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Un reino sin heredero

N.A: ESTE CAPITULO PUEDE INCLUIR ESCENAS QUE RESULTEN DESAGRADABLES PARA EL LECTOR. LEER CON DISCRECIÓN. 

Un tercio de Tinopai fue destrozado por los demonios, solo por diversión. Los soldados hicieron cuanto pudieron. Pero jamás vencerían a unos seres que al ser decapitados, continuaban atacando. A sabiendas de que sería una pelea perdida y una muerte segura, los enviaron a defender a los civiles.

El Palacio estuvo a salvo, no por la protección de los guardias, sino porque el Emperador de Pandemónium les había ordenado exceptuar esa parte. El gran y majestuoso Palacio de Tinopai, había sido reconstruido sobre la metrópoli del antiguo imperio demoníaco, para transformarlo en el centro de la civilización humana. El Emperador tenía intenciones de recuperar lo que les pertenecía, y quería al Palacio como trofeo.

Luego de la aparición furtiva del gobernante de Pandemónium, los reyes aprovecharon el ataque de los demonios a la ciudad para volver a sus países, antes de que a Tinop se le ocurriera retenerlos.

No cabía duda que lo primordial era prepararse para proteger a sus reinos, pero Tinopai estaba más débil que nunca. No podían dejar escapar la oportunidad que esperaron durante años.

Sakarias Tinop se dejó caer sobre el trono con ambas manos agarrándose la cabeza. Las estrellas dejaron de brillar para su reino y descendencia, trayendo fatalidades para el país.

Pandemónium había permanecido en silencio durante mucho tiempo, pero era de esperar que tarde o temprano, sobre todo después de la desaparición de Sirius Pendragon, querrían tomar venganza contra los humanos y el principal objetivo eran ellos. No obstante, fue ingenuo al ignorar el desprecio que le tenían los otros reinos.

Lo entendió tarde. Habían pasado años complotando contra él, y debió darse cuenta desde el momento que el Papa no dejaba de insistir para que enviara a Anselin al bosque, para que se encargara del demonio. Se hizo cargo de mantener a su hijo ocupado en otras tareas y misiones, buscando una excusa para que no lo involucraran. A pesar de que conocía sus capacidades, ningún humano se había enfrentado a un demonio desde hace milenios. No existía un entrenamiento especial de defensa y ataque contra ellos. Cuando los asesinatos en serie comenzaron y la gente comenzó a manifestarse, no pudo seguir postergándolo. Sin darse cuenta, había terminado pisando el palito.

Todo lo que estaba sucediendo parecía una maldición enviada por los dioses. Pero eso ahora quedaba en segundo plano, porque Anselin había sido secuestrado por el Emperador demoníaco. Lo último que vio de su hijo, fue como la serpiente se lo había tragado. Más estaba seguro de que no lo matarían antes de sacarle el paradero del demonio del bosque. Anselin a veces podía ser un hueso duro de roer.

Por primera vez en mucho tiempo, se sintió perdido. Cayó en un poso del cual no podría salir por su cuenta.

Necesitaba a su hijo.

Ya no era joven y fuerte como antes, no podía ir a buscarlo, ni empuñar La Lotus. Esa espada ya no le pertenecía. Cualquiera podía tocarla y tomarla, pero si ya no era el heredero reconocido por los cielos, solo era un arma común y corriente. En el momento que Anselin puso sus dedos sobre ella, se entregó en cuerpo y alma a su propósito.

Darren se mantuvo frente al Rey, conteniendo su nerviosismo y desesperación―Su Majestad, permítame ir por él. ―pidió varias veces, siendo ignorado cada una de ellas.

El Rey por fin habló, dejando escapar un suspiro―: Ir solo será enviarte para que te metas en la boca del lobo. Ni siquiera Anselin pudo hacer algo, ¿por qué podrías tú?

Darren apretó los labios con enojo y frustración, porque sabía que era verdad. Sin embargo, tampoco podía quedarse sin hacer nada por él.

