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BOSTON

Terminar la carrera fue su principal objetivo logrado. Vivir una vida normal era otro de sus objetivos. Pero su extraña habilidad y un encuentro fatal que todos definen como "estar en el lugar y momento no indicado" le introducen en una pesadilla.

andre_cg98 · SF
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2 Chs

Capitulo 1

1

El otro día en las noticias, pude ver como el mundo se iba poco a poco al desmadre, comenzando por las grandes revoluciones, continuando por los extraños cambios climáticos y terminando por esa inmensidad de muertes que se producen por homicidios y atentados.

Sin duda esto es el desmadre.

Pero no me puedo quejar mucho, no serviría de nada decir unas palabras que no llegarían a escucharse nunca.

La sala en la que me encuentro podría definirse también como un desmadre. La gente presente, las paredes, el ruido producido, todo. Las salas de espera siempre se caracterizan por ser silenciosas con algún que otro susurro entre las personas en su interior.

Pero esta no.

Los niños están con sus juguetes, riendo y alborotando un poco todo el silencio. Las madres, las cuales deberían estar tranquilizando a sus hijos, estaban hablando entre ellas contribuyendo al aumento del ruido en la sala.

Yo, por mi parte, estaba en silencio, observando esa sala que me rodea desde aquel incomodo asiento de color naranja y de plástico duro. Con mis piernas unidas y mis manos tendidas encima de ellas, tratando de buscar la comodidad. Eran de lo peor, pero había que aguantarse también.

— ¿Samantha Tanner? — Una mujer con bata blanca abrió la puerta de delante de mí y me llamó.

En ese instante la sala de espera se convirtió en lo que era por unos segundos. Todos guardaron silencio para informarse del nombre dicho y poder saber si se trataba de alguno de ellos. Como dije, el silencio duro unos segundos. Una vez visto que yo me levantaba, el ruido se reanudó de nuevo.

Me dirigí al interior de la sala cerrando la puerta detrás de mi silenciando de nuevo todo a mi alrededor. La sala estaba iluminada con paredes blancas en las que se refleja la luz que entra por las grandes ventanas.

El doctor Robertson estaba ojeando unos papeles esperando mi llegada. Era un hombre bastante amable que a sus sesenta años sigue pareciendo un hombre de cincuenta con sus ojos azules y su cabello castaño intacto, con alguna que otra cana apenas visible.

—Hola Samantha. Otro año más te tengo aquí. —Comentó sonriendo mientras se levantaba del sillón negro, seguramente mucho más cómodo que el que se encontraba allí fuera.

—Sí, posiblemente el último. —Informé algo apenada.

Había terminado la universidad y me habían dado el título ya hace dos años. Estaba disfrutando de mi labor como psicóloga en la ciudad de Wichita, pero, sinceramente, tenía unas ganas tremendas de cambiar de aires. Me iría a otro lugar en busca de alguna oportunidad. Estoy cien por cien segura de que no habría tiempo para el volleyball, aunque siempre hay tiempo para todo. Al menos eso dice mi madre todos los días que hablo con ella.

—Se te echará de menos, eres una de las estrellas de ese equipo Sam, Grayson debe estar tirándose de los pelos. —Comentó soltando una de sus peculiares carcajadas sin fuerza al final de esa frase.

Es posible que lo haga, no lo niego, pero no solo por mí, el equipo tiene un gran nivel en cuanto al juego de las componentes del equipo. Decir que yo era una de las estrellas era irse al extremo.

—Lo siento mucho por él. —Respondí elevando mi muñeca y dejando que el doctor realizara ese característico reconocimiento médico que nos haría saber si estoy lista para volver al equipo. Después de dos semanas sentada en el banquillo por una lesión de muñeca, ya me siento lista para ello. Estaba ansiosa, no iba a mentir.

—Bueno, el físio parece haber hecho un trabajo excelente. ¿Molestias al golpear la pelota? ¿Lo has intentado? —Preguntó rotando la muñeca y toqueteando alrededor del hueso en busca de algo.

—No. Es como si no hubiera sufrido alguna lesión. –Informé sonriendo por la genial noticia que le estaba dando.

La mujer que acompañaba al señor Robertson era nueva, y joven. Apuntaba en un informe mis datos e información en un silencio continuo.

