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Mi demonio Nicolás [VOLUMEN 1]

Los hermanos Beryclooth. Su historia comenzó el día que fueron separados. A Arthur, su propia sangre le cortó sus alas; Nicolás conoció la verdadera oscuridad habitable en su alma, olvidándose del cielo para adentrarse en el infierno, renaciendo como un hombre malvado y sin miedo a nada. En el bajo mundo, él es conocido como “El demonio”.

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32 Chs

Capítulo 13. Letalidad

No estaba realmente seguro de a quién estaba viendo, pero al reconocer la figura de Noé… es decir, de Nick, mi angustia se desvaneció al verlo llegar, cosa que duró poco cuando todos los hombres reaccionaron desenfundando sus armas y apuntaron hacia él, claramente en desventaja.

— ¿Quién diablos eres? —demandó saber Anderson, apretando el teléfono que sostenía, irritado por la situación.

— ¿Quién? Pensé que querías que yo fuera el invitado de honor —detuvo sus pasos una vez estuvo a más tardar, diez metros de donde yo me encontraba. 

Con lentitud ante las armas que lo amenazaban, llevó una mano hacia su cara, retirándose la máscara y dejándola caer al suelo.

Admito que lo primero que sentí al ver su rostro, fue confusión.

Las armas continuaban apuntándole, moviéndose con él mientras caminaba; sin embargo, a él no parecía importarle. Nick miraba el lugar, repasándolo analíticamente con sus ojos, hasta que estos finalmente se detuvieron en Anderson y sonrió con demencia al ver la cara que este puso una vez se dio cuenta de su identidad.

— ¿Hellsing? —pronunció vacilante a la vez que arqueaba una ceja.

— Bingo —tras momentos de procesar aquella información en silencio, Anderson soltó una carcajada momentánea. 

— ¡Ja! ¿Este es el famoso "Demonio" del que todos hablan hoy en día? Había escuchado que eras joven, pero no me esperaba a un mocoso. 

— Es halagador ser popular incluso entre viejos como tú.

— ¿No crees que eres demasiado joven para sentirte importante en este negocio? Parece que tu padre tiene demasiada fé en tí. 

— Él está muy ocupado como para

— Nick… —murmuré bajo, aún anonadado por su aparición. 

Sus ojos viajaron hacia mí, tornándose oscuros y fríos al encontrarse con los míos. Temblé involuntariamente cuando su sonrisa ladina desapareció.

— Pero no estamos aquí para hablar de mí, ¿verdad? —su voz azotó el lugar con severidad. 

Anderson no pudo evitar soltar una ligera carcajada de satisfacción y ordenó a sus hombres apartar las armas con un ligero ademán.

— No sé cómo llegaste aquí, pero te contaré desde el principio…

— Cierra la boca —Anderson calló, absorto por su actitud.

— ¿Cómo…?

— No me interesa. No me importa la mierda que tengas que decir, estoy aquí para recoger a mi hermano. Sólo hay una cosa que quiero saber… —llevó una mano a su cuello, aflojando su corbata—. ¿Cómo supiste de él? —Lo miró amenazante. Sentí mi cuerpo crispar. 

— Lo malo de los jóvenes, es que se creen invencibles —Anderson se aferró a mi cuero cabelludo y me jaló levantándome del suelo. 

Quedé de rodillas frente a Nick, con un cuchillo en mi cuello. Tragué en seco, mientras mi acelerado corazón se encargaba de hacer un violento retumbar interno en mi pecho.

— Voy a preguntar de nuevo… —lentamente, sacó la mano que hasta ahora había permanecido en su bolsillo izquierdo, alzando precavidamente el pequeño objeto que sostenía en esta, provocando que los hombres volvieran a apuntarle. 

— Eres tan arrogante que te atreviste a venir solo y únicamente trajiste un juguete contigo. ¿Qué es eso, "Demonio"?

— Dígame, señor Anderson. ¿Ha visitado a su hermana últimamente? —las manos de este se tensaron sobre mi cuerpo—. La familia es importante, ¿verdad? Es lo más valioso en el mundo. Cuando estás solo y desesperado, es lo único que tienes. 

— ¿Perdón? No sé qué es lo que hayas hecho, pero te lo advierto: tengo a muchos de mis hombres cuidando el hospital donde está internada. Si alguno de los tuyos trata de meterse con ella, les arrancarán la piel.

— Puedo decir lo mismo; no tendré piedad con nadie que se meta con mi familia. Si me haces enojar más, ¿qué crees que dirá la pequeña Emily cuando sepa que su madre murió por culpa de su desalmado tío? —Anderson le dedicó una mirada asesina.

Yo seguía sin poder creer que aquel sujeto era mi hermano. No podía reconocerlo y menos entender lo que ocurría.

