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KELL

La historia se centra en Kell Harbrick y Alice (la Doll) una pareja que deberá superar antiguas heridas, pero antes pasarán por una serie de aventuras llenas de sexo, acción y frenesí.

Jhordan_Ortiz · Romance
Pas assez d’évaluations
6 Chs

Placer en las nubes (APERTURA)

»Y debajo del aturdimiento las ideas empezaban a darme vueltas sin parar, chocando unas con otras.

»¿Es la evolución el salvavidas de las especies, o simplemente no es más que el inicio de la pérdida de nuestra humanidad? ¿Somos ese quimérico mundo de pensamientos perversos?

AÑO 2369 | CIUDAD DE ATLAS.

Kell Harbrick se encontraba combatiendo en la batalla de Hansvil, en medio del caos los árboles de hojas rojas se alzaban envueltos en fuego y se extendían en un radio de 368 kilómetros a la redonda. Y el viento espectral llevaba consigo un hedor a muerte y putrefacción. Se corría en medio de los cadáveres, y la sangre roja y azul manaba de los cuerpos de hombres y Extraterrestres cuyas hordas parecían extenderse hasta el horizonte.

Kell Harbrick levantó la vista, la batalla se había acabado, y pensó en la cercanía de la muerte «casi pierdo la vida hoy, sin embargo, por alguna razón el destino me mantiene en pié» pensó. Y de camino a casa trató de recordar la ultima vez que había tenido relaciones sexuales. Y recordó un anuncio de la casa del placer cuyo nombre es "Placer en las nubes" Al llegar a casa, sintió un frío que le congeló el alma, o quizás la sensación de soledad que lo esperaba cada vez que cruzaba la puerta para entrar a su hogar.

—Aquí vamos —se dijo al soltar un bufido. Revisó el sitio web de la casa de placer, se ofrecía todo tipo de servicios de carácter sexual, y se le fue medía noche mirando cada una de las modelos, personalizadas, podía elegir la funda más hermosa, y las clases de deseos que se podían satisfacer eran ilimitados, no existía tal cosa como la moral en aquel establecimiento.

Caminó tres veces alrededor del edificio, quizás reunía el valor suficiente para entrar a ese lugar «todos los soldados de elite hacen esto, ¿verdad?» se dijo para sí mientras contemplaba con indecisión aquella puerta de vidrio. Se vio reflejado en el cristal, al examinarse de píes a cabeza cayó en cuenta de lo poco que disfrutaba su vida, se vio ojeroso, con cicatrices en los brazos y cuello, y debajo de su ropa perfectamente estilizada. Kell Harbrick es un hombre meticuloso, que obedece siempre a los patrones de tres.

Se había vestido con el tercer traje que figuraba en la fila de su armario, calzaba los zapatos talla 33, y la dirección de su casa portaba los números 3,6 y 9. Todo en su vida solía ser perfectamente calculado, en la guerra como en su vida personal. Pero esa noche iba a dar un salto a lo desconocido, y por primera vez en su vida... Ya no deseaba tener el control, solo aspiraba a vivir. Y dejarse llevar.

—Mayor Kell Harbrick, de la legión Elite, héroe de guerra —lo recibió un hombrecillo de pelo blanquecino, cuyos ojos blancos parecían saltones. Sostenía una expresión inquietante—, lo estábamos esperando —terminó de decir.

—¿Cómo sabías que vendría hoy? —se intrigó Kell Harbrick, y paseó la vista por el deslumbrante lugar.

—Es elemental, señor —el anfitrión sonrió mostrando los dientes de oro—, lo sabemos todo de usted, y déjeme decirle que su historial de porno es muy interesante.

Kell Harbrick lo miró sin mostrar expresión alguna. Volvió la vista hacia otro lado y divisó a una bailarina de pelo rosa y corto, sus expresivos ojos grises lo observaban como búho en la penumbra. El juego de luces intercaladas le resultó molesto, pero no estaba allí para que le gustaran las luces, desde luego que no.

—De acuerdo con sus recursos económicos le ofreceré el servicio de deadly pleasure doll -—el anfitrión sonrió de nuevo con la mueca macabra en su rostro—, son fundas orgánicas, hermosas cuya misión es darle a usted el anhelo de su corazón.

—¿Fundas?

—En efecto, sin embargo... Son humanas si es lo que pregunta. —agitó el bastón dorado e hizo que tres jovencitas con hermosas fundas de piel blanca se acercaran.

Kell Harbrick las observó con las pupilas dilatadas, y algo se movió debajo de su pantalón.

