Cerca de la hora de levantarme, el teléfono sobre la almohada a mi lado comenzó a vibrar emitiendo un sonido insoportable, dejándome oír ese típico tono de llamada que todo iPhone tiene. Tal vez no sería tan insoportable si mi oído fuera normal y no un amplificador en toda regla.
Gruñendo por lo bajo intente ignorar la llamada, hacer como que no existe y seguir durmiendo o al menos intentar disfrutar de lo que me quedaba para despertar y volver a la rutina de todos los días. Desgraciadamente el teléfono comenzó a sonar de nuevo. Si ayer era un día espléndido lleno de buenas noticias he de decir y recalcar que ese día no comenzaba con buen aspecto.
De mala gana cogí el teléfono a ciegas y me cegué con la luz que la pantalla tenía en esos momentos.
— ¿Si? —Cuestioné con la voz áspera y espere a escuchar la voz de la persona que se encontraba al otro lado del teléfono.
—Buenos días bella durmiente. ¿Te he despertado?
En el momento en el que su voz hizo presencia no pude evitar llevar mis ojos al rodeo. Una de dos, o no duerme o no tiene nada que hacer con su vida a estas horas, sólo llamarme a mí.
—Pues sí, exactamente unas cuantas horas antes de lo previsto. ¿Se puede saber por qué llamas a estas horas Gray? Son las 7 de la mañana.
Solté un lento suspiro apenas perceptible tratando de mostrar la frustración del momento. Ahora una vez desvelada, conciliar el sueño iba a ser una tarea realmente imposible.
Gray mantuvo el silencio durante dos segundos y luego soltó un pequeño suspiro antes de comenzar a hablar.
—Te ibas a terminar levantando, ya sabes, a quien madruga dios le ayuda y yo te he hecho madrugar como parte de castigo y para ayudarte, así que considérame tu Dios.
Sus palabras fueron el doble de confusas que su llamada y, aunque sabía que no podía verme, fruncí confusa e intrigada el ceño. En realidad, conociendo a Grayson, puedo esperarme cualquier cosa de él.
—Vale, suéltalo ya. ¿Qué ha pasado? ��Sabía perfectamente que no llamaba para felicitarme por algo y teniendo en cuenta que Gray era un pesado en cuanto a lo que mí respecta, todo olía a bronca.
Gray tiene tres años más que yo. Con veintiocho años, como bien dije antes, Gray quería desempeñar la tarea de padre y, para ser sincera, a veces era preferible que se cortase un poco. Había actitudes por su parte que no necesito vivir en mi día a día. Resultaba exasperante tener que lidiar con él y luego con el recuerdo.
—Bueno, llamaba porque un pajarito me contó, que el otro día, una de mis jugadoras descubrió que su nueva afición es correr detrás de carteristas. —Cerré los ojos decepcionada y me golpeé mentalmente.
No podía creer que Emily haya hablado con Gray y menos para decirle lo que ocurrió hace dos días. Al parecer su promesa debió de ser a dedos cruzados. Emily era mi mejor amiga, esa que estuvo ahí cuando hace unos años la depresión se apoderó de mi cuerpo debido a lo de mi padre. Era de confianza, podía ser más silenciosa que una tumba cuando se lo proponía, pero cuando Grayson está metido en el asunto todo cambia. Sus neuronas explotan debido a un gran cortocircuito dejándola en una situación que hasta venderme le parecía justo con tal de hablar con él. Estaba perdidamente enamorada del entrenador de voleibol, de su entrenador. Aquel día Emily estaba presente, yo solo fingí que quería coger otro atajo tras escuchar en las cercanías como alguien quería robarle el bolso a una pobre mujer. Cuando llegué a la escena, la sorpresa del hombre fue tan grande, que quiso huir al momento. Un grito ensordecedor por parte de la mujer llamó la atención de muchos tras lograr arrebatarle el bolso. Viéndose a sí mismo con el objetivo en mano inició su carrera, la policía había presenciado aquella escena y en cuanto me vieron correr detrás de él, ellos me siguieron.
Emily me echó una bronca del copón y, sin embargo, había prometido no decir nada. Gracias a su lealtad estaba a punto de recibir una segunda riña por parte de Gray. Juré internamente que me las iba a pagar.
— ¿Y qué? —Respondí indiferente. Solo esas dos palabras podían empeorar el tamaño de la bronca, pero, ya de recibirla, recibirla bien. Aceptaba haber cometido un error, pero no acepté el arrepentirme por haberlo hecho, porque no lo hacía. He aquí la habilidad mental de una psicóloga.
— ¿Como que "y que"? —Preguntó exaltado. — ¿Podrías dejar de hacer ese tipo de cosas? Es peligroso tanto para ti como para nosotros. Más para ti, además, como he dicho en tu anterior metedura de pata por tus heroicidades, si la federación se entera...
