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Solo habían pasado unos minutos, y la batalla ya había terminado. Los dos Enviados estaban de pie en el suelo, sangrando por la nariz, la boca y los ojos.
No habían conseguido siquiera tocar a la niña y sin embargo ellos eran los que estaban gravemente heridos. Esto era algo que nunca habrían creído si no lo hubieran visto con sus propios ojos.
Lo que era aún más extraño era que la niña no los mató, a pesar de tener múltiples oportunidades. Era como si no le importara si vivían o morían, como si solo fueran unas hormigas ante ella que era demasiado perezosa para aplastar.
Los diez minutos con la Espada Sangrienta aún no habían terminado, pero los dos Enviados ya entendían la diferencia entre ellos y la niña.
Ambos enviaron sus espadas de vuelta. Ya no tenía sentido mantenerlas fuera ya que habían perdido su expectativa de vida y aun así no podían hacer nada.
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