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Cadenas del Pasado

En un pequeño país que mantienen una monarquía moderna, y la tecnología se entrelazan, Lucian DarkBone, un adolescente marcado por el destino y atormentado por sus poderes sobrenaturales, lucha por encontrar su lugar en un mundo implacable. En un mundo donde los "despertados" poseen habilidades extraordinarias y son usados por la gente con poder y dinero, son cazados por los "Cazadores" o asesinados por los "Incompletos". Y pronto habrá una serie de eventos que desencadenan una crisis en la vida de Lucian, que harán que se vea arrastrado a una batalla que va más allá de sus propias luchas internas. Estos eventos harán que Lucian desentrañe los misterios de su propio pasado oscuro y descubrir el verdadero alcance de sus poderes. [Algunos de mis personajes hechos con una IA. https://pin.it/41HCN6Tb5].

Itlen_tc · アクション
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2 Chs

Sueño

Otra vez era lo mismo, como todas las noches estaba en el bosque, un bosque que retumbaba con el estruendo de las armas disparadas, un eco siniestro que se mezclaba con los gritos desesperados de los que huían por sus vidas. Lucián corría con el corazón en la garganta, sintiendo el peso de la desesperación aplastándolo con cada zancada. Los árboles, testigos silenciosos de la tragedia que se desarrollaba en su seno, parecían cerrar filas a su paso, como si intentaran frenar el avance de la oscuridad que los perseguía. — ¡¡Corre!!—. El grito agónico de una niña resonó en su mente, una llamada desesperada que le arrancó un escalofrío de pavor. — ¡Lucián, lánzales fuego!—, clamó otra voz, urgente y temblorosa. Lucian no necesitaba mirar atrás para saber que las sombras acechaban, hambrientas de miedo y desesperación. Se aferró a su poder, un torrente de energía morada que bullía en su interior, y lanzó una descarga de llamas violetas hacia sus perseguidores. El aire se llenó de chispas y el olor acre del humo, pero las sombras apenas se detuvieron. Continuaron su implacable avance, con ojos verdes brillando. A su lado, otra niña, con el rostro empapado de lágrimas, desplegó su propio poder en un intento desesperado por detener la persecución. Una pared de hielo se alzó tras ellos, un último bastión frío y efímero contra la marea oscura que los rodeaba.

Pero la barrera helada no fue suficiente para detener el avance de las sombras. Con un estallido ensordecedor, el hielo se resquebrajó y se derrumbó, dejando a los fugitivos expuestos una vez más a la implacable persecución. Lucián apretó los dientes y redobló su velocidad, cada fibra de su ser gritando por detenerse, por rendirse ante el miedo abrumador que amenazaba con devorarlo. El bosque se convirtió en un laberinto de sombras y susurros, donde cada árbol parecía albergar una amenaza invisible. Los pasos de Lucián resonaban en el suelo, un tambor frenético que marcaba el compás de su huida desesperada. Pero por más que corriera, por más que luchara, sabía que las sombras nunca lo dejarían en paz. Y así, con el eco de los disparos aún retumbando en sus oídos, se adentró en la oscuridad, una pequeña luz morada parpadeando en la noche interminable.

