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10.2

La escritora regresó a su hogar junto a su prima Sally, quien se aferraba a ella con la desesperación de saber que muy posiblemente podrían separarse, quizás no en tierras distantes, pero sí en mundos diferentes.

Al atravesar la puerta principal, la atmósfera en la sala de estar era densa y opresiva. Sus padres y su hermano Matt, la observaban con rostros endurecidos, sus expresiones de rechazo y descontento dejaban entrever que ya habían leído el contenido de aquella carta blanca que reposaba sobre la mesa.

―¿Hija, entonces te comprometieron con alguien?―soltó su mamá, señalando su mano.

―¿Cómo lo sabes?

― Las redes. Ya sabemos todo lo que tenemos que saber hija. Y quién es el afortunado.

—Es un tonto de por ahí.

―¿El hijo de María de Belém? —insinuó su mamá ante su respuesta.

―No, mamá. Es el engreído de Jensen Villenzo—dijo molesta.

―¡¿Qué?! —Matt soltó un grito en el aire que asustó a los presentes—pero no vivirás con él, ¿verdad?

― Viviré con él.

—¿Estás loca?—intervino su hermano.

―¡Hija, pero es una locura!

―Lo sé, mamá, pero no tengo otra alternativa. Es eso o me llevarán allá, para trabajar de por vida para ellos. Además solo serán cuatro años, podré con eso y después iré por ustedes.

—De qué hablas Helena.

—Que ustedes saldrán del planeta ¿verdad? Ya vieron qué es lo mejor.

—No hija. Nadie se moverá de esta casa, porque yo así lo decido así que…—

Un teléfono sonó detrás de ellos, rompiendo la atmósfera tensa que se había formado dentro de esas paredes. Era el teléfono de su prima, interrumpiendo una conversación que apenas comenzaba a calentarse.

—Helena, tíos, mejor ya me voy. Los dejo que discutan entre ustedes—dijo Sally, apresurada, mirando su teléfono antes de salir rápidamente de la casa.

Helena asintió, entendiendo la incomodidad de su prima, y luego volvió su atención hacia su padre, cuyas palabras resonaron con firmeza en la habitación.

—¡La familia Ortiza, no moverá sus pies de esta casa, punto final.!

—No, papá.—Helena apretó los puños, su mandíbula tensa reflejando su negación.—Aunque no me guste la idea de vivir con él, lo haré porque no fue solo mi decisión, hay mucho que está en juego por esto y ustedes están obligados a salir de aquí. Estarán bien, lo juro por dios.

—Hay Helena, no jures que eso es malo.—Alegó su mamá con sus manos.

—No, hija. No lo haremos.—Afirmó el señor.—Yo no soy esclavo de nadie—concluyó él.

—Matt, mamá, deben hacerlo, es la FDA, ellos saben algo del mundo que nosotros no, estarán seguros allá arriba. Pero solo ustedes los que no tienen esto—Helena les mostró su marca, mientras los miraba con ojos suplicantes, pero ninguno le devolvió la mirada.

—Papá, por favor, debes entender que los viajes ya estaban programados para que....

—Silencio Helena, que parece que trabajas para ellos.

—No papá, tienes que escucharme...

—Sube a tu cuarto.

—Papá escucha lo...

El rostro del señor se enrojeció como la lava mientras rugía: —¡Que subas a tu cuarto, ahora mismo!—Ella no tuvo más remedio que obedecer. Era la misma historia de siempre: su padre, con su voz atronadora y su mirada fulminante, imponiendo su voluntad sin posibilidad de réplica. ¿Por qué tenía que ser siempre así? ¿Acaso no podía expresarse sin ser castigada por ello? Su frustración se reflejaba en el eco de sus pasos resonando en las escaleras, dejando atrás una sala cargada de tensiones sin resolver, algo que no estaba acostumbrada a hacer…

La penumbra reinaba en la habitación de Helena, solo rota por la luz tenue de la pantalla de su ordenador, con un mar de mensajes sin responder de su editorial, cada uno de ellos una acusación silenciosa de su ineficacia. Suspiro de mala gana, y a todos los mensajes los marcó como leídos, después apagó su ordenador.

Cuando la soledad empezaba a envolverla, recordó su promesa con Stanly, con un toque de duda en su corazón, tomó el teléfono. Al escuchar su voz cálida y reconfortante, una pequeña esperanza se encendió en su interior. Las palabras sutilmente reconfortantes de aquel joven la llenaban mágicamente de consuelo, que apenas podía encontrar paz en medio de la confusión. En cada circunstancia, momento o lugar, allí estaba él, buscando guiarla a través de la tormenta y alentándola incluso en los rincones más oscuros de su alma.

Tras despedirse de su amado, marcó el número de Erika con manos temblorosas. Le relató la difícil decisión que había tomado, una elección que las separaría por un tiempo indeterminado. Aunque ese lapso podría parecer tanto largo como corto, lo verdaderamente insondable era la idea de un futuro sin sus risas, abrazos y complicidad cotidiana. Tenía claro, que nada volvería a ser como antes.

