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ASOIAF: Aemon el Dragon del Norte

Cuando Ned Stark llega a la Torre de la Alegría, los tres miembros de la Guardia Real ya le esperaban, con un último deber que cumplir. Una promesa a una hermana moribunda, y los ardides del destino dejan a Eddard Stark en un dilema. El Amor es la muerte del Deber. Y el Deber la muerte del Amor. Ned se ve enfrentado a una decisión, acaba por preferir un problemático punto medio.

IgnathiusNZX · Livres et littérature
Pas assez d’évaluations
7 Chs

Eddard – I

Todo había sucedido demasiado rápido. Los planes que parecían perfectos cuando estuvieron en Campoestrella ahora parecían tener muchas fallas, tal parecía que no llegaron a considerar todos los puntos y efectos cuando los plantearon.

La certeza de Eddard Stark de que por lo menos estaba haciendo lo correcto no quitaba de sus hombros el gran peso que su decisión implicaba.

No tenían ganas de imaginar cual sería la reacción de Catelyn Tully, o mas bien; Catelyn Stark, Ned y ella se habían casado meramente para honrar el trato acordado entre Lord Hoster Tully y Lord Rickard Stark. Así como para traer al redil a la Casa Tully y las Tierras de los Ríos a la Rebelión.

Pero ahora, mientras el barco partía desde Puerto Gaviota en dirección a Puerto Blanco, Ned no podía dejar de cuestionarse cual era la verdadera necesidad de ello. Jon Arryn de cualquier forma se habría casado con Lysa Tully trayendo a la Trucha al bando rebelde.

Por qué, entonces fue necesario que un Stark de Invernalia, yendo contra todas las tradiciones que se habían mantenido por mas de diez mil años, se casara con una adoradora de la fe de los invasores Ándalos sureños.

Theon Stark, el Lobo Hambriento fue el único que mantuvo a los invasores rubios fuera del las tierras de los primeros hombres. Y desde entonces jamás fueron capaces de invadir el norte.

Pero ahora, él, Eddard Stark, el Señor de la Casa Stark se había casado con una Tully adoradora de la Fe de los Siete. Y estaba obligado a vivir con ello, con el hecho de que ella jamás respetaría la Fe de los Antiguos Dioses, una mujer que presumiblemente consideraría a los Primeros Hombres, a los hombres del norte como meros barbaros paganos adoradores de árboles.

Y luego estaba el niño, el hijo de su hermana, Aemon Targaryen. Un niño que se veía obligado a mantener oculto bajo capas y capas de mentiras. Un príncipe que se vería forzado a vivir la vida de un bastardo con el fin de evitar compartir el mismo destino que sus medio hermanos mayores, Aegon y Rhaenys habían sufrido en manos de los perros rabiosos de Tywin Lannister.

El recuerdo de sus ojos gris acero, un poco más oscuros que los suyos propios cruzo por la mente de Ned Stark. Unos ojos que eran idénticos a los de su hermana, un triste recuerdo de todo lo que la Casa Stark había perdido en la Guerra.

Ned se sacudió los pensamientos, y fijo su mirada en el horizonte. Se encontraba en la cubierta de una pequeña Galeaza navegando hacia el norte. La fría brisa salina despertaba su incomodidad, el mar no era lugar para un Stark y tampoco lo era el Sur. Se repetía aquello como un mantra, jamás debía permitir que su familia pusiera un solo pie al sur del Cuello una vez más.

Pero su mente traicionera le susurraba siempre, forzándolo a recordar cosas que prefería olvidar.

Los relatos de Cregan Stark durante la Danza parecían contradecir todo aquello de lo que buscaba convencerse desesperadamente a sí mismo.

Con un pesado suspiro derrotado, el joven señor de Invernalia decidió ver como estaba su sobrino… hijo, trato de recordarse, pues ese era el engaño, un sobrino legitimo criado como un hijo bastardo.

Un sentimiento de culpa atormentaba a Ned al pensarlo, no era lo que había prometido a Lyanna… pero… era lo mejor que podía hacer.