—Lo sé, me penalizaran, pero ¿puedes estar tranquilo? No salió nada mal.
Interrumpí defendiéndome y tirando de la manta para sentarme en la cama. La luz apenas entraba por la ventana, era demasiado temprano para que si quiera un rayo de luz atravesara con fuerza las cortinas que ocultaban la ventana.
— ¿Y si algo llega a ocurrir? Estaríamos perdidos ¡Ni si quiera la conocías! —Exclamó finalmente.
Me di cuenta de que este era otro debate más en el que yo terminaría pidiendo perdón por mis malos actos y Gray se ganaría un punto más en sus victorias.
— ¡¿Eso importa?!—Exclamé imitando el mismo tono de voz que había tomado la suya en la última parte de su defensa. — ¿Tengo que conocer a alguien para ayudarlo? Porque si es así creo que me niego a seguir esa regla. —Me defendí brevemente. —Ella tenía problemas y yo le ayudé, punto y final. —Concluí con una escasa y poco detallada explicación, pero lo suficientemente llena de información como para saciar sus ansias de buscar un punto flaco que hiciera que él ganara la razón.
—No digo eso, yo también ayudaría, sólo quiero que midas el riesgo antes de actuar. —Respondió sin cambiar su tono.
—Me dejé llevar por mi sentido de la justicia. —Encogí mis hombros mientras levantaba en mis manos la manta y me dejaba caer de espaldas de nuevo en la cama. Tenía pensado tratar de dormir de nuevo.
La verdad sea dicha, no tenía ni la menor idea de que contestarle en esos momentos, pero algo tenía que ser.
— ¿Justicia? —Ríe. —Deja eso a la policía y a los que se dedican a ello.
Rodé los ojos. El rumbo de la conversación comenzaba a bifurcarse.
— ¿A esos? Sí, claro, si no llega a ser por mí, ese carterista hubiera escapado. ¡Ellos dejaron de correr en cuanto les tomó ventaja! —Exclamé frustrada al pensar en ello.
Tampoco es que yo haya hecho mucho. Pero al menos corrí sin parar hasta alcanzarlo, salte y lo derribé cayendo al suelo con él. Al menos hice algo productivo. El resto supongo que podría imaginarse. La policía llegó, detuvo al ladrón y le entregó el bolso a la mujer que desesperada lloraba por sus pertenencias. Básicamente se habían atribuido el mérito de todo. Que a mí eso me daba exactamente igual, me sentí orgullosa de haber ayudado, pero ver aquello reflejaba la realidad acerca de la seguridad de las calles de Wichita.
Ni siquiera fueron capaces a dar las gracias por ayudarles. Gray insiste como loco en que debo confiar en ellos, pero siguen sin darme las razones suficientes para hacerlo. Solo hacen que sumarse puntos en la barrita del odio en vez de la del aprecio.
—Deberías no menospreciarlos. Resuelven casos Sam, por un carterista el mundo no se acaba. Tenían su rostro y la zona, acabarían pillándolo.
Reí sarcásticamente, no era algo nuevo que dijera aquella frase.
—Claro que sí, resuelven casos. —Era un tono que daba a entender mi burla hacia sus palabras. No tenía ganas de seguir con la conversación, aún tenía una cita con el quinto sueño. —Lo siento ¿vale? No lo haré más ¿contento? Échame la bronca y ya está. Tengo veinticinco años, ya soy mayorcita. Entiendo tu preocupación, pero no me arrepiento de haber ayudado, aunque acepto el error de no pensar antes de actuar. —Concluí como siempre, pidiendo perdón.
Gray suspiró. Entendía que él estaba frustrado no solo por lo que me afecta a mí, sino porque si cometo un error muy grande o me meto en líos con la policía, la federación de voleibol me penalizaría gravemente y podría no jugar en un tiempo. Pero estaba controlado, si no lo estuviera no hubiera actuado como actúe.
Estaba alterada, por todo, por la discusión y por haber perdido de nuevo contra Gray. Aunque tal vez no le podía negar su punto de vista, pero estoy segura de que él hubiera hecho lo mismo. Digo, si hubiera presenciado algo así. Yo admito que si no tuviera esta estúpida habilidad no habría sabido lo que ocurría, pero da igual.
Gray suspiró. —Sam.…—No quería seguir con el tema y menos faltándome sueño. Esta conversación pudimos haberla tenido por la tarde o más cerca de la noche, no en ese instante.
—Lo siento Gray, dejemos la discusión en serio. No estoy por la labor a estas horas de recibir una charla. —Interrumpí pasando mi mano por la frente y rascándola con mis ojos cerrados.
—Bueno, nos vemos el martes ¿vale? Tenemos que hablar esto seriamente. —Pronunció aquellas palabras con duda, como si esperara que yo le contestara con un "no" rotundo y me negará a ir a entrenar.
