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Juramento nupcial

N.A: EN ESTE CAPITULO HAY MENCIÓN AL SUICIDIO.

En algún lugar remoto del castillo, los sirvientes dejaron el cuerpo del Príncipe sobre lo que podría ser una cama de piedra, o en un peor caso, un altar. No supo con exactitud dónde fue llevado. Durante el largo camino, lo único que pudo ver fueron los techos rojo sangre, adornados con sedas de tonos más claros.

Estar atrapado dentro de su propio cuerpo era la situación más desesperante por la que había pasado jamás. Era como si hubiera dejado de pertenecerle, convirtiéndose en una prisión de piel y carne. Ser consiente de todo lo que sucedía a su alrededor solo empeoraba las cosas, llevándolo casi al borde de la locura

No supo por cuanto tiempo estuvo intentando mover, aunque sea, un dedo –de los nueve que ahora le quedaban–. Su cabeza no quería enfocarse en el objetivo; parecía más interesada en repetir palabras de autodesprecio.

En este tiempo, o más bien, desde que conoció a Daimon y resurgió el tema de los demonios, no paró de darse cuenta lo insignificante, débil e incapaz que en realidad era. Le traía sentimientos extraños. Por supuesto, siempre lo supo; en lugar de llamarlo "Príncipe", "actor" o "farsante" hubieran sido palabras más acertadas para describirlo. Se había convencido y obligado a sí mismo a ser quien todos quería que fuera, que hasta se lo creyó. Ahora que ya no era capaz de hacer algo, era como si fue bajado de un flechazo de la cima en la que había estado parado y luciéndose como un héroe.

Desde luego, este era un golpe muy fuerte a su falsa autoestima.

Pero por otro lado más contradictorio, nunca comenzó a sentirse tan humano y propio como desde entonces. Como se mencionó; eran sentimientos realmente extraños y confusos.

Acompañado de los malos comentarios que no dejaba de hacerse a sí mismo, siguió con la labor. En cuanto más rápido fuera capaz de volver a defenderse, más rápido sacaría a Daimon del problema en el que lo había metido.

Por sobre todo: se hartó de ser la damisela en apuros.

¿¡Qué clase de giro era este!? ¡Su papel era salvar damiselas en apuros, no convertirse en una! ¿Por qué seguía metiéndose en problemas?

De repente las palabras de Erpeton vinieron a su cabeza, haciendo que dejara de esforzarse: "Tengo su vida en mis manos. Si muero, él muere conmigo." No fue difícil llegar a la conclusión de que prefería morir de una vez, en lugar de que Daimon estuviera atado a la esclavitud por él. El problema seguía siendo que no podía moverse para hacerse cargo de sí mismo y dejar de ser un estorbo.

La puerta de la prisión se abrió con un rechinido que trató de ser amortiguado. Anselin se alarmó al no poder ver de quién se trataba.

―Sir caballero... ―dijo una voz― ¿Qué males está pagando para acabar de esta forma?

Reconoció la voz burlona casi de inmediato.

Su memoria era como la de un elefante. No existía la posibilidad de que olvidase un rostro o una voz. Estaba convencido que ese clamor coqueto pertenecía a la muchacha que había conocido una vez en el burdel. Casi se puso contento, pero la emoción duró muy poco cuando recordó en qué tipo de lugar estaba.

En la oscuridad, la mujer parecía dar pequeños pasos dando la impresión de que se deslizaba hasta él. Tomó una pequeña vela que había cerca de Anselin y la encendió.

Anselin no pudo verla hasta que la muchacha inclinó su cabeza sobre él, con la figura iluminada por la tenue luz. Si pudiera abrir más los ojos, sin duda se hubieran desorbitado por la impresión.

No cabía ninguna duda que era Alicia, todavía mantenía varias de sus delicadas facciones. Pero su apariencia estaba demasiado lejos de ser la que vio la última vez: todo su cuerpo estaba cubierto por escamas de un brillante verde y blanco. Los ojos los tenía amarillos y la pupila extremadamente delgada, tal vez a causa de la luz. En palabras simples: era un demonio.

―Tranquilo ―dijo ella, al percibir lo que los ojos de Anselin reflejaban―. No voy a hacerte daño. Vine a traerte esto ―sacó de su fina prenda una botella mediana. La destapó, y la posó en los labios de Anselin.

