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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · War
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Despertar

  Las puertas de la fortaleza se abrieron para darle la bienvenida a su nuevo señor, los que habían tenido la oportunidad de recibir el aumento de estadísticas al aceptar el vínculo de amo/sirviente saludaron con mucho entusiasmo, no sabían porque, o de donde florecía su lealtad, pero ahora sentían al joven más digno de sus respetos y servicios.

  --Señor, es un gusto verlo de nuevo. --Dijo Astra desde el fondo de su corazón.

El joven bajó de la carreta, estirando un poco para recuperar la sensibilidad de algunas partes de su cuerpo.

  --A mí también me alegra verte --Observó los alrededores, notando los cambios en las defensas, así como en las posturas de algunos de los soldados--, pero me alegra más saber que has hecho lo que te pedí.

  --Agradezco el cumplido, señor.

  --Este viaje me ha abierto un poco los ojos y, creo que me he equivocado al hacerte general. Se nota que no tienes lo que se necesita para cumplir con ese papel. --Dijo con un tono tranquilo.

Astra sintió como si su corazón fuera acuchillado centenas de veces, se había esforzado demasiado en cumplir con las órdenes de su señor, por lo que, no esperaba que después de un gran cumplido viniera semejante noticia, era como decían, ser elevado al cielo para luego ser despedido al suelo.

  --Si he hecho algo mal, por favor discúlpeme.

  --No, por el contrario, lo has hecho estupendamente, quién lo ha hecho mal he sido yo y, por ello te daré otro título más conveniente --Pensó por un momento, había leído los títulos que podía otorgar, así como los beneficios de cada uno, por lo que debía elegir el adecuado para su más leal sirviente--. Ahora serás... ministro de asuntos internos y externos. --Dijo con una sonrisa al encontrar el título adecuado.

Astra no sabía si festejar, o sentirse mal, pues no conocía ese extraño título, ni la composición de las palabras de esa última oración, sin embargo, su vacilación duró menos de unos segundos, regresando a la normalidad después de sentir su mente cambiar, mirando con extrañeza a su señor.

~•~•

  - Nombre: Astra.

  - Edad: 17 ernas (años)

  - Estatus: Subordinado de [ ]

  - Sangre: Sin despertar.

  - Potencial: Dotado.

  - Título: Ministro de asuntos internos y externos.

  - Lealtad: Máxima.

  - Habilidad especial: Voz de mando.

~•~•

Después de inspeccionar sus nuevas características, se percató que no solo su potencial había sufrido una pequeña mejora, sino que también había ganado una habilidad especial y, eso le alegraba mucho.

*Has otorgado tu primer título como gobernante*

*Has ganado cincuenta puntos de prestigio*

Había otra razón para sonreír, pues parecía que otorgar títulos había llegado con premio doble.

  --Señor, disculpe que lo diga, pero me siento diferente, no más fuerte, sino --Se observó sus manos, luego miró al cielo, para al último volver a observar a su señor--, más despierto, con mis sentidos mejorados.

  --Es un regalo. --Fue lo único que dijo, pues no quería revelar mucho sobre sus desafiadoras habilidades y, aunque lo hiciera, dudaba que lo entendiera, pues ni el mismo sabía si podía darse a entender.

Astra asintió con una sonrisa en su cara, parecía que después de todo si había malinterpretado a su señor, sintiéndose un poco tonto por haber dudado de él. Por un momento recordó algo que había pasado por alto, volviendo su mirada al joven.

  --Señor ¿Quiénes son esas personas?

El joven volteó, recordando a sus nuevos subordinados.

  --Ellos son mis nuevos súbditos. Ahora ve a saludar a tu hermana, sé que te mueres por hacerlo y, cuando termines, búscame en una de las salas del castillo, porque tengo una nueva tarea para ti, propia de tu nuevo título.

  --Sí señor.

El joven se retiró de la mirada de todos, dirigiéndose a un lugar tranquilo y cómodo para descansar.

∆∆∆

Fue en la noche, cuando después de un sueño reparador despertó. Notando a Astra frente a él, sentado en un sofá, concentrado leyendo un libro de tapa gruesa.

  --¿Qué tan tarde es? --Preguntó luego de un bostezo.

