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Suerte y perseverancia

Pequeña aclaración: Cada volumen es independiente del otro. Sigue su propia línea de historia y no se ve afectado por los volúmenes anteriores. Bueno, salvo por algún poder o habilidad que se viene arrastrando por el conocimiento y la personalidad del protagonista que va evolucionando. Volumen 1 Cross over entre nasuverso y Madam ou no Vanadis Volumen 2 viaje por Juego de Tronos, Señor de los anillos y Dark Soul 3 Volumen 3 Mushoku Tensei y Danmachi. Volumen 4 Naruto y muchos otros. -o- Kain, antiguo vástago del equilibrio. Renació en el mundo de Fate y vivió durante varios siglos. Sin embargo, al encontrarse con su viejo enemigo, el dios Hilden, lucho y perdió. Ahora su alma viaja a través del multiverso buscando el poder y la forma de volver a aquel mundo por la venganza. -o- Reglas del juego: 1.- No hay power up indiscriminados 2.- Todo se estudia y se gana hasta dominarlo 3.- El alma influye sobre el cuerpo, por ende, el cabello y los ojos siempre serán los mismo (ojos color lazuli y pelo blanco). 4.-La fuerza es proporcional al conocimiento adquirido, la técnica y la fuerza del alma. 5.- El nivel del mundo es proporcional al alma. Eso quiere decir que si el alma del protagonista es fuerte, irá a un mundo de mayor nivel.

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Mundo Shinobi - La falsa paz - 80

-¡Ya les dije, les pudo dar el dinero que quieran!- grito una joven aristócrata furiosa. Solo tenía doce años, con un físico esbelto e infantil, pero que poco a poco se estaba desarrollando. Ella se detuvo detrás de los barrotes de su celda, con las manos en las caderas y le dijo una vez más al carcelero -al menos has algo con la asquerosa comida-

El carcelero, un shinobi vestido completamente de negro, donde solo se notaban sus manos toscas de tanto entrenamiento y sus ojos negros sin vida, de tanto haber matado. Estaba sentado en una silla, a dos metros de los barrotes. En ese preciso momento leía un pergamino con las últimas instrucciones que le habían dado. Una vez que termino, lo guardo dentro de la chaqueta y miró a la joven.

-Cállate- dijo con voz baja y rasposa -a nadie le importa tu dinero. Por dios ¿Cuántas horas llevas diciendo lo mismo?-

-Las diré las horas que sean necesarias hasta que me hagas caso- dijo la joven sin miedo.

El shinobi acerco su rostro y entrecerró los ojos para tomar una mejor mirada de la joven. Sin duda alguna, cuando sea adulta será una mujer hermosa, pensó. Tenía el cabello oscuro y largo hasta las caderas. Su rostro era ovalado, de piel suave y blanca. Las pupilas de los ojos eran rojas como dos hermosos rubís. Vestía un elegante kimono purpura con un obi dorado en su cintura.

-Cállate, solo estarás un par de horas más. Después te iras- dijo el shinobi en tono indiferente y se dejó caer sobre el respaldo de la silla.

-¿De verdad?- pregunto la joven con una gran sonrisa. Era la primera vez que le decían algo bueno. Se acerco a la reja y apoyo sus delicadas manos en los barrotes -¿Lo dices en serio?-

-Lo digo en serio, en serio- dijo el shinobi soltando una risita maliciosa oculta bajo la tela. Eso estremeció a la joven dentro de la celda y el shinobi continuo -ahora ¿en qué estado? Eso ya es otra cosa. Quizá, si te callas durante un par de horas te enviemos como un cadáver de una pieza- se puso de pie dando un zapatazo al suelo y grito -de lo contrario, me preocupare de enviarte en pedazos-

La joven, llamada Kazumi, quito sus manos de los barrotes y dio dos pasos hacia atrás. El shinobi soltó una carcajada al ver el miedo en su mirada y volvió a sentarse en su silla.

