Los rayos del sol acariciaban su rostro mientras pedaleaba por las calles empedradas de su pueblo natal. El canto de los pájaros y el zumbido de las chicharras creaban una melodía natural que acompañaba su recorrido. Los árboles frondosos proyectaban sombras alargadas que hacían placentero pasear por las banquetas cambiantes de colores rupestres.
Helena sonreía y saludaba a cada persona que encontraba en su camino, algunos rostros familiares, otros nuevos. No importaba si los conocía o no, siempre tenía una palabra amable y una sonrisa sincera para ofrecer.
Detuvo brevemente su pedaleo al encontrarse con un pequeño cuerpo que captó su atención. Era una niña que montaba una bicicleta similar a la suya, con el cabello castaño recogido en una coleta y una sonrisa traviesa en el rostro.
—Hola, ¿tú eres Leyla, verdad?—dijo Helena con una sonrisa llena de felicidad y ternura.
—¿Cómo lo sabe? ¿Quién es usted?—respondió la niña, bajando de la bicicleta.
—Reconozco esos ojos. No tengas miedo, soy Helena. Tu mamá es mi prima, así que soy tu tía. Mira cómo has crecido, yo te cargué en mis brazos cuando eras una bebé—explicó con alegría, acercándose a la pequeña.
—¿Tía Helena?—preguntó la niña de ojos esmeralda, quien vestía un overol de mezclilla y un equipo completo de protección, incluyendo casco, codilleras y rodilleras.
—Sí, cariño.
—Mi mamá alguna vez me contó que ustedes solían dormir juntas y hasta se bañaban juntas, ¿es cierto eso?
—Es cierto. Tu mamá y yo éramos muy unidas cuando éramos jóvenes.
—¿Y por qué ya no lo son?—acentuó la niña con un toque de curiosidad en su voz, buscando respuestas en los ojos de su recién encontrada tía.
—Bueno... ya las dos crecimos, tu mamá te tuvo a ti, yo salí a estudiar lejos y el trabajo me mantuvo un poco ocupada—suspiro la morena un poco pensativa.
—¿Tus libros?
—Asi es mi niña.
—Mamá no me deja leer tus libros.
—Tu mami está haciendo lo correcto mi amor, esos libros no son para niñas de tu edad—dijo mientras sus manos tocaban suavemente el cabello de su sobrina, pasando acariciar sus mejillas rechonchas.
—¿Por qué tienen violencia explícita y hay groserías en tus libros?—inquirió la niña, con una expresión de confusión en su rostro.
—¿Aha, eso te dijo tu madre?—arqueo una ceja, sin apartar la mirada de los ojos verdosos de la pequeña.
—No, a mi mamá no le gustan tus libros, pero a mi abuela sí. Fue ella quien me lo dijo
—Ya veo—asintió.
—¿Y por qué te gusta escribir violencia y groserías?—Le preguntó su sobrina.
—Bueno, lo entenderás cuando seas mayor, mi vida. Oye ¿Tu mami está en casa?
—Sí, está lavando ropa.
—¿Y tú, a dónde vas?
—Voy a la tienda, mamá quiere que compre algunas cosas.
—¿Sabes que no deberías ir sola a la tienda, verdad? ¿Quieres que te acompañe?
—No, gracias, la tienda está aquí cerca. —La niña señaló con su pulgar hacia una tienda llamada "Abarrotes San Miguel", situada en la esquina de la vereda cercana a su visita.
—Está bien, ya la vi. Entonces te veo en tu casa cuando llegues, ¿vale?
—Sí, señorita.
—Tía, dime tía.—Aclaró antes de que la niña continuara su camino. Observó cómo la pequeña llegaba a la tienda y al ver que los vendedores se familiarizaron con la chiquilla, siguió pedaleando la bicicleta de su hermano.
Sally, una mujer de pelo ondulado, se llenó de felicidad al ver a una vieja conocida parada en su puerta. Con una sorprendente agilidad, abrió el portón y entre sonrisas y lágrimas abrazó a su invitada.
—No puedo creerlo, ¿Helena, eres tú?—exclamó emocionada, con los ojos brillantes de alegría.
—No, soy un clon de Helena que viene a dejarte saludos—bromeó esta, con una sonrisa traviesa bailando en sus labios mientras devolvía el abrazo con cariño.
—Oh por Dios, ¡vamos, pasa! ¿Quieres agua, o ¿ya comiste? Hice unos deliciosos bollos que te van a encantar.
—No, estoy bien gracias, acabo de comer—respondió tomando asiento en un sofá que dejaba ver uno que otro rayón de colores y con el nombre de Leyla escrito en el respaldo de aquel mueble seminuevo.—¡Vaya, creo que estoy en el trono de Leyla! Mejor me siento en una silla—soltó Helena al levantarse del sofá y dirigirse hacia otro lugar.