—Esas son buenas noticias. Yo, por mi parte, creo que estas más que lista para volver a jugar.

Aquellas palabras implantaron una enorme sonrisa en mi rostro y dándole un abrazo al doctor me dirigí a la puerta abriéndola.

—Muchísimas gracias señor Robertson. Vendré a verle. Tengo que informar, nos vemos. –Me despedí rápidamente para poder salir de allí. Algo anormal, porque hui como si temiera que se retractara y me mandara reposar unos días más.

Salí de aquella sala llamando la atención de todos aquellos participes del ruido existente en la sala. Caminé indiferente e ignorante con un hilillo de felicidad dentro de mí. El deporte me era de gran ayuda para despejar mi mente. Al salir del hospital, bueno, del centro médico, saqué el móvil abriendo la aplicación del Whats App.

Entrando en el perfil de Grayson pulse la tecla del micrófono y pasado un segundo hablé.

—Querido Grayson, tu número siete esta lista para volver, nos vemos a las cinco y media.-Envié el mensaje escuchando ese sonido tan característico cuando los dos tics se verifican.

En cuarenta y dos minutos volvería a hacer lo que me gustaba. Volvería a la rutina habitual. Antes de todo fui a casa a por todo, informando a todos los posibles preocupados de que ya estaba cien por cien bien.

— ¿Adivina quién está lista para jugar Bobo? —Pregunté entrando en mi pequeño apartamento tras haber tomado el ascensor y subido hasta la tercera planta.

Agradecía tener un ascensor, solo hasta el tercer piso había ya unas cincuenta y seis escaleras. Adoraba el ejercicio, pero tampoco adoraba subir siempre las mismas escaleras una y otra vez a lo largo de la semana.

Vivía en un apartamento lo suficientemente grande como para convivir una persona y un perro. Cerca de la universidad de Wichita en Kansas era lo más cercano y lo más barato encontrado cuando estudiaba. Baño y habitación unidos junto con el salón que no tenía separación alguna de estos dos últimos. La cocina sí que estaba separada por una pared, pero tampoco aumentaba mucho el tamaño de aquel apartamento. Era más bien una especie de estudio dentro del lujo que podía permitirme.

Hablar con mi perro era ya costumbre. Un Husky Siberiano completamente blanco de ojos azules como el hielo. Si, la idea de llámalo así surgió porque se me parecía demasiado al perro de la película Bajo Cero. Fue un regalo de mi padre cuando era más pequeña. Me quita todos los males cuando estoy decaída y cuando algún niño pasa consulta en casa, es un excelente terapeuta. Ayudaba a que cogieran confianza más fácilmente.

Como si él me entendiera, saltó posando sus dos patas sobre mí y moviendo enérgicamente su cola. En realidad, decía "hola" pero yo soy de ponerle otras palabras en su hocico.

Vivo sola desde la mitad de mis días en la universidad, hasta el fin de mi carrera la cual fue exactamente dos años. Volé del nido. A ninguno en casa le gustó, ni siquiera a mí, pero la vida es así. El silencio a veces es mi mejor aliado y lo agradezco. Tener a mis dos hermanos mayores dando la tabarra las veinticuatro horas los siete días de la semana no era algo que me agradara siempre.

Aunque sé que lo hacían por mí bien. Para hacerme pensar en cosas que no fueran los estudios o el trágico asesinato de mi padre hace unos tres años. Si, fue asesinado y nadie sabe por quién ni el por qué.

Él era también parte del cuerpo nacional de policía, estaba trabajando en un caso bastante delicado en el cual, extrañamente, decidió dejarme a parte.

Normalmente cuando algo no le cuadraba venía a preguntar por ayuda. Él sabía que me gustaba ayudarlo y que, aunque no me comentara los secretos de sus casos, podía ayudarle con alguna que otra cosilla insignificante. Al fin y al cabo, acababa enterándome. Las llamadas dejaban de ser privadas cuando se encontraba en casa conmigo.