Por otro lado, Kasumi tomo una profunda respiración y camino hasta su cama de paja hecha sobre un trozo de piedra rectangular. Se sentó y miró con ojos malhumorados al perverso shinobi que le prometía descuartizarla si no se callaba. Después miró hacia el techo, apoyo sus manos en la cama y se quedó mirando las grietas. Pudo ver como una diminuta gota de agua colgaba entre las hendiduras que se hacían en la tierra. Llevaba días sin ver la luz del día, así que supuso que estaban bajo tierra. Por otro lado, solo gracias a su cómodo y grueso kimono pudo tolerar el horrible frio del medio ambiente.

-¿Quizá cuantos días han pasado?- murmuro Kazumi, inconsciente del paso del tiempo.

-o-

Cuando Kasumi estaba mirando el techo, eran las cuatro de la tarde. Fuera de la prisión, el sol estaba alto en el cielo, iluminando el bosque a las afueras de la prisión. Al mismo tiempo, un shinobi vestido de negro igual que los otros shinobis de la prisión corría a toda velocidad. Según él, había corrido con suerte y el pequeño demonio de cabello blanco había sido demasiado blando. Una vez que le contó todo lo relacionado con la operación, se fue corriendo y desapareció en la arboleda que rodeaba Konoha. Ese encuentro le produjo un gran miedo, aun sentía el sudor frio recorriendo su espalda. Por suerte, nunca había cruzado caminos con Madara Uchiha, pero pensar que su hijo sería tan poderoso con ocho años le hacía pensar que había algo malo en el mundo.

El shinobi siguió corriendo, atravesando por entre medio de los árboles y arbustos. Siguiendo un camino especial que solo era para los operativos de la misión. Si ibas por otro lado solo te esperaban trampas. Podías morir en una explosión o comido por las invocaciones de insectos hechas por el capitán a cargo de la operación.

El shinobi sentía como si algo le clavara en la nuca. De vez en cuando miraba hacia atrás y buscaba indicios de alguien siguiéndolo, pero todo parecía en calma. No obstante, recordando el terrorífico genjutsu del niño, se detuvo. Esta ya era la cuarta vez en menos de una hora que lo hacía, pero lo encontraba necesario.

El shinobi llamado Kakuzu, junto sus manos como si estuviera rezando y cerró los ojos. Después hizo fluir el chakra a sus manos y dijo en voz baja -kai, kai, kai-. Este gesto, la concentración y la postura generaban una calma. Esto a su vez generaba un reinicio en el ritmo del flujo de su chakra y le daban la posibilidad de salir de la mayoría de los genjutsus.

Kakuzu abrió los ojos y noto que todo estaba en su lugar. Los árboles crecían altos como las colinas mientras la vegetación crecía alta y frondosa. Solo se escuchaban a los pájaros cantar y el movimiento de algunos pequeños animales. Kakuzu soltó un suspiro y pensó una vez más que se había librado de ese demoniaco niño. Solo tenía de inocente su apariencia.

Kakuzu se lanzó a correr de nuevo, ignorando ese sentimiento a malestar que sentía en su nuca. Se dijo a sí mismo que solo era un dolor de cuello, producto de la pelea y todo el estrés que lo hizo sentir su ataque fallido. Ahora era más importante pensar en que le iba a decir a su capitán con respecto a la misión. Había fallado de manera lamentable. Le habían dicho que el dios shinobi estaba disminuido. Sin embargo, aun así, pudo ver su ataque y evitar un golpe fatal.

-Todo esto fue mi culpa- murmuro odiándose por el error -debí haber estado más concentrado y tranquilo. Ahora todo se echó a perder-

Kakuzu se largó a correr de nuevo sin saber que Kain lo seguía a solo cinco metros de distancia. El genjutsu continuaba funcionando, haciéndole creer a Kakuzu que nadie lo seguía. Alterar la realidad requería de un gran poder y era fácil percibir que te estaban engañando. Pero cuando le indicas al cerebro que solo ignore la presencia de un niño dentro de la bastedad de un bosque, es una tarea sencilla. Es como mirar un estante, todo lo que queda fuera de tu rango de visión será invisible.