—No, qué va, esa Leyla donde sea pone su nombre, dice que todo le pertenece. Se cree muy cabrona esa chamaca—comentó su prima con una sonrisa más que divertida.
—Me la acabo de encontrar en el camino, es una niña muy hermosa e inteligente—añadió, recordando el encuentro.
—Es traviesa, hace dos días no me di cuenta de que ella quiso lavar su ropa y vació la bolsa entera en la lavadora. ¡Quedó la casa llena de espuma!
—¿En serio?
—Si, por eso la mandé a qué fuera por una bolsa de jabón, para que se le quite lo tonto.
—Eso me dijo—asintió con una sonrisa.
—Ahh, te contó su travesura—comentó su prima, con una mueca de diversión.
—No, solamente me contó que la mandaste a comprar—aclaró ella encogiéndose de hombros.
—Sí, ya mero te va a decir sus desgracias.
—Salió hasta más lista que tú—agregó la escritora con una risita traviesa.
—Es mañosa la canija.
—Ya veras, que en unos años se van a dar un tirito entre las dos.
—Cállate, que eso estoy pensando. Espero que se brinque la adolescencia, para que no sea una rebelde como lo fui yo—Suspiró Sally, mientras se rascaba la cabeza.
—La educación que le des lo dirá todo. Debes estar al tanto de ella—hablo la morena con más seriedad en su voz.
—No la dejo para nada, aquí la tengo conmigo haciendo sus tareas y limpiando la casa si la vieras.
—Qué bueno, pero también deja que juegue con otros niños para que comience a socializar con las personas.
—Para eso está la escuela, primita.
—Si pero tú cómo madre debes de...
—Bueno si, en algunos de mis descansos vamos al parque o a veces visitamos a sus primos, no soy una mala madre Helena.
—Eso suena mejor—respondió con una leve sonrisa que no alcanzaba a ocultar su preocupación por ellas.
—Y tú, ¿qué dices? ¿Cuándo tendrás chamacos? —las palabras sensatas de Sally generaron revuelo con sus propios pensamientos, quien luchaba por mantener la compostura ante la pregunta que volvía a escuchar dos veces en un solo día.
—No lo sé, no pienso mucho sobre eso. ¿Y mi tía, cómo está? —dijo desviando la mirada, tratando de cambiar el enfoque de la conversación para distraerse de sus propios dilemas emocionales, aunque sus brazos cruzados revelaban otro aspecto de ella. Lo que su madre no logró hacer, Sally lo consiguió en cuestión de minutos. Pensó que tal vez esa inquietud no se debía a su prima, sino por el reencuentro con su sobrina, Leyla.
Aquella niña que, años atrás, apenas era un bebé, y que al sostenerla en sus brazos, Helena había imaginado cómo sería su vida si algún día fuera madre.Claro está, solo era eso... imaginación...
—Mi mamá está bien, solo tiene un dolor en la pierna, pero nada grave...Y tu que me cuentas, ¡qué famosa te has vuelto, eh! Te vi en una revista e incluso en la televisión. ¡Todo el pueblo quedó impresionado contigo, chica escritora!—el golpecito que sintió en el brazo por parte de Sally, le hizo recordar el manotazo que le dió a su hermano en la mañana.
—¡Qué exagerada eres!
—No, en serio. ¡Hasta compré un libro tuyo!
—¿En serio? ¿Cuál compraste?—preguntó ella.
—El último que sacaste.
—A ver, dime cómo se llama.
—Algo sobre sangre en... el silencio de... ya se me olvidó, pero ahí lo tengo en la repisa de mi cuarto, voy a buscarlo—Sally intentó levantarse de su asiento, pero ella la detuvo.
—Te creo, pero te aseguro que ni siquiera lo has leído.
―Sí, lo leí. Bueno, solo al principio. Ya sabes que lucho mucho con esos libros de ciencia ficción—menciono su prima con la cabeza agachada.
―Sí, ya lo sabía. Tu hija te delató.
―¿Qué te dijo esa chamaca?
― Me dijo que no te gustan mis libros, pero a su abuela sí.
― De hecho, mi suegra es fanática tuya. Pinche viejita, solo por eso me cae bien.
― Jaja, ¿y ahora qué te hizo?
—¡Helena!—exclamó exaltada su prima, lo que provocó que esta se levantara de la silla.
—¡Que pasa!
—¿Porque tu marca tiene esa forma?—pregunto la joven de pelo castaño tomando su mano mientras la examinaba detenidamente.
—Ah, esto, pues nadie lo sabe, y menos yo. ¿Tú tienes la marca?—añadió ella volviendo a sentarse.
—Gracias a Dios que no la tengo. Pero la he visto en los dedos de Melisa y Gaby; ambas tienen una marca que cubre la parte inferior media de su dedo anular derecho, mientras que la tuya abarca la circunferencia total del dedo. Son marcas muy distintas, y eso debe significar algo, ¿no crees?