Este solo podía clavarle la mirada mientras ella le abría la boca. El líquido amargo lo llenó, escurriéndose por su garganta. Tenía un sabor espantoso y nauseabundo.

¿¡Voy a ser envenenado dos veces!? ¡¡Denme un respiro!!

Anselin se sentía abusado. Hacían con él lo que les apetecía y solo podía dejarse tratar como una muñeca. De otro modo, lo sintió mucho menos intrusivo ­que lo que Erpeton había hecho. No salía del asco al todavía sentir esos labios fríos sobre su piel y la lengua viscosa en su garganta.

La muchacha lo miró con lastima y acto seguido, con un trozo de tela blanca, vendó cuidadosamente su mano derecha para detener la hemorragia ―Hago esto porque me compadezco de ti.

Poco a poco sintió como aquel líquido caliente que fue obligado a beber, recorría cada extremo de su cuerpo. En minutos, fue capaz de volver a moverse moderadamente, como un anciano de noventa años.

Una gran felicidad lo invadió cuando pudo sentirse de nuevo, pero todavía no era capaz de levantarse. Todo el cuerpo le cosquilleaba dolorosamente. Entre temblores, movió lentamente la cabeza hacia la muchacha, dándose cuenta de que no había piernas debajo de su falda, sino una enorme y larga cola de serpiente. No quiso faltarle el respeto, así que levantó los ojos para mirarla a la cara.

―Acabo de darte una poción que atontará a los parásitos en tú cuerpo. ―mencionó ella.

El entrecejo de Anselin se arrugó con confusión. Hasta donde él se enteró, lo habían envenenado. No hizo falta que dijera algo para que ella le explicara.

―El "veneno" de Erpeton, en realidad son cientos de parásitos diminutos. Ciertamente son venenosos y letales para los humanos. Se esparcen por todo el cuerpo, esperando órdenes del transmisor para matar al huésped. Si tu sistema nervioso es inestable, las probabilidades de que se aferren al corazón son altísimas... ―titubeó por unos segundos, sin saber si revelar lo siguiente―. Puedes confiar en lo que digo, porque... el Emperador es mi hermano.

Anselin cerró los ojos e inhalo profundo, procurando tomarlo con calma. Él realmente estaría pagando por algún pecado de su vida pasada.

―¿C... cómo... lo... quito...? ―balbuceó con un graznido. Su tono era casi de súplica.

La demonio guardó la botella vacía entre su ropa― No quiero desanimarte ―dijo antes de decir algo desoladoramente ―. Pero ese fue un secreto que solo se pasó a los sexos masculinos del clan... Por ahora, lo que te di bastara para prolongar tu vida... un poco. Es en lo único que puedo ayudar.

No sabía si las ganas de llorar eran por el dolor, impotencia, ira o el temor que sentía.

Anselin volvió a abrir la boca para preguntar con voz cascada― ¿Por qué... me ayudas?

―Pasé más tiempo del que debí entre los humanos ―contestó, soltando un pequeño suspiro―. Por cierto, mi nombre es Morana, no Alicia. ¿Me recuerdas? Alicia era el nombre que utilizaba para mezclarme entre los humanos.

Con lentitud y cuidado, Anselin logró con una apariencia miserable sobre la cama―...Te recuerdo... ¿Qué hacías ahí? ―preguntó, a pesar de que la respuesta pudiera no gustarle.

Morana se deslizó hasta la cama. Se sentó en la orilla y enrolló el resto de su cola― El burdel solo era uno de los tantos lugares que tomábamos como "juego". Era divertido engañar a los humanos antes de comerlos... Estaba siendo una molestia para mi hermano aquí, así que me envió al dominio humano para supervisar. Las chicas del burdel eran agradables y me trataban muy bien, por lo que me quedé ahí en su lugar... Les tomé cariño.

Anselin pensó que tal vez, solo tal vez, esa fue la razón por la que aquella vez colaboró con él.

Sin embargo, eso ya no importaba. Ahora tenía una nueva preocupación― Tú... hermano está haciendo todo esto para que Daimon lo obedezca... ¿Cuál es la razón? ¿Es por la herencia de su linaje?