Lucián frenó de golpe, ignorando los gritos que le urgían a continuar corriendo. El pulso desbocado en su pecho martillaba contra sus costillas, pero se obligó a tomar aire, a llenar sus pulmones con la fría bocanada de oxígeno que tanto necesitaba. Con cada inhalación, sentía cómo la calma comenzaba a filtrarse entre los rincones de su mente atormentada, y con ella, la capacidad de concentrarse en su poder. Las sombras se acercaban, implacables, decididas a devorar la luz que aún titilaba en la oscuridad. Algunas disparaban proyectiles que cortaban el aire con un silbido mortífero, perforando la piel de Lucián y dejando un reguero de sangre en su estela. Pero su cuerpo, se regeneraba rápidamente, una maraña de sombras que regeneraba nuevos tejidos allí donde la carne había sido desgarrada. El dolor, agudo y punzante, era solo un eco lejano en la mente de Lucián. Lo ignoró, lo apartó como un insecto molesto que zumbaba en su oído, y en su lugar alzó las manos hacia el cielo. El aire, se volvió denso y pesado, como si el mismo mundo estuviera a punto de arder en llamas. Un calor sofocante lo envolvió, abrasador e implacable, pero Lucian apenas lo notó, absorto en el torrente de poder que fluía a través de él. Y entonces, las llamas surgieron, nacidas de las profundidades de su ser. Moradas y relucientes, como joyas ardiendo en la noche, danzaban en el aire con una ferocidad que desafiaba toda lógica. Las contempló con ojos entrecerrados, sintiendo el calor abrasador que emanaba de sus palmas extendidas, el poder latente que esperaba ser liberado en un torrente de destrucción. Por un instante, el mundo se detuvo a su alrededor, suspendido en el limbo entre la luz y la oscuridad. Y entonces, con un rugido ensordecedor, las llamas se abalanzaron hacia adelante, devorando todo a su paso en un festín de destrucción y caos. Las llamas moradas que surgieron de Lucián, eran como una marea irrefrenable que envolvía todo a su paso. Las sombras, temblorosas ante la ferocidad del fuego, se consumían en su ardiente abrazo, desapareciendo en un estallido de agonía y desesperación. El aire se llenó con los gritos desgarradores de aquellos que eran devorados por el fuego, y el penetrante olor a carne quemada se impregnó en cada rincón del bosque, como un recordatorio macabro de la fragilidad de la vida. En medio del caos, una de las sombras logró escapar del fuego, su forma retorcida y mutilada danzando en las llamas que lo perseguían. Con un rugido enloquecido, se abalanzó hacia Lucian, sus garras extendidas como cuchillas afiladas en busca de sangre. Pero antes de que pudiera alcanzarlo, unas cadenas emergieron de la oscuridad que lo rodeaba, como serpientes hambrientas que se lanzaban sobre su presa.

Las cadenas, negras como la noche más oscura, se retorcieron y serpenteaban en el aire, su poder oscuro palpable en cada eslabón. Con un chasquido siniestro, se lanzaron hacia la sombra, atravesándola con una precisión mortal. El grito agonizante del ser se desvaneció en el aire, ahogado por el sonido de cadenas retorciéndose y carne desgarrada. El cuerpo de la sombra se desplomó en el suelo, inerte y sin vida, mientras las cadenas se retiraban lentamente, regresando a la oscuridad que las había engendrado. Lucián observó la escena con una mezcla de horror y fascinación, su corazón aún latiendo con la adrenalina de la batalla. Mientras Lucián mantenía la ola de fuego y las cadenas en un frenesí de destrucción, su cuerpo se retorcía en agonía bajo el peso del dolor. Cada fibra de su ser parecía arder con una intensidad abrasadora, y sin embargo, estaba atrapado en un trance, un estado de conciencia alterado donde solo existían él y sus poderes, una fuerza primordial que lo consumía y lo definía en igual medida. Sus llamas moradas, alimentadas por su desesperación y su miedo, crecían con una fuerza imparable, devorando todo a su paso con una voracidad insaciable. Los árboles se retorcían y se deformaban bajo el torrente de fuego, sus ramas retorcidas desgarradas de la tierra como si fueran simples hojas de papel en el viento. Las cadenas en lugar de limitarse a defenderlo, como siempre lo habían hecho, se adentraron en la ola de fuego, fusionándose con las llamas en un baile de destrucción y caos. Las cadenas se volvieron de un morado intenso, como si absorbieran la esencia misma del fuego que las rodeaba, y se lanzaron hacia adelante con una ferocidad inigualable. Más y más cadenas brotaban de su cuerpo, del suelo, del aire mismo, cada una más violenta y letal que la anterior. Se retorcían y serpenteaban en el aire, como serpientes hambrientas en busca de presa, y atacaban a todo lo que se interponía en su camino con una determinación feroz. El bosque se convirtió en un paisaje infernal, donde las llamas moradas danzaban con las cadenas negras en un ballet de destrucción y muerte.

