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Mi demonio Nicolás [VOLUMEN 1]

Los hermanos Beryclooth. Su historia comenzó el día que fueron separados. A Arthur, su propia sangre le cortó sus alas; Nicolás conoció la verdadera oscuridad habitable en su alma, olvidándose del cielo para adentrarse en el infierno, renaciendo como un hombre malvado y sin miedo a nada. En el bajo mundo, él es conocido como “El demonio”.

Blond_Masked · LGBT+
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32 Chs

Capítulo 12. En la oscuridad

No supe durante cuánto tiempo estuve inconsciente. Al abrir los ojos, la cegadora luz de la mañana pegó en mi rostro, me tomó unos momentos adaptarme a la claridad del día que entraba por la ventana. 

Me senté sobre la cama y contemplé mis alrededores, desorientado. El silencio de mi habitación me mantenía confundido. ¿Qué día era? ¿Qué hora? Ni siquiera sabía si hoy tenía escuela. 

Una cobija cubría mi cuerpo semi desnudo, eso atrajo a mi mente los sucesos de la noche anterior. Lentamente, mi memoria revivió cada acontecimiento, construyendo el ayer como un rompecabezas, incluyendo las emociones fuertes tanto positivas como negativas que marcaron mi cuerpo y mi corazón. Recordé minuciosamente las sensaciones que dejaron sus caricias en mi piel y el congelamiento de mi sangre cuando lo miré a la cara. 

No podía ser cierto. ¡No podía ser verdad que casi me acosté con mi propio hermano! 

Aquello fue tan impactante e irreal, que deseé que hubiera resultado no más que un sueño, uno absurdo y retorcido que seguía en mi cabeza.

Mi estómago dio vuelco una vez más, mi piel se erizó e inconscientemente, repasé la habitación buscándolo con la mirada. Me puse de pie rápidamente. Mi uniforme seguía desacomodado por lo de anoche. Con mucha vergüenza, la acomodé lo mejor que pude y salí de mi cuarto. Revisé la sala, la cocina, el baño, pero la casa estaba vacía. 

Se había ido.

Por la necesidad desesperada de encontrarlo, fui y abrí la puerta, asomándome a la calle en un día silencioso. La fresca brisa de la mañana acarició mis mejillas, rememorando mi soledad y eso fue todo.

Me dejé caer de rodillas al piso, golpeándome mentalmente.

Al darme cuenta de la verdad, me sorprendí tanto que me desmayé. ¿Había pasado algo más después de eso? No sé si quería recordarlo. ¡Necesitaba una explicación para lo que había pasado! ¿Por qué él me había hecho todo eso?

Regresé a mi habitación y busqué desesperadamente el celular negro entre mis cajones, encontrándolo junto a mi lámpara de noche. Cuando intenté marcar, resultó que el número estaba fuera de línea. Decidí enviar un mensaje corto.

"Nick".

"¿Podemos hablar? Es urgente, ¡dime dónde estás!".

Creí que respondería de inmediato como era de costumbre, pero pasaron más de diez minutos sin que siquiera los viera.

Arrojé el celular a la cama y me puse junto a esta, recargándome en ella y abrazando mis piernas con frustración.

¿Qué diablos? ¿Primero me engañas y ahora huyes? ¡¿Por qué siempre desapareces en el peor momento?!

Entonces… Noé es solo una fachada, ¿una mentira? Nick estuvo ahí desde el primer instante, el instante en ese día en que lo miré a los ojos, de pie ante mí y no me di cuenta. ¿Por qué no pude reconocerlo? ¿Cómo fui capaz de olvidar la oscuridad de esos ojos? Simplemente desapareció de mi memoria transformándolo en algo diferente cuando dijo otro nombre y apareció después con unas gafas puestas. El simple hecho de que tuviera un nombre distinto me hizo divagar y desvaneció la posibilidad de que se trataba de mi hermano. 

Me dijo que formaba parte de algo, algo malo y también me hizo saber que me llevaría con él cuando supiera la verdad. ¿Es esto a lo que se refería? ¿Esa situación es la que debo aceptar?

Eran las diez de la mañana. Después de revisar el calendario, supe que era viernes, supongo que no es tan malo que haya faltado a clases, pero no tenía idea de qué hacer. Me sentía abrumado y desconcertado. No tenía los ánimos de hacer nada, ni de seguir dándole vueltas al asunto. Me sentía deprimido. Decidí que me sentaría a comer palomitas y ver televisión todo el día.

Fui a la cocina a prepararlas, pero mi alacena estaba casi vacía. Nada más que cereal, bolsas de arroz y salsa de tomate.