Morana hizo una mueca complicada― Podría tratarse de eso... Desde el comienzo de la vida, nuestro primer emperador fue del clan de las serpientes. Fue así hasta que en varios años llegó un demonio que le hizo un trato con algo que el emperador no podía rechazar: los primeros humanos, a cambio del poder. El emperador aceptó con una condición: que uno de sus descendientes sea desposado por el próximo emperador. Fue un pacto jurado que se cumplió, hasta que Sirius Pendragon tomó el poder. En dos mil años, nadie pudo quitarlo de su puesto, y se negó a desposar a mi hermano. Luego, se enamoró de una humana y desapareció. Entonces, Erpeton nunca concreto el matrimonio pactado. Y en lo que a mí respecta, debo casarme con el descendiente de Sirius, ya que la monarquía se volvió una herencia.

Al escuchar eso último Anselin sintió un pinchazo molesto en el pecho, acompañado de una inquietud extraña― ¿Esclavizó a Daimon para que se case contigo? ―ignoró por completo aquella historia, centrándose solo en lo último.

Ella negó con la cabeza― No sé lo que tiene en mente. Es impredecible. Pero sí sé qué hará lo que sea para mantenerlo bajo sus órdenes, porque de ser lo contrario, lo perderá todo. No me sorprendería que ya haya planeado una ceremonia para mañana. El hijo de Sirius es muy peligroso.

Las últimas palabras resonaron en su cabeza durante un buen tiempo. Era trágico que Daimon sea considerado una amenaza en ambos mundos.

Morana se marchó antes de que alguien la descubriera en el calabozo, y él le agradeció por la enorme ayuda.

Le tomó un tiempo poder moverse como un anciano de sesenta en lugar de noventa. Se levantó de la cama, sujetándose de la pared para mantener el equilibrio. Al menos, aunque fuera con pasos moderados, podía caminar.

Inspeccionó la habitación con la ayuda de la débil luz ya casi extinta. Desde que entró fue golpeado por un olor extraño, y en el suelo y paredes, e incluso en la cama de piedra que estuvo acostado, había manchas esparcidas de lo que podría ser sangre.

La pequeña vela terminó de consumirse, dejándolo completamente a oscuras.

Respiró derrotado. Ahora que podía moverse, pensó en acabar con su vida.

El salón estaba abarrotado de demonios de todas clases y tipos, de la más alta jerarquía. Todos tenían sus ojos clavados en el enigmático y llamativo demonio que estaba parado, de manera intimidante y elegante, junto al trono del emperador. Llevaba los ojos vendados con una delicada tela de seda, dándole un aire más misterioso.

Su apariencia les resultaba extrañamente familiar, a pesar de jamás haberlo visto.

Por otro lado, los que lo habían visto ingresar a Pandemónium de una manera muy agresiva; reconocieron su figura y no se esforzaron en ocultar sus expresiones burlonas al verlo ahora actuando como el perro del Señor.

Daimon escuchó atentamente, viendo apenas detrás de la tela y ayudándose con sus oídos y olfato. A pesar de estar rodeado de demonios, no se sentía para nada amenazado por ellos. A varios los percibió como débiles y solo a unos pocos como un posible problema. Él no podía darse cuenta, pero Hacha estaba entre los líderes, observándolo con una expresión extraña y una mirada fija.

Erpeton estaba sentado en su trono hecho de huesos humanos, con un semblante complacido. Con Daimon de su lado -aunque fuera de manera forzosa-, y el heredero en su lecho de muerte, no existían obstáculos en su camino. Sin embargo, no podía confiarse. El humano solo era un pequeño seguro que no duraría para siempre. De otro modo, el contrato más inquebrantable era a través de un juramento de sangre.

―Nuestro imperio resurgirá, y volverá a nosotros lo que siempre nos perteneció ―dijo solemne―. El hijo de nuestro venerable Sirius Pendragon está aquí.

―¿El hijo del antiguo emperador? ¿Cómo es eso posible? ―inquirieron. Las reacciones eran una mezcla de confusión y escepticismo.

El entrecejo de Daimon se arrugó.

―El joven a mi lado es sin duda el hijo de Sirius Pendragon, el parecido y el aura es inconfundible. Sin embargo su sangre es sucia: fue engendrado por una humana. No es digno de nuestra confianza, mucho menos de gobernarnos ―soltó con desprecio, a la vez que señalaba vagamente a Daimon―. De otro modo, nuestras costumbres pactadas por nuestro antiguo Emperador deben continuar. Por esa razón, el hijo de Sirius y yo haremos el juramento nupcial antes de recuperar nuestras tierras.