Había tomado una decisión. No fue capaz de llevarla a cabo porque detrás de la gran puerta, se comenzaron a oír ruidos del metal chocado contra una superficie dura.

Tinop se tensó y se puso de pie, sin despegar los ojos de la entrada. Por su parte, Darren desenvainó la espada poniéndose delante del él con una postura de guardia. Ambos esperaron expectantes la amenaza que estaba acabando con todos los guardias en el pasillo.

Hubo un silencio antes de que la puerta se abriera de un sopetón, provocando una correntada de viento y haciendo un espantoso estruendo al chocar contra las paredes de los costados.

Frente a ellos, una silueta esbelta caminaba con lentitud mientras soltaba a varios guardias inconscientes que llevaba arrastrando.

El silenció perduró; sus pasos firmes resonaron e hicieron eco en todo el salón. Su voz salió con un tono falsamente tranquilo, sonando como un siseo al pronunciar―: ¿Dónde está el Príncipe?

La mirada firme de Darren chocó contra la presencia siniestra del otro, cuyos ojos ardían en un rojo infernal. Su ceño se arrugó aún más cuando supo de quién se trataba. Incluso en la oscuridad de la noche podría reconocer esa apariencia.

Con los dientes apretados, posicionó su espada en corto en dirección al demonio― ¿¡Cómo te atreves a aparecer, bestia inmunda!?

Se lanzó hacia él. Cada choque que impactaba en las escamas duras de su cuerpo resonaban como eco dentro del salón. La destreza de Darren, que había recibido el mismo entrenamiento que Anselin, danzaba con su espada como una extensión de su cuerpo, enfrentándose a la ferocidad salvaje del demonio, creando un baile caótico.

La hoja de Darren cortaba el aire con precisión, buscando puntos vulnerables de una manera casi desesperada, queriéndose desquitar con él por todo lo que había causado.

―Eres descarado. ¡Después de todo lo que le causaste a Anselin, todavía vienes hasta aquí preguntando por él!

Mientras tanto, las garras de Daimon dejaban estelas de sombras en su intento por desgarrar la defensa de su contrincante. Su paciencia colgaba de un hilo delgado, que se tensaba y resistía por la única razón de que Anselin lo odiaría aún más si les causaba un daño mortal a estos dos. Muy a pesar de que para él se lo merecieran por abandonar al Príncipe.

Desde que se separaron en el Sur, no podía esperar a que el destino decidiera volver a reunirlos. Daimon comprendió que sería él quien tomaría las riendas para unir el destino de ambos, sin importar el precio que deba pagar.

Pero cuando se enteró que Anselin había sido sentenciado a muerte, la ira ardió en su interior como llamas de fuego incontroladas, consumiendo cualquier rastro de piedad para quien lo haya siquiera tocado.

En el preciso instante que el Rey alzó la voz para detener la batalla entre ambos, Darren tomó velocidad y con un corte vertical atravesó el cuello de Daimon. La hoja se había deslizado hasta quedar incrustada en el medio de su garganta. Por primera vez Tinop hizo el ademan de acercarse, pero se quedó helado cuando notó que el demonio se mantuvo en pie, sin siquiera tambalear. Luego, subió una mano al filo de la espada y la partió en varios pedazos.

Darren sostuvo lo que quedó de su arma. Honestamente impactado y sin dar crédito a lo que veía, retrocedió varios pasos, sin poder dejar de mirar como el demonio se quitaba los restos del metal y su carne volvía a unirse con lentitud, para luego dejar una cicatriz. Su cara apenas había mostrado un atisbo de dolor, pero de su boca se escurría una buena cantidad de sangre.

―Solo seré amable una vez más. ¿Dónde lo tienen? ―Daimon insistió, enfatizando cada palabra. Muy lejos de su actitud desafiante, su corazón latía con dolor y angustia por el temor de haber llegado demasiado tarde―. Si lo lastimaron, no necesitarán enemigos; me encargaré personalmente de arrasar con todo. ―sus ojos oscurecidos, solo eran iluminados por la malicia dentro de ellos.

