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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantaisie
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261 Chs

Memorias de un olvidado (2)

  La dama jadeó incrédula, su cuerpo temblaba como si tuviera frío, mientras su respiración se volvía irregular, frente a ella y en los alrededores, se encontraba una vasta oscuridad, siniestra y lúgubre.

Comenzó a caminar, decidida a encontrar una salida, no podía soportar la intensa energía de muerte. Al querer dar el primer paso, se dio cuenta que sus pies estaban retenidos al suelo etéreo, agarrados por dos manos cadavéricas. Quiso gritar, pero su boca no expresó ningún sonido. Poco a poco la oscuridad se fue haciendo más tenue, permitiéndole ver más allá de unos cuantos metros, pero al notar lo que se encontraba en la lejanía, su piel se tornó pálida por el miedo, un ejército monstruosamente grande de esqueletos y criaturas muertas la observaron, mientras sonreían grotescamente.

  --Ven con nosotros... --Corearon en un tono bajo y suave, pero lleno de oscuridad.

La guerrera forzó sus piernas, intentando salir del agarre de aquellas manos huesudas, lamentablemente su intento fue inútil, pero lo que si logró, fue que aquellas manos cadavéricas la sujetaran con más fuerza, mientras tiraban de ella hacía abajo. Sus labios se movieron, pero solo emitieron sonidos ahogados. Miedo y desesperación, era lo que su rostro describiría. Su cuerpo fue consumido por la oscuridad, perdiendo el control de su cuerpo, sus ojos se cerraban y se abrían como si tuviera una gran fatiga, mientras los recuerdos de su vida anterior pasaban por su mente.

  --Despierta. --Dijo una voz antigua en su mente.

°°°

La dama abrió repentinamente los ojos y, observó al joven frente a ella, quién la veía con una mirada solemne.

  --¿Q-quien eres? --Tartamudeó. El miedo todavía no se borraba de su rostro, ni la experiencia de muerte de su mente-- ¿Y que fue ese lugar?

  --Un humano, es quién soy --Respondió con tranquilidad--, aunque para responder tú siguiente pregunta, primero deberás responder la mía ¿Aceptas? --La dama lo miró de vuelta, aquellos ojos podían penetrar hasta en los lugares más recónditos de su esencia, por lo que sin control de sí misma, asintió.

  --Sí. --Expresó en voz baja.

  --Bien --Gustavo asintió--, mi pregunta es ¿Te gustó aquel lugar? --La dama negó con la cabeza, no deseaba volver nunca a ese sitio, todavía podía sentir las manos huesudas tocar sus tobillos, así como la energía de muerte rozar su piel-- Cuando la ilusión se vuelve real, el miedo aparece --La dama frunció el ceño, sus palabras sonaban demasiado extrañas--... Lo que te mostré, fueron las memorias de uno de los súbditos del Dios de la muerte. Los soldados oscuros lo llaman, el hábitat de los condenados --Explicó. La guerrera sintió que algo no estaba bien, si lo que decía era verdad, como podía aquel joven invocar tan poderosa magia--. Sé que todo es extraño y, ni yo mismo puedo entender el porque de mi actuar, solo te pido y, en verdad es algo que digo de corazón --Su mirada tranquila hizo sentir más nerviosa a la dama--, que vivas, que disfrutes, deja todo aquello que te ató a una soga en el pasado, olvídalo y, como decían en mi tierra, dale vuelta a la página. --La dama suspiró, pero tan pronto como su corazón se tranquilizó, los recuerdos oscuros azotaron su mente.

  --Tu no sabes lo que he vivido --Apretó los puños, mientras su mirada apuntaba al suelo--... Ni lo que he hecho, por favor no me pidas que viva, que disfrute --Lo miró a los ojos--, porque es algo que no puedo hacer.

  --Por supuesto que no lo sé, ya que no soy un adivino --La miró, mientras se acercaba con calma--, pero puedes contarme.

  --Mis problemas son solo míos, nadie tiene porque soportar la carga de ellos --Las lágrimas querían salir de sus ojos--, además, ya has hecho suficiente, me has mostrado el abismo, me has hecho dudar de mi acción y, por eso te maldigo, joven desconocido, te maldigo con todas mis fuerzas.

  --Mujer --Se acercó, mientras tocaba su mejilla con su mano derecha--, yo ya estoy maldito. Aunque fui tocado por el padre, mi cuerpo terrenal sucumbió ante la oscuridad. Así que no necesitas maldecirme. --Sonrió de manera suave. La dama se quedó estática, aunque no había entendido toda la frase completa, lo que si había comprendido, la hizo cuestionar la situación. Gustavo quitó su mano de la mejilla de la dama.

  --Porque si tienes un gran problema ¿Buscas entrometerte en los mios? ¿Acaso eres tonto?