—En el acto final —dijo el anfitrión—, puede usted matar a la funda. Kell Harbrick se sobresaltó levemente, pero... Seguramente serían reenfundadas en otro cuerpo después, así que no se preocupó demasiado.

—Lo conocemos señor Harbrick, sabemos de su sed de muerte en el campo de batalla, seguramente asesinar le de placer —las mujeres comenzaron a susurrar en su mente, le decían todo lo que deseaba escuchar, todo lo que su corazón anhelaba.

—¿Que le están diciendo, señor Harbrick? —preguntó sonriente el anfitrión.

«Te amo, te deseo, quedate a mi lado para siempre, nunca más estarás sólo»

—Dicen que me la van a chupar —contestó Kell, sarcástico.

—Muy bien —se dio media vuelta—, acompañarme, señor Harbrick. Caminaron por el pasillo de las bailarinas, aquella de pelo rosa lo seguía observando hasta que lo perdió de vista. Llegaron hasta el piso de las deadly pleasure doll—. ¿Pagará con criptomoneda? —se apresuró el anfitrión.

Kell juntó su brazo con el del hombre, sus ojos se pusieron en blanco mientras un sonido tintineante avisó la finalización del pago.

—Está hecho —anunció Kell, implacable. Cuando vio al anfitrión alejarse se adentró en la habitación 33, la cual lucia como una pequeña mansión futurista. La mujer del pelo rosa salió completamente desnuda de entre una cortina traslúcida. La mujer caminó entorno a él, paseando sus delicadas manos por el troncó, la espalda, y el rostro de Kell.

—¿Cual es tu nombre? —formuló Kell al acomadrse en un aciento.

—¿Acaso eso importa? —replicó la mujer.

—Te ordeno que me lo digas —sentenció Kell. La mujer se sentó en su regazo de modo que sus rostros se encontraron de frente. Kell cálculo los centímetros que lo separaban de los labios rosa de la chica, un rostro tan angelical que si le hubiera visto en la calle por primera vez, jamás habría deducido su profesión.

—Soy Alice.

—¿Solo Alice? —insistió Kell.

—Alice Fox —replicó la chica.

—¿Eres orgánica?

—Por supuesto, Kell —la voz de alice era dulce, sumisa y amable.

—Creo que deberías apagar tu lentilla ocular, la publicidad suele desconcertar a los clientes —comentó Alice.

—Date la vuelta —ordenó Kall, imponente. —Alice obedeció, se inclinó hacia delante dejando una vista reveladora ante Kell. La piel era muy blanca, casi rosada. La vagina pequeña y abultada a la vez, se frunció al agacharse, los labios vaginales lucían pronunciados, rosados y limpios, como si nunca antes los hubieran usado. Alice asomó el rostro por debajo de las piernas ligeramente esbeltas, de muslos firmes, con pantorrilla medianamente pronunciadas.

—¿Te gusta? —Alice se relamió los labios. Su pequeña nariz respingada se afilaba lateralmente al girar el rostro, lucia las cejas perfectamente esculpidas y los ojos grises casi blancos que hipnotizan en cada uno de sus pestañeos.

—Separa tus nalgas con ambas manos —Kell le volvió a ordenar.

Alice sonrió dulcemente, se ergio de modo que elevó ligeramente la espalda. Al separar sus nalgas con ambas manos el ano se dilató, a Kell le pareció que palpitaba.

—¿Quieres entrar por ahí? —dijo Alice con un tono de voz que casi se oyó como un gemido. Se volvió hacia Kell y se deslizó a cuatro extremidades, gateando. A Kell le pareció interesante aquella chica, al juzgar por sus genitales no había sido penetrada nunca, no obstante, su maestría al seducir revelaba experiencia, ella no aparentaba muchos años, Kell por otro lado era ya un veterano de guerra con treinta y tres años sobre los hombros.

Quizás había pasado seis años sin estar con una mujer orgánica, pues la guerra no daba tiempo para el sexo, sin embargo, las simulaciones solían ser una buena alternativa. Pero... Nada se compara con la realidad. Alice reposó tiernamente su rostro en la entrepierna palpitante de Kell, y extendió los delgados brazos por la espalda entrelazándolos ardedor. Kall sintió una sensación eléctrica recorrer su cuerpo.

—Este es un buen lugar para dormir —dijo Alice al tiempo que bajaba los pantalones de Kell. Y al terminar la acción el miembro le calló sobre el rostro. Lo tomó con ambas manos y frotó suave mente la coronilla.

—Eres de pocas palabras —susurró Alice—, tantos años peleando, defendiéndonos, y nunca nadie te recompensó por eso.

