webnovel

Capítulo 12 – Secreto imprevisto

Me escondí en la esquina sin que se dieran cuenta de mi presencia.

Chiouri profanaba a Gena contra la pared, la que mencionó ser su amiga después de una larga pausa.

Gemía semidesnuda con una dulce voz; mientras que Chiouri, que estaba vestida, tenía la rodilla colocada en su entrepierna. Con descaro manoseaba sus pechos por debajo de unas vendas, y la besaba teniendo la iniciativa.

Hasta ese momento, nunca hubiera imaginado esa faceta de ellas.

No pintaba que fuera a acabar pronto, era la primera vez que veía en vivo tal acto entre mujeres.

No sabía cómo reaccionar o qué hacer, por lo que pensé mis posibilidades; entretanto las observaba:

1- Saludar con normalidad y decir que continúen, que solo quiero hablar de mi asunto con ella.

2- Acercarme como si participase desde un inicio; no lo haría.

3- Esperar y guardar en mi memoria lo que presenciaba por si en un futuro necesitara este material para liberar estrés.

4- Volver delante gritando su nombre como si la buscase para darle tiempo.

5- Ser caballeroso y darles mi ropa una vez interrumpo para que no se congelen.

6- Regresar a casa y volver otro día, pero ya dejé mis pisadas.

7- Participar en la distancia esperando a que terminen, pero no era esa clase de persona.

Mis posibilidades eran infinitas, pero ninguna de mi agrado.

Gena la manoseó por debajo de su túnica y le metió los dedos en la entrepierna; Chiouri, sin retroceder, la imitó.

Si solo las hubiera encontrado desnudas, como pasó con Mugon, no sentiría nada; pero era inevitable, portando un cuerpo similar al de un humano, no sentir excitación.

Noté el frío y pensé que hubiera sido buena idea la última opción para entrar en calor antes que morir, pero mis principios estaban por encima de mi lujuria.

Chiouri se agachó y separó sus rodillas. Gena colocó la pierna sobre su hombro exponiendo su parte íntima, apoyó la espalda contra la pared y mi diosa procedió a lamerla.

Con la izquierda agarró vendas de su otro brazo y la puso detrás de la cabeza de Chiouri, haciendo que no se alejase ni un centímetro. Por el placer que sentía, quedó sin fuerzas y las soltó; se pellizcó el pezón y la mano restante la usó para sujetarse en su cabeza.

Chiouri no retrocedía a pesar de ser liberada.

Suspiré cansado muerto de frío. Reflexionando, me acerqué a la pared conformada por tablones de madera. Al apoyarme, cayó un cúmulo de nieve del alero que provocó un estruendo. Temí por mi vida al ver carámbanos clavados en el suelo.

—¿¡Quién… está ahí!? —preguntó Chiouri.

Que pase lo que tenga que pasar, pensé. No importaba si me odiaban, no sentía nada por ellas. Prefería exponerme a esconderme y arrepentirme.

—Creo que he sido yo, puse demasiada presión en la pared… —acabó de decir exhausta Gena.

Al salir, Chiouri me miró aún agachada con cara de poker; Gena se bajó y se escondió detrás de ella. Bajaron la mirada al bulto que escondía mi jaula, revelando que la bestia estaba despierta. Sus miradas cambiaron a unas rencorosas.

—Sí…, os he visto. ¡Y no me arrepiento! ¡¡Poneos en mi situación, no os imaginé guarreando!!

—¿Qué… haces aquí? —cuestionó nerviosa e inexpresiva manteniendo la compostura.

—Era para que me quitaras esto, si no es molestia. —Mostré el grillete.

—Acércate…

Me aproximé a ella que seguía sentada y, cuando me encontraba a un paso, me bajó los pantalones junto a mis calzoncillos; mi bestia fue expuesta.

—¿¡Por qué!? —pregunté agitado levantándolos, pero no me soltaba; Gena miraba mis partes preciadas avergonzada y molesta.

—Nos has visto…

—Si eso lo compensa, no me importa quedarme así hasta que me lo quites. —Desistí mostrándolas.

…Me estoy muriendo de frío, perderé mi miembro más importante a este paso…

—¿Qué deberíamos hacer… para que lo mantengas… en secreto?

—Nada, que me lo quites. ¡Y no digas esa frase que parece sacada de un producto para adultos! Si la amas no os debería importar lo que piensen los demás; no hace falta ocultarlo, me parece bonito que os queráis. Aunque me hubiera gustado ver más…

—Como siempre…, directo. —Sonrió y rezó haciéndolo desaparecer—. Mantén el secreto.

—Lo intentaré. Seguid con lo vuestro, no os molesto más.

