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CAP 1: El Sol y la Luna

En el Reino de Castellio, se erigía imponente, un magnifico castillo de piedra maciza negra, que se erguía con esplendor sobre una colina pronunciada, la cual brindaba una vista hermosa bajo la luz de la luna y las estrellas. La oscuridad de la noche enfatizaba de manera más clara, una ventana que se encontraba brillando con una luz tenue. Era la ventana de la habitación del Príncipe menor.

—No quiero ir a dormir Rosa, es temprano aun—rogaba el pequeño príncipe a su cuidadora.

—Claro que no mi Príncipe, mire por la ventana. La noche se apodero del reino hace más de cinco horas. —contestó la doncella con dulzura.

El pequeño niño resopló con irritación, haciendo que su mechón de cabello naranja se moviera.

—Está bien—admitió el niño con un tono de derrota—pero antes ¡¿Me contarías una historia?! —rogó el chico con una mirada de súplica que enterneció a su niñera.

Rosa observó los dulces ojos azules del Príncipe, y supo que no tendría las fuerzas para negarse. La hermosa chica rubia suspiro. Barrio la imponente habitación real del Príncipe con sus hermosos ojos verdes, y su vista se detuvo, en una enorme pila de libros viejos y gruesos que formaban dos amplias columnas, y que se encontraban en un rincón.

—Veo que ha estado leyendo mucho, Joven Príncipe.

—No tengo nada más que hacer—respondió el chico con un tono melancólico.

La doncella le dedicó una mirada de ternura. El Rey era un hombre bastante ocupado, por lo que rara vez tenía oportunidad de estar con sus hijos. Su madre, la Reina, era una mujer que se encargaba de las relaciones exteriores, así que pocas veces se encontraba en el castillo. Y por último, su hermano mayor nunca lo había querido, puesto que sus padres dedicaban el poco tiempo libre a el pequeño Príncipe.

—Está bien, mi querido Príncipe, le contaré una historia. —dijo la chica, mientras que el pequeño niño sonreía de alegría.

—Veamos—dijo la chica mientras trataba de recordar una historia— ¿conoce la leyenda de los Tres Caballeros Sagrados y el Dragón Negro?

—Sí, justo hoy la leí. —contestó el chico con orgullo.

Esta vez fue la doncella la que resopló.

— ¿y, la historia del Hombre Zorro y el Vagabundo? —preguntó la chica. Pero de nuevo, el pequeño niño asintió con su cabeza.

— ¡Ya se! —anunció Rosa con emoción. —estoy segura que no conoce la historia del Rey de las Hadas, Gloxinia y la Princesa de los Gigantes.

—Me temo que si—dijo el Príncipe con alegría— ¿Quién diría que dos especies tan distintas podrían enamorarse? —añadió con una mirada perdida en la ventana.

Y justo en ese momento, una luz iluminó la memoria de Rosa.

—Ya veo. ¿Así que, le parece extraño que dos especies distintas se enamoren? —preguntó la chica con un brillo picaresco en su mirada. — ¿y si le dijera que ya ha pasado anteriormente, y además en un caso más irreal todavía?

El Príncipe miraba a su niñera con una ceja arqueada en señal de incredulidad.

— ¿más irreal que un Hada enamorándose de una Gigante? —preguntó el chico aun sin creerlo.

Rosa asintió.

—El amor entre la luz y la oscuridad.

El chico abrió sus ojos como platos al escuchar eso.

—La luz y oscuridad… ¿enamoradas? —preguntó el chico con sorpresa.

—de cierta forma, mi querido Príncipe. Esta historia pasó hace cientos, quizá miles de años después de haberse creado la vida.

— ¿esto paso antes de la Gran Guerra de hace tres mil años? —interrumpió el chico con curiosidad.

—así es, mucho antes de todo eso. —respondió Rosa con una sonrisa. — Paso justo después que el clan Demonio fuera creado. En aquellos días, el clan de la Diosa reinaba con justicia y con esplendoroso poder sobre los demás clanes. Sin embargo, el Rey Demonio quería quitar la influencia de la Diosa, y ser el, quien reinara sobre los demás; y para esto, creo una horda de horridas criaturas que se alimentaban del miedo y la oscuridad del mundo. Pronto, estas criaturas comenzaron a azotar a los demás clanes sin discriminar, creando desesperación, dolor, y muerte a su paso. No obstante, la Diosa, al ver estas atrocidades, decidió intervenir, y fue ahí cuando creo a su Arcángel más poderoso, el ser de la creación más invencible, el Caballero del Sol, el General Dorado Heliel.

— ¿Heliel? —preguntó el Príncipe extrañado. — ¿El Arcángel más poderoso? ¡Jamás había oído hablar de él!

—Es natural mi querido Príncipe—respondió Rosa con una sonrisa. —Este relato pertenece a la Historia Negra.

El príncipe abrió su boca en señal de sorpresa.

— ¿L…la h…Historia Negra? —Preguntó el chico con alarma— ¿La historia que no está registrada en ningún libro del mundo? ¿Cómo sabes esta historia, Rosa?

—Tengo mis fuentes—Contestó la doncella con un guiño. —Pero en fin, lo importante es que lo sé, y ahora usted también. ¿Me guardara el secreto?

El Príncipe se sonrojo.

—C…claro Rosa, ¡te lo prometo! —dijo el príncipe mientras se sellaba sus labios con un gesto.