  --Talvez tengas razón, soy un tonto, pero uno que desea ayudar, uno que espera llegar al final de sus días sin el arrepentimiento de preguntarse ¿Por qué no la ayude?... Y tal vez no busques mi ayuda, pero aún así quiero dártela. --La guerrera no sabía que decir, por la forma de actuar del joven, podía darse cuenta que su primera impresión que había tenido de él había sido errónea, ahora en lugar de un viajero, le parecía más un anciano que había vivido arrepentido de la vida, buscando la manera de aconsejar a una generación más joven de no cometer sus errores.

  --Aceptaré contarle mi historia, pero solo con una condición. --Dijo, después de un largo rato de reflexión.

  --¿Cuál es?

  --Quiero que me aceptes bajó tu  bandera. --Dijo con una mirada decidida. Gustavo frunció el ceño al instante, no había esperado semejante desenlace.

  --Yo no tengo bandera. --Dijo.

  --Aun así, quiero jurarle lealtad y, convertirme en su espada. --Parecía que no estaba dispuesta a cambiar su petición.

  --No entiendo tu solicitud. --Contestó Gustavo al no saber que más decir.

  --Provengo de una familia de muy al Norte y, tenemos como lema: pelea con tu hermano y, muere por tu señor --Lo miró a los ojos, el joven nunca había visto unos ojos tan determinados--. Si usted de verdad quiere escuchar mi historia, tiene que estar dispuesto a soportar las consecuencias y, solo puedo contársela, si me convierto en su subordinada. Es la única manera, pero sino acepta, entonces déjeme y, haré como si nunca lo hubiera conocido.

Gustavo sintió dudas, si la dama estaba probando su fuerte ideal, lo estaba haciendo muy bien, pues su acto de querer convertirse en su seguidora era muy realista.

  --¿Por qué en mi subordinada? ¿No puedo ayudarte como un amigo? --La dama negó con la cabeza.

  --Como he dicho, provengo de una familia de sangre guerrera, seguidores de grandes héroes, si usted no está dispuesto a tomar mi espada, no me sentiré rechazada, pero si lo hace, mi vida le pertenecerá, viviré si usted lo dice y, moriré cuando usted lo ordene. --Gustavo poseía cierta renuencia a aceptar aquella petición, sintiéndose incómodo al pensar en tener una mujer como seguidor.

  --Acepto. --Dijo sin mucha emoción. No le importaba tomar el riesgo de enfrentar aquello que la estaba atormentando, sin embargo, su petición la sentía un poco injusta, pues le estaba quitando probablemente lo más valioso que existía, su libertad.

  --Espere, por favor. --Dijo con una mirada solemne.

Con pasos rápidos se dirigió al tumulto de tierra al pie del árbol y, con rapidez desenterró su arma, era una espada de dos manos, hoja de doble filo y, con una gema roja incrustada en el pomo. Al terminar su acto, regresó ante Gustavo, colocándose de rodillas justo enfrente de él y, poniendo la hoja de su arma en sus palmas--. Yo, Meriel Inver, le juro lealtad a usted... --Pasó por alto algo muy importante, no conocía el nombre del joven.

  --Gustavo Montes. --Dijo con calma.

La dama frunció el ceño, intentando pronunciar aquel extraño nombre, repitió en su mente las palabras que escuchó, pero fue inútil, no pudo replicarlo.

  --Lo lamento, no puedo pronunciar su nombre.

  --Llámame Gus. --La dama negó con la cabeza.

  --Aunque mi juramento escaseé del brillo ceremonial de la entrega de espadas de los salones reales, para mí es algo muy importante, debo decir su nombre, porque solo así nuestro lazo de señor y subordinada puede ser formado. --Gustavo la miró y, al pensar en una solución, asintió.

  --Si lo que deseas es un vínculo, yo puedo dártelo. --Dijo con calma y, con su palma izquierda imprimió un sello invisible en la frente de la dama.

  --¿Que fue lo que hizo? --Preguntó Meriel.

  --Querías compartir un lazo ¿No? Ahora lo tienes, aunque lo que te acabo de entregar no es tan fuerte como una piedra de poder, te servirá en su momento.

  --¿Qué fue lo que me dio? --La dama podía sentir una desconocida energía navegar por su cuerpo.

  --Mi energía vital --La miró con una sonrisa. La guerrera lo observó desconcertada, talvez no era una maga, pero sabía que lo que había hecho el joven, era algo completamente irracional, pues le había entregado años de su propia vida--, ahora colócate de pie y, cuéntame qué fue lo que te llevó a cometer tan grave acto. --Meriel asintió al ya no poder negarse.

  --Sí, mi señor --Dijo con un tono respetuoso, Gustavo la miró, mientras la risa aparecía en su interior, no sabía porque, pero sentía que su forma de expresarse era idéntico al de Guardián--, por favor escuché con atención, porque lo que le voy a contar, no es algo que deseé repetir otra vez. --Su mirada se tornó sería, mientras comenzaba hablar.