Claro que para mantener a esa amenaza, que se hacía llamar "Daimon", devoto a él, debía ser bajo un juramento nupcial. Le importaba un bledo las costumbres y quien debía ser el heredero al imperio, porque si él quería gobernar lo haría y ya. Pero se veía obligado a someterlo y controlarlo. Dentro del mundo demoníaco, este pacto era el más sagrado e irrompible que tenían. Una vez que sus sangres se mezclasen y se unieran hasta volverse una, jurando lealtad eterna, no existía forma de dar vuelta atrás.

Sin embargo, solo uno de ellos entregaba su vida completamente al otro. Fueron muy pocas las veces en las que ambos demonios se juraron mutuamente. Desde luego, Erpeton no iba a jurar por él. Y si eso no era suficiente, en Pandemónium crecía una flor cada cientos de años, cuyo polen era un afrodisíaco poderoso. Era muy difícil de hallar ya que no crecía en el mismo lugar y lo hacía en sitios aleatorios cada vez, pero tampoco era imposible con una búsqueda exhaustiva.

Cualquiera habría pensado que revelar la identidad del heredero de Pandemónium podía solo traerle problemas. Sin embargo, no lo era para Erpeton. Sirius Pendragon era amado por algunos y considerado un tirano por otros varios. Después de todo, se había puesto del lado de los humanos, obligando a los de su propia especie a reducirse debajo de la tierra, prometiéndoles una buena vida.

Sí tuvieron una buena vida, pero el cambio fue demasiado brusco. Todavía añoraban la vida en la superficie.

Y después de lo que hizo hace poco más de veinte años, podría decirse que sus seguidores fueron extintos.

El cuerpo de Daimon se tensó al oírlo. No conocía con exactitud el significado completo de la palabra, pero sabía a lo que conllevaba la última. Su expresión fría se volvió una de enojo y repulsión. Se volvió de manera brusca hacia Erpeton, pero antes de que pudiera hacer algo, este lo detuvo con una negación de "ah, ah", para recordarle que tenía la vida del Príncipe en sus manos.

Daimon plantó sus pies en el piso y se limitó a reprimirse, tensando la mandíbula.

Los demonios bramaron con menosprecio. Pero no se podían negar las semejanzas con el emperador dragón.

Hace años Erpeton llegó malherido a Pandemónium, antes de que la grieta que Sirius había dejado abierta entre ambos mundos terminara de cerrarse. Entonces reveló que el emperador cortejó una humana para tener un descendiente.

Ahora, frente a sus ojos, podían ver que era verdad.

Erpeton giró su rostro a Daimon, adornado con una sonrisa burlona. Le divertía la impotencia y furia del pequeño huérfano. El salón se llenó de todo tipo de ruidos extraños, emitidos en son de festejo por los demonios.

Anselin decidió morir. A pesar de ello, se sentía egoísta por no terminar con su vida para priorizar a Daimon. Quiso esperar a verlo por última vez y asegurarse de que estaría bien. Así que lo esperó sentado en la cama, con el hombro y la cabeza apoyados en la pared. Sus ojos no se despegaron de la puerta, esperando verlo llegar. Pero no recibió su visita. Ni ese día, ni los siguientes.

En su lugar, Morana apareció detrás de la puerta para susurrarle las últimas noticias. Su sombra se proyectó por debajo de la puerta― Sir, ¿me escuchas?

Algo somnoliento, Anselin arrugó el ceño. Se levantó y caminó hasta la puerta para escucharla mejor― ¿Mm? Aquí estoy.

Hubo un silencio antes de que la muchacha decidiera hablar― Ah... Lamento lo que estoy a punto de decir... pero no me casaré con el hijo de Sirius ―Anselin hizo una mueca, confundido y aliviado. ¿Por qué esas serían malas noticias? ―. Quien se casará con él, será mi hermano.

Ah.

Inmediatamente la expresión de alivio se borró y en su lugar, el rostro le palideció. Ni siquiera fue capaz de pestañar, mucho menos de procesar lo que acabó de oír.

― ¿Recuerdas que te dije que Erpeton encontraría una forma para mantenerlo bajo sus órdenes? Bien, esta es. Con un juramento nupcial, sus sangres se mezclaran y uno le pertenecerá al otro, para siempre ―Morana dijo.

La única sangre que habría era la que él estaba por escupir de la boca y la que iba a correr cuando saliera de allí. La sensación era similar a que un yunque le cayera en medio de la cabeza. Sintió nauseas― No... ¡No puede suceder!

