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Capítulo 5

Eyra

"Lo que debo de hacer"

—La escucho, Sargento —me siento frente a ella y me cruzo de brazos, la mesa es muy angosta para que me ataque.

—En términos formales, queremos reclutarte ya que has dado cara a un gül sin necesidad de armas especializadas para ellos, por lo que encontramos que serás útil para el país.

—¿Y en términos reales? —pregunto con seriedad.

—Eres y serás una reliquia para mi escuadrón —responde sin ningún pelo en la lengua.

—Entonces solo me quieres como un trofeo.

—Oh, no se confunda, señorita Eyra. Aquí no solo gano yo en esta propuesta. Si aceptas —hace una breve pausa—. A tu familia no le faltará seguridad.

Un pequeño "clic" se escucho en mi cabeza al escucharla.

—La seguridad y salud —respondo seriamente. No estoy pidiendo, se lo estoy imponiendo.

—Claro, la salud es lo que sobrará en esta casa —sonríe—. Solo haz tu trabajo y yo haré el mío. Es bastante justo.

Llevo mi mano hacia mi boca, tomándome mi tiempo para pensar. Aunque es bastante tentador, no puedo dejar a mi familia. Es lo único que me queda.

—No lo pienses ahora —dice y me acerca la carta por encima de la mesa—. Te daré hasta las ocho de la noche, a esa hora vendré por ti.

Termina de decir y se levanta de la mesa, dejando ver su cuerpo bastante entrenado.

Mi madre sale de su habitación y se despide de la Sargento Tyler.

Asimilo que escuchó oda la conversación.

—Fue un placer hablar con usted, señorita Eyra. —Termina de decir antes de que se cerrase la puerta, implantando su sonrisa malévola.

Me levanto de la mesa y saco las tijeras que tenia escondida en los bolsillos. Me estaban pinchando la pierna.

Miro a mi madre, ella solo sonríe, suspira y se da media vuelta para irse a su habitación.

No le saque la vista en ningún momento, está asumiendo que me iré y quizás sea lo correcto.

Tomo la carta y, con las mismas tijeras, rasgo la envoltura. Adentro de esta se encontraba un papel blanco con una rosa en dorado justo al medio de todo. Miro por atrás y sale el nombre de la Sargento Tyler.

Con que a esto se refería con ser una "reliquia".

Solo me convertiré en su juguete si acepto esta carta.

Me llevó todo para mi habitación y lo dejo sobre mi escritorio, voy directo a la cama y me recuesto sobre ella, quedándome dormida nuevamente.

...

—¡¿Qué?! —se escucha gritar por fuera de mi puerta.

Abro los ojos de golpe y me levanto de la cama, pero al hacerlo tan rápido me desequilibrio y caigo sobre esta nuevamente.

—Más silencio, hija. Tu hermana está durmiendo —dice madre. Es mi hermana haciendo un escándalo.

¿Pero por qué?

Me dejo caer al suelo, encargo una pierna para poder apoyarme en mi rodilla y sujetar mi cabeza con mi mano.

—Siento que no me estás explicando nada. ¿Solo le llego una invitación a unirse al ejército?, ¿así de sencillo? —respira agitada mi hermana mientras le responde a mi madre.

—Tu hermana es una chica bastante especial, tanto como tu. Solo que a ella le ha llegado su momento sobre decidir si quiere irse o quedarse. Cualquier decisión que tome debemos apoyarla —responde madre.

—¿Y si decide irse? Siempre decide sola, nunca toma en consideración nuestra opinión o sentimientos. ¡A ella no le importamos! —confronta mi hermana—. A ella solo le importa así misma. Si puede salvarse lo hará sola.

Me levanto y abro la puerta. Ambas me miran como si esa conversación nunca la tuviese que escuchar. Me duele.

—Ela —le llamo por su nombre.

Ella me ve con furia y tristeza en sus ojos, le llenaba la ira.

—A ti nunca te hemos importado —responde y se encierra en su habitación de un portazo.

Suspiro con amargura y veo a mi madre.

—Entiendela, tiene 14 años —me ruega que simpatice con mi hermana.

—Lo entiendo, se que debe estar pasándolo mal, pero yo acabo de cumplir 18 y a mis diecisiete años ya he matado a 4 familiares por nuestro bien —me muerdo la lengua, pero esta se afloja—. Al menos ella nunca llevará esa carga.

Doy media vuelta y cierro la puerta.

Se que ella es una menor de edad, que no sabe nada del mundo, lo triste es que cuando estaba empezando a conocerlo sucedió esto.

Mis sentimientos afloraron, surgió la rabia contra mi hermana al no entender mi posición, contra mi madre que jamás le ha explicado lo que he tenido que hacer y contra mi por no comprenderla del todo.

Me levanto, seco una lágrima que se escapó por ahí. Armo una mochila grande con las cosas que creo necesarias y salgo de la habitación.

Saco las cartas junto a los regalos que me dieron mis amigas y también los guardo.

Veo la hora y ya casi es el momento de irme, volteo a mis espaldas y allí se encontraba mi madre, entre lágrimas y los ojos irritados.

—No es necesario que lo hagas —me suplica de forma pasiva.

—Pero si no lo hago, las cosas no cambiarán. Esto es lo que debo hacer, para que mi hermana tenga un lugar seguro en donde explorar y en donde usted pueda ser feliz —la abrazo y acaricio su cabello—. Prometo que volveré.

Siento como todo su cuerpo tiembla bajo mis brazos y llora con más fuerza. Yo también lloro, no soy de piedra, pero en este momento no puedo ni imaginar como se siente ella, al saber que en cualquier momento podría perder a una hija, la cual, se entrego a la boca del lobo.

Levanto la mirada y me encuentro como la habitación de mi hermana, deseo que salga, que me abrace como antes y que me vuelva a querer.

Me separo de mi madre y voy directo a buscar un lápiz y un papel.

Escribo algo sencillo, no tan largo, pero lo suficientemente extenso para explicar las cosas.

—Dáselo a mi hermana cuando crea que es necesario, cuando entienda mejor las cosas —le digo y se lo entrego. Ella asiente—. Solo espero no tardar demasiado en volver.

Miro el reloj descompuesto de nuestro living e instintivamente se que ya es la hora de partir. Sintiendo la acidez de irte de un lugar el cual nunca pensaste abandonar.

Suspiró y tarareo hasta escuchar un, "tock tock".

Era cuestión de segundos.

Abro la puerta y su rostro de póquer hace su jugada.

—Señorita Eyra, he venido por su respuesta —dice, yendo directo al grano, la Sargento.

Sin pensar de más y segura de mi misma, respondo:— Acepto la propuesta.

Pero el rostro que puso al escuchar mi respuesta, me hizo encoger del miedo.