Carter observaba a la gente deambular por la ciudad cuando un rostro familiar apareció entre la multitud. Era su encantadora Dahlia y, como de costumbre, era hipnotizante. Llevaba las manos llenas de paquetes envueltos en papel marrón mientras él la observaba caminar de regreso hacia la posada. Sonrió, sabiendo que había gastado las monedas que le dio esa mañana.
Dahlia no sabía que las insignificantes monedas sobre las que había discutido con él por aceptar eran de poca importancia para Carter. Él era un hombre hecho a sí mismo que había acumulado una fortuna sustancial durante sus años de servicio al imperio, y había guardado todo y solo gastaba dinero cuando lo necesitaba.
Nunca se había casado, no poseía tierras y se ganaba la vida combatiendo a caballo en el campo de batalla. No tenía dónde gastar o malgastar su dinero.
Realmente no necesitaba trabajar. Tal como estaban las cosas, podría retirarse ahora y convertirse en Señor de sus propias tierras.
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