»Las decisiones que elegimos provocan ondas en el tiempo, alterando futuros destinos.
—¿Escuchas eso? Presta atención a la oscuridad. Los recovecos de una ciudad fracturada por los actos, y todo acción debe tener una consecuencia —Alice lo escuchó hablar dormido. Y observando sin atreverse a despertarlo se quedó allí, escuchando el susurro de sus palabras—. Ningún hombre bajo el sol puede escapar de dicha ley, causa y efecto (toda acción causa una reacción)
Entonces Kell se levantó sobresaltado, aún adormecido, Alice nunca lo había visto tan agitado. Se habían escondido por tres meses a la espera de que la tormenta que provocaron se apaciguara. Sus rostros empapelaban cada comisaría de ciudad Atlas, para entonces, eran los más buscados en la ciudad, y la recompensa por la cabeza de Kell excedía los cinco millones en criptomoneda.
—Estabas hablando al dormitar de nuevo —susurró Alice, llevando sus manos al rostro de Kell—. ¿Qué viste ésta vez?
—Me había despertado en un bosque infinito, y por más que buscaba una salida... No la había, sólo el bosque y su espesura, los árboles susurraban secretos —expresó Kell con una mirada entre distraída y exaltada—. De alguna manera logré llegar a un faro. El entorno se veía como de un pasado muy distante. Cuando llegué a la cima del faro encontré a un aciano asiático, de barba blanca y ojos amarillos. Y una serpiente formaba un círculos a su alrededor, y ésta se comía la cola. Entonces desperté.
Alice soltó un suspiro, y se volvió a hacía la ventana. Yacían en el motel de un Ciborg conocido, cuyo nombres es Ted, sirvió en la guerra estelar hacia veinte años junto a Kell, solían ser muy jóvenes.
—Tengo la sensación de que ésto no terminará bien —suspiró Alice. Tomó un cigarrillo y mirando al horizonte, fumó, y el humo escapaba por la ventana en aquella noche de otoño.
—Meses atrás estabas dispuesta a morir por el placer de alguien más —replicó Kell. A Alice le hubiese gustado tener un poco de esa droga que le administraban en su antiguo trabajo, le daba la calma que en esas circunstancias necesitaba.
—Necesitaba el dinero —dijo—, creía que al morir, ellos me reenfundarían en otro cuerpo.
—¿Éste es tu cuerpo original? —preguntó Kell al sentarse sobre la cama. El viento sopló contra las ventanas haciendo ondear las cortinas. Alice volvió a suspirar bajo la creciente madrugada.
—Así es —respondió. Entonces se volvió hacia Kell—. Y si los matamos a todos, no quiero que lo que me hicieron a mí se repita.
—No éstas lista —negó Kell al fruncir el entrecejo—, los programas de la matrix no duran mucho, necesitas entrenamiento real.
—Que sea mañana entonces —dijo Alice con un tono casi implacable. La luna se deslizaba por el cieno nocturno, la oscuridad tenía un matiz inigualable, el cielo comenzó a tornarse de un color púrpura hasta que se volvió negro.