Gabriel caminaba por los largos y hermosos pasillos. Las paredes eran brillantes, como si estuvieran hechas con algo similar al oro.
Todo dentro de este palacio era grandioso. Las arañas colgadas del techo brillaban en la luz, proyectando reflejos centelleantes en el suelo.
Los detalles intrincados en la arquitectura quitaban el aliento, con cada esquina adornada con impresionantes esculturas y pinturas.
Sin embargo, dondequiera que Gabriel pasaba, las cosas eran destruidas. Las estatuas estaban rotas, los retratos estaban rasgados, y las brillantes paredes se oscurecían.
Era como si el Palacio delante de él y el palacio detrás de él fueran lugares completamente diferentes. Uno era una grandeza celestial mientras que el otro era un infierno.
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