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Capítulo 6

Eyra

"Un cumpleaños con sabor a nada"

Apenas salí de casa, me metieron dentro de una camioneta militar o como se llame, no vine a memorizar esos nombres, su camuflaje era bastante "rádiante".

—¡Todos con flores azules sigan las instrucciones del número 5! —grita un hombre bastante alto.

Toco mi uniforme nuevo y es tan radiante, como todos los camuflajes de aquí, un rojo carmesí.

Miro hacia mi alrededor y todo está lleno de gente, hace tanto tiempo que no veía esta cantidad en un mismo lugar, no sería raro que se uniesen a estos bandos luego de que la masacre se volviera bastante sangrienta y repulsiva.

—¡Los rojos, sigan al número 1! —grita el mismo hombre.

Los murmullos son cada vez más enunciados, avanzo dos pasos hacia al frente siguiendo una fila bastante larga, todos con los mismos trajes.

—¿Ustedes saben para que es todo esto de la enumeración? —pregunta una chica cercana, a unas dos personas tras de mí.

—Simplemente son las personas que nos van a instruir, te mandan una tarjeta con una rosa y ya el color decide en donde te enviarán —responde otra chica.

—¡Blancos, hacia el número 3!

Reviso mi carta y allí está plasmado el dorado, aun intacto. Lo presiono con fuerza, sintiendo los nervios carcomiendome viva.

Todo esto lo hago por mi familia, repito una y otra vez.

—¡Dorado! —Es mi turno—. ¡Sigan al número 0!

Levanto mi cabeza y, hasta el otro lado del lugar, se encuentra el número 0.

Frunso el ceño y comienzo a andar.

¿No pudo estar más lejos?

Camino sobre una línea blanca hasta llegar al número que me corresponde, diría que por lo menos hay diez personas, lo cual es bastante peligroso. Pero todo mi alrededor es un peligro.

Llego a la fila y me posiciono de las últimas, levanto mis pies y los dejo caer con suavidad, los bototos son bastante pesados e incómodos de usar.

—¿Y tú, porque estás aquí? —pregunta un chico en frente de mí. Al parecer quiere conversar con alguien.

—Por mi familia —responde el otro tipo, lo justo y necesario.

—Yo también —responde el chico—. Me encontraron luego de que mis abuelos tratasen de atacarme y, bueno, es un poco triste.

—No todos lo hemos pasado bien —vuelve a contestar el hombre, se me está siendo un poco conocida su voz—. Es por eso que debes callar —termina de forma feroz, haciendo callar al chico.

—Muy bien chicos y chicas. Señores y Señoras. Yo soy la Sargento Tyler y les doy la bienvenida al entrenamiento de E.G, en donde los formaremos con lo necesario para que se puedan defender ustedes y a su país —aparece la Sargento Tyler, iniciando un discurso conmovedor—. Como podrán ver, no todos son del mismo género, ni tienen la misma edad.

Volteo hacia otro lado buscando a gente más pequeña que yo, pero no hay nadie más.

—Obviamente, hablamos de personas con la edad mínima requerida para esto y ustedes deben lograr que esto se mantenga así —sonríe—. Hoy les mostraremos sus camas, baños y comedor para que sepan movilizarse en las instalaciones. Luego, en su segundo día, comenzaremos a movilizarnos y entrenar.

Todos comenzaron a hablar entre sí, un tanto preocupados sobre la situación estresante. No la conozco, pero da la impresión de que, si fuese por ella, esto comenzaría ahora mismo.

Lo bueno es que es de noche.

La Sargento Tyler levanta uno de sus pies y lo deja caer con fuerza, imponiendo orden y respeto.

—Sí tienen alguna queja, los escucho. Claro, la tomaría en cuenta si su rango valiera más que el mío.

Todos se callaron y prestaron atención ante sus palabras. Ella solo está disfrutando de la tensión que provoca.

—Ahora siganme en silencio —termina de decir y camina hacia un lado de nosotros.

Pasa frente a mi y dicta:— Los quiero ver a todos en fila, un desorden y se largan de aquí.