Pero no era una niña pequeña y esta discusión era una tontería por la que no me iba a enfadar hasta tal nivel.
—Claro. —Confirmé. —Nos vemos Grayson.
Respondí e inmediatamente colgué.
Tiré el móvil encima de la mesita de noche que tenía al lado de la cama y solté un fuerte suspiro. Lancé la manta sobre mi cara y acto seguido intente volver al estado de sueño que tenía anteriormente.
Frustración.
Tener la capacidad de escuchar a larga distancia podía tener sus pros y sus contras. Digo pros, porque puedes ayudar a la gente, no siempre, pero de vez en cuando sí. Puedes cotillear sobre lo que hablan de ti u otras cosas. Tal vez no sean muchos pros, pero al menos los hay.
Indudablemente, los contras son los grandes dominantes, comenzando por el suplicio que supone a primera hora de la mañana escuchar a tu vecina discutir. Eso y que un atasco se plante cerca de tu calle y el tráfico actúe de despertador. Dormir hasta tarde nunca fue un objetivo logrado. Solía dormir con tapones para los oídos, cerraba mis ojos con el sonido anulado por completo y me despertaba por el ruido debido a que, por desgracia, los tapones tendían a caerse por el movimiento. Era como una pulga en la cama, no podía evitar moverme mucho y eso hacía que se salieran de mis oídos.
Aparté las mantas de encima, soplé con fuerza para apartar los mechones castaños de mi rostro y miré el techo durante unos largos cinco segundos antes de levantarme a duras penas de la cama. Pronto me despediría de ese apartamento con paredes tan finas como el papel de fumar. Bobo estaba tumbado justo al lado del frigorífico con sus ojos mirándome desde allí abajo. Era domingo y disfrutaba de la ausencia laboral, pero a tan temprana hora daba igual, intentar disfrutarlo no comenzaba a ser fácil. Era un día de descanso más antes de comenzar a pasar consulta el lunes. Miré mi libreta con las citas programadas.
—Bueno, no parece un lunes muy duro y ajetreado. —Comencé rascando mi cabeza y despeinándome aún más.
No trabajaba en "equipo" con nadie, éramos yo y mi consulta en casa. Había decidido sacarme el máster y obtener el lujo de permitirme decidir formar parte del grupo de psicólogos privados. Fueron más años que los cuarto establecidos por regla general, pero merecieron la pena.
No tenía mucha gente la verdad, bueno, era la suficiente para mantenerme estable y permitirme una vida equilibrada con mis caprichos y demás. Me costó hacerme conocer en la ciudad debido a la competencia, pero bueno, a finales de esta semana me mudaría a Boston y allí tendría que hacerme un hueco de nuevo.
Suspiré y me dejé caer en el sofá. El teléfono volvió a sonar de nuevo, en la pantalla se mostraba el nombre de Laura en grande, una paciente.
—Hola Laura. —Saludé sonriendo. Era una mujer que rozaba el fin de la ludopatía.
—Hola Samantha. —Sonaba algo nerviosa. —Llamaba porque me temo que no podré asistir a la cita que tenemos mañana. Tengo que ir al ginecólogo para la revisión del mes. ¿Sería posible cambiarla? —Explicó sincerándose con total naturalidad.
—Claro. —Hablé levantándome del sofá para volver de nuevo a la agenda encima de la mesa. Comencé a pasar páginas. —Qué te parece... ¿el martes a las cuatro? ¿Te viene bien?
Para mí era la hora perfecta. Después de su consulta me iría a entrenar y luego volvería de nuevo con la última sesión del día a las siete y diez. Eso si no se me presentaban interrupciones. Hace un año, una mujer necesitó una consulta inmediata y tuve que salir pitando. No suele pasarme. La verdad es que aquella vez fue la única que se presentó sin cita previa y por sorpresa.
—Perfecto, muchas gracias. Nos vemos el martes entonces. —Se despidió soltando una ligera carcajada.
—Que vaya todo bien mañana, nos vemos. —Respondí separando el aparato una vez que la llamada se cortó.
El milagro de la vida. Estaba de seis meses y supo en el momento idóneo que debía poner freno a su obsesión, por el bebé, su marido y, sobre todo, por ella misma. Deje el móvil en la mesa y prepare un café para desayunar. Necesitaba inyectarme algo de cafeína en el cuerpo o el sueño se apoderaría de mí en cuanto me tumbara de nuevo en el sofá. Aunque viéndolo así tampoco parecía mala idea. Podría aprovechar para salir a correr por la mañana o podría también ir a hacer la compra.
Me senté en el sofá con el café en la mano y acto seguido encendí el televisor cambiando de canal cada dos segundos. Hacia zapping sin encontrar nada interesante. Normal, a estas horas que narices va a haber en la televisión.
