La miseria amaba la compañía, y Kieran era un ferviente creyente de ese concepto, evidente por la invitación desinteresada que extendió hacia Altair. No pasó mucho tiempo antes de que Lillian los convirtiera a todos ellos en sus prestigiosos conejillos de indias, insertando grandes agujas en venas prominentes de sus brazos para extraer muestras de sangre. Sin embargo, eso era solo el comienzo.
Esta extracción de sangre debía compararse con la sangre extraída de sus cuerpos extenuados para notar si había una diferencia significativa entre ellos. Dado que todo esto era territorio inexplorado para ella, Lillian optó por errar con precaución, haciendo un esfuerzo consciente por registrar cada paso en el proceso.
Kieran hizo una mueca, y Altair miró con odio, pues tan pronto como llegó, fue Lillian quien reveló quién lo había entregado traicioneramente. Lo que obtuvo a cambio fue un guiño juguetón de parte de Kieran.
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