Por alguna extraña razón, la mujer no dijo nada. Incluso Gabriel permaneció en silencio.
Pero el silencio no se sentía incómodo o embarazoso, ya que ambos parecían tener un entendimiento tácito. Simplemente disfrutaban de la tranquilidad del prado y de la compañía del otro.
Aunque era la primera vez que Gabriel acompañaba a esta mujer, por alguna razón, se sentía extrañamente cómodo a su lado. Como si no le hubiera importado aunque tuviera que quedarse ahí por toda la eternidad.
Fue un momento de serenidad que Gabriel siempre conservaría, incluso cuando eventualmente dejara ese lugar.
Lamentablemente, sabía que no podía quedarse ahí. ¡Tenía que regresar! ¡Había cosas que tenía que terminar! Había cabos sueltos que tenía que atar. Y había personas que le eran queridas que tenía que proteger.
Más importante aún, había personas a quienes tenía que matar.
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