— ¿Vamos a dar un paseo Bobo? —Cuestioné al animal el cual no dudó ni dos segundos en levantarse con todas las ansias.
Sonreí acercándome al armario en busca de unas medias de deporte grises con una línea rosa en los laterales. Cogí una sudadera gris de Nike sin capucha y luego me calcé las Nike que usaba para los entrenamientos. Fue bastante rápido el cambio, agradecía no tener que maquillarme ni nada por el estilo y pasando un cepillo por mi pelo, luego me añadí un gorro de color rosa salmón. Entraba el invierno y aquí en Wichita las temperaturas bajan tanto que a los cinco minutos de pisar la calle ya no sientes ni padeces.
Abrí el armario de la cocina, donde guardaba todo lo que se relacionaba con Bobo y saqué la correa de color amarillo y negro que estaba enrollada. Enganché la correa a la anilla del collar. Era demasiado pronto y la suerte que tenía era que seguramente no hubiera ningún perro por el parque a esta zona. Podría soltar a Bobo y lo dejaría correr a sus anchas para poder disfrutar un poco de la libertad que nos daba el habernos levantado tan temprano.
Abrí la puerta y me dirigí al ascensor donde me metí con el perro y este se sentó.
—Al menos ya empieza a amanecer. —Hablé rellenando el silencio que había en el cubículo.
Con el característico <<Ding>>, las puertas se abrieron de par en par y me encontré con un vestíbulo totalmente vacío. Salí, recibiendo un viento fuerte en el rostro que sentí que me cortaba la piel. Me encogí en el sitio y recoloqué las mangas de la chaqueta negra que había puesto. Tenía que haber sacado una bufanda. El gorro no era suficiente para mantener el cuerpo caliente. Caminé en dirección al parque, encontrándome con el edificio que el día anterior me había causado aquella serie de escalofríos. No me gustaba nada la sensación que aún seguía implantada dentro de mí cuando miraba aquella estructura derribada y antigua. Bobo lloró al ver que me había quedado pasmada y no continuábamos con el paseo. Eché un último vistazo al edificio y luego me di la vuelta para seguir el camino.
El cielo estaba totalmente encapotado por la nube. La verdad es que no me parecía un clima desagradable pero sí que se podía restar un poco de frío. Terminaría lloviendo, eso seguro.
—Vamos corre. —Ordené al perro cuando solté la correa al llegar al parque.
Salió corriendo como alma que lleva el diablo. El parque estaba a escasos siete minutos de casa y como bien pensé, no había nadie deambulando por el entorno. Era inmenso, con una entrada adornada con una verja negra de hierro y rodeado de altos arbustos. Era como una reserva natural, pero en pequeño, con un lago, bueno más bien un charco. Tenía su camino de tierra y luego tenía prados verdes desgastados por el fuerte otoño. Siempre que puedo vengo a correr por la zona ya que, además de estar cerca, era un lugar donde acudía un montón de gente para correr y me sentía a gusto sin ser la única.
Caminé por el paseo con la correa colgada sobre mis hombros y tratando de devolver el calor a mis manos. Mi rostro comenzaba a enfriarse y en estos momentos agradecía tener el pelo largo.
— ¡Bobo! —Exclamé al ver que tomaba distancia y al escuchar unos cuantos pasos a lo lejos. En el momento en que vi un pastor alemán supe el por qué se había alejado.
No me preocupaba que se enzarzaran, Bobo era tranquilo y no tenía problemas con ningún perro. Pero la gente con perros pequeños suele quejarse porque le ven grande y me obligan a atarlo. Ellos pueden soltar a sus ratitas presumidas, pero yo tengo que atar el mío.
Al acercarme me encontré con un hombre tal vez de unos cuarenta años que llevaba un gorro y una gabardina azul marinos con una bufanda beige. Sus ojos azules me encontraron y sonrió al verme. Era como si tuviera al mismísimo Al capone, transmitía esa mala vibra pareciendo un gánster con esos aires de grandeza y esa mirada sintiéndose superior.
—Parece que se llevan bien. —Mencionó con sus manos unidas detrás de su espalda y observando los dos perros que jugaban desbocados.
—Si. Creo que tuvimos la misma idea. —Continúe devolviéndole la sonrisa y dejando paso al silencio.
Aquel hombre reía viendo los dos perros tirarse uno encima del otro y al momento cesó su risa de forma inmediata.
— ¿Vives cerca? —Cuestionó serio, dejándome notar el cambio en su semblante.
—No tanto. —Fue lo poco que dije. — ¿Usted? —Devolví la pregunta.
Mantuvo el silencio unos cuantos segundos más hasta que, clavando su mirada en la mía, habló.
—Lo suficiente. —Respondió serio.
