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Capíyulo 31: La cicatriz de Amandine

Volví a la casa de Thomas. Ya no quedaba nadie.

—¿Y Sion? —pregunté al ver que incluso el DJ se estaba alistando para irse.

—Se fue con Dante.

—¿Es broma?

—No, no. De verdad, dijo que se sentía un poco mal y que se quería ir. Dante se ofreció a llevarlo al ver que no volvías. Los vino a buscar un primo por lo que alcancé a escuchar.

—Es decir, ¿que vine por nada?

—Sí, así es. Ya no queda nadie, pero si quieres puedes quedarte.

—¿Quedarme?

Sería una buena idea.

—Por supuesto. Los chicos igual se van a quedar, ¡¿O no?! —gritó a la puerta que estuvo cerrada toda la fiesta.

—¡Así es!

Alguien respondió. Aunque no supe diferenciar la voz, supuse era Kay.

—Siempre y cuando no subas a la pieza de Amandine —me miró sin reserva, intentando sacar alguna reacción. Continúo así hasta que entendió que no tenía ningún interés en que eso pasara.

—Lo más probable es que baje ella —dije sin personalidad.

Mencioné algo impropio. Pensé que eso molestaría a Thomas.

—Sería propio de Amandine. Por suerte, tu no le harías nada. ¿Verdad?

La pregunta tenía una afilada cuchilla apuntándome al cuello.

—Exacto… —respondí temeroso.

—Dime enserio, ¿cuáles son tus intenciones con Amandine? —preguntó evitándome dejar la conversación.

—La verdad, no tengo intenciones. Ni buenas ni malas.

—¿A que te refieres con eso?

Lo que dije no tenía demasiado sentido a los ojos de Thomas.

—No conozco lo suficiente a Amandine como para asegurar mis intenciones.

Otra vez la poca sensibilidad al tratarse de relaciones con otras personas. ¿A que le tengo tanto rechazo?

—Bueno, si la conoces y luego le haces daño… Sabes lo que haré como hermano mayor ¿Verdad? —volvió a su alegre normalidad.

—Puedo imaginármelo —toqué mi cuello siguiéndole el juego.

—Por cierto, hay algo que quiero hablar contigo sobre Amandine, aprovechando que estamos solos —volví a la seriedad.

—Si es algo obsceno te mato.

—Jaja. No es eso, es sobre ustedes —dije algo apagado—. Como hermanos, ¿cómo se llevan?

—Si te soy sincero, no muy bien. No hablamos mucho. Ella no quiere que interfiera en su vida y siempre es el tema de conversación, si es que llegamos a entablar una conversación. Todo porque se la pasa en problemas y como quizás sepas, por lo ocurrido en el colegio.

—Lo sé. Pero, ¿no has hablado con ella de eso?

—Casi todos los días discutimos, ya estoy cansando y aunque quiero ayudarla prefiero no volver a lo de antes.

—¿Lo de antes?

—Antes… Más bien, cuando éramos pequeños, ella se volvió la consentida de nuestros padres. Ellos nunca la retaron por nada. La mimaban y la consentían, aunque lo que hiciera estaba mal. Siempre y cuando llorara, todo iba a salir a su favor —Thomas se acomodó en el sillón, luego de encontrar su punto de gozo, dio un gran suspiro—. Un día en una cena familiar. Se enojó conmigo y con malas intenciones me lanzó una taza de té caliente. Yo emputado, reaccioné sin pensar y la golpeé intentando hacer que se disculpe. Mis padres me golpearon a mí, mientras que a ella la consolaron. Se que no debí haberle pegado, sé que está mal usar violencia. Solo quería intentar educarla a mi manera. Me frustraba demasiado que no la castigaran o al menos le hicieran ver que lo que hizo no estaba bien. Entonces me comencé a alejar de la familia. No conversaba con nadie en la casa. Comencé a ir solo al colegio y quedarme hasta tarde entrenando. Mi relación con mi familia decayó por completo —Kay salió de la habitación. Ambos miramos en su dirección, solo iba al baño. Esperando a que entrara, mantuvo su tiempo para volver a agarrar aire—. De apoco la familia se fue quebrado. Se hizo algo común que discutiera con mis padres. Y ellos, entre ellos, atacando para ver quien estaba bien o mal. Un día, en un viaje que teníamos como familia comenzaron a discutir justo antes de irnos. Entonces, decidí no ir. Les dije que mientras estuvieran así jamás iría con ellos a ningún lado. El mismo día me enteré que mis padres tuvieron un accidente.