De alguna manera, me había dolido escucharlo decir aquello sobre la familia.

— Hey, tú… —dijo el jefe repentinamente a uno de los hombres lanzándole el celular que momentos atrás sostenía—. Llama al psiquiátrico. 

— Sí, señor. 

— ¿Qué vas a hacer entonces, niño?

— Haré explotar el sitio donde tienen internada a tu hermana si no lo sueltas. 

— Puedo matarte antes de que presiones ese botón.

— ¿Quieres apostar? Por cierto, no he venido solo —los ojos de Nick apuntaron hacia arriba, señalando una de las oscuras esquinas del almacén donde un hombre, en una segunda planta que estaba a al menos diez metros de altura, casi tocando el techo, sostenía una cuerda unida a una polera en el tejado, que a su vez, sostenía a una pequeña niña pataleando en el aire con un saco en la cabeza. Debía de traer la boca amordazada con fuerza, debido a que no se le escuchaba gritar ni llorar.

Me horroricé por tan bizarra escena. Si ese hombre llegaba a soltar a la pequeña, lo más seguro es que moriría al caer. Mi expresión exasperada no se comparaba con la desesperación y exalto en el rostro de Anderson marcada en cada una de sus arrugas, respingando miedo e ira por cada poro de su piel.

— En el momento en que yo muera, ese hombre de allá la dejará caer. Si le disparan, también caerá. ¿Qué opinas? Dependiendo de lo que decidas, esto puede terminar bien, o muy mal para los dos.

— ¡Maldito cabrón! —rugió contra mi oído, helándome la sangre—. ¡¿Cómo osas hacerle algo así a mi pequeña?!

— Tú comenzaste este juego. Además, planeabas hacer algo peor como golpear y violar a mi hermanito hasta dejarlo medio muerto mientras lo fotografiabas para enseñármelo y si ignoraba tu amenaza, me mandarías su cabeza por correo. Así es como trabajas, ¿no? ¿Se te hace divertido jugar a ver quién es más cruel? —Nick rio, rio demencialmente extendiendo los brazos a sus costados, alzando tanto las comisuras de sus labios que dejaba ver perfectamente su blanca dentadura y el interior de su boca del que salían tan macabras y burlonas carcajadas. 

Parecía un loco, uno que aunque era aterrador, era mi esperanza en esa desesperada situación. 

— Maldito…

— Haz que camine hacia mí y si le disparas, volaré en pedazos ese hospital con tu hermana loca dentro. ¿Queda claro? —Anderson pareció pensárselo un poco, pero no por mucho.

— Primero, bájala —pidió con dureza apartando el cuchillo de mi garganta.

— Bajará con cada paso que él dé hacia mí —la mano con la que jalaba de mi cabello, fue perdiendo fuerza en su agarre hasta dejarme libre de este. 

Lentamente, me removí de mi lugar dudando en si moverme o no y tratando de que no fuera de forma brusca para evitar alterarlos y que alguno disparara. 

Avergonzado por mi falta de ropa, me puse de pie, abrazándome a mí mismo. Di un pequeño paso, arrastrando los pies al caminar. Poco a poco, agarré confianza y ligeramente comencé a moverme más rápido, escuchando el rechinar de la polera que indicaba el deslizar de la cuerda en el mecanismo de la rueda tambaleante y oxidada.

No despegué mi vista del frente donde Nick me esperaba, pero continué con prudente lentitud siendo consciente del descenso de la niña. Quería correr, correr desesperadamente a su cobijo, pero sabía que al hacerlo, pondría en peligro la vida de esa pequeña inocente. 

Finalmente pude llegar a él, estando lo suficientemente cerca, me recibió en sus brazos, abrazándome contra su pecho donde me desplomé inmediatamente al sentirme seguro. Era una sensación tan irreal. Nuestro encuentro no era precisamente como me lo había imaginado.

— ¿Estás bien? —preguntó calmado. 

A pesar de que en ese momento me sentía incapaz de hablar, lo intenté con todas mis fuerzas sin dejar de temblar contra su cuerpo.

— Sí…

— ¡Saquen a Emily de aquí! —dio la orden el otro tipo y dos de sus hombres fueron hacia donde ahora se hallaba la pequeña. 

Una vez en el suelo, los sujetos le quitaron la cuerda alrededor de su cuerpo y el costal de la cabeza, comprobé que tenía razón sobre la mordaza al visualizar cinta sellando su boca. No parecía tener ningún rasguño, pero su rostro rojizo estaba empapado en lágrimas y mocos de tanto llorar de miedo y angustia.

Nick se quitó el sacó y lo puso sobre mis hombros. Se giró para marcharnos, abrazándome con un brazo colocado a mi espalda. 