El ambiente había dejado de ser agradable, poniéndose en sincronía con el clima del día de hoy. Turbio e inexplicablemente frío. Quería alejarme, pero tampoco quería estropear el momento de Bobo. Conté hasta diez y cuando me disponía a silbar para traer al perro de vuelta, su voz interrumpió la acción.
—Siento que nos conocemos, pero no sé de qué. —Informó examinándome.
—Pues no sé, yo diría que es la primera vez que nos encontramos. —Hablé buscando acortar la conversación y ocultando la incomodidad.
—Bueno no importa, me iré de la ciudad en unos días así que tampoco importa mucho ¿no?
Era cierto, no importaba. Sin embargo, él había sacado el tema y ahora estaba contestándome de forma borde y brusca que no le importaba si me conocía o no. ¿Era normal aquella conversación? No, no lo era y eso fue suficiente para que silbara y recibiera a Bobo en cuestión de segundos.
—Supongo que no. Creo que me iré, este frío es insoportable. —Expliqué sonriendo falsamente mientras trataba de atar a Bobo.
El pastor alemán no dejaba de interrumpir y hacer que Bobo estuviera inquieto.
—Darco quieto. —Ordenó imponente. El perro inmediatamente se sentó, agachando sus orejas.
No dije nada ante ello, solo cogí el perro yéndonos en silencio y, como si supiera que yo podía oírle, soltó una breve carcajada casi inaudible para después hablar en un susurro.
—No te olvides de mí. —Fue lo que escuché provenir de él.
Me giré sorprendida y encontré a aquel hombre mirándome, quieto en el mismo sitio y con el perro aún sentado a su lado.
Dos palabras: demasiado extraño. Nota mental, no volver al parque a las ocho menos algo, hay gente más extraña que tú. Reí internamente. Más extraña que yo no la había así que lo marcaría como una segunda nota mental.
No volví a casa en ese mismo instante, me pareció demasiado escaso el tiempo que estuve fuera. Las calles estaban siendo transitadas por la gente justa, no había tantas aglomeraciones como otros días. Los domingos todo el mundo aprovechaba para descansar a excepción de algún que otro bar que abría. Una hora de paseo por la ciudad y una vez que vi como el cielo ennegrecía, decidí que ya era hora de volver.
— ¡Sam! —Alguien detrás de mí gritó mi nombre. Volví a reír internamente.
No era una risa de esas que sueltas cuando el chiste es divertido, no, era de esas que hasta el mismísimo diablo suelta cuando está esperando a la inocente presa que se acerca sin saber lo que se le viene encima. Emily se acercaba a unos metros con la parca verde que siempre lleva puesta junto con un gorro negro de lana. Sonreí, esperando a que llegara y esperé el momento idóneo para saltar.
—Hola. ¿Cómo estás por aquí? Vengo de ayudar a mi madre con la mudanza. Al final se queda en la casa que te enseñe en las fotos. —Habló sonriente y agotada por la carrera.
Sus ojos eran de un color avellana bastante claro y su pelo era de color castaño oscuro con una piel café con leche. En su rostro podían percibirse algunos granos diminutos, en su mejilla. A Emily le salían algunos cuando estaba hasta arriba del estrés y la mudanza de su madre era razón suficiente para estresarla.
Levante mi mano para estrellarla con una fuerza mínima en su hombro y sorprendiéndola.
— ¿Estás loca? —Cuestionó intrigada.
—No, tú estás loca. ¿Cómo le dices a Gray lo que pasó el otro día? ¿Sabes el sermón que me tuve que tragar? —Reí al final de aquella frase, no podía enfadarme con ella.
Emily cambió su semblante y su cara de culpabilidad salió a la luz de un momento a otro.
—Lo siento Sam. Es que es demasiado mono y me preguntó de repente después del entreno. Sabes que se me nubla la mente y...
Alce mi mano mandándola callar. Era evidente que terminaría haciéndose un cacao mental de tanto intentar justificarse. Al final todo se resume en que está loquita por él y que haría cualquier cosa con tal de estar cinco minutos a solas.
—No esperaba que me vendieras tan rápido. —Le mencioné continuando mi camino.
Emily era alta, de la misma altura que Gray y era exageradamente delgada. Sus piernas eran como alfileres con músculo. Llevaba desde que la conocía tratando de engordar sus piernas a base de ejercicio intenso, pero nada le funcionaba.
Nada
—Te compensaré, lo juro. ¿Cuándo te vas? Te invitaré a cenar, lo que sea. —Insistió agarrándose de mi brazo.
La miré y no pude evitar reírme de nuevo. No le haría pagar por algo así. ¿Compensarme? Ella sabía perfectamente que lo entendía y que no me enfadaría. Estaba más que acostumbrada a las broncas de Gray y una más no iba a matarme.