-o-

Al mismo tiempo en el que Kain perseguía a Kakuzu, en la capital de la nación del fuego. Un anciano estaba aguardando tener una reunión con el gran daimio del país del Fuego. Ya contaba con más de setenta años, rostro arrugado y barba blanca y larga hasta el pecho. En estos momentos estaba parado en un balcón, del segundo piso de una de las torres del palacio. Tenía una vista completa a la capital. La avenida principal estaba atochada de gente, la mayoría viajaba a pie y unos pocos, los privilegiados, iban en jinrikisha. Este último era un medio de transporte con propulsión humana. Consiste en un carro montado sobre un eje con dos ruedas a los lados. Por delante había un mango conectado al carro, del cual tira la persona que empuja y conduce el jinrikisha.

Por otro lado, en la nación del fuego había dos ministros, ambos designados por su riqueza y conexiones sociales. Eran un título heredado, pero también era uno que se podía perder. Sin embargo, la destitución de un ministro era un hecho muy lejano en el tiempo. Por lo menos, durante los pasados doscientos nunca había pasado. Esto a su vez pasaba porque prácticamente la nación del fuego se sostenía por los negocios que mantenían el ministro de derecha, el ministro de izquierda y el daimio. La otra fuerza que sustentaba la economía de la nación eran los shinobis.

El anciano de pie en el balcón era el ministro de derecha y de solo pensar en los shinobis, frunció el ceño. Los shinobis habían sido una gran arma para la nación, pero desde el momento que se tomó la decisión de utilizarlos como fuerza militar, se incurrió en un gasto innecesario. Cumplían algunas misiones de utilidad, pero era innecesario acogerlos como parte de la nación. ¿Acaso no veía el daimio como miraban los shinobis a los civiles? Se preguntó el ministro de derecha, llamado Isshin. El ministro negó con su cabeza a medida que miraba hacia unos edificios con forma de pagoda a lo lejos. El daimio se daba cuenta, pero hacia la vista gorda ya que todas las personas de influencia dentro de la nación estaban locas por introducir a un o una shinobi en su familia. Por fin pisarían el sagrado terreno del chakra y tener dentro de su familia a alguien con la fuerza de los dioses. Solo eran estúpidos crédulos, pensó Isshin. Ya era eso posible desde siempre, pero los clanes de renombre, que tenían un verdadero poder, solo se mezclaban entre ellos. A lo mejor podías mantener un pequeño ejercito shinobi, pero eso no quiere decir que los shinobis fueran a permitir mezclar su sangre con los civiles. El propio daimio tuvo que hacer grandes concesiones para que uno de sus hijos y una de sus hijas se pudieran casar con miembros del clan Senju. Prácticamente tuvo que darles terrenos libres de impuestos y pagarles un presupuesto anual, como fuerza militar para que habitaran esa tierra. Sin embargo, ¿alguno de sus descendientes llegara a la altura del dios shinobi o del demonio Uchiha? Isshin lo duda. El hijo de Hashirama Senju, Minoru, con suerte es un jounin y ya paso su época de crecimiento. Por otro lado, la esperanza del daimio esta puesta en Yahiko, su nieto, pero eso es solo otra ilusión. El joven preferiría mil veces vivir como shinobi que tomar el título de daimio.

-Es necesario detener este desperdicio y empezar a tratar a los shinobis como lo que son, armas para la guerra- murmuro el anciano Isshin.

Alguien llamo a la puerta de la habitación e Isshin se volteó para mirar en esa dirección -¿Quién es?- preguntó

-Su excelencia- dijo una joven desde el otro lado de la puerta. Por su voz clara y cristalina, debería haber tenido unos veinte años -su majestad, el gran daimio de la nación del Fuego lo espera-

-En seguida voy- respondió Isshin, dejo el balcón y una vez que entro a la habitación, sus sirvientes (dos muchachas igual de jóvenes que la qué le entrego la información), se levantaron de un largo sillón de cuero.

-Lo ayudaremos con su ropa su excelencia- dijeron las dos con voz suave y melodiosa

En anciano asintió y camino hasta el dormitorio para que lo ayudaran a vestir.