Una noche salió diciendo que era urgente, que lo estaban esperando en la comisaría. Había dicho que volvería pronto, pero lo único que llego fue Garrett, un hombre del cuerpo de policía informando de la mala noticia. La policía se pasó dos semanas en busca de respuestas y tras una limitada semana llena de insignificantes esfuerzos, decidieron meterlo todo en una caja y dejarla cubrirse de polvo. Y allí estaba, entre todos los casos abiertos que esperaban ansiosos a ser reabiertos. Allí estaba pidiendo a gritos que se encontrara al cabrón que le había disparado una bala y había acabado con su vida dejando una familia hundida. Tanto mi madre como mis dos hermanos insistieron en que era una locura que me fuera yo sola a un apartamento después de aquella tragedia, que no sería capaz de acabar la carrera en soledad. Fui capaz de encontrar trabajo y de levantar cabeza gracias a Gray y a la gente que me rodeaba.

Siendo sincera y olvidando esa última parte resumida, todos los agentes de policía perdieron el respeto por mi parte.

— ¿Comemos? —Cuestioné al perro yendo al baño para lavar mis manos.

Soy bastante estricta en cuanto a la higiene. Miré al espejo enfrente de mí. Mire mi reflejo.

Odiaba mirarme al espejo, no entiendo como la gente puede pasarse horas y horas idolatrándose creyéndose perfectos. Yo soy de esas que no ven lo perfecto en mi misma, aunque no negaba que algo de bonito tenía, pero no era para tanto y para ser un poco más exactos no creo que nadie a mi alrededor me contradiga. Mis ojos son de ese color peculiar que pocas veces se ven. Ese azul grisáceo acompañado de un pelo castaño. Mi estatura ronda el metro sesenta y tres y mi piel tiene un dorado característico, pero como he dicho, nada especial ni del otro mundo. Todo ello completado con una complexión atlética que debo agradecer a los entrenamientos físicos de Grayson. Una combinación extraña y malísima para mí gusto.

Si por mi fuera el espejo estaba ya en el contenedor, pero seamos sinceros, tengo que saber si mi pelo me da ese aspecto de loca por las mañanas.

El tono característico de iPhone sonó en mi bolsillo despertando del trance todo mi sistema. En la parte superior ponía Gray en grande y no pudiendo evitarlo, rodé los ojos como suelo hacer y respondo.

— ¿No podías esperar hasta las cinco y media para hablar?—Pregunté sonriendo aun sabiendo que no puede verme. Llevo en la sangre lo de picar a la gente para romper el hielo de la conversación poco a poco.

—Cállate. ¿En serio estas bien? Este fin de semana te necesitamos al máximo rendimiento y yo que lo deis todo todas. Jugamos contra las Eagle.

Ese era el mejor equipo de la liga de voleibol femenina de toda Texas. Para ser exactos, llevan siendo las primeras desde hace dos años dejándonos a nosotras el segundo puesto siempre. Estábamos compitiendo contra ellas en el torneo que enfrentaba a los equipos de todo el condado de Sedgwick. Ellas eran de Clearwater.

Son buenas y el número de gente expectante demasiado abundante. Da miedo solo de pensarlo, mis nervios no congenian lo suficiente con más de sesenta ojos puestos sobre el juego.

—Genial. Ganaremos. —Sentencié convencida de mi misma. Debía olvidar ese miedo y pensar en las verdaderas posibilidades.

Sabía que podíamos ganar. La mejora era notable y comparando el año anterior con este, el primer puesto podría estar asegurado. Además, lo que más deseaba era irme con una liga en mis manos. Aunque sea viéndolo en las noticias del día.

—Siempre dices eso. Ya hablaremos de ello, te veo esta tarde. –Concluyó soltando una ligera carcajada.

—Lo sé. —Afirmé. —Nos vemos. —Me despedí separando el teléfono de mi oído.

Quería terminar de comer lo antes posible para poder prepararlo todo e ir a entrenar.

Tenía pensado ir antes de la hora para encontrarme con Gray y que me dé su gran charla motivadora antes de pisar el terreno.

En cuestión de segundos el perro engullo todo lo que yo le puse en el cuenco para comer y como si le hubiera sabido a poco, elevo su peluda cabeza y relamiéndose me miro pidiendo más. Era un estomago sin fondo cuya vida dedicaba a dormir, comer, beber y hacer sus necesidades.

La vida del perro es todo un lujo significativo.