—Eres tonta. No te preocupes en serio. Me voy el sábado por la mañana. Odio tener que irme después del partido, pero intentaré venir siempre que pueda. Pensándolo mejor, quiero esa cena. —Señalé en su dirección.
La iba a echar mucho de menos. Echaría de menos las tarde juntas, sus bromas y sorpresas. Al fin y al cabo, Emily se había convertido en mi mejor amiga y hablar con ella mediante videollamada me iba a saber a poco.
Ella me miró, tratando de camuflar aquel dolor que yo también sentía tras una sonrisa.
—Eso está hecho. El viernes. —Indicó. —Odio que te vayas en serio, quiero saberlo todo. Llámame siempre y si tengo cuñado, quiero saberlo. —Ordenó provocando que rodara los ojos.
Ambas éramos como hermanas y en lo que a mí respecta, yo era la que no se molestaba en ligar. Por el contrario, Emily tenía su novio de ensueño. Ryan Delphi, un tipo duro, alto, rubio de ojos castaños que trabajaba en el taller de vehículos al final de la calle. Los dos se conocieron cuando Emily llevó su coche a arreglar tras un golpe en la aleta derecha. Aquel día llamó llorando alarmándome y preocupándome hasta que todo resultó en un susto y que sus lágrimas se debían a su coche. Bueno, a su coche y al idiota que le había golpeado.
Si, estaba saliendo con un hombre perfecto, pero también hay que aceptar que estaba a escasos días de dejarlo. Estaba tan locamente enamorada de Gray que según ella "habían perdido la magia". Sentía pena por el pobre chico, Ryan no se merecía que ella lo dejara y menos por quien siempre dudó que podría arrebatársela.
—Tranquila, te lo haré saber. —Respondí riéndome.
— ¿Estás diciéndome que lo intentaras? —Sorprendida, trató de callarse su risilla burlona.
Habíamos llegado a la calle paralela a la de mi casa, también era evidente que Emily vivía cerca de mi casa.
—No, te digo que, en el hipotético caso de que ocurra, te lo haré saber. —Le corregí respondiéndole.
Emily bufó parándose delante del portal de su edificio y luego me miró con una sonrisa.
—Algún día habrá un hombre que se meta en tu piel y se grabe el nombre en tus huesos. ¿Esta tarde quedamos para tomar algo? —Cuestionó cambiando de tema rápidamente.
—Por mi bien. ¿Te envío un mensaje? —Pregunté dando dos pasos para reanudar el camino.
—Sí, nos vemos guapa. —Me guiñó un ojo y entró en su portal tras verme despedirle con una mano.
Me giré negando con la cabeza. ¿Con quién quedaría en Boston? Con nadie, no iba a haber nadie y entre el trabajo y que probablemente no intentaría entrar en ningún equipo, socializar sería complicado. Tranquila Samantha, solo es otra etapa más de tu vida, solo tendrás que volver a adaptarte y nada más. Lo único positivo era que Emily vendría una vez al mes para quedarse unos días y así no perder por completo el contacto. Ambas habíamos pactado que no hubiera malos rollos en la distancia.
Al pasar por aquel edificio de nuevo, intente pasar de largo, pero un sonido en su interior llamó mi atención. ¿Que por qué no me quedo dónde estoy? Porque soy de las personas que, a pesar de los millones de opciones, la curiosidad siempre tiene las de ganar ya sea peligroso o no.
Entré en aquel recinto, cruzando la verja plateada y acercándome a la puerta inexistente. Estaba tan arruinada que le faltaba la puerta y la ventana baja de la derecha en la fachada de la casa. Mi respiración se volvió pesada en el momento en que me acerqué al hueco de la ventana para ver en el interior. Pude ver las paredes de los pasillos desgastadas y teñidas de negro por la cantidad de humedad que tenía. Al fondo, al final de aquel pasillo había una habitación. Llegué a pensar que estaba alucinando, que todo era una mentira que mi mente había inventado por la mala espina que me daba el lugar. Me giré. Convenciéndome a mí misma de lo tonta que era y que ver demasiadas películas paranormales me estaba afectando notablemente a la cabeza. Aquel sonido metálico volvió a hacerse presente y por consiguiente a llamar mi atención, obligándome a girarme de nuevo.
Cuando me acerqué al hueco para mirar mejor en el interior, me encontré con el espantoso rostro de un gato gris atigrado que se lanzó encima de mí provocando que cayera. Un grito salió de mi garganta y caí de culo en la hierba soltando la correa del perro. Bobo se volvió loco, ladrando a toda dirección existente y fui lo suficientemente rápida como para coger de nuevo la correa. Si Bobo echaba a correr detrás del gato no lo volvería a ver en unos días y no estaba dispuesta a ello. La última vez estuve tres días buscándolo y creí que lo había perdido hasta que apareció delante de la puerta del portal.
