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3.3

Oliver quería sentirse valiente y enfrentar a su padre, pero al momento de verlo, su mente siempre se nublaba. A penas empezaba a hablar y en seguida comenzaba a llorar. Pasó los últimos cinco años luchando para ser el orgullo de su progenitor. Lo adoraba, pero también le temía. Era su héroe y su verdugo al mismo tiempo. Como se cansó de vivir así, a su corta edad, se planteó la posibilidad de no seguir adelante con su vida.

Oliver nunca fue afín a las matemáticas porque no podía memorizar, ya que todo se trataba de resolver ecuaciones, razonamientos verbales u obtener las medidas de las figuras geométricas. Todos los días ponía atención a las clases, pero a la hora de practicarlo por su cuenta (por alguna razón) el resultado siempre era incorrecto, aunque la fórmula empleada fuera la misma que el maestro usaba a la hora de explicar el procedimiento frente al grupo.

—¿Es real o es un engaño? — preguntó Hari que apareció a un lado del niño. La pared se desvaneció junto con la escena del hombre furibundo.

Oliver dio un brinco, no se dio cuenta en qué momento el conejo robot había regresado. El niño se limpió las lágrimas de su mejilla.

—Es real— carraspeó Oliver — es un… recuerdo. Siempre que estaba borracho, me regañaba. Creo que no soy lo suficiente para él.

—Yo solo veo a un niño asustado, ¿Por qué serías insuficiente? — aclaró el conejo robot.

—Porque obtuve una mala calificación.

—Según mis registros, el siete es una calificación aprobatoria

—No para mi papá… ni para mí, ni para el sistema educativo actual. Siempre debo ser el mejor.

Adam se adelantó al niño y al robot. Él también había presenciado la escena y en cierto sentido estaba de acuerdo con el niño. Para tener éxito, uno debe esforzarse si se quiere alcanzar la excelencia.

—Los seres humanos no son perfectos y nunca lo serán, ¿Por qué crees que construyen robots? Para que hagamos lo que ellos no pueden, porque son imperfectos. Incluso en este punto, hasta el mejor ingeniero puede errar y crear un robot que se le revele — continuó Hari.

—En eso tienes razón — consintió Adam.

Oliver suspiro, no quedó del todo conforme con la explicación del conejo robot. Para el niño, obtener una calificación inferior al diez, es sinónimo de fracaso y de inferioridad. Palabras más, palabras menos, se creía un perdedor.

—Además, no debes cargar con la responsabilidad afectiva de los demás, mucho menos de tus progenitores. Ellos deben lidiar con sus heridas emocionales y sanar. Tampoco estas en deuda con ellos ni te obliga a cumplir con sus estándares o expectativas. Tú no eres culpable de que tu papá tomé cerveza, mucho menos de que no logre sus propósitos y decida culpar a otros de sus errores.

"Me recuerda a esas madres que viven sus sueños frustrados a través de sus hijos. Peor es aquella que convierte a su hijo en una estrella infantil, robándole su infancia e inocencia porque lo expone al peligro con tal de obtener el protagónico de la próxima película".

—Creo que exageras demasiado, no es para tanto. Oliver no aspira a ser una estrella de cine. Su padre quiere lo mejor para él y eso no lo hace mala persona — refutó Adam.

—Yo creo que su papá es un ser malvado y egoísta — espetó el conejo robot.

—Pues yo veo a un hombre preocupado por su hijo — insistió Adam cruzando sus brazos sobre el pecho.

—Y… ¿Qué puedo hacer? — preguntó Oliver apresurado, intentando distraerlos que no continuaran con la discusión. Le preocupaba que comenzaran a pelear.

—Vivir el presente — respondió Hari.

—¿Qué? ¿Eso es todo? — dudó el niño.

—Si, por el momento hay que vivir el presente. No puedes cambiar el pasado, pero si puedes vivir tu presente — aseguró Hari —Por ejemplo, tu presente es el mundo virtual y principal objetivo es salir de aquí, ¿o no?

Oliver asintió.

—Hasta que por fin dices algo coherente. Ahora lo único importante es salir de aquí en una sola pieza— coincidió Adam, revelando cierto sentimiento. Algo que no pasó desapercibido para el conejo robot quien entornó sus orejas hacia adelante.

—Es verdad — Oliver estuvo de acuerdo.

Las orejas del conejo robot se extendieron hasta quedar erguidas.

—Tienen razón — concedió Hari —Después veremos qué hacer. Si es necesario puedo darle una lección a tu papá.

—No le hagas daño a mi papá.

—Lo que tú órdenes.

Oliver suspiro de alivio cuando retomaron el curso en dirección a las faldas del cerro.

