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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · Adolescents et jeunes adultes
Pas assez d’évaluations
159 Chs

Despertar (2)

  La mujer se acercó, sintiéndose feliz por ser la próxima. El joven llevó su mano a la frente de la dama, activando su habilidad. El viento los envolvió, solo que ahora parecía más intenso, destructor y violento, provocando que la mujer no pudiera resistir estar de pie por mucho tiempo, cayendo de rodillas y, al igual que el anterior voluntario, gritó al cielo, la piel de su antebrazo cayó al suelo, muy parecido al cambio de piel de un reptil, solo que en lugar de escamas, era un pelaje azul brillante el que se lograba apreciar.

  --Lo logró. --Dijo uno de los presentes, sonriendo con expectación.

La mujer respiró con dificultad, sintiendo un fuerte dolor en su pecho y brazo, el cual temblaba por voluntad propia. De la nada, la parte donde su piel había desaparecido se regeneró a una velocidad impresionante. Se sintió dolida y decepcionada, pero por el extremo dolor apenas si podía pensar con claridad. El joven respiró profundo, parecía que ocupar su habilidad con los islos le costaba más energía que con las otras personas, no entendiendo la razón verdadera de ello. Revisó sus características, notando que al igual que el hombre, no había logrado desbloquear su sangre.

  --Prepárate, lo haré de nuevo. --Dijo.

La mujer alzó la mirada, ligeramente aterrada, por lo que inconscientemente evadió la mano que se acercaba.

  --Por favor, Trela D'icaya, espere un momento. --Dijo con un tono tembloroso, más por cansancio que por miedo.

El joven pensó por un momento, asintiendo.

  --Esperaré, regresa a tu lugar --La miró fríamente, no quería matar por matar, por lo que entendía que era mejor no presionar demasiado--. Tú, el hombre de la cicatriz, acércate.

El hombre asintió, colocándose de pie para momentos después acercarse. La mujer que se retiraba chocó miradas con el hombre, notando el desprecio en sus ojos, pero no podía evitarlo, su cuerpo había sufrido una mejora sustancial, pero el poder que provenía de ese regalo estaba acompañado de un escandaloso sufrimiento y, no quería morir al no poder resistir, aunque los islos no se retiraban, a veces también se debía pensar antes de actuar.

El joven guio su mano a la frente del hombre, activando su habilidad, el viento volvió a hacerse presente y, al igual que la anterior vez, fue una escena destructiva. El hombre se mantuvo de pie, mirando al frente con fiereza, no estando dispuesto a flaquear, mordió su labio inferior tan fuerte que comenzó a sangrar, comenzó a gemir y, al no poder resistir rugió, fue tan poderoso y bestial el rugido que acalló los murmullos de atrás, quienes se levantaron inmediatamente, pero al ver qué no podían imitar el rugido, bajaron la mirada, ligeramente decaídos. El joven revisó las características del hombre, notando un ligero cambio en su sangre, pues junto a la palabra "Bloqueada" estaba el signo de "menos" y, aunque el joven no sabía el significado de ese signo, le agradaba ver un cambio.

El hombre no dejaba de resoplar, mirando como lo hacía una bestia. Sus colmillos habían crecido y, su mandíbula se había hecho más pronunciada, pero aparte de ello no había un cambio visible.

  --Quita esa mirada. --Le advirtió, no había cosa más desagradable para él que ser tratado con hostilidad, había pasado su vida en un infierno y, ahora que había logrado liberarse, no quería repetir su vida anterior.

El hombre volvió a resoplar, recuperando sus sentidos, e inmediatamente cambió su mirada y, cuando lo hizo, los cambios de su cuerpo desaparecieron, sintiéndose fatigado.

  --Perdone, Trela D'icaya. --Dijo, bajando la mirada.

El joven no dijo nada, solo levantó su mano para volver a colocarla en la frente del hombre, repitiendo el proceso. Su cuerpo sufrió otra transmutación, pero su sangre seguía bloqueada, por lo que lo volvió a repetir y, así lo hizo un par de veces más. El hombre había sido el objeto de pruebas más fuerte hasta el momento, sin embargo, al final su mente no pudo resistir por completo, cayendo desmayado.

*Tu habilidad [Instruir] ha subido de nivel*

  --Regresen mañana --Dijo con una sonrisa cansada-- y, no hablen de lo que ha sucedido.

Se despidió de los presentes, yendo a una habitación adecuada para el descanso, estaba extremadamente fatigado, tanto que apenas podía ver con claridad y, todo eso se debía a su terquedad por descubrir que beneficios ocultaba la sangre de los islos.

