En un campo de flores silvestres en el desierto de Seol, dos adultos estaban acostados uno al lado del otro y mirando hacia el cielo.
La hierba era antinaturalmente suave y cautivadora; haciéndola casi tan buena como la cama de uno.
Tatiana sostenía delicadamente la mano de Abadón mientras estaban acostados juntos, deseando secretamente que su audacia anterior regresara.
Ella quería estar más cerca de él y hacer cosas más íntimas, pero no estaba muy segura de cómo pedírselo.
Mientras lamentaba este dilema, Abadón de repente la agarró y la atrajo sobre él.
Con su cuerpo presionado contra el suyo y su cabeza descansando justo en la curva de su cuello, estaba segura de que él podía sentir su corazón latiendo rápidamente dentro de su pecho.
—Tú... sabías que yo quería que hicieras esto, ¿no es así? —preguntó ella con sospecha.
—¿De qué estás hablando? Esto es lo que yo quería —Abadón mintió.
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