Sylvia se despertó antes de lo previsto, tratando de poner en orden sus pensamientos. De los veinticinco compañeros de hermandad, solo se habían reunido cuatro, lo que significaba que quizás otros veintiuno estaban perdidos por el vasto mundo o incluso habían muerto. ¿Y si alguno de esos compañeros se negaba a unirse a ellos? ¿Deberían matarlos? De repente, su sexualidad cambiante y su nuevo cuerpo palidecían ante estas consideraciones.
—¿Sigues preocupada por tu pelea con Marina? —inquirió Tirnel Estel a su protegida, quien negó con la cabeza incluso en la penumbra de la habitación. —¿Por tu cuerpo y tus cambios de gustos? —Sylvia volvió a negar. —¿Entonces?
—No es que no me preocupe lo anterior, pero ahora le estaba dando vueltas a los "viajeros de mundos". Si mis creencias son ciertas, debería haber un total de veintiuno más. Todos teníamos en mayor o menor medida cierta amistad. ¿Y si cuando nos encontremos estamos en bandos contrarios y debemos...? —Sylvia no pudo terminar la frase. No quería imaginarse viendo morir a algunos de esos amigos. Ella se consideraba a salvo de cometer alguna de esas muertes; su papel sería curar y poner defensa a sus compañeros, pero aun así no se libraría de ver morir a alguno de ellos.
—Piénsalo de esta manera, si no mueren ellos, morirás tú y otros a quienes tú quieras —respondió Frederick mientras cruzaba las mantas y se ponía la camisa—. Pero ahora no es momento de pensar en eso. Ese momento deberás afrontarlo cuando suceda. Ahora debemos encontrarlos y tratar de convencerlos para unirse a nosotros.
—Lo vuelvo a decir. ¿Y si no se quieren unir? —Ni Tirnel Estel ni Frederick querían contestar. Sylvia podía responder a esa misma pregunta, pero la respuesta no era de su agrado—. ¿Y si lo único que quiere es vivir su vida en paz? —Realmente, a ella le hubiera gustado seguir simplemente haciendo las tareas del monasterio y aprendiendo sobre esta curiosa religión y región.
—¿Ellos o tú? —interrogó Frederick.
—A mí no me apetece morir ni ver morir. Me encantaría ir con vosotros a conocer este mundo, pero me temo que cuando salga de aquí será para luchar, con la posibilidad real de morir o ver morir a mis seres queridos.
—Mientras estemos Frederick y yo, no vas a morir. Y tú, cuando estés preparada para salir de estos muros, nos mantendrás con vida seguro —las palabras de Tirnel Estel trataban de dar seguridad a Sylvia, pero para ella solo significaban la confirmación de sus temores.
Sylvia miró por la ventana; aún faltaba bastante tiempo para el desayuno. —¿Os molesta si voy a ayudar en la cocina? Estoy acostumbrada a levantarme temprano y, al haber sido liberada de todas mis tareas anteriores, no sé qué hacer hasta el desayuno.
Frederick y Tirnel Estel intercambiaron miradas, comprendiendo la necesidad de Sylvia de mantenerse ocupada. —Claro, Sylvia. Ve y haz lo que te haga sentir mejor —dijo Frederick con una sonrisa—. Nosotros te alcanzaremos más tarde.
Sylvia asintió y salió de la habitación, encaminándose hacia la cocina del monasterio. Necesitaba esa rutina familiar, ese pequeño rincón de normalidad en un mundo que cada vez se volvía más incierto y peligroso.
Cuando Sylvia abandonó la habitación, Tirnel Estel rompió el silencio.
—¿Y a ti qué te preocupa? No soy tonta. Si has dejado ir sola a Sylvia, es por algo.
—Sylvia está mal. Me preocupa su estado de ánimo. No la conozco desde hace mucho, solo unos meses, pero normalmente ha sido muy optimista. No trataba mucho con ella al principio, pero siempre se la veía con entusiasmo haciendo sus tareas. Los primeros meses en el comedor se escondía en una esquina. No tenía amigos, aun así, ella sonreía ante el rechazo de muchos —Frederick respiró hondo—. Desgraciadamente, han sido muchos palos en los últimos días y ahora su mirada parece perdida, vencida por la presión y los golpes.
