Había terminado lo que tenía que hacer. Ahora, más calmado y libre de esa saturación de poder maligno, la culpa comenzó a consumir mi interior. Intenté abrazar y consolar a Harriet, pero sus ojos solo veían en mí a un monstruo.
Mi mejor opción era salir y buscar ayuda. Clara estaba allí precisamente para eso. Cuando la encontré, parecía perdida en sus pensamientos, sollozando suavemente. La verdad era que todo lo que ocurría la abrumaba; su vida tranquila estaba cambiando demasiado rápido.
Me acerqué y la abracé. Ella se esforzó por dejar de llorar, secó sus lágrimas y entró en la habitación para intentar consolar a Harriet. Solo podía esperar que tuviera más éxito que yo.
Intenté unirme a ellas, pero la reacción de Harriet fue tan negativa que Clara me echó. Las dejé solas, aunque eso no significaba que Clara lo tuviera fácil. Harriet se sintió traicionada también por ella, según lo que yo mismo había revelado.
Regresé a mi taller y traté de concentrarme en trabajar. No sabía qué más hacer. Roselia estaba cerca, y compartimos un rato de trabajo en silencio. Apenas hubo conversación. Quizás ella también me temía o me despreciaba por lo que había hecho. Tal vez había escuchado todo... o eso creía por las miradas que me lanzaba.
...
Clara pasó horas consolando a la oveja negra, que no dejaba de llorar. Fue cerca del mediodía cuando logró calmarla un poco. Me informó que Harriet estaba en condiciones de hablar, y decidí que ese almuerzo sería un buen momento para reunirnos todos.
Prepare la comida yo mismo. Aunque no soy un chef, hice algo sencillo. Una vez listo, llamé a todos. Roselia entró primero, algo nerviosa; ya le había advertido que hablaríamos de ciertos temas importantes durante la comida. Clara llegó poco después, abrazando a Harriet, quien parecía un ovillo de lana, encorvada y con lágrimas que seguían cayendo, cubierta por una manta.
Cuando todos estaban en la mesa, llevé los platillos: verduras para las ovejas y carne para Roselia y para mí. Un silencio sepulcral reinó en el comedor, interrumpido únicamente por el llanto de Harriet. Roselia parecía debatirse entre decir algo para consolarla o permanecer callada, lanzándome miradas llenas de duda.
Finalmente, rompí el silencio...
Riuz: "Bien, parece que es el momento de hablar. Para evitar arruinar esto aún más, voy a revelar ciertas cosas que pensaba guardar solo para Clara. No quiero que nuestra relación se deteriore así. Espero que me escuchen atentamente... —dije con solemnidad, mirando primero a Roselia y luego a Harriet, quien desvió la mirada y comenzó a sollozar aún más fuerte.
Decidí revelar mi identidad poco a poco, con más cautela que con Clara, y de una forma distinta. Esta vez no pensaba compartirlo todo; Mi experiencia anterior me enseñó que podría ser un choque demasiado grande.
Les conté que mi familia era especial, que éramos magos. Magos literales. Harriet no me creyó al principio, así que tuve que hacer una demostración, esperando que la sorpresa la distrajera de su llanto. Clara, por supuesto, ya lo sabía. En cuanto a Roselia, después de tocar su rostro acepto sin muchos problemas, no parecía capaz de encontrar otra explicación.
Saqué uno de mis trabajos pendientes: un anillo partido en dos partes, con una pequeña gema desplazada de su lugar. Lo coloqué sobre la mesa y saqué mi varita. Antes de continuar, me aseguré de que todos estuvieran atentos.
Riuz: "Reparo"
Las piezas del anillo comenzaron a girar sobre la mesa, uniéndose con precisión hasta quedar como una sola pieza. Las miradas de Roselia y Harriet eran exactamente lo que esperaba: pura sorpresa. Deslicé el anillo hacia ellas para que lo inspeccionaran, y Roselia no dudó ni un segundo en tomarlo.
Roselia: "¿Así es como haces tus trabajos?" —preguntó, mirando el anillo con fascinación antes de alzar los ojos hacia mí recibiendo un asentimiento como respuesta.— "Ahora todo tiene sentido..." —murmuró, aún observando el anillo—. "Tanto misterio, tanta perfección en cosas que parecían imposibles de reparar..."
Riuz: "Exactamente" —respondí— "También es la razón por la que las contraté a ustedes para atender al público, pero nunca busqué ayuda para el trabajo de restauración en sí. Nadie más que yo podía hacerlo."