Seguían avergonzadas; me sentí como un anciano pillando a unos jovenzuelos en el acto.

Volví al pasillo del trono donde ella me esperaba.

—¿Eso era lo interesante?

—Sí. ¿Te ha gustado? Me sorprende que hayas vuelto vivo, muajaja.

—Bueno… Esta vez no me quejaré.

—Preferías ver a Mugon desnuda, ¿cierto? Muajaja. —Dio por sentada codeándome.

…Ya la he visto y me es indiferente.

—¿¡En serio!? Que rápido avanza vuestra relación, muajaja.

—Para de leer mi mente. —Abaniqué mi brazo para separarla. 

Se alejó de un salto, pero rocé su pecho haciendo que rebotaran.

—Uy, fue sin querer. —Quedó embobada con la boca semiabierta y con las manos levantadas—. ¿Estás bien? ¿Hola? —pregunté pasando mi mano delante de ella.

—Eh… Sí, jeje. —Actuaba rara y su odiosa risa cambió a una tímida—. Puedes regresar si quieres. —Se transformó en gato y corrió a su cámara en zigzag.

Oí la puerta abrirse, se trataba de Nugu, Mugon y una tercera que no conocía.

Cada una cargaban un par de bolsas de compra de un diseño simple pero elegante de lino con el logotipo de la cara de un cerdo minimalista rosa.

—¿Qué haces? ¿Estás bien? —preguntó Nugu inquieta al verme en el suelo mirando al techo.

—Sí, quería descansar un momento donde fuera.

…Aunque llevo más de una hora.

Me levanté y cogí ambas bolsas que cargaba.

—¡Gracias!

—¿Quién es esa niña tan mona que se parece a ti?

Se encontraba detrás de Mugon.

Era única: blanca de piel, pelo verde hierba, ojos exageradamente oscuros, orejas de gato de cristales escarlatas, labios carnosos y, detrás de su cintura, dos colas como enredaderas con gemas doradas radiantes en la punta.

Vestía un top 2 en 1 verde de hombros descubiertos con pequeños encajes rojos y espalda abierta ajustada por cordones; la parte del pecho era roja y fruncida con cremallera y una anilla con orejas puntiagudas de tirador. En cada muñeca tenía pulseras de telas finas amarillas. Usaba un vaquero corto verde y chanclas de paja.

—Es Tira, una de mis amigas y comparte universo con Mugon.

—Un placer conocerte, he escuchado sobre ti. —Su voz era dulce como la de Nugu, pero más recta y madura.

…No sé lo que habrás escuchado… No parece humana.

—El placer es mío, es la primera vez que veo a alguien tan extraña.

—Aunque no lo parezca, soy humana, golem vampira, elfa de las hojas, súcubo, lilimic y sosimic. —Sonrió de oreja a oreja y se inclinó.

Después de eso, me percaté: lo que más destacaba eran sus pechos, a pesar de tener la misma altura que Nugu, los tenía más desarrollados que la propia Mugon. Me extrañó, pensé que sería una característica de su raza.

—¿Lilimic y sosimic? Nunca escuché de eso.

—Son seres de luz y sombra que habitaban en mi mundo. —Me solventó la misma.

—Es la primera vez que veo a alguien compartiendo tantas razas.

—Hay dioses más raros.

—¿Dónde pongo las bolsas? —pregunté a Nugu al no tener más conversación.

—Un momento… —Cogió las de sus amigas y me las dio—. Déjalas en la cocina.

—¿¡Todas eran tuyas!? —Sujetaba tres con cada brazo, atestadas de comida.

—Eh… Hum… Sí —respondió nerviosa; Mugon y Tira disfrutaban por alguna razón.

Asentí cansado y las transporté. Dejándolas, exhalé aire como si hubiera trabajado todo el día.

Cuando recuperé el aliento, busqué a Nugu; estaban sentadas hablando en la mesa. La brisa que entraba por la ventana era agradable, y la tenue luz se hacía nostálgica.

Nugu se la estaba pasando bien con ellas, sonreía más de lo habitual; eso me hacía feliz y aligeraba, por alguna razón, mi corazón.

No quería molestarlas, por lo que subí hacia la habitación. Apenas pisé el descanso de las escaleras, alguien tocó el timbre, obligando a detenerme.

—¿Q-Quién es? —preguntó la tímida y asustada Nugu que se dirigió a abrir.

—Soy… yo…

Esa voz y esas pausas…, sabía de quién se trataba.

—¡Chi! ¿¡Qué haces aquí!? —exclamó de felicidad.

…¡No abras la puerta a alguien que sólo dice «soy yo»! Algún día te enseñaré…