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Capítulo 14: En la capital Plenus

NARRA ANA

El día comienza, lleno de incertidumbre, como siempre. Cada amanecer trae consigo un mar de opciones y decisiones que parecen infinitas, todas ellas desplegándose ante mí como piezas de un rompecabezas que conformarán mi destino en este intrincado laberinto de elecciones.

Esta mañana los rumores circulan, las criadas han estado murmurando sobre una serie de misteriosas desapariciones de mujeres de la nobleza en Manta. Sus cuerpos no son encontrados, y se dice que en la almohada de cada una de ellas se halla una rosa blanca. Pero, no les presto mucha atención. Tengo otros asuntos en los que concentrarme.

Mi plan para hoy consiste en dirigirme al banco, aunque recurro a la excusa de "explorar la capital" para evitar sospechas. La realidad es que la mentira se ha convertido en una herramienta invaluable durante mi estadía aquí. Últimamente, miento mucho; es un método que me ayuda a sobrevivir. En un principio hubo resistencia en concederme la autorización para ir hoy al centro de la capital, pero finalmente cedieron ante mis argumentos.

Sin embargo, con el permiso llegaron también dos criadas y un escolta personal, Marcus, quien fue asignado desde el inicio de mi llegada. Parece que están convencidos de que albergo planes audaces de escapar, o quizás piensan que poseo una habilidad sobrenatural para escalar las altas murallas que rodean todo el lugar. La verdad es que ya intenté algo similar cuando residía en la región Perla, fue fracaso tras fracaso. Sin embargo, hoy no es el día para convertirme en una prófuga, no aún. Mi objetivo es otro.

Tras salir del palacio, mis ojos se encuentran con un espectáculo de múltiples piletas y fuentes de agua cristalina. A medida que nos acercamos a la gran capital de Plenus, mi asombro no hace más que crecer. Las arquitecturas de cemento blanco y dorado abrazan el entorno, complementadas por elementos celestes que decoran cada rincón. El cielo nocturno se despeja y se convierte en un lienzo estrellado, con astros dorados titilando con intensidad. Las hojas de los árboles parecen esmeraldas, centelleando con un brillo que parece mágico. Mi corazón late más rápido, y siento la chispa de la emoción encendiendo mi interior.

Caminamos por las calles de la capital después de estacionar el coche. El ambiente es vibrante y bullicioso, lleno de actividades que van desde espectáculos de títeres hasta concursos de inteligencia y mucho más. Es impresionante el cambio de realidad, en cada persona se ve reflejado un estilo de vida ostentoso. En un intento por despistar a quienes me siguen, entro en tiendas, esperando que pierdan mi rastro. Finalmente, nos detenemos en una plaza donde disfrutamos de un espectáculo de teatro que parece representar el día de la independencia.

Aprovechando un breve momento en el que la seguridad se relaja, me deslizo sigilosamente hacia una tienda de empeños. Durante mi estancia en el palacio, he estado ocultando algunas joyas en los pliegues de mis vestidos, esperando ansiosa esta oportunidad para empeñarlas.

¿La razón? Sencillamente, anhelo poseer algo tangible y valioso en medio de este ambiente incierto, algo que tenga sentido en mi futuro o que pueda sacar provecho, dinero.

El dinero, esa entidad que gobierna gran parte de nuestras vidas. Si todo se desarrolla como lo he planeado, depositaré, lo más que pueda, estos fondos en mi cuenta bancaria.

Luego de empeñar cada joya y gema, me dirijo al banco de la capital del reino para realizar el depósito de dinero.

La fila de espera no era larga, y pronto llega mi turno. El empleado del banco me recibe con una sonrisa que parece más una mueca.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? —dice el empleado.

—Buenos días. Vengo a realizar un depósito en mi cuenta —respondo.

—Perfecto. ¿Podría proporcionarme su nombre y número de cuenta?

Le proporciono la información necesaria, y el empleado la registra cuidadosamente en un libro de registros.

—¿Cuánto desea depositar?

No puedo ingresar mucho dinero, ya que se vería sospechoso.

—Un millón de Lunas —respondo.

—Muy bien, señorita Celine. ¿Desea algún recibo o comprobante para su registro?

—No, gracias.

—Le informo que, con ese depósito, tiene un total de seis millones en su cuenta —me dice el empleado.

No entiendo. Mi cuenta debería estar vacía.

—¿Puedo ver el registro en la libreta? —pregunto.

—Sí, aquí en el libro está su cuenta. No ha habido salidas de dinero, solo entradas, realizadas por el señor 'Adonis Temple' —confirma.

Salgo perpleja del banco, sintiendo una extraña mezcla de sorpresa y felicidad. Me sorprende que él se acuerde de mí y más el hecho de que se haya tomado la molestia de depositar dinero en mi cuenta, lo cual no era necesario. Pensar en don Adonis, me lleva a recordar los días soleados en que juntos trabajábamos en el campo. No había lujos comparados con lo que tengo ahora, pero había paz.

Entro a una tienda de ropa, buscando un probador para ocultar el dinero sobrante. Cierro la cortina del probador con cuidado, respiro hondo, y escondo la bolsa de dinero entre los holgados calzones que llevo puestos. Trato de calmar mi corazón que late rápidamente por la adrenalina y el miedo de ser descubierta.