Todo este tiempo, Tinop midió la situación en silencio. Dio varios pasos al frente hasta pararse junto a Darren, quien se apresuró a servirle como escudo con un "No se aproxime"― Anselin sigue vivo, pero no está aquí. El Emperador de Pandemónium lo tomó como su prisionero porque estaba involucrado contigo. ―su tono fue duro y con recriminación.

Daimon arrugó el entrecejo, con ojos desorbitados, inquietado. Sin decir ni una palabra, sus alas aparecieron de repente y se lanzó contra un ventanal, rompiendo con un estruendo los cristales.

Darren corrió hasta lo que había quedado de ventana y lo vio alejarse a toda velocidad, como un pájaro gigante― Majestad, ¿Lo dejará escapar?

Tinop se acercó también, observando la figura ya casi desvanecida en el cielo― ¿Quién lo detendrá? ¿Tú? Si vives, es porque no pretendía matarte. Además, él podría ser el único que puede ayudar a mi hijo.

 

Las voces que buscaban ser discretas hicieron eco dentro de la Santa Sede.

Mientras el resto de los reyes corrieron a sus respectivos reinos, los gobernantes de Prodavac, Hismal y el Alcalde Wong, se reunieron con el Papa Obisp. Descendiente de quien se acreditó como la segunda mano derecha de Aston Tinop; Albus Obisp. Durante y luego de la liberación, este hombre se había encargado de crear y esparcir la fe entre las personas, llegando a tener casi el mismo poder que el libertador. Pero nunca había logrado igualar su fama y grandeza. Solo su descendencia conoce la envidia y el desprecio que este le tenía a quien él llamaba amigo. El sentimiento había sido heredado de generación a generación junto a la santidad.

Desde que la iglesia supo de la existencia de Daimon­ y la identidad de sus padres, ese pequeño demonio había representado una grave amenaza para todo lo que habían construido. Las convicciones que habían inculcado en la gente flaquearían si supieran su verdadera identidad, la cual se había convertido en una confidencia entre la Santa Sede y el Alcalde Wong.

Perdieron la cuenta de cuantas veces enviaron hombres para que se deshiciera de él en secreto, cuando todavía era un niño. Incluso vagando por las calles del reino, era escurridizo como una rata. Y en el bosque, se había vuelto una bestia salvaje.

A lo largo de más de veinte años, no fueron capaces de asesinarlo. Sin importar que enviaran a los mejores y más despiadados mercenarios, el niño siempre terminaba escapando como un conejo aterrado. Y la gente le temía demasiado como para siquiera mirarlo. O así fue hasta que la iglesia, en un nuevo intento por deshacerse de él, se encargó de difundir el miedo y odio por el pequeño, esperando que los pueblerinos se encargasen. Pero el niño huyo al bosque, y allí, se volvió despiadado con quienes se atrevieran a acercarse.

Por otro lado, el Príncipe Heredero creció y se volvió más fuerte y una figura simbólica con el pasar del tiempo, tal como su ancestro. De ese modo, una idea surgió en la Santa Sede: conducir al Príncipe al bosque para que trajera la cabeza del demonio. Solo sería el primer paso para tirarle tierra hasta enterrar a la familia real. No estuvo dentro de sus planes que el joven caprichoso se amigara con el demonio, pero eso no podría ser más favorable para ellos. Estaban complacidos con la imprudencia del heredero que solo le facilitaban las cosas.

Aunque, la situación se les escapó de las manos en el momento que desobedeció al Rey, escapando para ir con el demonio. Una relación tan estrecha entre esos dos, solo pintaría el mundo de rojo. Su mundo.

―¡Todo esto es culpa suya, señor Wong! ―el Papa alzó la voz―. Si hubiera matado a esa aberración cuando apenas era una criatura, ¡no estaríamos pasando por esto!

Wong no supo qué decir. Después de todo, era responsable.

La puerta se abrió, revelando al Rey de Hismal y de Prodavac. Entraron al mismo tiempo con pasos apurados.