Sus miradas permanecían fijas en mí, llenas de curiosidad y desconcierto. Aproveché para explicar un poco sobre la magia, pero lo hice de manera que pareciera algo raro y casi extinto, un vestigio olvidado de este mundo. Les dije que mi familia vivía en una isla remota y que éramos los últimos magos existentes. Clara, por supuesto, sabía la verdad, pero no dijo nada. No tenía motivo para contradecirme; su única prioridad era el bienestar de su hija.
Roselia: "Entonces, ¿así es como me curaste?" —dijo en voz baja, como hablando consigo misma.
A pesar del tono, Harriet la escuchó. La gueparda, al darse cuenta, retiró el pañuelo que cubría su rostro, revelando una cicatriz con una zona sin pelo pero completamente sana. La oveja negra abrió los ojos, sorprendida.
Riuz: "Sí... y no. Aunque mi familia tiene magia, yo soy... diferente. Tengo un poder, o más bien, dos poderes únicos que nadie más posee. Uno bueno, que utilicé para curarte... y otro malo, que fue el que me llevó a hacer lo que hice con Harriet..."
Harriet levantó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas mientras intentaba procesar lo que oía.
Harriet: "Tú..." —susurró, su voz temblorosa.
Riuz: "Lo siento, Harriet. Siento mucho todo el daño que causé" —dije con un suspiro pesado, cargado de arrepentimiento—. "Para ser honesto, iba a hacerlo de todas formas contigo, pero hubiera sido diferente... como con Roselia. Te lo habría dicho, te habría explicado, intentando convencerte. Nunca planeé tomarte por la fuerza." —Bajé la mirada, sintiendo el peso de mis palabras—. "Pero mis poderes... cuando las encontré a ustedes dos, simplemente se descontrolaron. Me dominaron. Roselia tuvo la suerte de que le tocara el poder bueno. Pero Harriet..."
Todos dirigimos la mirada hacia la oveja negra, que abrazaba con fuerza la manta que cubría su cuerpo, temblando. Clara intentó consolarla con un abrazo, pero la culpa la devoraba por dentro. Se odiaba a sí misma por aceptar esta situación, pero todo lo hacía por su hija.
Harriet: "¿P-Por qué?" —preguntó entre sollozos, con la mirada fija en el suelo. Luego levantó la vista hacia mí, sus ojos inundados de lágrimas, y añadió— "¿Es cierto que fue para salvar a Bianca?"
Podía ver cómo buscaba desesperadamente alguna verdad en mis palabras, algo que diera sentido a lo que había sufrido. Ella sabía que podía mentirle, pero incluso una mentira que justificara su dolor haría que todo pareciera una milésima menos insoportable, aunque el peso emocional la seguiría aplastando.
Riuz: "Sí" —respondí solemnemente— "La razón por la que lo hice con ustedes dos fue para salvar a Bianca."
Roselia me miró con una mezcla de curiosidad y desconcierto.
Roselia: "¿Qué le pasó? ¿Por qué tenías que... acostarte con nosotras?" —preguntó, sin filtros. Ya estaba demasiado involucrada como para dejar pasar las respuestas.
Riuz: "Bueno... Como saben, soy un mago. Y digamos que, cuando los magos mueran... Vamos a un reino divino donde residimos por la eternidad."
Harriet: "¿Como... el Gran Pastizal? ¿El paraíso?" —frunció el ceño, tratando de comprender.
Riuz: "Algo así" —respondí, esbozando una sonrisa tenue— "Pero no se trata solo de pastizales."
Roselia: "¡¿Es real?! ¿La vida después de la muerte?" —Intervino, esta vez con una mezcla de ansiedad y esperanza.
Parecía que algo dentro de ella se agitaba, como si sus creencias enterradas resurgieran. Había abandonado toda fe después de los golpes que le había dado la vida, pero ahora...
Riuz: "No puedo hablar por los demás, pero para mí, sí. Y ahora, también para ustedes."
Roselia: "¿Para nosotras?" —Arqueó las cejas, su tono cargado de incertidumbre. La posibilidad de que existiera una vida después de la muerte la emocionaba y la aterraba a partes iguales. Temía que sus errores en vida la condenaran a un infierno eterno tras su muerte luego de haberlo vivido en vida.
Asentí, preparándome para la revelación.
Riuz: "Fui un estúpido. Ese paraíso del que les hablo tiene reglas. Es pequeño y está vinculado al mago que lo habita. Cuando muera, iré allí, y puedo llevar a otras personas conmigo. Ese espacio crece según las personas que lo ocupan. Pero... hay algo que deben saber: apenas soy un niño. Tengo poco más de una década de vida."