Ignorándolo y dolida por no poder darle más de lo que quería, saqué de la nevera las sobras de la pasta de anoche y la metí en el microondas para calentarla. Pude ver como Bobo desistía después de ver que, efectivamente, esa seria toda la comida que recibiría y se tumbó en el suelo soltando un bufido por su parte. Al terminar de comer, lo recogí todo y lo dejé en el fregadero para limpiar cuando llegara. Tenía que prepararme así que me dirigí a la habitación y me vestí. No quiero ponerme medallas, ni contradecir todas mis palabras anteriores sobre la gente, los espejos y demás, pero, reconociéndolo, la ropa deportiva me queda genial.

No lo digo mirándome al espejo lo digo pasando por delante por unas milésimas de segundo y viéndome de reojo. Una coleta recogía mi pelo y poniéndome la chaqueta salí de casa despidiéndome de Bobo.

Eran las cuatro y en treinta minutos llegaría al campo andando, lo tenía todo organizado y cuidadosamente calculado.

>•<>•<

— ¡Una de mis jugadoras favoritas! —Grayson me sorprendió con un grito seguido de un fuerte abrazo en la entrada del polideportivo.

—Hola Gray. Me alegra verte de nuevo. —Contesté separando mi cuerpo del suyo deshaciendo el abrazo.

—Creía que era mentira. —Revolvió mi pelo aun estando atado y sonrió. —Tienes que trabajar muchos estos dos días que quedan, te quiero al cien por cien recuérdalo. Si tú ves las posibilidades de ganar yo las veo también. —Comentó riendo mientras caminaba en dirección al interior del local donde ese característico olor de la pista entró por mis fosas nasales deleitándome con él.

—Vaya. ¿Y ese cambio repentino de ánimo? —Pregunté curiosa.

—Dijiste que en dos semanas estarías lista a pesar de la mala pinta que tenía la lesión y aquí estas. —Hablo señalándome de arriba abajo con sus manos. —Acertaste.

Reí ante sus palabras. No estaba de broma, era la expresión más sincera que vi en toda mi vida. No sabía que contestar, así que opte por darle un ligero golpe en su hombro y lo siguiente que hicimos fue colocar todo el material en la pista para tenerlo todo preparado para el entrenamiento. Me sorprendió ver como Gray fue capaz, en apenas veinticinco minutos, de enterarse de todo lo que ocurría en mi vida poniéndose al día hasta de cómo me iba estos días en mi trabajo.

Había estudiado psicología. Adoraba poder ayudar a la gente y, sobretodo, adoraba escuchar a las personas que necesitaban de un oyente. Grayson siempre estuvo al tanto de mi situación, desde mis días de universitaria hasta mis días como psicóloga formada. Estábamos ya en las dos últimas semanas de noviembre y este fin de semana el equipo descansaba y Gray había decidido aprovechar que no teníamos trabajo algunas de las jugadoras.

—Psicología parece duro. —Comentó sentándose en uno de los banquillos tras terminar de colocar todo el material. Gray siempre trató de ser un padre para mí y las charlas eran bastante usuales entre nosotros. Era de los pocos que vieron cuánto dolor me tuvo encerrada en una habitación por casi tres semanas.

El me abrió los ojos haciéndome ver que no podía vivir en un luto perpetuo así que, a pesar de alguna que otra discusión, lo quería bastante.

—Si te gusta no lo es. —Respondí ante su suposición.

Conozco a gente que odia la psicología y está en clase porque necesitaba sacar algo y de las opciones que tenía le parecía la más interesante. Pero lo han pasado mal porque no era lo que ellos se esperaban. En cambio, a mí si me gusta. Me parece interesante. Ayudar a la gente con sus problemas era lo que más me llamaba la atención.

Ayudar.

Dentro de mi lista de razones es probable que haya otras más destacadas que la agranden de forma exagerada.

Lo que quiero decir con esto, es que yo también guardo secretos.

—Bueno Sam, me encantaría seguir hablando, pero en cinco minutos tendré a un grupo femenino para mí solo. Debo ir a prepararme. —Reía mientras acompañaba sus palabras.

—Está bien. Aquí te espero. —Respondí con una sonrisa, agarrando mis dos manos en un puño.

Grayson se fue dando unas pequeñas zancadas, moviendo el flequillo de su cabello color bronce y liso. Era bastante alto, mucho más que yo. Aunque para eso no se necesitaba mucho. Lo único que realmente me llamaba la atención de Gray era la mezcla de colores que se juntaban en el pigmento de sus ojos. Había marrón, mezclado con unas pintadas de colores gris y verde. A la luz del sol era algo precioso.