—Si... —resopló Kell. Alice se llevó el pene erecto a la boca después de jugar con él. Remolineó la cálida lengua por la piel sensible al tiempo, Kell respiraba extasiado. Volvió el pene fuera de la boca y lo frotó en sus labios. Kell la levantó de modo que ambos quedaron de pié.

—Y es ahora cuando me la metes, Kell —gimió Alice.

—Si.

La tomó por las caderas, las cuales tenían forma de reloj de arena e introdujo su pene en ella, Alice respondió con un gemido a secas. La embistió, cada vez ejerciendo más presión y velocidad.

—Te siento, eres cálido —gime Alice—, palpitas dentro de mí. Sin embargo, te comportas demasiado tierno.

—¿A qué te refieres, Alice?

—No soy una mujer, soy un objeto —lo agarró del pene y lo introdujo en su ano-—, sé lo que deseas, piensas que eres inamovible, sin embargo, solo eres un osito de felpa, que desea ardientemente ser amado, podrías pasar horas simplemente abrazo junto a alguien. Y serías feliz.

—Si.

—¿Pero qué es lo que anhelas justo ahora? —Alice comenzó a auto enbestirse con el pene erecto de Kell— deseas romperme con todas las fuerzas de tu cuerpo, eso quieres, anhelas con locura enrojecer mi piel con el tacto de tus manos ásperas y fuertes. Quieres tirar de mi cabello mientras expandes mi trasero de modo que me cause dolor. ¿Te gusta eso verdad? Te daré eso y mucho más. ¡Sigue! Más y más. No hagas caso a los espasmos, ya no pienses, solo actúa, toma lo que quieres. Haces temblar mis piernas ¿lo sientes?. Siento como si mi ano sangrara, es eléctrico, duele pero... El pacer gana.

Kell se perdió en la voz de Alice, y continuó envistiendo con tal violencia que los gritos retumbaban en la habitación, e incluso se podía oír en todo el piso del edificio. Un gemido grave precedió a una cadena de pequeños orgasmos. Al quitar el pene del ano de Alice el semen manó abundantemente.

—Nunca me sentí más vivo —dijo Kell, agitado.

—Mátame —dijo Alice.

—¿Qué?

—Debes matarme, así son las cosas en este nivel —caminó en torno a Kell—, será como dormir en hielo.

—No lo aré.

—Si no lo haces pensarán que no hice mi trabajo y me desconectarán de la matrix de modo que moriré, irremediablemente.

—De todos modos, si te mato ahora, nunca despertarás —se vistió—, es lo que hacen, las Doll no son reenfundadas ¿es tu primera vez aquí?

—¡Señor Harbrick! —le llamó el anfitrión al salir de la habitación. Kell caminó hacia él con la mirada implacable.

—¿La pasó bien, señor Harbrick? —volvió a decir el hombrecillo dibujando esa peculiar sonrisa—, tenemos servicios más... Interesantes. »Menores, muy menores. Animales, lo que usted imagine es posible aquí... Señor Harbrick —el anfitrión le dio una palmada en la espalda—, mis favoritas son las híbridas... Mujeres con caras de hombres y piernas de animal. Torturas... Amo las torturas. —El hombrecillo divisó con el rabillo del ojo la punta metálica de un bolígrafo.

—Tenias razón —dijo Kell, al verlo retorciéndose de dolor en el suelo—, me da placer matar... A hombres como tú. El anfitrión gemía de dolor mientras la sangre le manaba del ojo. Kell tomó su arma y le disparó en medio de las cejas.

—¡Alice! —gritó Kell—, ¿terminaste de cargar el programa de combate avanzado a tu sistema?

Alice salió de la habitación vestida de ropas negras ajustadas al cuerpo, y con Katana en mano. Recorrieron las habitaciones matando a cada pervertido de aquel piso. Al llegar al último de los pisos en la primer habitación que encontraron había un hombre de más o menos ochenta años con una chica que seguramente tenia entre 16 y 18 años. Y estaba a punto de matarla.

—Fuera de aquí, ella es mía —gruñó el anciano con la voz ronca.

—Es el presidente de esta compañía —afirmó Alice.

—Has lo que quieras con él —dijo Kell y se sentó en una esquina a mirar. La chica que estaba a punto de ser asesina corrió por el pasillo hasta el elevador. Alice se acercó al anciano con Katana en mano. Levantó la espada por encima de la cabeza y la blandió de modo que una de las manos extendidas del anciano rebotó sobre el suelo. El hombre soltó un grito sepulcral que ondeó en el metal de la espada como vibraciones.

—Quiero que le cortes la cabeza y se la metas en el trasero —dijo K

Alice asintió y volvió a blandir la espada al aire. La cabeza rodó por el suelo hasta detenerse con el pié de Kell.