—Ya veo… —dije apenas, sabiendo como se sentía. Viendo que vacilaba en seguir contando lo sucedido me adelanté, intentando enlazar lo que vi en la habitación de arriba—. ¿Por eso Amandine tiene una cicatriz?

—¿Te la mostró?

—Algo así.

—Sí, así fue como se hizo la cicatriz. Ese día, nuestra madre murió. Amandine estuvo inconsciente por perdida de sangre. Tuvieron que operarla. Le pusieron catorce puntos, estuvo varios días en cama. Mi padre terminó cayendo en depresión. A pesar de eso, continuó trabajando. Lo malo, es que ahora tiene que hacerlo el doble. Por eso, es normal que pasemos solos todo el tiempo. Él está de negocios siempre, solo nos deja dinero para poder vivir como lo hacíamos siempre.

—Es algo duro de digerir.

—Si que lo es. De alguna manera, así comenzó nuestra relación alejada, ya ni parecemos una familia. Mi padre no vuelve casi nunca y Amandine comenzó a tener más problemas con temas morales, entendí que le costaba diferenciar lo bueno de lo malo.

Eso era cierto. Tuve la misma conclusión respecto a ella. Diría que si sabe, solo que de alguna manera se convence a sí misma de quedarse callada y dejarse llevar. No importa si sea algo malo o algo bueno, no se intriga ante ese tipo de dudas. Le da lo mismo si lo que hace corresponde o no.

—Algo pude notar sobre eso.

—Bueno. Así es nuestra vida desde entonces, nunca me he vuelto a quejar firmemente por lo que hace, decidí que si era como quería vivir su vida, estaba bien.

—¿No has pensado en que quizás solo quiere que la trates como una hermana y no como un cuidador?

—Lo he pensado, pero se me hace difícil hacerlo, nuestra relación se deterioró hace tiempo y no veo alguna manera de recuperar la situación. Así, aunque no pueda actuar como un buen hermano, al menos quiero cuidarla.

Sus sentimientos y puntos de vista son un poco distintos, pero comparten un mismo significado en sí.

—Desde mi perspectiva, encuentro que deberías expresarle esos pensamientos, jamás se van a entender si no conversan de cómo se sienten y Amandine no es capaz de dar ese gran paso.

—Puede que tengas tienes razón —dijo bajando la cabeza. Sus ojos reflejaban más luz que la normal. Se levantó de golpe—. ¿Sabes qué? Tienes razón. Hablaré con ella lo antes posible.

—Está durmiendo. No creo que sea un buen momento —le respondí agraciado por su motivación.

—Jaja. También tienes razón con eso —volvió a tirarse al sillón—. Se lo diré en otra instancia apenas pueda, pero me convences. Eh pensado mucho en eso y no lo hago por temor a que todo empeore, o incluso por simple vergüenza.

—También me sucede. Igual, trata de no proponerte tan firme los consejos. Solo ten en cuenta una parte, la que creas que te va ayudar, ya que solo es mi punto de vista.

—Agradezco tu sinceridad. Puede que no lo sientas como mucho, pero creo que necesitaba esta conversación.

—Te lo debía, me salvaste allá atrás —referí a los sujetos que me asaltaron.

—Para eso estamos.

Un silencio provocado por la risa de sus amigos en la pieza se mezcló con un sentimentalismo que nos hizo sentir frágiles.

—Me iré —finiquité levantándome.

—¿Estás seguro de que no te quieres quedar? —siguió mi acción.

—No quiero molestarlos.

—No molestarías.

—Aun así, es preferible.

Puede que tenga razón en que no estorbaría, incluso puede que en caso de aceptar, se forme una amistad en la que me incluyan. Pero teniendo en cuenta de que ellos eran algo mayores y que lo que se quedaban eran todos de la misma generación, mi presencia evitaría algunos temas que para ellos pueden ser normales y terminaría cohibiéndolos a ellos o a mí mismo.

A Thomas no le tomó tiempo llegar a la misma conclusión.

—En ese caso, déjame invitarte alguno de estos días apropiadamente.

—¿A dónde?

—A donde sea. Pensábamos ir a unos juegos mecánicos uno de estos días.

—¿Está bien que vaya?

—La pasaríamos bien entre todos, además le caíste bien a Kay y teniendo en cuenta que desde ahora ya te conocemos, invitarte sería lo que falta.