¿De verdad eso era todo?

— ¡Alto ahí, pequeño bastardo! —ya decía yo que no podíamos marcharnos solo así como así.

Ambos volteamos. Anderson nos apuntaba con su pistola de metal blanco, al igual que todos sus hombres a excepción de los dos que se encargaban de llevar a la pequeña Emily fuera del lugar.

— No solo me quitaste mi negocio y me faltaste al respeto, ¡sino que amenazaste a mi familia! ¡A mi única sobrina! 

— ¿Y qué esperabas? —habló Nick con ironía, permaneciendo de espaldas a él—. ¿Acorralarme entre la espalda y la pared para negociar civilizadamente bajo tus condiciones? ¡Por favor! ¿Quién crees que me crió? —Se dio la vuelta, colocándome a su espalda de forma protectora.

— No me hagas reír, yo soy diferente: más astuto, más fuerte. Tu error fue menospreciar sólo por ser más joven y eso te hace sólo un idiota —de nuevo ese tono arrogante que me hacía tiritar. 

— ¡Vete al infierno! —justo antes de que Anderson jalara del gatillo, Nick presionó el botón rojo del artefacto que tenía a la mano, una enorme explosión en la parte trasera del almacén voló parte del techo y la toda el muro trasero. 

Perdí el equilibrio cuando el suelo se movió bajo mis pies, abrumado por el ruido colosal que penetró en mis oídos y paralizó mi cuerpo. Nick se apresuró a ponerme de pie y me cargó nupcialmente entre sus brazos, asombrándome de su fuerza en el acto.

Entre el fuego, los escombros y el humo negro, una balacera se hizo escuchar. Balas por doquier salían disparadas de entre las llamas desde todas direcciones, hundiéndose en los cuerpos de los guardaespaldas de Anderson que se defendían a diestra y siniestra, disparando al azar entre el fuego sin ver claramente un objetivo entre este, pero cayendo heridos y ocasionalmente muertos al recibir una bala.

Los neumáticos de un auto derrapándose se aproximaban a gran velocidad, llegando a la entrada del almacén, aproximándose a nosotros y frenando de forma horizontal, de forma que al abrir la puerta trasera, tuviéramos una acceso inmediato al interior. Nicolás me arrojó dentro cuidadosamente, pero apresurado y dio un último vistazo hacia atrás, como si esperara a alguien… o algo. 

No esperamos mucho a la hora en que un muchacho apareció de un confín del lugar, como si estuviese viniendo de la parte trasera. Llevaba un traje negro con corbata y camisa blanca. Era pelirrojo de cabello corto y ondulado, el color de sus ojos era un bello color celeste que deslumbraba a la luz del sol y su piel era tan clara como la de un camarón.

Nick ladeo una sonrisa al verlo llegar y se metió en el auto, al igual que el otro muchacho que corrió tomando el asiento del copiloto. El auto arrancó dejando el caos y los disparos atrás. Hubo balas dirigidas a nosotros de hombres que lograron salir solo para dispararnos. Agaché la cabeza con pánico, pero Nick seguía con esa sonrisa en su rostro mientras echaba un vistazo hacia atrás, encorvado mientras el pelirrojo de vez en cuando sacaba parte de su cuerpo por la ventana para disparar, pero dejó de hacerlo una vez estuvimos lo suficientemente alejados. 

Mi corazón retumbaba violentamente y mi respiración aún era irregular. Mis nervios estaban de punta aun habiendo librado el peligro.

Miré a mi hermano y como si se sincronizara conmigo, él hizo lo mismo. 

— Nick…

— Arthur, no estás herido, ¿verdad? —acarició un costado de mi cabeza, enredando mis cabellos entre sus dedos. 

Apartó un poco el sacó de mis hombros descubriendo mi piel, seguramente para inspeccionarme, pero sus ojos mirándome y sus manos tocándome me hicieron recordar la noche anterior. Mi incomodidad salió disparada y me encogí bajando la cabeza, apartándome hasta la puerta del auto para poner un poco de distancia por el pudor que me provocaba lo que pasó.

Tenía sentimientos encontrados y no sabía cómo lidiar con ellos.

— N…no. Estoy… bien —apenas si podía hablar.

Parpadeé confundido cuando elevó mi cabeza, conectando nuestros ojos. 

— Bienvenido, Arthur —al principio no entendí a qué se refería, hasta que escuché lo siguiente—. Este es mi mundo, hermanito. 

Mi vista se desvió involuntariamente al chico pelirrojo que iba frente a nosotros, porque de alguna manera quería saber si nos miraba y, efectivamente, tenía su mirada clavada en mí. Esos ojos celestes más hermosos que el cielo y el mar, me miraban fijamente con letalidad.