—Joder. —Murmuré con la respiración acelerada. —Estúpida casa y estúpido gato. —Maldije llevando la mano a mi pecho.
Intente controlar la respiración, traté de contar hasta mil para relajarme y me levanté cuando las piernas parecían haber dejado de temblar.
—Vámonos. —Ordené echando un último vistazo a aquella casa antes de cruzar la verja.
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Teníamos suerte de que la cafetería a la que siempre acudíamos para nuestras reuniones estuviera abierta. Habíamos decidido un día bastante malo para ir a tomar algo y pasar la tarde juntas, pero todo puede hacerse si se explaya la mente.
— ¿Un gato? —Comenzó a reírse descontroladamente. — ¿Me estás diciendo que un gato te asustó? ¿Qué esperabas encontrar? Esa casa lleva abandonada como diez años, incluso antes de que tu llegaras estaba abandonada. —Explicó riéndose.
Me avergonzaba. En esos momentos estaba arrepintiéndome de haberle contado el humillante encontronazo con aquel dichoso felino.
—Esa casa no me da buena vibra Em, sabes que cuando digo eso es por algo así que no te rías. —Le señalé llevando la taza de té a mi boca.
Era cierto, nunca pasó nada bueno cuando mi cuerpo sentía el impulso de investigar sobre algo que le daba mala espina. La última vez que me sentí de esta manera, acabe teniendo que lidiar con la policía porque un garaje viejo soltaba olores asquerosos todos los días. La gente decía que podía ser del alcantarillado, que el dueño del garaje tenía alguna tubería estropeada o cualquier cosa. Tras insistir tres días seguidos a la policía que realizarán una inspección acabaron descubriendo que el dueño del garaje había sido asesinado. Estaba en un estado asqueroso y no me extrañaba que oliera de aquella forma.
—Bueno. Puedes estar tranquila porque ese lugar está libre de peligros. ¿Te he dicho ya que probablemente Ryan y yo no pasemos de esta semana? —Preguntó jugando con la cuchara que tenía en su interior de la taza de chocolate a medio tomar.
Me lo había repetido aquella tarde como unas doscientas veces. Emily estaba nerviosa por cómo podría tomarse la ruptura y no tenía ni idea de que palabras emplear para que no fueran palabras tan duras. Quería garantizar que Ryan sufriera lo menos posible, pero cuando tu novia o novio te deja y tú estás enamorado, evitar el dolor es imposible.
—Emily, tranquila, Ryan lo entenderá además, no tenéis por qué dejar de ser amigos. Tú tranquila. —Intenté calmarla.
—Estoy en un dilema. Pero bueno creo que te estoy dando demasiado la tabarra. —Mencionó acabando de beberse aquel chocolate.
Bebí el té que me quedaba en la taza y me acerqué a la barra para pagar tanto su chocolate como lo mío. Eran las seis de la tarde y el cielo comenzaba a perder luz. Olvidaba que el invierno traía consigo el anochecer más temprano.
—Vámonos. —Le dije apoyándome en la silla de madera en la que estaba hace unos minutos sentada.
Emily cogió su parca verde y se la puso para luego salir del local despidiéndonos del camarero. Aquel hombre nos conocía de hace muchos años y nos tenía un cariño increíble. Por eso nos pasábamos casi siempre que podiámos por aquí, porque el trato que te dan es demasiado agradable y era de esperarse que estuviera en su momento de auge. Se lo había montado tan bien que pudo permitirse incluso añadir una zona de lectura al fondo de la cafetería.
— ¿A casa? —Pregunto Emily mirando su teléfono.
—Si quieres sí. —Respondí escuchando a lo lejos gente alborotada y las sirenas de la policía.
Había un gran bullicio cerca de aquí y pude escuchar el repicar de las llamas en la madera. Inspiré y pude notar cierto olor a humo. No estaba muy lejos.
—Huele raro. —Hablo Emily rascando su nariz.
—Hay un incendio. —Hablé mirando a mí alrededor, localizando una gran nube negra en el horizonte. Estaba a las afueras de la ciudad y a escasas manzanas de donde nos encontrábamos las dos.
Sentía curiosidad por saber lo que estaba ocurriendo, por saber cómo de inmenso era y si estaba siendo controlado. Pude oír como las sirenas de los coches policía llegaban a la escena. Inmediatamente escuché las voces de varios hombres pidiendo alejar a la gente y acordonar la zona para evitar que haya problemas. Las sirenas de los bomberos hicieron presencia.
—Espero que lo apaguen, por el humo parece grave. —Se preocupó Emily alzando la mirada y estudiando aquella bola de humo negro.
— ¿Quieres ir a verlo? No está muy lejos y tampoco tenemos mucho que hacer.
—Vamos. —Encogió sus hombros y dio dos palmadas para comenzar a caminar en dirección hacia las casas externas.