Todos se mantienen rígidos y forman una fila tras de mi, la Sargento da una media sonrisa y me indica, con el movimiento de su cabeza, de que avance junto a ella.

Inhalo con precaución y comienzo mi andar hacia los interiores.

—Cada color tendrá una instalación distinta, dormirán separados y se asearan separado. Hay bebé, hay expulsión —dicta con desprecio—. Aquí es el comedor, es lo suficientemente grande para ustedes veinte.

Miro hacia el comedor y parece uno de escuela media, ni muy grande, pero tampoco pequeño.

—Seguimos con los baños. Varones izquierda, mujeres derecha, ¿queda claro?.

—Sí —responden al mismo tiempo.

—¡Sí, mi Sargento! —grita la Sargento cerca de mi oreja.

—¡Sí, mí Sargento! —repetimos todos.

—Así se responde —ríe a fuertes carcajadas—. Ya van aprendiendo. Lo siguiente y último serán sus habitaciones. Cada uno dormirá en un cuarto separado, lo mismo que antes, varones izquierda y mujeres derecha.

Antramos a un pasillo con el suelo blanco y puertas rojas, cada habitación está junta al lado de la otra. Son minúsculas.

—Cada habitación tienen sus nombres, verifiquen los suyos y descansen. Sus cosas ya están dentro de estos —suspira—. Y mañana los quiero despiertos a las cinco en punto, comenzamos el entrenamiento a las seis y terminamos a las seis de la tarde con un apartado para su almuerzo, el resto del día lo tendrán para ustedes.

—¡Sí, mí Sargento!

Fue la respuesta que esperaba y se largó con el rostro tan duro como una roca.

Suspiro y recorro las diez habitaciones del lado derecho hasta llegar a la última, en dónde decía mi nombre en dorado.

—Tú —escucho a mis espaldas—. Quiero esa habitación.

Me doy vuelta y veo que no es para mi esa advertencia, es para el hombre de antes.

—No molestes —suspira él y voltea. Ya sabía que sonaba bastante familiar.

—¿O si no, que ha? —se burla el otro, debe tener unos veinte años, pero actúa como de catorce o doce.

Fred lo mira de reojo y se endereza para imponerse ante el, ya sabía yo que estaba muy pequeño para lo que realmente mide.

—Niño, en el primer día tratas de que no te maten o te comerán vivo. Eres el depredador o la presa, elige bien —responde en voz baja, pero su tono grave lo hace escuchar muy imponente.

Me asombra cada vez más.

—Eres un bastardo —responde el chico, apunto de armar un conflicto.

Fred se que no se iba a dejar intimidar de esta forma, vengo del mismo lado que el y el más fuerte siempre gana en estos caso, pero no puedo permitirme un dolor más en el trasero por culpa de ese niñato.

Levanto mi pierna y le doy un rodillaso a mi puerta, magullando un poco su capa de pintura, pero logrando mi objetivo. No pensé que sonaría tanto, no quiero ni verlos.

—Un mosquito, espero que esta noche nos dejen dormir bien. —Miro al niñato y este chistó con su lengua.

—Mierda —fue lo único que dijo luego de encerrarse en su habitación.

Suspiro y miro a Fred, sin cambiar mi expresión.

Nos vemos durante unos largo segundos y luego decidimos encerrarnos.

A simple vista y con los colores que tiene esta habitación, te hacen marear bastante, el blanco y el rojo no son para nada mi combinación favorita. Levanto la vista para ver una ventana más pequeña que mi velador. Al menos existe una.

Me recuesto sobre la cama y volteo hacia mi velador. Sin prisa, saco los regalos de mi cumpleaños que me dieron mis amigos y me distraigo viéndolos.

Leo las cartas que me dieron y abro el pequeño paquete que se encontraban junto a estas, adentro traía un accesorio de acero inoxidable, una cadena algo gruesa con una pelota más gruesa que la cadena al final con un pequeño grabado en ella.

"Siempre junto a ti".

Me recuesto, nuevamente, sobre la cama y juego con el accesorio, de un lado a otro, pensando en cuando había tenido un cumpleaños estando tan triste y, a la vez, tan feliz.

Aunque, para ser sincera, ya no siento nada.