Lucián sabia que tenia que seguir atacando, mantener a raya a sus enemigos el mayor tiempo posible. A pesar de la desesperación que lo embargaba, su cuerpo irradiaba un calor abrasador, elevándose a temperaturas infernales que habrían sido insoportables para cualquier otro, pero él permanecía impasible, acostumbrándose al fuego que ardía en su interior. Lucián empezó a sentir el agotamiento que lo acechaba como una sombra silenciosa. Su energía se desvanecía rápidamente, cada movimiento se volvía más difícil, más pesado, como si estuviera cargando el peso del mundo sobre sus hombros exhaustos. Sabía que estaba llegando al límite de sus fuerzas, que en cualquier momento su cuerpo se rendiría ante la fatiga abrumadora que lo consumía. Y entonces, cuando parecía que ya no podía más, unas manos pequeñas lo jalaron con fuerza, haciéndolo caer al suelo con un golpe sordo. Las llamas que habían brotado de él se extinguieron de golpe, y las cadenas que lo habían rodeado como un escudo desaparecieron poco a poco, como si nunca hubieran estado allí. Al levantar la vista, Lucián se encontró con tres pares de ojos cristalinos, cada par reflejando una emoción distinta. Unos ojos verdes, brillantes como esmeraldas, miraban a Lucian con gratitud y admiración. Otros, dorados como el oro pulido, destellaban con angustia. Y por último, unos ojos azules, tan claros como zafiros, mostraban una mezcla de alivio y preocupación. Eran los mismos rostros que lo acechaban en sus sueños cada noche, una presencia constante que se manifestaba en las sombras de su mente. Lucian los había visto antes, en los rincones más oscuros de su conciencia, pero nunca habían sido tan reales, tan tangibles como en ese momento. Aunque desconocía sus nombres, sus rostros eran grabados en su memoria como cicatrices en la piel, recordatorios dolorosos de un pasado que olvido. — Lucián...—susurró la niña de ojos azules y cabello plateado, su voz temblorosa cargada de emoción contenida. Las lágrimas brillaban en sus ojos mientras extendía sus manos hacia él, desplegando su poder de hielo en un esfuerzo por enfriar el cuerpo de Lucián, que se veía sofocado por el calor que lo había consumido. —Vámonos —intervino la de ojos verdes y cabello escarlata, tratando de mantener la compostura a pesar del dolor que la embargaba. Con determinación en su voz, extendió una mano hacia Lucian, ofreciéndole su apoyo. La niña de ojos y cabello dorado se acercó, su rostro bañado en lágrimas que reflejaban una mezcla de alivio y tristeza. Con manos temblorosas, la pequeña ayudó a Lucian a ponerse de pie, sosteniéndolo con una fuerza que no correspondía a su diminuto tamaño. Y en ese instante, cuando Lucián se encontraba rodeado por aquellos que lo habían perseguido en sus pesadillas más oscuras, siempre recordaba que era tan pequeño y frágil como ellas. Lo ayudaron a caminar y se alejaron de la oscuridad que los rodeaba, dejando atrás el caos y la destrucción que había dejado con su fuego y cadenas.

Corrieron sin descanso, sus pies descalzos golpeando el suelo con un ritmo frenético que apenas coincidía con el latido acelerado de sus corazones. Cada paso era una lucha contra la fatiga, cada respiración un esfuerzo desesperado por llenar sus pulmones exhaustos de aire. El dolor punzante en sus piernas sangrantes se sumaba al caos que los rodeaba, pero aún así continuaron, impulsados por la urgencia de escapar de la oscuridad que los perseguía. Y entonces, como en cada una de esas noches interminables, llegaron al barranco. El paisaje se desvaneció en una neblina de confusión, las formas y los colores se fundieron en una danza caótica que giraba a su alrededor. Lucián sintió cómo el suelo se desmoronaba bajo sus pies, cómo la tierra y el cielo se invertían en un torbellino de sensaciones indescriptibles. El mundo se volvió una espiral de caos y oscuridad, un laberinto sin salida donde el tiempo y el espacio perdían todo sentido. Se aferró con fuerza a las manos de las niñas, buscando en su contacto una ancla en medio de la tormenta que los envolvía. Pero incluso su presencia era efímera, una ilusión fugaz que se desvanecía entre sus dedos como arena escapando de un puño cerrado. En medio de aquel torbellino de emociones, Lucián se encontró solo una vez más, perdido en la oscuridad de su propio ser. Sabía que esto era solo un sueño, una pesadilla que se repetía una y otra vez en las profundidades de su mente atormentada. Pero cada vez que cerraba los ojos, cada vez que se sumergía en el abismo de su inconsciente, era como si estuviera reviviendo esa noche fatídica una vez más, con cada detalle grabado en su memoria como si fuera ayer. Y mientras el barranco se abría ante él, las sombras con ojos verdes volvieron, emergiendo de las profundidades de la oscuridad con una ferocidad que cortaba el aliento. Lucián intentó hacer algo, luchar contra la marea de tinieblas que amenazaba con devorarlo, pero fue en vano. Las sombras lo atraparon, lo arrastraron hacia el abismo que se abría ante él, y mientras caía hacia la oscuridad infinita, escuchó los gritos desgarradores de las tres niñas que lo habían acompañado en su pesadilla interminable. La sensación de caída parecía durar una eternidad, un vértigo interminable que lo consumía desde adentro. Y en medio de la oscuridad que lo rodeaba, Lucián se sintió más solo que nunca, abandonado a su suerte en un abismo sin fondo donde no había escapatoria posible.