Morana suspiró con lastima― Me temo que sucederá, y este mismo día.

Anselin retrocedió un paso y llevó ambas manos a la cabeza mientras miraba en ningún lugar en específico.

―¡Es mi culpa! Si hace el juramento, ya no se podrá hacer nada ―su tonó era un tanto histérico. Daimon ya tenía a alguien especial. No iba a permitir que arruinase su vida por él―. ¡Morana, por favor, ayúdame a salir de aquí! ―nadie respondió―. ¿Morana?

Al no tener respuesta, se arrojó al piso para espiar por debajo de la puerta. Descubrió que ya no estaba ahí. Golpeó el suelo con frustración antes de levantarse.

¡Si hubiera muerto antes, esto se habría evitado! Tenía más claro que nunca que la única solución era morir frente los ojos de Daimon. De otra forma, seguirían extorsionándolo a costa de su vida.

Decidido, tanteó el material de la puerta con las manos. En la oscuridad no era capaz de distinguirla, pero con el tacto descubrió que era de una madera robusta. Si se encontrara con el cien por ciento de su fuerza, habría cedido con dos embestidas. En su estado actual, ni siquiera diez fueron suficientes para hacerla temblar.

Su cuerpo se moreteaba con cada golpe. Cayó adolorido contra la puerta. Recargó su cabeza en ella con una mueca que mezclaba el dolor con la frustración. Se tomó un momento antes de volver a ponerse de pie. Estuvo a punto de tomar carrera cuando escuchó un ¨clic¨ proveniente de la cerradura, seguido del sonido de lo que podrían ser unas alas agitándose.

Volteó y observó como la puerta se abría lentamente con un chirrido, que casi parecía estar avisándole que fue desbloqueada. Desconfiando, caminó lentamente a ella y se detuvo a un metro. Puso atención en la luz que ingresaba desde afuera y esperó.

Esperó oír pasos, una respiración o ver una sombra. Pero parecía no haber nadie allí.

Abrió la puerta poco a poco. Cuando estuvo seguro de que no había nadie, asomó la cabeza. Un largo pasillo de piedra, iluminado con antorchas de fuego y adornado con cadenas y ganchos, se extendía de izquierda a derecha. Como sospechó, no había nadie vigilando. Después de todo, ¿para qué enviarían guardias a custodiar un cuerpo petrificado?

No reconocía el camino de frente, pero si miraba al techo estaba seguro de que lograría salir de allí. Tenía fuerza suficiente para andar, pero no para pelear. Por lo que su intención era llegar a Daimon evitando cualquier tipo de enfrentamiento.

Apoyándose con una mano en la pared, siguió el camino que él mismo trazó en el techo. El primer tramo hasta salir de los calabozos subterráneos fue sencillo. Ese lugar parecía ser habitado solo por espíritus que no dejaban de susurrarle que conocían su secreto más íntimo, y la verdadera razón de porqué hacía lo que iba a hacer. Anselin intentó ahuyentarlos como a las moscas, pero lo siguieron durante todo el camino; molestándolo con más intensidad al ver que fingía no saber de lo que hablaban.

Las escaleras de piedra parecían infinitas. Cuando llegó al último peldaño, fue que las voces cesaron. No pudo evitar suspirar con alivio. Abrió la siguiente puerta con precaución, procurando que no rechinara. Frente a él, se encontraba lo que pretendía ser un enorme jardín, o más bien un bosque, subterráneo. Sin embargo, las plantas eran un tanto diferentes a la vegetación humana; se veían un poco más maravillosas y extrañas, pero intimidantes sobre todo.

Tuvo extremo cuidado en caminar por allí, procurando no ser devorado por alguna planta demoníaca. No podía estar seguro, la iluminación se terminó cuando se alejó de la puerta de los calabozos y solo una débil luz al frente, obstruida por las malezas, lo guiaba. Creyó ver que varias plantas seguían sus movimientos, como si tuvieran la intención de ponerlo nervioso.

Más adelante, la vegetación disminuyó y frente a sus ojos, unas escaleras de mármol rojizo se extendían hasta un largo pasillo; con columnas del mismo material que simulaban ser humanos sujetando el techo, con expresiones de miedo y sufrimiento. Era iluminado por piedras brillantes que nunca antes había visto, dándole un aire mágico.

Si no fuera porque se trataba del palacio de los demonios, y por esas ofensivas columnas, Anselin hubiera pensado que es un lugar bastante majestuoso.