— ¡Maravilloso! Entonces sigamos—la doncella se aclaró la garganta y continuó—No había ningún ser en los demás clanes, que rivalizara en términos de poder contra Heliel. Y no era para menos, puesto que su poder provenía, nada más y nada menos, que del mismísimo sol. El basto poder de Heliel crecía en consonancia con el astro celeste. Alcanzando su máximo poder justo al mediodía. O al menos eso decían las hadas, puesto que nunca fue necesario que este Arcángel peleara con su máximo poder. Bastaba un simple golpe de él, para destruir hasta el más poderoso de los demonios. Su poder era tal, que los Gigantes decían que Heliel era capaz de pelear mano a mano con el Rey Demonio, pero esto, claro está, nunca paso. O al menos no de forma directa.

El príncipe ladeo su cabeza para tratar de procesar este último dato.

— ¿o sea, que si peleó contra alguien de igual poder?

—Si. —Contestó Rosa—El Rey Demonio, al ver que sus criaturas eran apaleadas sin dificultades por el General Dorado Heliel, se vio en la necesidad de crear a alguien con las mismas características. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Y es que el Arcángel tenía una apariencia bastante particular. Medía tres metros de altura, tenía una melena larga y dorada que enmarcaba el azul de sus ojos, los cuales tenían la forma del símbolo del clan de la Diosa. Su cuerpo estaba cubierto por un centenar de sólidos y poderosos músculos que le conferían una apariencia intimidante. Pero su rasgo más llamativo, era sin duda alguna, sus ocho magnificas alas, cuatro en cada costado de su espalda. Solamente la Diosa y él tenían esa cantidad de alas. Lo que acentuaba más, la creencia de que Heliel, era la personificación masculina de la Diosa. Sin embargo, este titán tenía una tremenda debilidad.

— ¿Qué debilidad? —preguntó el príncipe con interés.

—La noche—contestó Rosa con simpleza. —al tener al Sol como fuente de poder, hacía que Heliel cayera en un estado de "hibernación" cada vez que la noche llegaba. Y fue aquí, cuando el Rey Demonio vio una oportunidad para hacerse con el control de los demás clanes. Si Heliel reinaba con puño de hierro durante el día, su propia descendencia haría lo propio en la noche. Y así nació Rhitta, la primera hija del Rey Demonio. La Princesa de la Oscuridad, también conocida como la Emperatriz de la Luna.

— ¿la hija del Rey Demonio? —preguntó con extrañeza el Príncipe. —creía que solo tenía hijos varones.

—y ahora así es—afirmó Rosa—sin embargo, ningún demonio masculino fue capaz de someter a Heliel en aquellos tiempos, así que el Rey Demonio probó suerte con una demonio femenino. Y la verdad es que casi le funcionó.

— ¿casi? —preguntó el Príncipe con curiosidad.

—Sí. Rhitta en verdad era poderosa—respondió Rosa pensativa. —la Princesa de los demonios era dueña de un poder aterradoramente abismal, el cual solo era equiparable con su belleza irreal. Tenía un cuerpo bastante voluptuoso y tonificado, su larga cabellera negra y lacia caía como una cascada de oscuridad sobre su espalda. Sus ojos negros y fríos hacían temblar aquello en lo que se posaban. Sus labios rojos siempre dibujaban una sonrisa malévola. Y la chica andaría desnuda, de no ser por unas llamas de oscuridad que cubrían las partes importantes de su armónico cuerpo. Muchos hombres hubieran creído que Rhitta sería una Arcángel, de no ser por su increíble maldad. La chica masacraba a todos sus enemigos sin compasión, y sin esfuerzo. El Rey Demonio finalmente había logrado crear a su guerrera perfecta. Sin embargo, al igual que Heliel, tenía una gran debilidad. El día. Ella tomaba poder de la oscuridad de la noche, y sobre todo, de la Luna, la cual multiplicaba su poder oscuro. Pero en el día, era apenas más fuerte que un demonio promedio. Por lo que siempre se escondía en las sombras, esperando la noche. Así fue como el clan de la Diosa reinaba durante el día, y el clan de los demonios controlaba la noche.

Esta situación se mantuvo durante décadas, hasta que finalmente llego el Eclipse.

El príncipe se acomodó en su lujosa cama expectante a la historia de Rosa.

—Durante este evento astronómico, Heliel y Rhitta podían estar en el campo de batalla por primera vez al mismo tiempo, y lucharían por la supremacía de sus respectivos clanes. Cuando la Luna cubrió al sol por completo. Heliel y Rhitta se vieron por primera vez cara a cara. Nadie sabe a ciencia cierta que sintieron aquellos dos en ese instante, lo que sí sabe, es el violento intercambio de golpes que sucedió a continuación. Rhitta y Heliel chocaron sus poderosos puños causando una onda de choque expansiva que dejo inconsciente a todos los presentes en el campo de pelea. Durante las horas que duró el eclipse, tanto Heliel como Rhitta pelearon hasta saciarse. Sin haber un claro dominador en la pelea. Y cuando se pensaba que la batalla terminaría en un empate, la pelea llego a su fin abruptamente de una manera poco particular.

— ¿Cómo termino? —pregunto el Príncipe con apremio.

—La pelea acabo con ellos dos besándose.

El pequeño niño quedo atónito con aquella respuesta.

—¡¿QUEEE?! ¡¿Por qué?!

—Ya es tarde mi querido Príncipe, mañana seguiré con la historia.

— ¡NO! —exigió el niño casi al borde del llanto. — ¡continua!

—La historia es larga mi Príncipe, no terminare hoy. Además, su padre me puede regañar si se entera de esto.

El jovencito observo a su niñera con resignación.

—Está bien Rosa, iré a dormir…pero con una condición.

— ¿Cuál? —preguntó Rosa con preocupación.

—Que me llames por mi nombre. Odio las formalidades.

Rosa sonrió aliviada.

—Está bien, así lo hare, Lord Escanor.

Y así, el pequeño Pecado del Orgullo se durmió placenteramente con una sonrisa.