"Hoy vuelve Sam al entrenamiento."

"¿Si? Genial, necesitamos el equipo en su totalidad para el partido del fin de semana"

Tanto Amber como Ryder hablaban fuera del polideportivo. Si, puedo escucharlas, no a mucha distancia tal vez a ochocientos metros de perímetro, un kilómetro, pero puedo escuchar cosas que los demás no serían capaces.

Ese es mi secreto.

Mi oído inhumano me ha estado persiguiendo desde mi nacimiento y mi toma de conciencia sobre lo que ocurría, fue a mis seis años. Nadie lo sabía y tampoco esperaba que se supiera. A lo largo de toda mi vida he estado escuchando de todo, pudiendo intervenir en ciertas ocasiones. Pero, sobre todo, también era un gran calvario. Escuchar cosas, como una mujer siendo maltratada a cierta distancia de la que soy consciente de que no llegaría a tiempo, es doloroso. Nadie puede imaginarse cuánto. Un resumen de esta inusual habilidad es que mi oído se comporta como el de un perro. Un hombre lobo puede oír a distancia un poco de todo. Pues yo era igual, pero eliminando un cambio brutal de la apariencia y la capacidad de olerlo todo. Era solo oído.

Dejando eso de lado no suelo dejarme llevar por la frustración. Soy positiva. Creo que no soy la única con un problema como este o habilidad. Pero no es seguro, es solo una creencia en la que yo misma me apoyo.

— ¡Sam! —Amber gritó eufórica mientras corría en mi dirección moviendo su pelo rojo agarrado en una coleta. Tenía una piel blanca como la nieve, algunos lo llaman blanco nuclear y tenía unos ojos negros como la noche.

—Me alegra veros chicas. —Hablé soltando el abrazo y yendo a rodear a Ryder.

—A mí sí que me alegra verte. —Contestó sonriendo. Sus ojos verdes tenían ese brillo que transmitía alegría en estado puro. Ryder tenía el pelo corto sobre los hombros y rizado con un color negro lleno de mechas de color vino. Era alta al igual que Amber, tal vez cinco centímetros más que mi uno sesenta y tres.

—Gray está cambiándose, vamos a esperar al resto.

Ver a las chicas de nuevo me lleno de vida y volver a entrenar, aún más. Aunque pude ver como mi estado físico se deterioró con ese pequeño espacio de tiempo en el que apenas hacia mucho. Solamente me dedicaba a correr por el parque y apenas corría más de quince minutos. En resumen, fue un entrenamiento bastante duro, al menos para mí. Aunque solo necesitaba unos días más y ya estaría de nuevo en forma.

Echaría de menos las tertulias y los viajes para los partidos en bus con todas ellas, los entrenamientos revolucionarios que nos montábamos de vez en cuando. Las echaría de menos a ellas y echaría de menos a Gray.

Al volver de entrenar, eran las siete y cuarto y el cielo se teñía de un degradado azul que dejaba entrar la noche al final del mismo. La ciudad tenía sus edificios bañados en un azul claro que se convertía en uno más oscuro cuando nos encontrábamos con el cielo sobre ellos, dando paso a que unas pocas estrellas brillaran entre la oscuridad.

Estaba cerca de llegar a casa, caminaba por mi calle escuchado las sirenas de los coches de policía. Ojalá pudiera insonorizar mi casa. Al pasar por al lado de un edificio abandonado y viejo, el cual estaba construido al lado de una editorial poco famosa, un escalofrío recorrió mi columna. Pude sentir como mi piel se erizaba con él. Algo no olía bien, pero eso tampoco es que sea poco común en mí. A decir verdad, que eso ocurra solo significaba problemas. Es algo así como el sentido arácnido del increíble Spiderman.

Ignoré el sentimiento alarmante que tenía dentro de mí y caminé hacia mi casa. En el ascensor del edificio me paré a pensar, sintiendo intriga por saber exactamente qué significaba aquello que sentía. ¿Algo bueno? ¿Algo malo?

Eso es algo que odio, no saber nada de ello. No sé si es algo que viene junto con mi gran habilidad o si es un tipo de paranoia que una mujer de veinticinco años como lo soy yo, se monta en su cabeza.

De lo que estoy segura es que no tardare en saberlo.