―Su Santidad. Tinopai se encuentra demasiado débil; perdió muchos hombres y mujeres durante el ataque de los demonios. Y sin un Príncipe, tenemos la victoria asegurada. ―Martirios Prodav pronunció con seguridad.

En cambio, Hismalí estaba realmente preocupado. Pasó una mano por su rostro―¿Y qué hay de los demonios? Después de ellos, sin duda seguimos nosotros.

―No cabe ninguna duda. Después de que acaben con Tinopai, irán por más. Pero no tenemos de qué preocuparnos, porque tenemos al cielo de nuestro lado ―Prodav miró al Papa sentado en su trono de oro.

El Papa asintió apenas― Sin duda los dioses jugaran a nuestro favor, como hace dos mil años. Ellos tampoco están contentos con el actuar de Anselin Tinop; la sangre que alguna vez fue elegida por ellos. Han enviado un mensajero a mis sueños, para decirme que la victoria siempre estuvo y estará de nuestro lado.

Loa hombres sonrieron, a excepción de Wong, que solo deseaba limpiar el nombre de su familia e imperio

―Amén.

 

A pesar de haber abierto los ojos, no podía ver. Las paredes alrededor de Anselin se sentían mojadas y viscosas, y un olor fétido como a putrefacción le quitaba el aire. Estuvo en ese lugar durante bastante tiempo, hasta que de pronto salió expulsando con hostilidad.

La repentina luz le quemó los ojos, cerrándolos con fuerza antes de abrirlos después de varios parpadeos. Tirado en quién sabe dónde, todo su cuerpo estaba cubierto con una viscosidad apestosa.

Con la visión todavía un poco borrosa, notó un par de botas negras ponerse frente a él. Inesperadamente fue agarrado del cabello, obligándolo a levantar la cabeza. Sintió un dolor punzante en el cuero cabelludo.

Estaba aturdido y le estaba costando bastante volver en sí. No esperó ser sujetado de greñas, pero mucho menos esperó sentir una boca chocar sobre la suya de una manera tan brusca que le causo un ardor doloroso. Los labios fríos de otro lo obligaron a abrir los suyos para poder introducir su lengua. Sintió como esta le tocaba la garganta y su boca era llenada con un líquido extraño que lo ahogaba.

El otro se apartó, volviéndose a poner de pie. Anselin se sintió enfermo de repulsión. Sintió como de apoco la lengua y el resto de su cuerpo se entumecía hasta dejarlo casi inmovilizado. Antes de que eso suceda, se apresuró a meter los dedos en su garganta para expulsar lo que había tragado, pero el Emperador demoníaco le cubrió la boca con una mano, con fuerza.

―Trágalo de nuevo. ―ordenó a la vez que ejercía más presión.

Anselin se negó a obedecer. Tuvo intenciones de defenderse, pero ya estaba demasiado débil y empeoraba. La mano en su boca lo estaba sofocando, provocando que involuntariamente terminara regresando todo a su estómago.

El sabor agrio y la sensación áspera en su garganta lo hicieron toser, impidiéndole recobrar el oxígeno.

―No hubiera sido tan desagradable si lo tragabas a la primera ―esbozó una sonrisa siniestra, capaz de ponerle los pelos de punta a cualquiera.

Soltó a Anselin con violencia, impactando su cabeza contra el suelo, haciéndola sangrar. La falta de energía era tanta, que ni siquiera podía quejarse por el dolor. Su cuerpo quedó inerte en el suelo, con apenas las fuerzas necesarias para seguir respirando. Su visión y oídos estaban poseídos por una sensación ruidosa, pero todavía seguía consciente como en una parálisis del sueño. La única diferencia, era que el peligro era real.

