Tratando de no retrasar mas el asunto y queriendo evitar que la felina volviera a tener un ataque de ansiedad, me acomodé. Puse mi pene contra su entrada y con un movimiento decidido, me introduje en ella de golpe, tal como había pedido.
El grito de Roselia resonó en la habitación cuando me introduje en ella. El dolor era evidente en su voz, y yo podía sentir la dificultad que implicaba avanzar. Su interior era áspero y extremadamente apretado, lo que hacía que el proceso fuera arduo. Apenas logré entrar 3/4 partes de mi longitud antes de detenerme, consciente de la resistencia y la humedad que ahora se mezclaba con el calor de su cuerpo. Sin embargo, esa humedad no era natural; era sangre. No sabía si aquello era resultado de que era virgen o simplemente de la decisión imprudente de seguir adelante a pesar de todo.
Quise detenerme, pero la felina no me dejó. Sus manos temblorosas se aferraron con más fuerza al borde del mostrador, sus garras arañando la madera en un intento de mantener el control.
Roselia: ¡Ahh…! —jadeó entre quejidos, su voz contenida por un miedo palpable a que yo me detuviera o mostrara desagrado—. S-sigue… adelante.
Me incliné hacia ella, preocupado por su estado.
Riuz: Esto te va a doler. No quiero lastimarte más de lo necesario. —Intenté razonar, aunque sabía que mis palabras no cambiarían su determinación.
Roselia: ¡HAY COSAS QUE DUELEN MÁS! —respondió con un grito, su voz cargada de emociones que parecían venir de lugares más oscuros que el simple dolor físico.
Tomé aire, resignándome a continuar.
Riuz: De acuerdo. —Respondí con firmeza, pero decidí ser más considerado.
Recurriendo a mis poderes, reduje el tamaño de mi pene para aligerar su sufrimiento. Cuando sintió el cambio, soltó un largo suspiro de alivio, liberando el aire retenido en sus pulmones. Aunque el dolor desgarrador seguía presente por las heridas de mi intromision, era evidente que ahora lo soportaba mejor.
Mis manos se deslizaron hacia sus caderas, y con un movimiento cuidadoso, aparté su vestido, rasgándolo ligeramente en el proceso. No era mi intención dañarlo, pero necesitaba sentir su piel, su pelaje con manchas. Al tocarla, noté lo diferente que era en comparación con Clara. El pelaje de Roselia no era suave ni esponjoso, sino liso y terso, una textura única que no dejaba de ser agradable al tacto.
Mis movimientos no eran rápidos, pero sí intensos y profundos. Podía sentir cómo sus paredes internas luchaban contra mi avance, intentando empujarme hacia afuera, mientras yo perseveraba por volver a entrar. Era una batalla constante de resistencia y adaptación, y cada movimiento parecía ser un desafío tanto para ella como para mí. Roselia trataba de ocultar el dolor tras débiles gemidos, pero no lograba enmascarar completamente sus quejidos. Era evidente que estaba haciendo lo mejor posible para soportarlo.
En un momento de duda, mis manos se posaron en su cola. No estaba seguro de si aquello era apropiado o incluso correcto, pero mi curiosidad me llevó a sujetarla. El impacto fue inmediato: Roselia tembló visiblemente, tensándose con una intensidad que no esperaba. Su cuerpo reaccionó apretando con fuerza sus músculos internos, mientras dejaba escapar un sonido ambiguo, mezcla de incomodidad y sorpresa.
Había observado antes a otros seres con cola en este mundo, notando cómo su ropa estaba diseñada para dejarla visible y libre. Pero Roselia era una excepción. Ahora entendía por qué: parte de su cola tambien mostraba cicatrices y quemaduras que probablemente trataba de ocultar. Si esto era así, era probable que haya mas en su cuerpo que esté ocultando, y sabía que en el futuro tendría que investigar y buscarlas a todas para poder curarlas.