Las miradas de Roselia y Harriet fueron tan intensas que casi podía sentirlas atravesándome. Sabían que era joven, por algunos comentarios, pero nunca imaginaron que fuera tan joven. Pensaron que estaba saliendo de la adolescencia, como mínimo. Claro, era lógico: yo era el primer humano que conocían, y no tenían referencias claras sobre cómo luciría un adulto de mi especie.
Riuz: "Mi familia no tuvo la oportunidad de advertirme sobre las reglas" —continué con un tono más sombrío— "No sabía que no debía llevar a mis descendientes a ese paraíso tan pronto. Bianca quedó atrapada allí..."
Bajé la mirada, dejando que mis palabras calaran hondo. Era una verdad a los medios, pero suficiente para mantener su atención.
Riuz: "Por suerte, un antepasado mío logró entrar a mi paraíso desde el suyo y me explicó cómo funciona. Me dijo que tenía dos opciones: llenar ese reino con más habitantes para darle fuerza o esperar años a que creciera de forma natural. No podía esperar tanto. Clara habría terminado conmigo si la alejaba de su hija por más tiempo." —Intenté bromear, pero nadie rió. Las tres estaban demasiado absortas en sus pensamientos.
Roselia: "Y para hacerlo... tenias que tener sexo con nosotras?" —preguntó, incrédula. Para ella, esto distaba mucho de la idea que tenía sobre el paraíso.
Riuz: "No exactamente" —admití— "La razón por la que ahora tienen asegurada una vida después de la muerte no fue simplemente por eso. Acostarme con ustedes era solo una parte del proceso. Mi paraíso permite la entrada a mis descendientes y parejas. Mientras 'eso' sucedía... las conecté a ese espacio. Ahora, cuando mueran, terminarán allí." —Hice una pausa, buscando sus reacciones.— "Sé que esto puede ir en contra de sus creencias religiosas, y lo siento si les resulta difícil de aceptar. Pero tenía que hacerlo para salvar a mi hija...
Roselia y Harriet permanecían en silencio, intentando asimilar mis palabras. Verlas así me preocupaba, sabía que podía ser complicado si alguna de ellas fuera una fanática religiosa.
Riuz: "No se preocupen" —añadí, tratando de aliviar la tensión—. "Es un lugar hermoso. Si quieres saber más, pregúntenle a Clara. Ella ha estado allí."
Las miradas se desviaron automáticamente hacia Clara, que permanecía en silencio, observando. Era evidente que estaba organizando sus pensamientos, y ante la creciente expectación en los ojos de las demás, finalmente habló.
Clara: "No sé si realmente es el paraíso... pero creo que podría llamarse así. Además de quitarme a mi hija, es asombroso. No sientes hambre, ni sueño, ni dolor, ni ninguna otra molestia, a menos que quieras. Estuve con Bianca, y cuando quise jugar con ella, apareció mi antigua habitación, con los juguetes que recordaba. Incluso el columpio de la casa de mi abuelo estaba allí. Más tarde quise descansar con ella, así que nos recostamos en el césped, que de repente se volvió suave, como mi cama de niña. Dormí abrazándola... y aunque pensé que había pasado días durmiendo, solo fueron unos minutos, tal vez menos." —Habló con una sinceridad.
Riuz: "El único límite de ese espacio es la imaginación... y el poder disponible. Como aún soy joven y hay pocas personas allí, todavía tiene restricciones, pero, con el tiempo, ese lugar puede crecer y volverse prácticamente infinito. Podrían recrear cualquier lugar que recuerden, probar de nuevo todas las delicias que hayan disfrutado en su vida, y mucho más" —expliqué con un tono firme, intentando transmitir seguridad.
El silencio se apoderó de la habitación. Cada una parecía sumida en sus pensamientos, tratando de asimilar todo: el sexo, la vida después de la muerte, el paraíso... y que ahora ellas también estarían destinadas a ese lugar.
Roselia: "Entonces... es real. ¿Iremos allí al morir? ¿No importa lo que hagamos en vida?" —preguntó con un brillo de incredulidad y esperanza en los ojos. Un mundo así, donde las acciones en vida no tuvieran consecuencias, era algo que apenas podía imaginar.
Riuz: "Así es. Como mis mujeres, ustedes estarán allí. Por eso... me disculpo. Sé que tomé esa decisión por ustedes sin pedirles permiso."
Harriet: "¿Y nuestras familias? ¿Cuándo muera, no podré reunirme con ellos?" —Su voz teñida de tristeza y su pena era palpable.
Aunque no había pensado mucho en ello antes, siempre había tenido la esperanza de reencontrarse con sus padres fallecidos en el más allá. Ahora que la idea de una vida después de la muerte era real, su deseo se mezclaba con miedo e incertidumbre.
