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Arco 0: Cuarta Parte

Los pensamientos de Juno se agolpaban dentro de su cabeza. "¿Habré hecho lo correcto?". "Si ninguno me sigue, será mi fin... aunque es lo más lógico". "A la final, soy un pésimo líder. Lo Xarati'es están perdidos".

Estaba asustado, no podía negarlo. Y la mala costumbre que tenía de sobrepensar negativamente las cosas, solo lo hundían más en la desolación que sentía. Era como si el mundo se le viniera encima. Nikolai, e inclusive su padre, le hubieran dicho que se calmase y tratara de buscar la oportunidad en medio de la crisis. Eso era lo que diferenciaba al astuto del necio. Pero estaba seguro de que hasta ellos hubieran dado la situación por perdida. ¿Pelear solos contra un navío de la Dinastía? Quizás fuera la locura más grande que se le hubiera ocurrido, incluso más que atacar la capital y a los huestes de la Matriarca.

Aun así, algo dentro de él lo incitaba a seguir adelante. Fuera por egocentrismo y para demostrar que él no se equivocaba, o por puro y simple altruismo, no lo sabía. Pero también sabía que por nada del mundo dejaría que inocentes muriesen por su culpa. No de nuevo.

Apurando el paso, Juno continuó atravesando un oscuro pasillo que lo llevaría directo a la salida más cercana del edificio. La madera del piso crujía con cada pisada que daba, como sí la tensión que sentía se estuviese transmitiendo en cada acción de su cuerpo. Aunque, al notar que las paredes y el techo también empezaban a temblar y a resquebrajarse, comprendió horrorizado que la razón por la que el edificio se estaba moviendo como gelatina no era por él, ni mucho menos por el estado desgastado del lugar. Sino porque los legionarios ya habían comenzado su incursión.

Si su estrategia era la misma de siempre, primero activarían las alarmas de guerra, para después inundar la ciudad de un molesto gas lacrimógeno. De esta forma se asegurarían de que tanto la visión como el oído de sus enemigos quedasen inutilizados. Al poco tiempo, bombardearían los lugares más vitales para el planeta: hospitales, centros de gobierno o bases militares. El punto era que el contrincante se rindiese lo más rápido posible.

A juzgar por los constantes temblores y el humo, ya habían llegado a esa fase. La siguiente sería...

—¡Alto ahí, maldito hereje!

De pronto, y como si sus pensamientos estuvieran siendo escuchados, el tejado delante de él se vino abajo en una nube de escombros y astillas. Juno tapó rápidamente su rostro con la mano, y se aseguró de no respirar el aire contaminado con el irritante gas y las virutas de madera que volaron a raíz del impacto.

"¡Mierda! ¿Cómo es que nos encontraron tan rápido? —pensó Juno agitado—. Esto no tiene ningún sentido, estamos en un sitio cualquiera de Sabáli ¿cuál es el punto de buscar aquí primero?"

La última fase de la incursión consistía en que cientos de legionarios atacaban personalmente a sus debilitados y desorientados enemigos en tierra. Los primeros minutos de la invasión empezaban por los lugares más concurridos, para luego pasar a las zonas más deshabitadas. "¡El edificio está abandonado maldita sea!"

A pesar de sus dudas, trató de contener el aire y volvió a agarrar su arma con las dos manos. La puso a recargar tras jalar el gatilló, y la energía naranja dentro de ella iluminó un poco el lugar. Gracias a eso, y a que el humo se disipó tras un par de segundos, pudo vislumbrar a sus enemigos. Un enorme coloso de metal se hallaba frente a él, vestía una oscura armadura que lo cubría de pies a cabeza y que brillaba internamente con fulgor rojizo, el color de los Dioses. No llevaba ningún arma cerca, pero los nudillos de sus guantes traían unas gigantescas puntas de acero que sobresalían amenazadoramente. Como si declarara que sus puños eran suficientes para acabar con cualquiera.

A su lado, su compañero mucho más menudo, se encontraba apuntando a Juno con una larga lanza y con sus pies formando una posición de ataque. Su armadura era en extremo similar a la del coloso, a diferencia de que este llevaba una negra capa que le llegaba hasta la cintura, y partes de su verdosa piel eran visibles a través de sus vestimentas. Su mandíbula, de hecho, sobresalía de su casco; mostrando unos dientes amarillos y descuidados.

Ambos llevaban el principal símbolo de su religión a modo de visor en su yelmo. Una finísima "Y" con doce puntos rodeándola; un punto por cada Dios al que adoraban. El emblema del Shiara, la religión que la Matriarca buscaba inculcar en toda la galaxia.

