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Rompiendo aquel juramento

Después de más de media hora viajando, por fin llegaron a la estación de autobuses de la Región C. Era una región con extensión de 15 colonias, era pequeña en comparación de otras regiones que sobrepasaban más de 30 colonias.

La Región C era conocida por los pequeños comercios de textiles así como la elaboración de artesanías de cualquier tipo. Un lugar pacífico para vivir plenamente.

En el instante que Mey puso un pie en el pavimento, extrañamente una nostalgia la invadió a ver de nuevo el lugar donde creció. Ella pasó su larga vida desde que tenía 5 años junto a su familia paterna ya que su madre Mariel siempre trabaja fuera del país.

<<No es momento para ponerme sentimental.>>, se dijo internamente.

- Hm. Bueno, Lou sígueme. La casa dónde vivía no está muy lejos. Aah, por cierto no olvides lo que te dije. - dijo Mey a Lou y él asintió de inmediato.

Mey se refería que minutos antes cuando viajan en el autobús ella le ordenó que no debía decir o hacer cosas extrañas frente a su familia. Qué solo se mantuviera al margen y en todo caso ella le daría una sonrisa como señal para que hablará si era necesario.

La Finca de la Rosa era conocido en toda la Región C; era destacado por ser una gran fuente de empleo para los mismo habitantes. Dicha finca era propiedad del abuelo de Mey, quien hace un año falleció y quedó en manos de su padre de ella.

La finca se situaba casi a la salida de la Región C. Ella creyó que era buena idea caminar, le tomaría 15 minutos en llegar si cortaba camino y así aprovecharía para tranquilizar el manojo de nervios que tenia encima.

Pero apenas habían dado unos cuantos pasos cuando Mey se detuvo abruptamente al percibir todas esas miradas curiosas sobre ellos pero era más hacia Lou.

Ella sabía de antemano que Lou causaría furor entre la gente pero no imaginó que fuera desmesurado.

En efecto, las personas que circulaban por la zona, en especial las mujeres jóvenes se asombraron por el alto hombre y corpulento que emanaba una aura misteriosa al caminar. Todas ellas tuvieron un pensamiento en específico: "¡Es un modelo internacional!"

Lou sólo seguía de pie, observando la figura pequeña de Mey.

- Cambie de opinión. Tomaremos un taxi para llegar. - espetó Mey con una expresión irritable. Dentro de ella le irritó que todas esas jóvenes mujeres vieran a Lou con tanta vehemencia.

Rápidamente agitó su brazo para detener un taxi que transitaba por la zona y de inmediato ambos subieron al taxi.

- Por favor, a la Finca de la Rosa. - instruyó ella.

El taxi arrancó. Mey apenas contaba con unas monedas para pagar el taxi.

<<Qué desgracia. Nunca imagine quedarme sin plata.>>, pensó ella con frustración.

En cuestión de minutos llegaron a su destino. Mey le pagó al conductor y ambos descendieron del taxi.

Enseguida estaban enfrente de un enorme portón de colores dorados y plateados con una insignia en la parte superior: "RG" en letras cursivas.

La Finca de la Rosa era enorme y un lugar que llamaba la atención de muchos extranjeros.

Mey suspiró antes de presionar el timbre dorado. Se ladeo para mirar el perfil de Lou.

- Bien, aquí es. Mira, antes de entrar tengo que decirte una última cosa. - pausó ella para inhalar aire. Lou solo la volteó a ver en silencio.

- Mi familia puede ser muy inquisitiva. Tú solo mantente al margen. Yo sabré que hacer en el momento adecuado. ¿Entiendes?. - finalizó Mey con la expresión más seria. En su interior rogaba para que nada se le fuera de las manos.

Lou asintió con su cabeza.

Mey se dirigió al frente y presionó el timbre.

Enseguida a través del interfon se escuchó la voz de un hombre.

- Buenos días, ¿en qué lo puedo ayudar?

Mey reconoció esa voz aguda. Era Arthur, la mano derecha de su padre pero tambien su guardaespaldas en ocasiones. Mey lo conoció cuando él tenía 17 años. Era un joven serio hasta ahora.

- Ejem. Buen día. Soy Mey. - ella respondió neutral aunque sus nervios le estaban haciendo estragos en su interior.