A quien escuchó nombrarse a sí mismo como "Erpeton", usó un pie para darlo vuelta y ponerlo boca arriba. Inclinó un poco la cabeza para observarlo― Sin duda eres de la misma sangre que ese asqueroso humano ―escupió―. Más allá, sigues siendo un mortal insignificante. ¿Por qué padre e hijo se ensañan en fijarse en vidas tan banales? ―lo último pareció decirlo para sí mismo, pero el rencor era evidente en su voz. Se puso de cuclillas a la altura de Anselin, que ni siquiera podía mover los ojos. Pasó un dedo escamoso y frio por todo su cuerpo, recorriéndolo―. Aunque tal vez, no seas tan insignificante... El aroma de tú cuerpo es exquisito.

Tomó la mano estática de Anselin y colocó su nariz en ella, respirando su aroma. La esencia que se desprendía de él, provocó que las pupilas del demonio se dilataran con exageración.

Como si hubiera aspirado un afrodisiaco, abrió la boca dejando que la saliva, que se había acumulado en segundos, callera. Estaba extasiado, enloqueciendo con solo imaginar el placer y fuerza que le daría la carne y sangre del Heredero. Continuó jugando con su mano de manera provocativa, pasando sus dientes muy cerca de la piel de Anselin. Insertó el meñique en su boca, lamiéndolo antes de morderlo con fuerza hasta arrancarlo.

Lo saboreo con una sonrisa forzada que se extendía en su rostro y los ojos destilaban un brillo desquiciado, creando una expresión perturbadora. El grito de Anselin quedó atrapado en su cuerpo, mientras derramaba lágrimas llenas de dolor y frustración.

Erpeton rió con cinismo a la vez que movía su larga lengua para lamer los restos de sangre en sus labios.

Volvió a sujetar su mano, esta vez de una manera más brusca y desesperada para insertarla completa en su boca. Anselin estaba volviéndose loco, desesperado por poder moverse, pero ni siquiera podía parpadear. Era un cadáver viviente que estaba a punto de ser devorado mientras aun respiraba.

De repente, el techo de piedra roja tembló con un zumbido. Erpeton apenas tuvo tiempo de levantar la cabeza para darse cuenta de que se desmoronaba. Se alejó de un salto, abandonando el cuerpo de Anselin, para evitar ser aplastado.

Los escombros cayeron produciendo un estruendo. Con ellos, entre la polvareda, una figura cayó de pie. Erpeton se movió con rapidez cuando la figura se lanzó sobre él como una flecha. El puño de Daimon se estrelló contra una pared, dejando un hueco. Giró como un perro rabioso, listo para volver a atacar. El polvo de los escombros se acento, permitiéndole ver desde el rabillo del ojo el cuerpo del Príncipe en el suelo. Un jadeo se escapó de sus labios y el corazón se le detuvo por un momento.

Ignoró a Erpeton para correr hasta el Príncipe y tirarse de rodillas junto a él. Lo estudio con ojos húmedos y temblorosos; se veía tan pálido y rígido que temió que estuviera muerto. El corazón apenas se le tranquilizó cuando se aseguró de que aun respiraba débilmente. Tenía el cuerpo duro como la porcelana. Pensar que podría romperlo al tocarlo le atemorizaba. Pero terminó de desbordarse, en el momento que notó la mano derecha de Anselin cubierta de sangre, con solo cuatro dedos.

―¡¡Increíble!! ¡Eres realmente increíble! ―Erpeton exclamó desde algún lado con asombro fingido―. Pero estábamos a punto de algo, ¿¡¡Por qué corres a él!!? ―cayó desde el techo, aterrizando en el suelo.

Apenas oír su voz, Daimon saltó a él liberando un rugido. Erpeton fue tomado por sorpresa. Su cuello fue tomado con fuerza para acto seguirlo estamparlo contra la pared más próxima. La mirada de Daimon estaba desequilibrada, reflejando un estado mental alterado. Clavó sus garras lentamente en el cuello de Erpeton, con la intención de hacerlo sufrir antes de matarlo.

El rostro de Erpeton estaba contorsionado por la asfixia y diversión. Con los dientes apretados y una obstinada resistencia, dijo―: El principito valiente tragó mí veneno ―sacó la lengua y la movió de manera insinuante―. Tengo su vida en mis manos. Si muero, él muere conmigo.