—También he pensado en eso. Busqué en internet y hay personas que tienen una marca como la mía, pero somos una entre un millón.
—Qué cosas, ¿no? De repente, de un día para otro, el mundo está cambiando. De hecho, tú has cambiado, Helena. Te ves más radiante y hermosa—comentó con alegría su prima, mientras tocaba su rostro con admiración.
—Gracias, tú también. Parece que no envejeciste.
―Gracias, querida, me halagas muchísimo... y de verdad, no sabes cuánto te extrañamos todos aquí.― Después de esas palabras, la mujer se acurrucó en sus brazos, con la mirada perdida sumida en sus pensamientos.
Mientras tanto Helena se preguntaba quiénes eran exactamente esos "todos" a los que se refería su prima. Esa incógnita se anudaba en su mente al intentar descifrarlo.
—Sally, quiero invitarlas a comer en la ciudad mañana en la tarde. ¿Les gustaría ir?—propuso con entusiasmo.
—Helena, este mes me toca cubrir el turno de la tarde, solo podré los fines de semana.
—Entonces que sea este sábado, dame tu número por favor—dijo mientras sacaba su teléfono y anotaba el número que le dictó su prima.—Ya lo tengo, les marcaré cuando haya reservado el lugar.
—Wow, me preguntó a dónde nos llevará a comer la ricachona de mi prima—dijo esta con una sonrisa amplia en el rostro.
—Pues no lo sé. Ustedes díganme qué les gustaría comer.
—Mariscos.
—Mariscos será—apuntó en su teléfono antes de dejarlo en la mesa—Oye, alístate que vamos a la reunión de hoy.
—No pensaba ir, pero ya que insistes iré contigo. Solo déjame cambiarme—dijo Sally mientras se levantaba y se dirigía a una habitación contigua—¿Hay que llevar nuestra credencial?—gritó desde el cuarto.
—Sí, solo eso—respondió alzando la cabeza después de escuchar la manija de la puerta abriéndose.
—¿Tía y mamá?
― Tu madre está cambiándose, mi amor. Oye, mira lo que tengo para ti—señalo a las dos cajas pequeñas que había sacado de su bolso.
― Son regalos.
― Así es. Vamos, abre el que quieras; que el otro es para tu madre.
Leyla levanto la tapa del regalo con cuidado y sacó lo que estaba dentro con delicadeza.
― ¡Una cadena de corazones! ―exclamó asombrada.
― ¿Te gusta?
― Sí, gracias, tía.
― De nada, cariño. Anda, ve a entregarle la otra a tu mami― dijo por último.
La niña corrió emocionada en busca de su creadora. A lo lejos, se podía escuchar la felicidad de ambas mujeres, fue tan contagiosa que Helena no pudo evitar reír de alegría desde donde estaba sentada.
Y mientras esperaba en la sala, se vio atraída por los retratos que decoraban las paredes. Cada fotografía era una ventana a la vida de Leyla y su madre, irradiando una alegría compartida que llenaba la habitación de calidez.
En una de ellas, Leyla, con una sonrisa radiante, montaba un caballo de carrusel, su pequeño cuerpo rebotando con cada vuelta. En otra, se deslizaba por un tobogán acuático, su cabello castaño empapado y su rostro lleno de emoción. También había retratos de ambas en lugares turísticos del país, visitando parques nacionales, ruinas antiguas y playas paradisíacas.
La cantidad de fotos en las que aparecían juntas, la alegría que emanaban de sus rostros y la variedad de experiencias que compartían hablaban de una madre dedicada y comprometida con la felicidad de su hija.
Sin lugar a dudas, Sally parecía brindarle una vida plena a Leyla, al menos eso se apreciaba en esos cuadros.
Antes de que dejará de fisgonear los retratos, notó una pequeña fotografía que apenas sobresalía entre las demás.
A diferencia de los retratos de estudio formales que la rodeaban, ésta era una instantánea sincera, con los bordes curvados y la superficie marcada por el paso del tiempo. Intrigada, alargó la mano y sacó suavemente la fotografía de su lugar de reposo. Las cintas adhesivas que la sujetaban eran de colores, lo cual llamó más su atención.
La fotografía captaba un momento de celebración: la fiesta del primer cumpleaños de una niña llamada Leyla. La niña, con un vestido rosa con volantes, estaba en brazos de un joven con el rostro radiante de alegría. A su lado estaba Sally, cuya expresión contrastaba con la alegre escena que la rodeaba. Tenía los labios apretados en una fina línea y en sus ojos había una pizca de tristeza que parecía enturbiar la fiesta.
Helena contuvo la respiración y dejó escapar un suspiro, recordando ese fatídico día que jamás olvidaría.