Notando su incomodidad, aflojé mi agarre, dejando mi mano descansar con delicadeza en la base de su cola. No quería causarle más dolor innecesario. Retomé mis movimientos, esta vez enfocándome en terminar rápidamente y aliviar su sufrimiento. Usé el poco poder corrupto disponible dentro de mí, acelerando el proceso de alcanzar mi clímax.
Mi intensidad aumentó gradualmente con cada embestida. En un momento, al ver que cerraba los ojos, la transporté brevemente a mi espacio interior y de vuelta, sin que ella se diera cuenta de lo sucedido. Ella ya se había rendido a mí y el sexo ayudaba a nuestra conexión, por lo que a pesar de que no acepto directamente, ella sería asimilada por mi mundo interior rápidamente.
Finalmente, en una última y poderosa embestida, estiré mi cuerpo ligeramente usando mis poderes, inclinándome para morder la parte posterior de su cuello. Sentí cómo su cuerpo se estremecía bajo el peso de mi acción, y al mismo tiempo, presioné mis caderas contra las suyas, liberando mi semilla profundamente en su interior. Roselia dejó escapar un largo aullido de alivio porque todo hubiera terminado. Me separé de ella, viendo como su coño era un desastre rojo y blanco.
Vi cómo sus piernas temblaban, y antes de que pudiera desplomarse al suelo, la sostuve con rapidez. Su respiración era pesada, jadeaba con constancia, y de su boca escapaban débiles gemidos de dolor. Extendí mi mano sobre su entrepierna y usé mis poderes para intentar curarla. Aunque mis fuerzas aún no estaban completamente recuperadas, logré aliviar parte de su sufrimiento.
La cargué en mis brazos y la llevé al interior de la casa, directo a mi habitación. Allí la acosté en la cama, donde se quedó dormida casi de inmediato, sin cuestionar su entorno ni preocuparse por los problemas que podría traer esto al amanecer.
Por mi parte, sentí cómo la conexión entre ella y mi espacio interior se completaba lentamente mientras dormía. Era un proceso más pausado que con Clara o Bianca, lo cual era comprensible; Roselia no había aceptado conscientemente formar parte de él.
Al entrar en mi espacio interior, observé que el lugar parecía expandirse poco a poco. Clara y Bianca estaban allí, sentadas en un pequeño muro que parecía haberse formado espontáneamente. Clara se dio cuenta de que su hija se veía cada vez menos translúcida, lo que le iluminó el rostro de felicidad.
Riuz: "Roselia ya está. Aceptó ser mi amante. Aunque dice que no le preocupa, creo que teme lo que tú puedas pensar de ella." Comenté, acercandome para acariciar a mi hija.
Clara: "Está salvando a mi hija. No tengo nada en su contra." —Respondió con ese tono calmado que solia tener desde que la conocí, mientras acariciaba a Bianca, que dormía tranquila en sus brazos.
Riuz: "Iré con Harriet mañana. Espero que puedas ayudar."
Clara: "No quiero dejar a Bianca aquí sola." —dijo, con tristeza en la voz.
Riuz: "No te preocupes. Ella puede dormir aquí mientras tanto, y cuando despierte, tú ya estarás con ella."
...
A la mañana siguiente, Harriet despertó un poco más tarde de lo habitual, debido a los ruidos de la noche anterior que habían interrumpido su descanso. Aunque ya estaba acostumbrada a la intensa vida sexual de su jefe y Clara, esta vez fue diferente. Los sonidos no solo eran intensos, sino que también tenían un tono distinto, más doloroso que placentero. Esa sensación la confundió, pero trató de ignorarlo mientras realizaba sus rituales matutinos.
Se dirigió a la tienda, donde comenzó su turno organizando los productos antes de levantar la persiana y colocar el cartel de "abierto". Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, vio a Roselia salir de la puerta detrás de ella...
Harriet: "¡¿Rosi?! Tú..." —dijo, visiblemente sorprendida al ver a su compañera de trabajo. Roselia llevaba una tela cubriendo la zona de su cicatriz facial, lo cual no era habitual.