—Estoy solo, Hari. No sé en quién confiar — reflexionó Oliver. Como si se tratará de un acto de magia, un alivio lleno de esperanza destrabó algunos nudos que sentía en su cabeza. El niño por fin se atrevió a pedir ayuda, algo que no era cualquier cosa para alguien acostumbrado a "resolver" sus problemas solo.

—Puedes contar conmigo, Oliver. Estoy seguro de que también podrás confiar en Emma — dijo el conejo robot que caminaba a lado del chico. Alzó la mirada y jugueteó con sus largas orejas.

Oliver dejo escapar una risita. —¿De verdad?

—Por supuesto.

El niño giró la cabeza hacia el frente, a donde el rellano revelaba un creciente fluvial. «¿De verdad quiero regresar a casa, a lo mismo?, aquí no me siento tan mal, ¿y si me quedo en este lugar? Así no estaré a la expectativa de nadie ni de mi papá», reflexionó Oliver. Su mirada se concentró en las montañas.

—Oliver, no hagas caso de todo lo que dice ese tonto conejo robot. Solo son payasadas. No olvides que puedes confiar en tu papá y en tu mamá; más allá, nadie — advirtió Adam desbaratando la efímera ilusión del pequeño Tavares.

Hari estaba dispuesto a combatir la afirmación de Adam cuando Oliver le pidió que se desistiera. Pasado el mediodía, llegaron a las orillas de un río, el cual serpenteaba por todo el valle y desembocaba en medio de las montañas. A esa distancia se podía apreciar el teleférico, estacionado en un balcón, construido en el cerro del fraile donde se encuentran las Grutas.

Para mala fortuna de los robots y de Oliver, la única forma de cruzar el caudal, era a través de un puente arruinado por las inclemencias del tiempo y por la falta de mantenimiento. En tan mal estado se encontraba, que las vigas sobresalían del hormigón armado, dentro de un gran agujero situado al centro del viaducto. El pesimismo de Oliver se apoderó de su mente y se hizo evidente en su carita, pues quien intente cruzar, correrá el riesgo de caer al agua.

—¿Qué vamos a hacer, Hari? Así no podemos avanzar— aseguró Oliver, angustiado.

El robot no respondió de inmediato. Comenzó a inspeccionar el área, recogió una que otra piedra de aquí y de allá. Mientras tanto, Adam se acercó a la orilla del río, justo en el comienzo del puente. El panorama era sombrío, pues con el mínimo roce del viento, la endeble estructura podría colapsar. Pese a todo lo malo, advirtió la claridad del agua que fluía encima de las piedras y la flora en el río. Entonces, dedujo que no existía riesgo si optaban por caminar entre las aguas. Adam volteó a ver al niño para contarle su idea cuando notó que se veía resignado, agotado, con el cabello revuelto y la frente llena de sudor y tierra. El robot víbora se molestó de sobremanera debido a que su niño listo, por alguna razón, no demostraba su inteligencia en el mundo virtual.

—¿Hari? — llamó el niño.

—No te preocupes, Oliver. Estoy pensando en una idea— aseguró el conejo robot mientras alargaba sus orejas y las utilizaba como antenas receptoras en busca de información sobre el entorno —¡ya sé!, puedo crear un puente de luz por algunos minutos, así podrás cruzar, Oliver — añadió.

—¿Y qué pasará con ustedes? — cuestionó el niño apuntando a los histriónicos.

El conejo robot giró la cabeza hacia el firmamento y enseguida, los demás lo imitaron. En ese momento, el cielo se cubrió de anguilas que se desplazaban en dirección al norte, por encima de las montañas.

—¿También son robots? — preguntó el niño.

—Son los conductores de electricidad que regresan a su hábitat después de reabastecerse con la energía liberada de la central eléctrica — reveló Hari.

—¿Qué hacen con esa energía? — preguntó Adam.

—La almacenan.

—Solo eso.

—Es todo lo que sé sobre ellas.

Las anguilas desaparecieron. A continuación, el conejo robot se elevó unos cuantos centímetros sobre el nivel del suelo para captar la energía del sol. Los rayos solares ingresaron al cuerpo de Hari y, gracias a eso, desapareció la advertencia de sobrecalentamiento de la batería. Pues de continuar así, el motor se ralentizaría.

—Parece que no tengo la capacidad suficiente para crear un puente de luz — afirmó Hari cuando sus patas volvieron al suelo arenoso. Su captador de luz solar estaba dañado.

Oliver ni siquiera se esforzó en ocultar la decepción ante el fracaso del conejo.

—Creo que será más efectivo bajar al rio y caminar — contradijo Adam.

 —¡Ja!, ¡que tonterías dices! — se mofó Hari.

—El rio no está muy hondo, lo acabo de comprobar — aseguró el robot víbora. Luego procedió a explicar sus hallazgos.