No puede ser… Tendría que ir al supermercado.

Tenía suerte de que mis abuelos me enviaran dinero cada mes, además de tener lo de mis ahorros. Tomé el dinero y salí dispuesto a hacer las compras.

Tardé un par de horas en regresar a casa con las bolsas. Era poco más de medio día e iba a mitad de camino. Crucé la esquina entrando en mi calle finalmente, pero ese fue el instante en que sentí que algo cambió drásticamente. 

La zona solitaria estaba en extremo silencio a plena luz del día y no había nadie más que yo caminando por la calle. Me quedé a mitad de camino sobre la banqueta esperando algún sonido que acabara con la barrera del silencio que estaba poniéndome tenso.

Milagrosamente, el sonido de un auto aproximándose me alivió y pude seguir mi camino. El alivio duró poco cuando alguien me tomó del brazo con brusquedad y arremetió cubriendo mi boca. El acto del forcejeo hizo que mis compras se estropearán y cayeran en la cera.

Esa persona me metió a un auto, amordazándome con un trozo de tela que me amarró en la nuca y me puso un costal en la cabeza; no conforme con ello, me recostó en el asiento poniéndome unas esposas en las manos, atándomelas a la espalda.

Intenté removerme con desesperación, tratando de patear y levantarme del asiento trasero, pero un golpe directo a mi cara me dejó aturdido, consiguiendo que dejara de moverme. Entre la confusión sombría del dolor provocado por el impacto en mi rostro, podía escuchar lo que mis captores conversaban entre ellos. Eran tres: el conductor, el copiloto y mi agresor, el mismo que me había jalado y se mantenía junto a mí, sentado a mis pies, al pendiente de que no intentara levantarme ni nada por el estilo.

— ¿Estás seguro que este es el chico? —preguntó el copiloto con la voz de un joven que sobrepasaba los veinte años.

— Sí —respondió el conductor—, encaja perfectamente con la descripción que nos dieron. 

— No estoy seguro de esto —declaró el copiloto con vacilación en su voz.

El tercer hombre, sentado a mi lado, contestó fríamente: 

— Son órdenes, solo tienes que hacer lo que te digan. No importa lo que pienses.

— ¡Pero nos estamos metiendo en territorio peligroso! Si algo sale mal, los que moriremos, seremos sólo nosotros. 

— ¡Cállate la puta boca, mocoso! —le replicó su compañero mientras conducía—. Ese cabrón del que todos han estado hablando, ha echado a perder nuestros negocios y matando a nuestros colegas indiscriminadamente. Si nuestro patrón lo mata, nos quitaremos un gran peso de encima.

— Pues te recuerdo que ese "cabrón" y su familia mataron a dos de las cinco familias de la mafia más importantes del país.

— Porque eran unos idiotas. No nos pasará lo mismo que a ellos.

— ¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes? Ahora resulta que puedes ver el futuro. 

— Porque lo tenemos a él —hizo énfasis en lo último, sabiendo que se dirigía a mí—. Tranquilo. Amenazar a cualquiera con matar a alguien que ama siempre funciona y el resultado es siempre el mismo.

— Yo no estaría tan seguro —la atención de ambos se dirigió al matón que venía conmigo—. Dicen que es tan despiadado como un demonio… Creo que así es como lo llaman.

Me sobresalté al escucharlo.

¿Demonio? Tenía un muy mal presentimiento de todo esto. No sabía lo que estaba ocurriendo ni tenía idea de la conversación de esos sujetos, de lo único que podía estar seguro es que mi vida estaba en peligro. 

Nick… por favor, ayúdame. 

Mis lágrimas habían comenzado a salir por sí solas. Llore de miedo en silencio durante todo el trayecto, porque pensé que si hacía que se molestarán, algo malo me pasaría.

Tras una media hora de camino, me bajaron a un lugar frío y desolado. Escuché una enorme puerta metálica abrirse, dando paso a su oscuro interior. Caminamos un poco y paramos a la mitad, donde me obligaron a ponerme de rodillas en el suelo. Aparte de mí y los tres hombres, había alguien más ahí.

— Llegaron justo a tiempo —habló la voz madura de un hombre que, aparentemente, esperaba nuestra llegada.

— Señor Anderson, lo tenemos —afirmó con mucho entusiasmo el que creo, era el conductor.

Me obligaron a ponerme de rodillas, quitándome el costal de la cabeza. Estábamos en una especie de local, oscuro y abandonado.

Temblé, totalmente desorientado y asustado.