Astra bajó el libro con calma, se puso de pie y, observó a su señor.

  --Ya todos se encuentran dormidos, señor.

El joven levantó el torso, sentándose en el sillón y, jugando con la ayuda de su mano su cara, tratando de despertar por completo, luego miró a Astra con el ceño fruncido.

  --¿Y tú porque sigues despierto? No era necesario que esperaras a que despertara.

  --Usted dijo que viniera luego de saludar a mi hermana y, así lo he hecho, señor.

  --Eres un buen subordinado, Astra.

  --Gracias, señor.

  --Te daré tu nueva tarea para que puedas descansar --Estiró un poco el cuerpo--. Quiero que ayudes a los islos a asentarse en el pueblo y, después de que lo hayas hecho, tráeme a cinco voluntarios y, si nadie quiere venir, elige tú a los cinco.

  --Sí señor. --Asintió, sin tener problemas por la encomienda.

  --Ahora ve a descansar. --Ordenó.

  --Sí señor.

Astra obedeció, retirándose de la presencia de su joven señor, quién se quedó ahí, sentado, meditando con los ojos abiertos.

∆∆∆

En una sala subterránea, alejada de todo, donde ni un solo gritó podía salir, un joven se encontraba de pie y, frente a él se encontraban cinco individuos, con edades diversas, al igual que el género.

  --Admiro la valentía que han tenido para venir como voluntarios, aún sin saber lo que tengo preparado para cada uno de ustedes y, por ello, seré franco, experimentaré la manera de lograr despertar su sangre nuevamente.

Los cinco individuos sonrieron inmediatamente, aun cuando el joven tenía una expresión de locura.

  --No parecen muy asustados. --Dijo, observando a cada uno de los rostros presentes.

  --Por favor, Trela D'icaya, no me malinterprete, pero que nos levanten la maldición de nuestra sangre es todo lo que hemos querido desde hace generaciones --Quién tomó la palabra no fue otro más que el padre de Yerena-- y, como se lo dije en su aldea, nuestras vidas le pertenecen, puede hacer con ellas lo que desee. --Aunque decía eso, no le permitió a su hija venir de voluntaria, pues no había estado dispuesto a perderla si algo salía mal.

  --Es bueno que piensen así, porque necesitaran mucha fortaleza mental para lo que les haré.

Aún no había probado hasta donde podía llegar su habilidad [Instruir], ni las consecuencias que podía causar al ser ocupada varias veces en un solo individuo, por lo que agradeció que los voluntarios estuvieran listos para la muerte, aunque fuera una ilusión de valentía para no ser tachados de cobardes.

  --Tú serás el primero. --Señaló a un hombre maduro, robusto y de cabello largo.

El hombre asintió, colocándose de pie para acercarse al joven.

  --A sus servicios, Trela D'icaya.

Sin pensarlo dos veces le colocó la mano en la frente, activando su habilidad. Un extraño viento que provenía de alguna parte los envolvió y, cuando desapareció, el hombre se encontraba de rodillas, respirando con pesadez, había sentido como si toda su vida hubiera estado cargando pesadas cadenas y, ahora, de repente, aquellas cadenas parecían haber desaparecido. El joven aprovechó el estado del hombre para revisar sus características, encontrando algo fastidioso que su sangre aún siguiera bloqueada. Sin pensarlo nuevamente volvió a llevar su mano a la frente del hombre, activando otra vez su habilidad. La misma escena del viento ocurrió y, cuando todo terminó, la persona arrodillada gritó con fuerza, su cuerpo pareció cuartearse, sus pupilas cambiaron y, aunque los presentes lo notaron, fue solo por un momento, pues cayó al suelo, muerto, parecía que el estrés que su corazón había sufrido había sido demasiado, sucumbiendo al frío toque de la muerte.

  --¿Lo vieron? --Preguntó una dama con una sonrisa de lunática, los presentes asintieron, imitando su expresión.

  --El siguiente. --Dijo el joven sin un cambio en su expresión.

Para su sorpresa, los cuartos individuos restantes se colocaron de pie, estando dispuestos al ser el siguiente.

  --Tú. --Dijo, apuntando a una mujer adulta, de grandes caderas y cabello rojo.