Al igual que el resto de su traje, el símbolo emitía una ominosa luz roja por todo el pasillo. Juno siempre se preguntó como demonios veían a través de ella, pero no parecía ser un impedimento en lo absoluto para los legionarios. Cada uno de ellos peleaba como un monstruo, y por lo general estaban entrenados en diversas artes marciales, sin mencionar que sabían manejar a la perfección numerosas armas. Eran la punta de lanza de toda la Dinastía y su principal fuerza.

A pesar de haber caído desde el cielo, y roto el techo de varios pisos por encima de ellos, los dos legionarios no parecían dañados en lo absoluto. O eran extremadamente fuertes, o su pesada armadura lo era. Sea como sea, Juno estaba a punto de comprobarlo.

—¡Muy bien caballeros, este es el momento para que se rindan antes de la paliza de su vida! —gritó Juno para que pudieran escucharlo. Por dentro se moría de los nervios, pero trató de que su voz y actitud no lo reflejaran.

—¿Cabello verde, brazos de metal? Eres Juno ¿verdad? —dijo el más pequeño de los legionarios, haciendo caso omiso a la provocación de Juno—. El peor de los pecadores. En nombre de la Matriarca y los Doce, terminaremos con tu asquerosa vida.

—Ya quiero ver como lo intentan —se burló Juno.

Se tomó unos instantes para respirar, tenía que terminar rápido con esto si quería salvar de alguna forma la situación de afuera. Apuntó con su arma semejante a una escopeta al legionario de apariencia robusta, y jaló el gatillo a fondo. Una bola de plasma naranja salió disparada por uno de los cañones del arma e impactó directo en su pecho. El gigantón gimió de dolor y se agazapó un poco; unas cuantas yescas negras de su armadura salieron volando, pero en tan solo unos instantes, volvió a erguirse como si nada hubiera pasado.

Tras ello, produjo un furioso grito y se abalanzó con todo sobre Juno. Este lo esquivó moviéndose unos pocos pasos hacia la izquierda, justo a tiempo para observar como el otro legionario corría hacia él con la lanza en las manos. Juno se encogió lo más rápido que pudo, y estiró la pierna para golpear su rodilla y hacerlo caer al suelo.

Al darse cuenta de que su escopeta ya no le serviría de nada en el combate cuerpo a cuerpo, la tiró al piso y se preparó para soltar un fuerte puñetazo al gigante que estaba dando media vuelta para encontrarlo. Antes de que este hiciera otro movimiento, Juno golpeó, con todas sus fuerzas, el mismo lugar en el que el plasma había chocado anteriormente. De nuevo, la gruesa armadura pareció doblarse un poco ante la potencia del golpe, pero no fue suficiente. Para desgracia de Juno, la postura que tomó lo volvió incapaz de evitar el siguiente movimiento del gigante, quien lo envió volando a la pared de una palmada en la cabeza.

Por un tortuoso segundo, su consciencia pareció irse, pero al ver que el puño con púas se acercaba velozmente a su cara, se obligó a sí mismo a rodar hacía un lado. La mano del gigante destruyó fácilmente el suelo y quedó incrustada unos cuantos segundos en él. Tiempo suficiente para que Juno lograra levantarse y contuviera, con sus dos manos, la lanza del segundo legionario quien ya se había recuperado de la caída. Este soltó un gruñido de sorpresa al ver su arma incapacitada, y se sorprendió aún más cuando Juno jaló de ella y lo acercó a él. Antes de que pudiera reaccionar, Juno le dio un codazo tan fuerte que partió el casco del sujeto, y de inmediato cayó al suelo inconsciente.

—Uf, eso fue más fácil de lo que creí. Ni siquiera tuve que usar mi poder —dijo Juno entre gemidos de cansancio.

En la batalla, Juno se sentía en su elemento. Para eso lo habían entrenado. Todas sus preocupaciones y estrés desaparecían por un momento, y podía concentrarse en la lucha con todo su ser. Al menos estaba seguro de que en esto sí que era bueno.

—Hermano, aún estás a tiempo de tirar la toalla —Juno no esperaba obtener nada por burlarse del gigante, pero aun así le complacía hacerlo.

Como de costumbre, el legionario respondió con un bramido colérico y extrajo su mano del suelo con la fuerza suficiente para que todo el piso temblara. Acto seguido, intentó alcanzar a Juno con enérgicos golpes, pero ahora que era tan solo uno, a Juno se le hizo sencillo esquivarlo con gráciles pasos. En el momento en que Juno vio una apertura, y antes de que lo acorralaran contra el final del pasillo, logró deslizarse por debajo de él, a la vez que le propinó un sonoro golpe con su antebrazo en el punto débil de la armadura.