Después de caer del abismo, Lucián gritó, el sonido desgarrador rompiendo el silencio de la noche, y despertó de golpe al sentir el impacto al caer de su cama. Estaba empapado en sudor, su cuerpo temblaba con una intensidad que lo dejaba sin aliento. Una de sus cadenas emergió de él, apuntando amenazantemente hacia el vacío mientras sus ojos barrían frenéticamente la habitación, aún presa del terror que había experimentado en su sueño. Sudando a litros y con los ojos anegados en lágrimas, Lucián se arrastró hacia el baño como si estuviera huyendo de una pesadilla recurrente. El agua fría de la ducha lo envolvió, un bálsamo para su piel ardiente y su mente atormentada. A pesar del calor sofocante que lo había asaltado en su sueño, la sensación de alivio era fugaz, efímera, como un rayo de luz que se desvanece en la oscuridad.

Mientras el agua caía sobre su cuerpo, Lucián luchaba por encontrar la calma que tanto anhelaba, pero era en vano. Su mente seguía atrapada en la espiral de pesadillas que lo perseguían noche tras noche, como un ciclo interminable del que no podía escapar. — Mierda—.murmuro mientras cerraba los ojos con fuerza, tratando de alejar los recuerdos de su mente, pero siempre estaban ahí, acechando en las sombras de su subconsciente. Y así, en la soledad de su baño, con el agua corriendo a su alrededor y el eco de sus propios pensamientos retumbando en sus oídos, Lucián se enfrentó una vez más a la cruel realidad de su existencia. Porque aunque el mundo pudiera estar dormido a su alrededor, su mente nunca descansaba, siempre atormentada por los fantasmas del pasado y los demonios del presente.

Y lo peor de todo era que no entendía por qué seguía reviviendo la misma pesadilla una y otra vez. «¿Quiénes eran esas sombras que lo perseguían? ¿Y quiénes eran esas niñas cuyos rostros lo atormentaban incluso en sus horas de sueño? ¿Por qué huía en sus propios sueños?» Y, quizás la pregunta más inquietante de todas, «¿Quién carajos era él en realidad?». Esas preguntas habían sido el eco constante en la mente de Lucian desde que tenía memoria, como una melodía discordante que no dejaba de resonar en lo más profundo de su ser. A lo largo de los años, había buscado respuestas en los recovecos de su mente, en los rincones oscuros de su alma, pero siempre había sido en vano. El misterio que lo rodeaba parecía impenetrable, un enigma sin solución que lo había atormentado toda su vida. Al salir de la ducha, Lucián se enfrentó al reflejo en el espejo de su baño. Observó la figura del chico de 16 años que lo miraba desde el otro lado, su cabello negro goteando con el agua, sus ojos cansados y morados reflejando el tormento que lo consumía, su piel pálida y su rostro atractivo pero ensombrecido por las pesadillas que lo perseguían sin descanso. Se envolvió en una toalla, pero aún así, no pudo apartar la sensación de desconcierto que lo embargaba, la sensación de que había algo más, algo que se le escapaba entre los dedos como agua corriendo por un arroyo...