Daimon se congeló y la sonrisa de Erpeton creció descaradamente. El semblante de Daimon que era el vivo reflejo de la ira y la muerte misma, se transformó en uno de miedo y mortificación.

Los ojos del Emperador se habían mantenido sobre Daimon con un brillo extraño y particular, observándolo de arriba abajo.

Aflojó lentamente su agarre. La mano le temblaba por reprimirse― ¿Qué es lo que quieres?

La boca de Erpeton se ensanchó― Eres muy parecido a tu padre ¿Lo sabias? ―de un manotazo se liberó del agarre, haciendo que Daimon retroceda varios pasos―.Tú padre... era magnifico. Pero era ingenuo, tenía la estúpida idea de que la vida humana tenía el mismo valor que la nuestra ―Daimon no comprendía de qué estaba hablando. Detectó un tono extraño en su voz, y a medida que hablaba apretaba los dientes―. Lo dejó todo para engendrar una criatura con una humana... Todo. Su imperio, su linaje, a mí ―espetó―. Solo quiero que te unas a mí y me sirvas, como Sirius debió hacerlo.

Daimon mantuvo la mirada, con el rostro oscurecido―... ¿Y si me niego?

―El humano morirá, lenta y dolorosamente. ¿La vida de este mortal vale lo suficiente como para convertirte en mi esclavo? ―se burló.

Las uñas de Daimon se clavaron en su palma, dejando un rastro de marcas a medida que cerraba los puños. No dudó ni un segundo― ¿Qué quieres que haga?

Teniendo su respuesta, Erpeton soltó una carcajada que limitaba entre la irritación y el gozo. Si la suerte había dejado vivir al hijo de Sirius después de aquel día, es porque la razón de su existencia fue destinada a tenerlo comiendo de la palma de su mano.

Hace años, después de haber fallado en su propósito original, tuvo que esperar una década para recuperarse de la herida letal que le había causado aquella humana, al intentar defender a su hijo. Y otra más para poder romper el sello que los mantenía presos. Ahora, podía terminar lo que empezó.

―Acércate―le ordenó.

­ Con los músculos tensados, Daimon obedeció.

El humo negro se escapaba de su nariz cada vez que respiraba con pesadez. Acatando se acercó, parándose frente a Erpeton e igualando su estatura. Sus ojos enrojecidos se clavaron en los amarillos del otro, reprimiendo el deseo de causarle la muerte.

El Emperador lo observó, tomándose su tiempo antes de decir―: Eres su viva imagen... de no ser por esos asquerosos ojos ―escupió. Levantó una mano y sin preguntar rajó la manga de la ropa de Daimon. Levantó el trozo de tela―. Tápalos.

No soportaba ver los ojos de esa mujer.

Sin tener opción, lo hizo― Haré todo lo que me pidas, pero a cambió deja al Príncipe.

―No estás en posición de poner condiciones ―siseó―. Él será el seguro para que no me traiciones. Se quedará en el palacio. Mis sirvientes se encargaran muy bien de él.

Daimon frunció el ceño y las comisuras de sus labios se levantaron enseñando los dientes. ―¿Cómo sé que no le harán daño?

―No lo sabrás. Y tienes prohibido intentar buscarlo. La más mínima desobediencia y haré que sufra tanto como para desear la muerte.

Daimon odio a Erpeton, pero más se odio así mismo por ser inútil. No fue capaz de proteger a Anselin, y por su culpa su vida estaba en riesgo.

Con un chasquido de los dedos de Erpeton, un par de demonios sirvientes salieron detrás de una puerta corrediza― Encárguense del humano... y trátenlo como se merece ―miró de arriba abajo a Daimon, evaluando con desdén el atuendo humano que vestía―. Y tráiganle algo apropiado.

Los ojos de Daimon se movieron desesperados debajo de la tela al oír que se llevaban a Anselin, pero cuando intentó moverse para hacer algo, Erpeton lo detuvo con una advertencia.