—Audrina… Serás… ¿qué hacéis las dos aquí? —preguntó Abadón con una sonrisa que no era sonrisa.
Ambas chicas permanecían despreocupadas del tono de su esposo.
En su lugar, se acercaron directamente a él y le bajaron la capucha que le ocultaba el cuello.
Allí, señalaron dos juegos de marcas de colmillos que nunca se cerrarían a pesar de su impresionante capacidad regenerativa.
—¿Habéis olvidado nuestro juramento, esposo? —dijo Seras con una sonrisa.
—Técnicamente aún no estás muerto, pero ya que te encuentras demorando en el inframundo, eso significa que podemos tomar la decisión de seguirte si así lo elegimos —añadió Audrina.
Por un momento, Abadón recordó cuando les dijo por primera vez a sus esposas que estaba decidido a ir solo al inframundo.
Al principio protestaron con vehemencia, pero luego parecía que simplemente… se dieron por vencidas.
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