenzó.

Genial, pensé irónicamente. ¿Por qué todos insistían en hablar de Joe?

—Él no te ha engañado —continuó antes de que pudiera refunfuñar—. No se acostó con Deborah. Mintió para herirte porque te vio besándote con Donovan. En la fiesta, nada ocurrió entre Joe y Deborah, ni después. Tú y ese chico son obstinados y tercos. Probablemente ahora Joe esté buscando consuelo en esa mujer. Y en cuanto a Donovan, ten cuidado. No debes confiar en él. En su vida humana era un poco como… como tú eras en tu vida humana, pero mucho peor. Es un muchacho caprichoso, está acostumbrado a conseguir lo que quiere cuando lo quiere. Nunca fue un buen tipo. Pensé que podría cambiar, mas todo lo que ha hecho es ir por el camino incorrecto. Es egoísta y quiere independencia. Por lo tanto, se la daremos. Su estadía con nosotros pende de un hilo. Si te hace daño, lo echaremos de aquí.

—Ese asunto de su condición de Succubus se está saliendo de control —continuó explicándome—. Cada noche se reúne con los vampiros equivocados, que le ofrecen poder a cambio de hacer cualquier cosa que le pidan. Por eso necesita salir a medianoche sin nosotros. Se está volviendo adicto a ese poder, lo que podría sacar a relucir su malevolencia aún más. Cada vez que hace lo que debe con esas mujeres en sus habitaciones, recibe a cambio más poder o habilidades —hizo una pausa mientras las comisuras de sus labios se elevaban levemente—. Alan Black conoce cada oscuro secreto de esta pandilla de mugrosos vampiros, pequeña.

Atónita, tragué saliva.

Joseph Blade. Necesitaba conocer su pasado, y éste era el momento perfecto para preguntar.

Mi corazón se paralizó de pronto cuando escuché el estruendo del viejo Chevy siendo aparcado fuera. Joe había regresado a casa.

Alan se levantó y me hizo un saludo militar antes de abandonar la habitación. Lo seguí a hurtadillas hasta el final del pasillo y me oculté entre las sombras para observar sin ser vista la escena que se desarrollaba en la sala principal. Mi pecho se apretó al advertir lo hermoso que era Joe, inclusive cuando no se había afeitado, llevaba la ropa a medio abrochar y su cabello estaba despeinado. Lucía abatido. Por alguna razón, sus mejillas y sus labios estaban sonrosados de manera hermosa y sensual. Se tumbó en el sofá y cubrió sus ojos con uno de sus brazos.

Nina y Adolph estaban con él.

—Joe, has estado bebiendo durante varios días. ¿Quieres morir? —lo increpó Nina.

—No seas dramática, Nina —murmuró él, todavía ebrio—. Solo he tomado un par de copas.

La chica cruzó los brazos sobre el pecho al tiempo que Alan tomaba asiento cerca de ambos.

—¿Estás bien, Joe? —departió Adolph—. ¿Necesitas algo?

—Estoy muy bien. Sólo necesito que ella me abrace —lo escuché responder con martirio atragantado en la voz, sus palabras eran difíciles de entender.

Me dejé caer de rodillas en el suelo, consciente de que todos esos vampiros habrían percibido incluso el más mínimo ruido que hice al caer. Creí desfallecer mientras mis ojos se llenaban de lágrimas. Sentí que me desmoronaba. Era doloroso escucharlo hablar de ella de esa manera, como si necesitara su abrazo para respirar, para seguir viviendo. Me lastimó oír aquello de sus perfectos labios, cuando yo estaba allí, muriéndome por arrojarme a sus brazos y rogando por un beso suyo.

Comencé a sollozar en silencio y apreté los puños. Mientras más se cerraba mi garganta, más me faltaba el aliento.

—Voy por una copa —anunció Joe, poniéndose de pie.

—Olvídalo, amigo —Adolph se situó delante de él—. No permitiré que sigas bebiendo.

Joe soltó una carcajada desdeñosa.

—¡Qué gracioso! —se burló con un bufido irónico—. Necesito al menos un poco de whisky —apartó a Adolph de su camino—. No me dirás qué hacer.

—Adelante, hemos vaciado el almacén, no encontrarás nada —habló Alan tranquilamente.

—Maldita sea —soltó Joe con frustración. Por un momento hizo silencio mientras yo me moría de furia—. ¿Dónde está Angelique?

Un millar de emociones me atravesaron al escucharlo decir mi nombre. Era como si un hormigueo ascendiera por mi cuerpo lenta y tortuosamente.

¡Por Dios! Había preguntado por mí.