Se dirigió a ellas, subiendo varios escalones. Justo cuando estaba en el medio, unos pasos firmes y con son apurado resonaron contra el mármol. Anselin se detuvo en seco y se apresuró a bajar y correr a esconderse entre los árboles. Los pasos continuaron, esta vez sonando en la tierra. Anselin podía ver como se aproximaba solo gracias a que dos esferas flotantes de fuego acompañaban al demonio. Entonces procuró mantener la distancia, alejándose lo más que pudo de aquellas luces. Se quedó quieto en la oscuridad. Estaba tan concentrado en no ser atrapado, que no se percató de que desde el suelo, unas raíces se deslizaban a él hasta trepar por su cuerpo. Cuando lo descubrió, ya le habían inmovilizado las piernas y tirado al suelo. La raíz lo arrastró un tramo y acto seguido lo levanto poniéndolo boca abajo. Sintió una especie de deja vu. Quedó pasmado al ver que estaba siendo conducido hasta el interior de una enorme y espantosa planta. Su forma le recordó bastante a la de una araña.

Apretó los dientes, enojado. ¡No tenía fuerzas para escapar! ¡Estaba bien morir, pero no sin que Daimon no se entere!

De repente, una luz casi cegadora vino hacia él e inmediatamente después las raíces que lo aprisionaban fueron cortadas. La planta hizo un chillido perturbador, y Anselin se preparó para caer en su interior. Antes de que eso sucediera fue sujetado y puesto a salvo. Su salvador lo apretó contra su cuerpo de manera protectora. Las bolas de fuego regresaron con su dueño y solo entonces revelaron a Daimon, cuyos ojos estaban tapados por una tela de seda y sus cejas estaban profundamente fruncidas.

Anselin lo miró muy desconcertado, sintiendo que el calor que emanaba de su cuerpo era contagioso porque sus mejillas comenzaron a arder.

La arañaplanta estaba furiosa. Crecieron nuevas raíces de donde fueron cortadas y sin perder tiempo las lanzó a ellos. Daimon estiró una mano, haciendo una señal, y cuales perros obedientes las bolas de fuego se impactaron en la planta, consumiéndola al instante.

Anselin no quería parecer un tonto, mucho menos un debilucho, pero parpadeó varias veces como una verdadera damisela contemplando a su heroico salvador.

Se sentía patético y agradecido a la vez.

Daimon bajó su rostro a él y se quitó la venda de los ojos con un tirón, revelando el brillo intenso en ellos que reflejaban ciento de emociones, pero la que predominó fue la preocupación.

―Alteza... ―casi susurró.

Anselin lo miró bien. La ropa que llevaba puesta le dejaba en claro que eran prendas nupciales. Su corazón palpitó con miedo, con la idea de que ya hubiera hecho el juramento.

―Alteza... Alteza...

Repitió con ojos brillantes, reprimiendo las ganas de apretarlo más contra su cuerpo para aferrarse a él.

Naturalmente, el pelirrojo lo percibió de otro modo.

Se sintió terriblemente culpable. Tenía tanta culpa e impotencia en su interior que podría llorar. Pero no se trataba solo de eso; se sentía humillado porque no era capaz de cuidar de sí mismo, necesitando involucrar a Daimon para que lo salve una y otra vez. Solo era un estorbo.

―Perdóname, Daimon ―murmuró.

Este arrugó el ceño y entrecerró los ojos sin abandonar su semblante taciturno― ¿Por qué Su Alteza se está disculpando? Yo soy quien debe pedir tú perdón.

El semblante de Anselin se volvió serio― ¿Hiciste el juramento nupcial?

Daimon lo observó por varios segundos― No tienes de qué preocuparte. Yo te mantendré a salvo.

Anselin negó con la cabeza, poco a poco siendo dominado por la vergüenza― No tienes que hacerlo. ¿Por qué llegarías a ese extremo por mí? ―dijo, apartándose. Su tono sonaba molesto― ¿Lo hiciste o no?

Daimon se negaba a alejarse tan solo unos centímetros de él. Volvió a acercarse, siendo seguido por las bolas de fuego que le permitían ver la expresión afligida del Príncipe, a pesar de que se esforzaba por ocultarlo con un ceño fruncido― ¿Y por qué no lo haría? ―respondió su primer pregunta―. Puedes levantar tú espada contra mí y cortarme con ella; puedes intentar alejarte, pero mi corazón siempre estará detrás de ti.