Riuz: "Yo... no lo sé" admití con honestidad. "Sé que este paraíso es solo para nosotros, pero no descartaría la posibilidad. Hay muchas cosas que ignoro, y fue precisamente mi desconocimiento lo que causó todo este problema. Deberíamos investigarlo. Sin embargo, hay algo que puedo decirte: alguien más vino a mi paraíso para ayudarme. Eso significa que, si tus padres estuvieran en... no sé, el más allá de vuestra religión, podría ser posible visitarlos o que ellos vinieran a nosotros."
Esbocé una sonrisa, tratando de sonar convincente. En realidad, no tenía certeza de nada, pero quería mantener viva su esperanza. Había ideas que rondaban mi mente, pero eran conjeturas que preferí no mencionar en ese momento.
Con nuestra charla, la comida se había enfriado, pero aun así la comimos. Ese momento sirvió como un período de reflexión en el que intenté responder a todas sus preguntas lo mejor que pude.
Cuando terminamos, y por el insistente ruego de Clara, desaparecí ante los ojos de todos. Poco después regresé, trayendo a Bianca en mis brazos. Clara rompió en llanto de felicidad, prácticamente arrebatándome a su hija y cubriéndola de besos. Bianca, abrumada por el entusiasmo de su madre, comenzó a llorar entre protestas por el acoso cariñoso.
Harriet y Roselia, al presenciar aquello, no tuvieron más remedio que empezar a creer con más fuerza en mis palabras. Ya les había demostrado la magia antes, pero esto era una prueba aún más contundente. Aunque sus mentes intentaban racionalizarlo como algún tipo de truco mágico, decidieron creerme.
Eso no significó que dejaran de insistir en querer ver el paraíso por sí mismas. Les expliqué que no podía permitirlo. No iba a arriesgarme a lastimar a nadie más. Rompí las reglas al llevar a alguien allí y sacarlo, y les dejé claro que ese lugar estaba reservado para los muertos. Incluso exageré un poco lo peligroso que había sido llevar a Clara. Les prometí que, cuando llegara el momento adecuado, o si ya no deseaban vivir en este mundo mortal, entonces podrían ir. Pero no antes.
Antes de dar por terminada la conversación, me acerqué a Harriet. La vi estremecerse y reaccionar con miedo absoluto ante mi sola presencia.
Riuz: "Harriet... lo siento. De verdad, lo siento" —dije con voz baja, intentando no intimidarla más—. "No te mentí cuando dije que eres una de las chicas más hermosas que he conocido. Me gustaría tener algo contigo, algo real. Sé que no empezamos bien, pero déjame redimirme." —Hice una pausa, mirando no solo a Harriet, sino también a Roselia y a Clara.— "A las tres les digo: sé que puede costar aceptar el tipo de familia que les estoy planteando. No somos leones en la prehistoria, lo sé. Pero así es como debe funcionar en mi caso. Hice lo que hice por Bianca, por mi hija. Pero quiero que sepan que trataré de darles el amor que se merecen. Solo les pido una oportunidad."
Me acerqué más a Harriet y tomé su mano temblorosa, que intentaba zafarse de mi agarre.
Riuz: "Harriet, dame la oportunidad de enmendarlo. Te prometo un hogar cálido, comida deliciosa, mi amor, una familia... Déjame ser tu familia. Déjanos ser tu familia" —dije, señalando con la otra mano a Clara, Bianca y Roselia.
Harriet retiró su mano sin decir una palabra. Solo pude suspirar, esperando tener la oportunidad de corregir mi error y temiendo que ella intentara huir o alejarse de nosotros.
En cuanto a Roselia, estaba menos preocupado. Como ella misma había dicho antes, estaba dispuesta a hacer lo que fuera por recuperar su aspecto. Aunque todo este asunto —la magia, el más allá, y que ahora seria la mujer de alguien junto a otras hembras— le parecía extraño, su situación actual era mucho peor. Si podía mejorar su vida sacrificando algo tan intangible como sus ideas preconcebidas o incluso su decencia y dignidad, lo haría sin dudar.
Por último, estaba Clara. Aunque tenía problemas con todo esto, no planeaba irse ni oponerse. Su prioridad era Bianca, su tesoro más preciado, incluso más importante que su propia vida o felicidad. Sabía que su "marido" era un mago, y aunque eso ya había traído complicaciones, quedarse parecía la única opción segura para proteger a su hija. ¿Qué pasaría si algo mágico volviera a ocurrirle a Bianca? Clara no sabría qué hacer.
Se quedaría conmigo. Por lo menos, no era tan malo. Quizás, con el tiempo, las cosas podrían funcionar. Por lo menos, por el bien de su hija.