—¿Te gusta? —preguntó la elfa, sabiendo la respuesta.
Frederick la miró con los ojos abiertos de par en par.
—¿Tanto se nota? De todas maneras, es muy difícil. No creo ser más que un amigo, por delante están Günter y Roberto. De todas formas, no estoy hablando de mis sentimientos. Estoy tratando de planear algo para animar a Sylvia.
Tirnel Estel lo miró pensativa.
—Podríamos hacer alguna excursión. Ha dejado caer que le gustaría conocer el mundo con nosotros. El problema es convencer a los sacerdotes de dejarle un día libre.
—Si sacáramos varios días, podríamos ir hasta Aguas Claras. El palacio y la catedral de Olpao seguro le impresionan —se envalentonó Frederick.
—Tranquilo, ¿te imaginas dos elfas entrando en Aguas Claras? Le debo mucho a mi orden, pero los humanos de esta región nos odian y esconder estas orejas no es tan sencillo. Busquemos algo como organizar una cacería. Podríamos argumentar que es para afianzar nuestras habilidades de coordinación. O, si hay alguna banda de bandidos, podríamos ofrecernos para ir en su búsqueda y captura.
Frederick reflexionó sobre las ideas de su compañera. A él le parecían magníficas, pero no sabía si a Sylvia le apetecería eso.
—Sugeriremos eso después de comer, a ver cómo se lo toman Balduin y Althea, aunque tardarán en autorizarlo. De todas maneras, si podemos evitar estresarla más y hablar de otras cosas sería lo suyo.
—¿Paro a Günter si trata de acercársele a darle un beso? —preguntó más por ver la reacción de Frederick, pues no creía que de momento pareciera algo malo para Sylvia.
—No, cuanto antes despeje sus dudas sobre su sexualidad, mejor será para ella. Por mucho que me duela, quizás hasta fuera bueno para ella ser estrenada, aunque fuera por Günter —Frederick se levantó de la cama de Sylvia—. Vayamos a la cocina, no debemos dejar sin vigilar a Sylvia o nos castigarán.
—Eres un buen hombre. Antepones su felicidad a la tuya. Si está en mis manos, tú la estrenarás, pero por encima de todo voy a cuidar de Sylvia —terminó de decir mientras salían de la habitación.
Cuando llegaron a la cocina, les extrañó no ver a su protegida.
—¿Qué te trae por aquí, Frederick? —le preguntó Elías al verlos parados en la puerta.
—Buenos días. Veníamos en busca de Sylvia. ¿Dónde está? —preguntó Frederick.
—Sylvia ya no está asignada a la cocina. No sé dónde puede estar —las palabras de Elías hicieron saltar todas las alarmas en Frederick y Tirnel Estel—. ¿Pasa algo?
—Dejamos un rato a Sylvia para relajarse. Nos aseguró que quería trabajar en la cocina. ¿De verdad no la has visto? —Elías negó con la cabeza ante la pregunta de Tirnel Estel—. Vamos a dividirnos y la buscamos por todos lados. Nos vemos en el comedor a la hora del desayuno. Yo empezaré por el templo.
A pesar de recorrer toda la colina que ocupaban las distintas instalaciones del monasterio, ni Frederick ni Tirnel Estel habían dado con Sylvia. Tirnel Estel fue la primera en llegar al comedor, con la respiración agitada por haber estado corriendo visitando los doce templos de la colina. Cuando vio aparecer a Frederick, también sin Sylvia, el pánico empezó a correr. Era imposible que se hubiera esfumado.
—Vamos a comunicárselo a...
—Esperemos a que todos lleguen. A lo mejor está en alguna habitación —dijo Frederick, sin mucha esperanza, pero no quería meter en un problema a Sylvia—. Si molestamos al Gran Maestre y simplemente estaba tonteando con Günter, me daría algo.