No era extraño que una casa se quemara a las afueras. Todos esos chalets estaban completamente hechos de madera y a la mínima chispa toda casa caería. Tenían cocinas de carbón a modo tradicional, algunas tenían chimeneas. Cualquier cosa puede encender. Ambas aceleramos al ver la casa a lo lejos arder. Era impresionante la altura que alcanzaban aquellas llamas.
"¿Todos los residentes están fuera?" "Si" "Buen trabajo"
Respiré hondo al saber que todas las personas de la casa estaban a salvo. Cuando nos acercamos pude divisar a la gente en las ambulancias, tumbados en camillas y atados a una mascarilla que les proporcionaba oxígeno. Nos hicimos paso entre la multitud hasta alcanzar aquel cordón de plástico que nos impedía acercarnos más a la casa. Los bomberos luchaban arduamente por apagar las llamas. La policía controlaba la zona evitando el paso y al lado de un grupo de agentes parecía haber dos personas más que estaban al otro lado del cordón. Tal vez familiares, uno parecía tener mi edad y la otra tal vez rondase los cuarenta años.
"Ayuda"
Si tenía o no cuarenta dejó de ser importante para mí en el momento en que aquella voz se hizo notar entre las llamas. ¿Había alguien más? Era la voz de una mujer, débil, que perdía la fuerza en esa última sílaba. Mi respiración se aceleró al escuchar de nuevo su voz. "Alguien". Sonaba sin fuerza y áspera, con dificultad para respirar. Caminé en dirección a la policía y esos dos sujetos. En estos momentos poco importaba tratar de ocultarme.
— ¡Hay alguien más dentro! —Grité acercándome mientras me hacía paso entre la gente y llamaba su atención.
Los que parecían ser familiares se giraron y me estudiaron de arriba a abajo.
— ¿Que dices? ¿Cómo lo sabes? —Una pregunta que no me esperaba, pero ya daba igual, debía contestar.
Un agente de policía se encontraba esperando ansioso mi respuesta. Estaba eléctrica, nerviosa por el pánico que tenía dentro de mí alborotando todas mis entrañas. Emily apareció detrás de mí frunciendo el ceño.
—Los bomberos repasaron la zona y no había nadie más. —Uno de los policías intervino explicando la situación.
En ese momento me di cuenta. Estaba tratando de dar un voto de confianza a la gente que me la había arrebatado hace unos años. No me harían caso, no tenía pruebas, no podía decir nada de lo que pasaba porque me tomarían por loca.
Estaba perdida.
"Por favor, ayuda"
—Dios mío. —Llevé mis manos a la cabeza y tiré de mi pelo. Note mis ojos humedecerse, tenía miedo. Sabía que había alguien allí dentro, estaba escuchando su débil voz pedir ayuda y nadie allí me creía. He aquí uno de los muchos contras anteriormente mencionados.
—Vamos Sam. Tienes que calmarte. —Trató de ayudar Emily.
— ¡No! —Exclamé sorprendiéndola con mi reacción. —Hay alguien dentro por favor, Em, créeme. —Rogué dejando la respiración salir pesada.
El policía nos pidió que nos alejáramos de la línea. No podía dejar que me alejaran de allí, no podía dejarla sola, huir no era una opción. Respiré profundamente y miré con odio a los hombres que llevaban su traje delante de mí. No podía criticarlos puesto que no pueden oír lo que yo y creerme es difícil, pero vamos, un voto de confianza por favor. Aquellas dos personas sin traje y ajenos a los funcionarios me miraban, pero no importaba. Miré las llamas, observé como la casa ardía y se calcinaba. Apreté mis puños y miré a mi alrededor. Todo iba a cámara lenta y mi mente procesaba con rapidez una idea macabra que tenía como única opción.
Podía oír su respiración ralentizarse y volverse más pesada.
Mire la casa de nuevo.
Aquella respiración pedía a gritos que la sacaran de allí, quería gritar y decirle que la oigo, que sé que está ahí. Pero no podía, todos me ignoraban, nadie me creía. Soy la loca que se imagina cosas dentro de la casa que, parece haberse dejado llevar por el pánico al ver la situación. No podía hacer nada.
Nada.
Mordí mi labio y di un paso al frente dudando de mi decisión. Pero solo hizo falta un detonante, uno pequeño, aunque con gran importancia. El sollozo de aquella mujer sonó débil, apagado y sus palabras me recordaron a mí cuando me encontraba en el mismísimo infierno hace unos años. Cuando me sentía ignorada y sola en un mundo donde todo se veía negro y sin futuro.
"No quiero morir"
Ahogó su voz tosiendo y no hubo más, mi cuerpo se activó solo. Empujé al policía que tenía justo delante de mí y en un ataque de ira donde la cordura dejó de ejercer su trabajo.
Corrí.