Erika, al otro lado de la línea, no pudo contener su propio llanto al escuchar sus palabras. Las horas se deslizaron entre susurros ahogados y sollozos compartidos, mientras ambas intentaban asimilar la dura realidad que se les presentaba. Sin embargo, al final lo aceptaron y se despidieron deseándose lo mejor a cada una.

Con las últimas reservas de energía que le quedaban, Helena se incorporó de su cama y comenzó a hacer las maletas. Sabía que debía salir de esa casa al amanecer, sin importar cómo, o enfrentaría las consecuencias inevitables.

Cada doblez de prenda y cada objeto meticulosamente guardado en su maleta parecían llevar consigo el peso de una decisión que no había sido tomada con total libertad. Pero era lo que el destino le había deparado, lo que estaba destinada a hacer.

"Toc, toc." Un golpe en la puerta de su habitación, interrumpieron sus pensamientos.

—Baja, los viejos quieren hablar contigo —habló su hermano con cierta tristeza en su voz.

...

A la mañana siguiente, Matt la ayudó a cargar sus pertenencias en la camioneta de su padre. Mientras tanto, su madre se aproximó a ella con pasos lentos y vacilantes. Sus ojos, luchando por contener las lágrimas, reflejaban una profunda angustia.

—Nunca imaginé que te irías de nuevo, y mucho menos de esta manera, Helena.

—Mamá, yo estoy más preocupada por ustedes, ya que nunca respondieron la carta.

—Ellos ya saben nuestra respuesta. Nos quedaremos de aquí. Este lugar es nuestra raíz y nuestro destino—intervino su padre detrás de ella, colocando una mano reconfortante en su hombro.

—Pero es que...

—Helena, escucha, no es fácil para ninguno de nosotros verte partir otra vez, pero fue tu elección, al igual que es la nuestra quedarnos aquí. Respeta nuestra decisión tanto como nosotros respetamos la tuya, hija.

—Está bien, papá. Ya no insistiré más —respondió, resignándose a aceptar la decisión de su familia, aunque su corazón aún estuviera lleno de dudas y pesar.

—Así que vivirás con ese futbolista, ¿eh? Y mira que hablamos de él la otra vez.

—dijo el señor, tratando de cambiar el tono de la conversación.—¡Ja, ja! ¡Qué pequeño es el mundo! —rió su padre, tratando de aligerar el ambiente.

—Sí, así es.—confirmó Helena con una sonrisa leve, agradecida por el intento de su padre de hacerla sentir mejor, pero era claro que por dentro se sentía peor, su mamá lo notó de inmediato.

—Pero escucha, cariño. No estés triste. Ese chico a parte de ser guapo, parece buena persona, confío en Dios de que no te hará ningún daño. Será un buen compañero, ya lo verás —añadió su madre con ternura, acercando su cabeza a la de ella.—Espero que tengan muchos hijos—murmuró por último.

—Mamá, ya basta, por favor, que no va a pasar lo que piensas—añadió la morena avergonzada, ante la idea renuente de su madre—bueno ya tengo que irme que se me hace tarde—dijo ella y acto seguido se despidió de sus padres, prometiéndoles visitarlos en cuanto pudiera.

Su mamá le brindó palabras de afecto mientras subía a la camioneta, y con un gesto sereno, su hermano encendió el vehículo, el motor cobrando vida con un ronroneo tranquilizador. Ella ajustó el cinturón de seguridad, sintiendo un cosquilleo recorrer su espina dorsal. Una nueva vida estaba por comenzar.

Una vida, que no estaba trazada en sus planes.

Nota final del capítulo

—Matt, te pido que sigas aconsejando a los viejos para que se planteen mejor la decisión de salir de casa.

—Helena, sabes que también estoy con ellos—respondió su hermano con firmeza, demostrando su lealtad a la decisión de sus padres.

—¿Y qué pasará con Hana?

—Ella también está conmigo.

—Matt, créeme, yo tampoco deseo irme, pero...

—De qué hablas, tú estás marcada, no irás a ninguna parte, en cambio nosotros, supuestamente nos llevarán a otro planeta. No sé cómo crees en esas payasadas, pero yo no soy ingenuo como tú Helena, es obvio que quieren deshacerse de nosotros —expresó Matt con preocupación, reflejando su escepticismo ante la situación.

—Ya hablas como papá.

—No lo sé, hermanita. Tal vez él tenga razón, o puede que tú también la tengas, pero en verdad, no confío en nadie en estos momentos. Haré lo que me parezca correcto.

―Está bien, que cada quien haga lo que considere mejor para sí mismo.

―concluyó ella, mientras contemplaba el cielo raso, buscando alguna respuesta entre su vastedad.