Levanté la mirada. Supuse que el hombre de traje blanco que estaba frente a mí, era el jefe, pues lucía como uno. Debía tener al menos unos cuarenta años, tenía un porte elegante y sereno, su cabello rubio opaco estaba perfectamente peinado hacia atrás, vestía un traje blanco con corbata negra que le daba un gran contraste a su vestuario.

Pero no solo era él, había al menos unos cinco hombres más trajeados de gris claro a sus espaldas, además de los que me habían secuestrado.

El tal Anderson me miró con ojos analíticos, manteniendo una ligera sonrisa en sus labios, bajé la cabeza de inmediato y ante mi acto, se agachó sobre una rodilla, elevando mi rostro al tomarme del mentón con suavidad. 

— ¿Cómo te llamas, pequeño? —mis labios temblaban al igual que mi cuerpo, pero debía hacer un esfuerzo porque las palabras salieran rotundamente si no quería molestar al sujeto que claramente, era un maleante peligroso.

— A… A-Arthur… —su vista se clavó atenta en mi boca contraída, donde sentí el nítido sabor metálico de la sangre—. ¿Lo golpearon?

— Fui yo. Estaba intentando escapar. 

— Me lo imagino —volvió su vista a mis ojos—. Entonces, Arthur. ¿Tienes alguna idea de por qué estás aquí? —. Negué en silencio— Bueno, te lo explicaré resumidamente… —su agarre cambió a tomarme por debajo de la quijada, apretándome con sus dedos que se hundieron en mi piel. 

Acortó la distancia de nuestros rostros, cambiando su apacible rostro a uno molesto que me miraba perverso.

— Tu hermano arruinó uno de mis negocios y me hizo perder mucho dinero. Voy a devolvérsela desquitándome contigo, aunque me va a dar algo de lástima porque no estás nada mal —su otra mano apartó con saña el flequillo que caía sobre mi frente—. Pudiste haber sido buena mercancía. 

— Yo… no tengo idea. L-lo juro… —hablé torpemente, deseando con desesperación despertar de la pesadilla que estaba viviendo.

— Oh, claro que no sabes nada, yo también me sorprendí cuando supe que tenía un hermano. Eres como un milagro que apareció de repente para ayudarme a planear mi venganza. Te tenía bien guardadito, ¿no, crees? Pensar que pudo ocultarte por tantos años —me soltó bruscamente, lanzándome hacia atrás donde caí de lado—. Pueden comenzar.

Señaló, llevando un cigarrillo a sus labios. 

Los ocho hombres que lo acompañaban, se lanzaron sobre mí, inmovilizándome en el suelo. Comenzaron a quitarme la ropa, tirando de mis prendas con violencia y cortándola con los cuchillos que sacaron de entre sus ropas.

Me arrancaron mi pantalón, desgarrándolo hasta dejarme sólo en bóxer. Mi camisa también fue hecha pedazos. Me la dejaron puesta, o al menos lo que quedaba de ella sobre mi cuerpo expuesto casi por completo.

No importó en absoluto lo mucho que quise luchar para defenderme, eran demasiados.

No… ¿Por qué estaba pasándome esto?

— ¿Tienes la cámara? —preguntó el jefe a uno de los hombres que terminó por desvestirme.

— Sí —este se apartó de la bola, yendo a por una bolsa tirada en el piso de donde sacó una cámara profesional. Mi cuerpo no dejaba de vibrar—. Si me permite, señor…

— ¿Qué quieres?

— No quiero cuestionar sus planes, pero escuché que Beryclooth nunca se ha aparecido en reuniones clandestinas ni siquiera porque hayan secuestrado a su mujer, ni siquiera después de matarlas ha tomado venganza por ellas.

— Bueno, entonces esto servirá para comprobarlo nosotros mismos. Si no logro ver aunque sea una vez la cara de ese tipo, al menos me imaginaré la expresión que podría poner al ver las fotos de su hermano… Si es que logra reconocerlo. 

— Como usted diga.

— Bien, haré la llamada —pronunció el jefe sacando un teléfono anticuado. Retiró la tapa para comenzar a marcar. 

— ¿A quién vas a llamar, Anderson? —la imponente voz que resonó en aquel lugar puso en alerta a los presentes.

Esa voz… Conocía esa voz.

— ¿Qué mierda…? —el mencionado dirigió su atención a la entrada, igual de atolondrado y confundido que sus subordinados.

Una figura masculina con el frente en sombras por la luz del exterior que le pegaba en la espalda, iba entrando, dando pasos apacibles pero que a mi percepción, estremecía el suelo con cada pisada.

Se encontraba solo con las manos en los bolsillos, vistiendo un impecable smoking color vino y, a pesar de la máscara que llevaba, lo reconocí.

— ¿Nick?