El conejo tomó una de las piedras que había en el suelo y la arrojó al cauce. Pasaron los minutos y nunca se escuchó que tocará fondo o que chocará contra otras piedras.

—No entendiste lo que dije ayer, ¿verdad? Y eso que eres un robot — regañó Hari. Enseguida se dirigió a Oliver — será mejor que no te alejes de mí.

En ese instante y de manera sorpresiva, una colosal ráfaga de viento, acompañado de un furioso tsunami, acaparó por completo la zona del rio y sus alrededores. La fuerza destructiva del agua solo se podía comparar a la generada por una cubeta de agua vertida sobre un charco de agua. Raudales descargas de líquido turbio, arrancaron árboles y arbustos de un solo tajo en toda la extensión del caudal. El conejo fabricó un escudo de energía de color azul para proteger al niño de la devastación.

Adam, por su parte, trató de contener la furia del viento, colocó sus brazos en forma de cruz para contener las olas. Sin embargo, la fuerza del temporal lo absorbió. En cuestión de segundos, el puente se derribó por completo. Oliver aterrado, se aferró a Hari para salvar su vida. Más cuando se dio cuenta de que un tornado de agua se avecinaba hacia ellos. 

—¡Hari, vamos a morir! — gritó Oliver con todas sus fuerzas, tanto que no le importó dañar sus cuerdas vocales.

—¡CIERRA LOS OJOS, NIÑO!

El conejo robot direccionó la energía de su núcleo medular hacia las palmas de las manos para generar rayos de luz dorada, las cuales fortalecieron las capas del escudo. Lo anterior no hubiera sido posible sin la energía absorbida, momentos antes, del astro rey. En cuestión de segundos, debajo de los pies del niño y del robot, se formó un campo eléctrico impuesto sobre un círculo magnético. Oliver gritó suplicando por su vida y cerró los ojos. Al mismo tiempo, le suplicaba a Hari que lo salvara. Encima de ellos, la tormenta eléctrica continuaba descargando cientos de metros cúbicos de agua. Los encharcamientos se convirtieron en ríos de agua.

Mientras tanto, una creatura de ocho pares de patas y decenas de ojos en su cabeza, apareció en medio del desastre y de la oscuridad. El robot araña se acercó silenciosamente hacia donde se encontraba el niño. Envolvió la cápsula con la telaraña que emergía de sus patas delanteras. Luego, se irguió en sus cuatro pares de patas locomotoras-traseras. A continuación, el arácnido arrojó una esfera de seda al escudo del conejo, mismo que se encargó de aprisionarlo hasta crear fisuras a lo largo de la superficie protectora.

—¡Hari! — gritó el chico mientras se aferraba al robot.

—¡Resiste, niño!

El conejo se esforzó por mantener la estabilidad de la energía para que sus patas no rasgaran el cristal del escudo. Sin embargo, la seda comenzó a ocasionar estragos en las capas superficiales.

Al ver lo sucedido, Adam pateó al arácnido, pero ella esquivó los ataques una y otra vez con una velocidad impresionante, como si el arácnido anticipará todos los ataques.

Adam intentó desprender una de las extremidades traseras de la araña, pero solo consiguió arrancar algunos segmentos velludos. En respuesta, el robot araña lo arrastró hacia el centro del caudal y con la ayuda de las otras patas, le arrojó una telaraña sobre la cabeza. Adam perdió el control de sus movimientos y cayó ante las embravecidas aguas desapareciendo en ese preciso instante.

La araña robot volvió hacia la esfera protectora y con una poderosa fuerza en sus patas delanteras, fragmentó una capa y luego la otra hasta crear un agujero en el escudo. Enseguida lanzó proyectiles sobre los brazos de Hari generando cortos circuitos. Los proyectiles se introdujeron como larvas en las extremidades y cabeza del conejo. Acción que impidió la conducción de señales desde la cabeza del conejo hasta su núcleo medular.

Posteriormente, la araña robot neutralizó al enemigo con ayuda de otra telaraña, luego de que el escudo desapareciera. El arácnido atrapó al pequeño con su telaraña y lo elevó al cielo. En cuestión de minutos, Oliver ya se encontraba al otro lado del río junto con su captor. El arácnido volteó la cabeza hacia el horizonte cuando le pareció escuchar el zumbido de un mosco.

—¡Hari! ¡Ayúdame! — gritó Oliver con todas sus fuerzas, al mismo tiempo que lo sumergían en un lodoso hueco, bajo la tierra.

Hari se las arregló para activar la reserva en su núcleo medular y, con ello, evitar su caída a las fauces del río. La ventisca oscureció la zona. No obstante, el flujo de electricidad que se extendió por todo su cuerpo, quemó las cuerdas de la telaraña logrando su inmediata libertad. Para cuando la visibilidad se recuperó, ni Oliver ni Adam estaban por ningún lugar.