Estoy a punto de salir de la tienda cuando siento una mano en mi hombro. Me sobresalto y giro para encontrarme con el que parece ser el dueño de la tienda, un hombre alto y apuesto con cabello desordenado y una mirada intensa. Está demasiado cerca de mí, y me pregunto por qué no comprende la noción de espacio personal.

—Señorita, veo que no se ha probado ningún vestido. ¿No le ha gustado nada? —me susurra en el oído.

Lo aparto con un movimiento rápido y frunzo el ceño.

—No, no es eso. Estoy buscando algo específico. Gracias por su amabilidad —respondo, tratando de sonreír.

—Y aun así fue al probador. —se rasca la barbilla manteniendo una sonrisa.

—Necesitaba mirarme al espejo... estoy en una —pienso rápido— en una cita.

El hombre asiente y se aleja, pero aún puedo sentir su mirada clavada en mí.

—Maldito mujeriego —se hace presente la voz de una chica—, deja de espantar a mis clientes —dice.

Nunca había visto a alguien con un estilo tan característico; es una mujer de belleza inusual. Su cabello trenzado con detalles dorados ilumina su oscura tez, y sus ojos rasgados le dan una mirada distintiva. Me mira con una sonrisa amigable.

—Tranquila, le falta un tornillo —comenta con una sonrisa, refiriéndose al hombre a su lado.

Su estilo me recuerda un poco al de Gina: pantalones y blusa, pero de alta costura... Y sus curvas están muy pronunciadas.

—No es lo que crees, Cristin —entona como haciendo un puchero—. Estoy muy aburrido; no hay trabajo para mí, así que tengo esta manía de analizar a tus clientes.

—Deberías unirte al ejército o ir a la segunda región. Hay un rumor extraño sobre la desaparición de mujeres. Quizás tus habilidades de detective sean más útiles allí, tontín.

—Pero, Criss —su voz parece forzada, como si intentara sonar como un adolescente—. Eso es falso, debe ser creado por algún ducado o algún consejero para enfocarnos en ello y despistarnos. Yo siento que algo grande está por pasar.

Me siento un poco fuera de lugar en esta conversación.

—Gracias —respondo mientras mis ojos se posan en los de la mujer. Me marcho, sin poder evitar sentir la mirada penetrante del hombre, que analiza cada movimiento que hago.

Al salir de la tienda, escucho un gruñido desde la calle.

"¡Y así se fue un potencial cliente, maldito!" dice la mujer.

"¡Es que si actuaba rarito!"

"¡A ti qué te importa! ¡No me eleves la voz!"

Apresuro el paso. Se me ha hecho muy tarde, y necesito recuperar a las personas que me están acompañando.

—Eres escurridiza —el señor Marcus toma mi brazo, su agarre es un poco brusco.

—¡Señorita! —las criadas corren hacia mí, sus rostros reflejan angustia—. Nos tenía preocupadas.

Después de una fuerte reprimenda, deciden que es mejor volver al palacio, dado mi comportamiento descuidado al perderme en la capital. Al menos eso es lo que les hago creer.

De regreso en la entrada de las tierras del palacio, un pequeño grupo se ha reunido junto a las rejas. Lloran, gritan, su dolor es desgarrador.

—¡Devuélvanme a mi marido! —una mujer postrada toca sus cabellos en señal de frustración mientras implora.

—¿Por qué nos pasa esto? ¡Mi hijo era fiel al imperio! Exigimos una explicación, él nunca traicionaría a su alteza —grita una anciana en busca de respuestas.

Entre otras protestas.

No entiendo lo que está sucediendo. Fijo mi mirada en mis escoltas.

—Marcus, ¿qué está pasando?

El hombre responde con indiferencia, su voz es áspera.

—Antes de salir hacia la capital esta mañana, a las seis, un contador del emperador fue ejecutado por negligencia.

—¿Y qué más? No entiendo —me desconcierto ante la falta de detalles.

Un silencio incómodo llena el espacio mientras los gritos de la gente siguen resonando.

—¿Cuál fue su crimen? —insisto en busca de respuestas, pero nadie parece responder. Solo encuentro miradas apenadas de las dos criadas.

—Así que le arrebataron la vida solo por negligencia —comento con incredulidad, una sonrisa forzada en mi rostro, como si intentara asimilarlo. Parece demasiado absurdo—. Qué descorazonador.

Dado sus amenazas, actitud y arrogancia, lo sabía muy bien. Pero, aun así, no pensé que Lunae fuera tan desalmado; los rumores sobre su temperamento sin duda no eran erróneos. ¿Es que nadie se atreve a corregirlo? ¿Todos le respaldan, incluso en sus actos más crueles?

Estoy furiosa, aunque mantengo mi enojo cuidadosamente oculto, mientras me dirijo directo a mi habitación. He rogado a las criadas que me dejen sola; necesito tiempo para relajarme y procesar esta noticia impactante. Es asfixiante estar en un lugar donde la vida de alguien puede ser arrebatada de esa manera tan frívola y despiadada.