Del otro lado de la línea del interfon, Arthur supo de inmediato de quien era la voz suave de la chica. Suspiró internamente antes de dar aviso. Conocía que la "Señorita Mey" como todos la llamaban con respeto, era mimada en ocasiones y que solía ser rebelde algunas veces al grado de sacar su lado más oscuro.

Enseguida Arthur dio aviso para que el gran portón fuera abierto.

Él sabía de antemano que ella llegaría pero no imaginó que en verdad lo hiciera. Arthur fue testigo de aquella noche; la noche que Mey juro no poner un pie en la gran finca y él sabía exactamente esa razón que la hizo alejarse de su familia.

Tan pronto el portón se abrió, Mey y Lou entraron. Mey ya podía sentir como su ritmo cardíaco se incrementaba por sus nervios internos. Sus piernas y brazos empezaban a temblar por lo mismo.

Intentó disipar las malas vibras pero le era imposible al ver que se acercaban a la puerta principal.

<<Sólo veré a la abuela y me iré lo antes posible. Ya no pensaré en ese juramento. Mi orgullo se fue por los suelos y lo más seguro que me lo restregarán en la cara pero da igual.>>

Se detuvieron en la puerta principal de tonos dorados. De inmediato se abrió y la sirvienta que enseguida puso una expresión de asombro pero no por ver a Mey sino por la gran presencia majestuosa de Lou. Un hombre de altura impresionante y con un rostro bello.

Mey atisbo cómo la sirvienta se había quedado en las nubes.

Mey: - Esther... ¡Esther!

- Ahh... Señorita Mey. Bienvenidos. Por favor, adelante. - dijo la sirvienta con la expresión apenada e hizo una reverencia cuando ambos prosiguieron a pasar.

Lou enseguida inspeccionó todo el lugar con tonalidades blancas y doradas, así como todos esos muebles de alta calidad y aquellos cuadros con referencia a paisajes desolados.

La sirvienta Esther, un año mayor que Mey, los condujo hasta la inmensa sala de estar. Mey se sorprendió a no ver a nadie.

Todo estaba en silencio.

- Señorita Mey, tome asiento. - dijo con amabilidad la sirvienta.

- ¿Dónde está mi hermano Walter?. - preguntó Mey sin sentarse.

- Él salió hace unos minutos, comentó que no tardaría. - enseguida respondió la sirvienta.

Mey frunció su ceño e hizo otra pregunta:

- Oh...¿Y mi abuela?, vine a verla.

Saber que Walter no estaba y no había nadie más le daba la oportunidad para ver a su abuela sin complicaciones e irse lo más rápido posible.

- En su habitación, descansando. ¿Desea verla ahora?

Mey: - Así es. Será mejor ahora.

La sirvienta asintió y le hizo seña para que la siguieran. Sin embargo, Mey se detuvo en seco. Se olvidó que Lou estaba con ella.

<<Es cierto...Lou...no puedo llevarlo pero tampoco dejarlo solo. No tengo de otra más que me siga. Espero que mi abuela no me haga tantas preguntas.>>

- Señorita, ¿ocurre algo?. - inquirió la sirvienta con las cejas arqueadas.

- Nada.

Entonces avanzaron y subieron la gran escalera de caracol. De ahí, caminaron por un largo pasillo con una alfombra impecable. Llegaron a la habitación de la anciana Naty.

La sirvienta procedió a tocar la puerta y Mey ya sentía cómo sus nervios la traicionaban.

- Adelante. - contestó la voz de un hombre, el cual Mey reconoció en un segundo y sus nervios se desplomaron.

La puerta se abrió y enseguida Mey se enderezó y puso una expresión seria. Lou entró junto con ella, inexpresivo como siempre.

- Con permiso, señor. - dijo la sirvienta con cortesía.

Se retiró de la habitación lo más rápido al percatarse de la tensa atmósfera.

El hombre que se encontraba de pie junto a la cama, tenía una rotunda seriedad en su rostro. Ese hombre era el padre de Mey; Franco de la Rosa, quien frunció su ceño y sus ojos verdosos se entrecerraron al ver a su hija y aquel hombre que estaba a un lado de ella.

- Hola... "padre"