Por fortuna, Juno cumplió con su objetivo. El constante daño en el mismo lugar del traje provocó que la gruesa armadura cediera aunque sea un poco. Ahora Juno lograba ver, por primera vez, parte de la piel amarilla del alienígena que tenía enfrente. "Será suficiente —pensó Juno satisfactoriamente."

Aprovechando que su movimiento lo colocó de cara al hueco que los legionarios habían hecho, Juno volvió a tomar la escopeta que había lanzado cerca; y en una fracción de segundo, disparó sin miramientos. En esta ocasión, la bola de plasma derritió el peto de la armadura desgastada y atravesó la carne del legionario. Este se detuvo en seco y observó, con cierta incredulidad, como su sangre rojiza empezaba a manchar el suelo y los fragmentos de su traje. Antes de que pudiera responder, hincó una rodilla en el suelo y tosió gravemente. Al hacerlo, unas gotas de sangre se escurrieron también por las fisuras de su casco. Había perdido la batalla.

—Pudiste haberte rendido.

Sin esperar ni un solo segundo más, Juno colocó el cañón de la escopeta enfrente de su rostro y le voló la cabeza. A esa distancia, el disparo calcinó fácilmente el yelmo del gigante, y su cabeza se convirtió en una repugnante mezcla de sesos, sangre y metal. Su cuerpo cayó hacía atrás, inerte, y el peso muerto hizo que un sonido hueco se esparciera por todo el lugar.

—Carajo... Si me tomó unos minutos acabar con dos, no me quiero imaginar con cientos de ellos —dijo Juno, tomándose unos instantes para recuperarse del esfuerzo.

Se planteó sentarse a pensar en sus posibilidades, pero al recordar el navío de afuera y el inminente peligro, se obligó a continuar. Ahora que el pasillo se encontraba bloqueado por los escombros, debía dar media vuelta e ir por la vía larga sí o sí. Empujó el cuerpo del legionario gigantón con el pie para poder pasar, y al notar que el legionario de la lanza gemía, amenazando con despertarse, le apuntó y le disparó en la nuca sin compasión.

"Ellos abrían hecho lo mismo conmigo —se recordó para no sentir culpa."

Al retroceder sobre sus pasos, fue capaz de escuchar varias voces acercándose. Intuyendo que se trataba de más legionarios, se preparó para pelear. Sin embargo, una gran felicidad y euforia lo embargó cuando alcanzó a observar un par de siluetas conocidas asomarse entre la pesada humareda.

—¡Chicos, si vinieron! —gritó Juno al ver a su equipo recorriendo el destruido corredor.

—Si... veo que tu no perdiste el tiempo —dijo Elaine al notar los cuerpos de los legionarios tendidos en el suelo.

—Me alegro mucho de que estén aquí, por un momento pensé que me habían abandonado. Hasta me dan ganas de abrazarlos —gimoteó Juno encantado. Aunque recuperó la compostura al ver que ni Zaa'van ni Unai estaban presentes—. Supongo esos dos nos abandonaron, ¿eh?

—Imposible, solo dales espacio. Aunque Zaa'van te odie, odia más a la Dinastía. Luchará con nosotros si eso implica acabar con un par de esos —respondió Murad, señalando los cadáveres de los legionarios con el mentón.

—Tampoco es como si el flacucho y su mascota nos sirvan de algo, toda la fuerza que necesitan está justo aquí —mencionó Galia con una sonrisa, a la vez que flexionaba sus brazos para enseñar sus imponentes músculos—. Y bueno jefe, ahora enserio, ¿cuál es el plan?

—Chicos… no bromeaba cuando dije que solo planeó salir ahí y matar a tantos como pueda —Juno alzó su escopeta para demostrar su compromiso, pero únicamente se sintió avergonzado cuando notó duda e incomodidad en la mirada de todos.

—Jefecín, no te preocupes —dijo Eve suspirando—. Al menos yo te he seguido hasta ahora porque creo en ti. La verdad, me muero de los nervios, pero nos hemos salvado de peores y esto no es nada en comparación a lo que hiciste por nosotros en la capital, ¿verdad muchachos?

Todos se miraron unos a otros, sus rostros parecían decir "meh, más o menos", pero finalmente terminaron por responder afirmativamente con la cabeza. Aunque Juno sospechó que lo hacían únicamente porque no tenían de otra. O luchaban todos juntos, o los mataban separados.

—Muy bien... vayan a buscar sus armas y sus mascaras entonces —Juno sintió que una corriente de rabia lo invadía al volver a escuchar explosiones afuera del edificio—. Si quieren guerra, eso les daremos.