Anselin no comprendió el significado de sus palabras y recordó el juramento que le había hecho en el jardín del palacio, creyendo que se trataba de eso― No seas absurdo. No necesito que me hagas ningún juramento; ya no soy nadie. Mi vida no vale lo suficiente para que arruines la tuya. No tienes que preocuparte por mí.

El semblante de Daimon expresaba amargura por el desprecio que el Príncipe se estaba teniendo así mismo― Por ti es por quien solo me preocupo.

Sin ser consciente, el rostro de Anselin se suavizo al igual que su pecho y sus ojos centellaron en la oscuridad. Pero rápidamente volvió en sí― Lo siento. No tengo ninguna intención de seguir viviendo si solo voy a ser un estorbo para ti. No quiero que te conviertas en un esclavo. ¿Hiciste o no el juramento nupcial?

Los ojos de Daimon eran sombríos como una noche estrellada― Si lo hice o no lo hice, ¿el actuar de Su Alteza cambiara con la respuesta?

Entonces comprendió que todavía no se había realizado el pacto, y Daimon solo preguntaba para darle una mentira como respuesta.

Después de un silencio, Anselin dijo con decisión― Cuando muera, vete...

Las palabras quedaron amortiguadas y atrapadas entre sus labios y los de Daimon. El beso comenzó lentamente, como una danza triste, en la penumbra, suavemente iluminados por las llamas a la deriva. Él se movía suave y delicadamente, amando la humedad y el calor en la boca del Príncipe. Anselin se sintió sorprendido por la inesperada acción, mientras observaba la expresión afligida de Daimon al besarlo. Su corazón se estremeció, liberando la angustia y la pena que había estado ocultando durante tanto tiempo. Se dejó llevar en busca de consuelo. Se aferraron el uno al otro con fiereza, forjando un vínculo intenso pero amargo.

Se separaron y Anselin se sorprendió a sí mismo por desear un poco más. Daimon murmuró cerca de su boca, acariciando sus labios cuando habló― No vuelvas a hablar de eso.

Se sintió más vulnerable que nunca, sus piernas temblaban amenazando con tirarlo al suelo si intentaba alejarse de Daimon.

El momento fue interrumpido cuando un destello plateado se aproximó a ellos a toda velocidad. Daimon se percató y tomó al Príncipe para alejarse de ella. Como si fuera un boomerang, el destello volvió por donde vino y se transformó en una espada cuando tocó la mano de Erpeton. Este poseía ropas similares a las de Daimon.

―Pero si son Adán y Eva ―enervó con voz gélida―. Supongo que mi querida Morana los estuvo ayudando ―Erpeton movió la espada, y Anselin notó que había sangre en ella―. Su intento de distracción fue muy obvio.

Anselin se alarmó, dando un paso al frente― ¿Qué le hiciste?

Erpeton no dijo más al respecto. En su lugar se giró a Daimon con ojos fulminantes― Ven aquí―le ordenó.

No soportaba verlos juntos. Era como estar frente a Sirius y aquella humana. Recordarlos retorcía a su vieja alma con ira y rencor.

Daimon caminó al frente sin dejar de proteger al Príncipe. Pero antes de que dé un paso más, Anselin lo detuvo con determinación― No me importa morir.

La vena del cuello de Erpeton se hinchó―¡¡Ordene que te alejaras de él!! ―gritó lleno de rabia. Alzo una mano en su dirección y apretó el puño para activar el veneno en Anselin.

El rostro de Daimon palideció y su corazón dio un vuelco, asustado. Anselin creyó que sufriría un dolor infernal, pero para sorpresa de todos, nada sucedió.

Erpeton intentó una vez más. Entonces se dio cuenta que su hermana había hecho más que ayudarlo a escapar.

Sus ojos amarillos se llenaron de venas rojas, inyectándolo en sangre.

Daimon vio la oportunidad, aferrándose a Anselin para sacar sus alas y huir de allí. Erpeton ni siquiera se movió. Se quedó parado, tiritando por la ira que lo estaba consumiendo. Comenzó a hundir sus afiladas uñas en su propio rostro, rasgando sus escamas y carnes hasta arrancarlas. Con lentitud volvieron a regenerarse.

Una vez más habían elegido a un humano antes que a él.

Su plan se desmoronaba, pero no tenía importancia. Solo una pizca de la carne y sangre del heredero le bastaba por ahora.