Roselia: "Buenos días." —pronunció con voz cansada, mientras trataba de aparentar normalidad—. "El jef... Riuz, quiere que cubra tu turno esta mañana." —añadió mientras se dirigía a abrir la tienda.
Harriet la observó con preocupación, notando que caminaba con dificultad y hacía gestos de incomodidad.
Harriet: "¿Estás bien?" —preguntó, acercándose un poco más, ignorando el hecho de que había salido de la casa de Riuz y estaba tomando su turno.
Roselia: "S-sí... Es solo que... me lastimé." —respondió con vergüenza evidente, desviando la mirada.
Roselia recordó cómo esa misma mañana, su jefe, ahora su hombre, le había dicho que descansara y que la tienda estaría cerrada. La razón era que debía hacer con Harriet lo mismo que hizo con ella, lo que la desconcertó profundamente, pero le dijo que era para salvar a su hija. No quería creerlo al principio, pensando que su jefe no era más que otro degenerado bajo una fachada amable, pero la seriedad con la que habló hicieron que comenzara a dudar de sus suposiciones. Más aún, ver a Clara esta mañana, agradeciéndole con solemnidad y sin encontrar rastros de la corderita, la llenó de incertidumbre. Sabía que había cosas complejas que no comprendía del todo, como la forma en que sus cicatrices estaban siendo curadas, por lo que se quedó en silencio al respecto, no era su lugar cuestionar, aún no. Por ahora, solo debía hacer su trabajo y dejarse follar por su jefe.
A pesar del dolor y su deseo de quedarse en cama hasta que sus genitales sanaran, Roselia insistió en cubrir el turno de Harriet. Sentía la necesidad de demostrar que podía ser útil en algo más que su coño, especialmente ahora que no estaba en condiciones de usarlo. Convencer a Riuz y Clara no fue fácil, pero finalmente lo logró. Sin embargo, el sentimiento de culpa la seguía atormentando mientras miraba a su compañera.
Roselia: "Harriet..." —murmuró, sin atreverse a mirarla directamente.
Harriet: "¿Sí?" —preguntó, aún preocupada, sin creer que Roselia estuviera realmente bien.
Roselia: "Clara quiere verte. Te está esperando." —dijo con voz apagada, manteniendo la mirada fija en el mostrador, evitando cualquier contacto visual con Harriet.
Harriet estaba confundida. Aunque algo en el comportamiento de Roselia la inquietaba, decidió no darle demasiadas vueltas y centrarse en averiguar qué necesitaba Clara. Entró nuevamente en la casa, caminando por los pasillos que llevaban a las habitaciones. Allí se encontró con Clara, quien tenía una expresión de constante angustia y malestar, lo que aumentó su desconcierto.
Harriet: "Clari, ¿me estabas buscando? ¿Por qué esa cara larga?"
Clara levantó la mirada y le respondió con un tono solemne que no le era habitual.
Clara: "Buenos días, Harriet."
Harriet: "¿Buenos días...?" —repitió, dudosa. Algo en el ambiente estaba fuera de lugar; todos actuaban extraño, y no lograba entender por qué.
Clara se acercó un poco más y, con una voz apenas quebrada, le explicó:
Clara: "No soy yo. Es mi marido quien quiere verte. Quiere... hablar contigo. ¿Puedes esperarlo en tu habitación?"
Harriet parpadeó, aún más confundida. No era como Roselia, quien parecía temer recibir malas noticias, pero no podía sacudirse la sensación de que algo iba mal. Aun así, asintió lentamente y se dirigió hacia su cuarto. Mientras alcanzaba la puerta, Clara la sorprendió abrazándola de improviso. Harriet no rechazó el gesto, aunque le pareció extraño. Luego, de forma aún más inusual, Clara la empujó suavemente hacia el interior de la habitación y cerró la puerta tras ella.