—¿Quién debería estar tonteando conmigo? ¿Dónde está Sylvia? —Günter no parecía de muy buen humor, y parecía saber que había pasado algo con Sylvia.
—Nos pidió un rato para ella, nos aseguró que iría a la cocina, pero llevamos un rato buscando y no la encontramos —justo cuando Frederick terminaba de decir esas palabras, apareció el grupo de Harry y Marina. Ante lo cual Frederick tuvo que repetir todo.
—No me extraña una negligencia de ese tipo del humano, pero tú, ¿cómo has permitido que se fuera sola? Es una misión sencilla: no perder de vista a tu protegida —le recriminó Thôr Aer a la guardiana de Sylvia.
—No os preocupéis, hay una forma sencilla para encontrarla. Lyanna seguro puede lanzar un hechizo de localización.
—¿A quién hay que localizar? —preguntó Sylvia, que acababa de llegar claramente despeinada.
—A ti. ¿Dónde te habías metido? Nos tenías muy preocupados. Te hemos buscado por todos lados —le espetó Frederick, gritando.
—Lo siento, al final decidí estar sola.
—¿Dónde te metiste? Aunque no va a volver a pasar, queremos saber dónde te has escondido. Te hemos buscado en cada templo de este monasterio —le preguntó de mejor modo Tirnel Estel.
Sylvia no deseaba decir lo ocurrido. Ella tenía sus secretos y prefería no revelar la información tan pronto.
—No volveré a alejarme de vosotros. Aunque es raro, no he salido del monasterio. No he estado quieta, necesitaba andar. A lo mejor simplemente estaba en otro lugar distinto cuando me buscabais —Marina conocía mucho mejor a Sylvia que todos los presentes y notaba que ocultaba algo, pero decidió callar. Si se estaba guardando algo, tendría sus razones—. ¿Por qué no desayunamos? Tengo hambre.
Sylvia sentía que no salía de un follón para meterse en otro. Quizás les debía una explicación a sus dos guardianes, quienes ahora mismo, sentados una a cada lado suyo, habían creado un aura de malestar que amenazaba con engullirla. Frederick siempre había sido un faro cuando más fuerte rugía la tempestad, Tirnel Estel, a pesar del poco tiempo, había sido también un hombro donde llorar. Ahora no podía soportar la presión de verlos enfadados. Peor aún, no podía soportar la traición que se avecinaba.
—Bueno, me voy a... —comenzó a decir Harry antes de ser interrumpido.
—Espera, iremos todos juntos el camino que nos es común —el plan de Sylvia requería de más tiempo—. Solo tardo un par de minutos más en terminar.
—¿A qué estás jugando? —le preguntó directamente Marina, ya algo mosqueada con el secretismo de Sylvia—. Ni se te ocurra decir nada. Sé perfectamente que ocultas algo.
Asustada por poder ser descubierta, Sylvia se tragó el zumo de un solo sorbo.
—Lo siento, quería solamente disfrutar de unos minutos más de vuestra compañía. Ya nos vamos, de verdad.
Juntos salieron del comedor. Mientras caminaban por los pasillos antes de salir al patio para dirigirse a los distintos templos, Sylvia susurró unas palabras.
—O Deus Olpao, praesidium confer nobis, protege nos intra murum tuum. O Deus Olpao, praesidium confer nobis, protege nos intra murum tuum. O Deus Olpao, praesidium confer nobis, protege nos intra murum tuum.
—¿Qué has dicho? —preguntó Tirnel Estel, que gracias a su fino oído de elfa y al estar pegada a Sylvia había escuchado la plegaria.
—Nada, solo rezaba por un buen día. Al final, me estoy volviendo muy religiosa —estas palabras de su exnovio terminaron de alertar a Marina.
Desgraciadamente, era muy tarde. Antes siquiera de poder reaccionar, cuatro sombras cayeron sobre ellos. Cuatro dagas se posaron a escasos milímetros de Sylvia, Harry, Roberto y Marina.
