Según Bob, la casa de subastas estaba abierta todos los días, y visitantes de diferentes reinos traían regularmente distintos objetos. La variedad de objetos traídos desde estos lugares iba desde cristales de bestia raros hasta inventos de nuevos avances tecnológicos.
—Entonces, ¿has cambiado de opinión acerca de vender ese vehículo tuyo? Estoy bastante seguro de que conseguiría una suma bastante buena —dijo Bob mientras se frotaba las manos pensando en cuánto dinero podría ganar.
—Desafortunadamente, no es mío para vender —respondió Ray—. Además, aunque lo vendiera, qué te hace pensar que te darían algo por ello. Ray podía sentir la avaricia saliendo de Bob. Él nunca se hubiera molestado en visitar a los dos esa noche en la celda de la cárcel si no creyera que podría sacar dinero de ellos.
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