Desde el piso inferior, observé la escena en silencio. Había estado intentando equilibrar mis poderes desde que desperté, pero no tenía éxito. Si el día anterior me desbordaba un exceso de poder puro, hoy era lo opuesto, y eso me preocupaba profundamente. Aunque trataba de controlarme, sabía que lo que estaba por hacer con Harriet sería mucho menos considerado que lo que había hecho con Roselia.
Miré a Clara, quien seguía frente a la puerta. Su mirada estaba perdida, vacía, marcada por la culpa desde el momento en que había dejado a nuestra hija sola en el espacio interior. Me acerqué lentamente, colocando una mano sobre su hombro en un intento de transmitirle algo de calma.
Riuz: "No te preocupes. Trataré de que sea lo más rápido posible."
Clara no respondió. Permaneció inmóvil, como si mis palabras no pudieran atravesar el muro de sus pensamientos. Suspiré y, resignado, me dirigí hacia la puerta de la habitación donde Harriet me esperaba.
Cuando abrí la puerta, la encontré sentada de rodillas sobre su cama. Aunque "cama" era un término generoso para describir lo que usaba: un modesto conjunto de telas extendidas sobre el suelo, al estilo japonés. Harriet había insistido en que no necesitaba que le comprara una cama, que ya hice mucho dandole una casa y trabajo, que compraría una con su propio dinero cuando pudiera. Sin embargo, hasta ahora seguía usando esa cama improvisada, lo que me hacía pensar que se trataba más de sentimentalismo o costumbre que de una verdadera necesidad.
Harriet me miró con esos grandes ojos llenos de inocencia, ladeando ligeramente la cabeza mientras hablaba:
Harriet: "¿Jefe? ¿Quería verme?" —preguntó, nerviosa pero sin comprender del todo lo que ocurría.
Por un instante, esa inocencia casi me detuvo. La oveja de lana negra, joven y dulce, no tenía idea de lo que estaba a punto de pasar. En mi interior, se debatían el deseo perverso de corromperla y una culpa asfixiante por lo que estaba a punto de hacer. Pero, al final, fue el poder inestable que dominaba mi ser en ese momento quien tomó el control.
Sin poder contenerlo más, empecé a desvestirme con rapidez.
Harriet, al ver mi inesperada acción, quedó paralizada por la confusión y el desconcierto. Primero, que su jefe pidiera hablar con ella en su habitación ya era extraño. Ahora, verlo quedarse inmóvil por un momento y, de repente, comenzar a desvestirse con urgencia, era algo completamente inexplicable. Para su asombro, notó un sutil destello rosado en mis ojos, que parecían encendidos con una intensidad que no había visto antes.
Harriet: "¡¿JEF...?!"
La pobre oveja no pudo decir más, pues me abalancé sobre ella, provocando un grito de terror. Mis manos se deslizaban rápidamente sobre su ropa, arrancándola de su cuerpo mientras observaba sus ojos llenos de pánico.
Harriet: "¡Jefe, no!" —gritó, intentando cubrir su cuerpo con las manos, llena de vergüenza, pero sobre todo, de un miedo profundo— "¡¿Qué está...?!"
Sujeté a Harriet con firmeza, quien luchaba por liberarse, la giré y coloqué mi mano sobre su coño, utilizando mis poderes sobre ella. Un chillido escapó de sus labios, pero esta vez no era por miedo. A diferencia de ayer, el poder que ahora poseía me permitía asegurarme de que mi pareja no sufriera. La llevé al orgasmo de inmediato, lubricando su interior. Aunque la maldad me dominaba, sentía que ella lo merecía, y era necesario, pues este día no tenía el poder para sanarla al terminar.
Luego de recuperarse del orgasmo, lo cual no fue muy difícil, ya que el miedo superaba al placer en ese momento, intentó escapar de mis brazos, buscando huir hacia la puerta. Sin embargo, no la dejé. Me coloqué detrás de ella y sin dudar un segundo, la monté, metiendo mi pene en su interior.