—No hagáis ninguna tontería o mataremos a los cuatro —habló la sombra que tenía atrapada a Sylvia mientras esta comenzaba a llorar. Los había traicionado, iban a ser los cuatro secuestrados delante de las narices de sus guardianes gracias a su ayuda.
Frederick y Tirnel Estel reaccionaron instantáneamente. Frederick desenvainó su espada y lanzó un golpe hacia la sombra que amenazaba a Marina, logrando desviar la daga lo suficiente como para que Marina pudiera soltarse. Tirnel Estel, con la agilidad de una elfa, golpeó la muñeca de la sombra que tenía atrapada a Sylvia, desarmándola en un movimiento fluido.
La lucha estalló en un caos de movimientos rápidos y feroces. Sylvia se quedó paralizada por un momento, viendo cómo sus guardianes y amigos luchaban contra los asesinos. Günter se lanzó hacia la sombra que tenía a Harry, su espada brillando mientras atacaba con una precisión letal.
Las sombras no eran simples adversarios. Se movían con una coordinación y habilidad que demostraban años de entrenamiento. Pero la determinación y el entrenamiento de los guardianes de Sylvia fueron superiores. Frederick bloqueó un ataque dirigido a su costado y contrarrestó con un golpe que derribó a su oponente. Tirnel Estel, por su parte, se movía con una gracia mortal, esquivando y atacando con una velocidad que dejaba a sus adversarios sin aliento.
Günter, con una sonrisa oscura, acabó con su oponente y luego se giró hacia Sylvia. Sus ojos brillaban con una mezcla de excitación por la pelea y deseo.
Sylvia, viendo la pelea terminar, sintió una oleada de alivio y miedo. Antes de que pudiera reaccionar, Günter la tomó por la cintura y la atrajo hacia él. Su beso fue más apasionado y lleno de intensidad que nunca. Sylvia, medio noqueada por las emociones y el miedo, correspondió al beso, aferrándose a Günter como si fuera su ancla en medio de la tormenta.
El mundo a su alrededor se desvaneció mientras se entregaba al beso, sintiendo el calor y la fuerza de Günter. Sus labios se movían con urgencia, cada movimiento cargado de una pasión que la hacía temblar. Cuando finalmente se separaron, sus respiraciones eran rápidas y entrecortadas, sus corazones latían con fuerza.
Sylvia se quedó allí, tratando de asimilar lo que acababa de suceder. Luego, con una profunda respiración, extendió las manos hacia Günter a modo de prisionera.
—Lo siento. Sarah es una viajera de mundos —dijo señalando hacia la que la había tenido apresada— y uno de ellos es Evildark, mi mejor amigo del otro mundo, por lo cual otro viajero de mundos. —Dijo señalando a los otros tres—. Los otros dos son miembros de una organización de asesinos. No los conozco. Podéis detenerme a mí también, yo también había preparado la emboscada.
Günter le cruzó la cara de un guantazo.
—Deja de hacer la idiota. Has plantado más la cara a estos cuatro asesinos que a mí. ¿Quién sino ha lanzado los cuatro escudos de protección alrededor de vosotros?
—¿Cómo...? —Sylvia estaba perpleja.
—No me vengas con tonterías. Todavía se pueden sentir esos escudos. Además, puedo hacerte espiar al consejo de sacerdotes. Puedo hacerte confesar lo hablado en una reunión secreta. Todo por simplemente recibir mis caricias. ¿De verdad me crees tan ingenuo como para no saber cuándo mi chica está tratando de ocultar algo? —Günter la atrajo hacia sí y le plantó un apasionado beso que duró más tiempo del de costumbre, haciéndole temblar las piernas a Sylvia—. Ya explicarás todo ante el Gran Maestre. Ahora vamos al templo de la diosa Tasares. Hugo, tú ve a avisar al Gran Maestre. Frederick, tú a los sacerdotes de Olpao. Y tú, ve a avisar a los maestros de Harry —dijo señalando a Ambariel—. Los demás, cojamos a estos cuatro y vamos al templo de la diosa Tasares.