Esa misma noche murió el hombre que más había resistido la habilidad, nadie supo que fue lo que le pasó y, los que lo sabían, no se atrevieron a hablar.

∆∆∆

Al siguiente día volvieron a la sala, en compañía de Astra y dos nuevos voluntarios. En medio de la sala tenuemente iluminada por antorchas, se encontraba un joven, sentado con las piernas cruzadas y los ojos cerrados.

  --Es bueno que hayan llegado. --Dijo, abriendo los ojos y colocándose de pie.

  --Señor, me retiro. --Dijo Astra, dando media vuelta para irse. No sabía que era lo que pasaba en la sala y, en realidad no tenía curiosidad por saberlo, aún sabiendo que dos individuos que habían venido el día anterior habían muerto.

Después de la partida de Astra, los tres individuos que habían sobrevivido el día anterior se colocaron de rodillas en una fila, los nuevos voluntarios los imitaron, ligeramente nerviosos por la presencia de su nuevo señor.

  --Tú, el recién llegado. --Señaló a uno de los nuevos voluntarios, quién no entendió que era lo que debía de hacer.

  --Ponte de pie y acércate. --Dijo el padre de Yerena.

Era un jovencito, teniendo menos de veinte años, pero con un cuerpo bien tonificado, al notar la expresión fría de su señor, notó que estaba haciéndolo mal, por lo que rápidamente se colocó de pie y se acercó.

  --Quiero que seas fuerte, más fuerte de lo que nunca has sido. --Le dijo con un tono serio, el jovencito asintió, no entendiendo por completo sus palabras. 

Sin esperar nada acercó su mano, activando su habilidad. El día anterior solo había experimentado con personas mayores, por lo que sintió que con alguien más joven las cosas cambiarían, o al menos eso quería creer. El viento se presentó, más sutil que el del día anterior, pero con mayor intensidad energética. El jovencito gritó, el dolor que estaba sintiendo en su pecho era increíblemente fuerte, no logrando aguantarlo y, aunque quería que todo se detuviera, no podía decirlo. Cayó al suelo como un bulto de papas, no se sabía si estaba muerto, o solo había perdido el conocimiento, sin embargo, el joven pudo escuchar su silenciosa respiración, entendiendo que aún seguía con vida.

  --¿Qué fue lo que le hizo? --Preguntó la nueva voluntaria con una expresión de confusión y terror.

  --Trata de levantar la maldición. --Contestó una de las damas presentes.

  --¿De verdad? --No podía creerlo.

  --Sí.

  --Quién sea, venga. --Dijo, ya un poco fastidiado, el costo de la habilidad se había duplicado y, aunque podía resistir un par de veces más, el cansancio mental no era una broma.

El padre de Yerena se colocó de pie, sabía que su momento era inevitable, era el líder de su raza y, como tal tenía una obligación y, aunque no hubiera visto los avances que el joven había tenido, aun así hubiera optado por levantarse, como decían sus antepasados: Los islos nunca huyen.

  --Déjame a mí, jefe. --Dijo la dama a su lado, con una sonrisa en su rostro.

Sin esperar por la respuesta del señor de su raza, comenzó a caminar hasta llegar frente a su señor.

  --Estoy lista, Trela D'icaya. --Dijo.

  --Me gusta tu actitud.

Llevó su mano a su frente, respiró profundo y, activó su habilidad. Ahora no hubo aire, ni nada dramático, solo quietud y silencio.

La joven abrió los ojos, el sudor empapó su espalda, frente y cuello, apenas si podía respirar por la fuerte presión de lo invisible en su pecho, intentó tragar una bocanada de aire, pero no lo logró, teniendo que llevar sus manos al pecho por el fuerte dolor.

El joven retrocedió, cayendo al suelo de nalgas, sus piernas estaban sumamente debilitadas, al igual que su cuerpo, levantó la mirada para observar a la dama, quién no se movía, parecía más una estatua que una persona.

*AAAAHHH...GRRRRR

Como una erupción volcánica expulsó una fuerte ráfaga de viento, sus ojos se tornaron brillosos, su cuerpo comenzó a crecer en tamaño, desgarrando sus ropas, mostrando un hermoso cuerpo curvilíneo y tonificado. Al no aguantar se colocó a cuatro patas como un animal, rugiendo, la piel comenzó a caerse de su cuerpo, dejando paso a un pelaje extremadamente sedoso y brillante color ébano, sus manos y pies se convirtieron en garras, su rostro cambio de forma, siendo una cruza entre humano y bestia, aunque los rasgos salvajes fueron los que predominaron.

  --Jefe... --Dijo la nueva voluntaria.

  --Sí --Asintió anonadado, no pudiendo creer lo que estaba observando--, ha vuelto.