Fue un simple empujón, un leve *pop*, y de repente estaba en lo más profundo, atravesando de golpe su barrera de pureza, convirtiéndola en una oveja adulta. Ella soltó un grito de sorpresa, y sus ojos, ya llenos de lágrimas, rompieron esa represa, dejando que los ríos de su llanto corrieran mientras gritaba.
Harriet: "¡NOooooo! ¡¿Jefe... Por qué...?!" —Lloró, perdiendo su fuerza por unos instantes.
Aunque me dolía un poco presenciar esto, también me excitaba de formas desconocidas, poniendo mi polla aún mas dura que antes. El ritmo de mis movimientos solo aumentaba, golpeando su trasero constantemente y de forma muy ruidosa, disfrutando sádicamente de como desfloraba a mi empleada. Agarrar con fuerza su lana negra par afianzar mis movimientos también daba una especie de placer extraño.
Harriet volvió a intentar liberarse de mí, luchando con desesperación, deseando que todo eso terminara. El placer exisitia pero el miedo y las demás emociones la dominaban, impidiéndole rendirse.
Harriet: "¡Por favor, jefe, deténgase... no lo haga!" —lloró mientras trataba de soltarse de mi agarre.— "¿Qué pasa con Clara?" —Aulló lastimeramente, su voz llena de angustia.— "No le diré nada, pero por favor, deténgase..."
Riuz: "¿Quién crees que está detrás de esa puerta, impidiendo que logres escapar? ¿Quién te llamó aquí en primer lugar?" —Dije maliciosamente, sintiéndome consumido por mi poder, disfrutando al ver cómo su expresión cambiaba aún más al escucharme.
Harriet: "¡NO, NO ES CIERTO! ¡Clara, ayúdame! ¡Rosalie! ¡Alguien!" —Gritó desesperadamente, esperando que alguien apareciera para detener esto, pero sus gritos no tuvieron ningún efecto."
Yo seguí embistiendo su tierno coño, arándola constantemente, mientras ella suplicaba a cualquiera o a mí mismo para que me detuviera, sin obtener respuesta. Con el tiempo, esas súplicas y peleas se fueron debilitando, pero algo siempre persistía. Ahora solo la escucho lanzar sus quejidos constantes cuando la penetro, pero su lucha era efímera. Solo lloraba silenciosamente mientras entraba en su interior, deseando que esto fuera una pesadilla.
Al igual que con Roselia, en un momento, la transporté a mi espacio y la regresé sin que ella se diera cuenta. Luego redoblé mis esfuerzos para acabar, pero esta vez sin usar mis poderes.
Riuz: "Acostúmbrate a esto, porque se va a repetir. Es tu obligación. Te sacamos de la calle, te dimos casa y trabajo, es lo menos que puedes hacer." —Dije con maldad, observando cómo sus lágrimas comenzaban a caer de nuevo, pero en silencio.— "Eres hermosa, Harriet, y quiero que sepas que te amaré como corresponde. Pero debes estar lista para recibir mi verga constantemente. No puedo tener suficiente de este lindo coño." —Dije acercándome y besándola a pesar de su falta de respuesta.
Harriet ya no se resistió, simplemente dejó que las lágrimas cayeran mientras yo terminaba de "Darle mi amor", como yo lo había llamado. No tardó mucho más, pues poco después de que experimentara un último pequeño orgasmo del cual no estaba contenta, me presioné contra ella, metiéndome lo mas profundo que podía y soltando mi carga en su interior.
Sintiéndome satisfecho, salí de su coño y me tumbé sobre ella, besando suavemente su cuello y el resto de su cuerpo, manoseándola mientras trataba de disfrutar del regusto del sexo. Ella no parecía tan a gusto con esto como yo, pero en este momento estaba en una especia de limbo, un vacío por lo sucedido y no se resistió a mis caricias, de hecho, perecía casi muerta. Su cuerpo, aunque en calma, reflejaba una especie de agotamiento, como si estuviera tratando de procesar todo lo que había ocurrido.