Camino lentamente por la cubierta con rumbo al camarote en el que el niño y su nodriza, Wylla, se encontraban.

Una vez allí, Ned encontró al niño en los brazos de la mujer dorniense. Estaba despierto, pero parecía tan tranquilo como lo había estado cada vez que le veía. Su mirada reflejaba curiosidad, y un constante sentido de vigilancia, como si desconfiara del mundo entero a su alrededor. Su pequeña maraña de cabello negro ondulado era tal y como lo había tenido Lya. Un sentimiento de perdida inundo a Eddard, pero a su vez, su disposición a mantener al bebe a salvo se afianzo. Incluso si Lya no lo hubiera hecho prometérselo, el velaría por la seguridad del niño, por el ultimo recuerdo de Lya que quedaba en el mundo.

Lentamente y en casi completo silencio, Ned abandono la habitación sin decir nada.

Tenia la certeza de que lo que hacia era lo correcto… al menos, tan correcto como estaba dispuesto a hacer. Él lo protegería, protegería a su sobrino, a Aemon…

Jon. Se recordó. El niño debía ser llamado Jon, otra capa de mentiras para mantenerlo a salvo… A salvo de Robert… y de sí mismo.

Los Stark pertenecían al Norte, y Aemon… Jon era tan Stark como lo serian sus propios hijos.

Aun se mantenía inmerso en sus pensamientos, cuando la voz de Howland lo saco de su ensimismamiento.

—Ned… —dijo el pequeño lacustre detrás de él.

Eddard le miro en silencio, un pequeño asentimiento su única respuesta, pero el señor de Atalaya de Aguasgrises lo acepto como una invitación para continuar.

—Aun hay tiempo —dijo con tono suave y suplicante— sabes tan bien como yo que esto no esta bien, Aemon merece mas que ser criado como un bastardo, el hijo de Lya…

—No discutiré esto más, Howland —lo corto Ned— El vendrá conmigo a Invernalia, estará a salvo allí.

El lacustre lo miro con ira, tristeza y exasperación. Ned estaba seguro que de no haber sido el Señor Supremo del Norte, el pequeño lacustre le habría golpeado.

—¿Estará a salvo de tu esposa? —la voz de Howland era cortante y desafiante.

Ned sintió que la bilis subía por su garganta, esa era una de las cosas que más le preocupaban.

—En el Norte, los Bastardos son bien tratados, Howland. Lo sabes —contesto meramente.

Howland lo miro con incredulidad, su ceño fruncido se profundizo.

—Ella es del Sur —fue su rotunda respuesta.

Ned no supo cómo responder a eso, y desvió la mirada de su amigo en post de ver el lejano horizonte.

—¿Qué propones, Howland? ¿Qué debería hacer? ¿Cómo lo mantengo a salvo y a mi lado? ¿Cómo hago para que sea feliz? ¿Cómo evito alejarme de mi sobrino? —pregunto derrotado el joven señor de Invernalia.

Un pesado suspiro se escuchó detrás de él. Y los pasos ligeros de Howland resonaron para unirse a su lado junto al borde del barco.

—Lo siento, Ned —comenzó— No puedes tener las dos cosas —dijo con pesar — Puedes mantenerlo a salvo, infeliz, probablemente despreciado y maltratado a tu lado. O puedes dejar que lo lleve conmigo al Cuello, nadie es capaz de llegar a la Atalaya de Aguasgrises si no lo permitimos los lacustres, podría crecer allí, sabiendo quien es, a salvo y feliz. Pero… me temo que no podrás estar cerca de él constantemente.

Fue doloroso para Eddard escucharlo, nunca palabras tan verdaderas le habían dolido de tal forma, eran como cuchillos cortando a través de su torso de forma despiadada.

Sabía que Howland tenía razón, sabía que no debía decir lo que estaba a punto de decir. Pero el dolor, la perdida y la ira nublaron su juicio por un instante, y fue ese insignificante instante uno del que se arrepentiría por siempre.

—¡El jamás sabrá quien es! —bramó Ned, girando bruscamente la cabeza para mirar directamente al lacustre, una ira fría entumecía su mente, y supuso que así es como debían sentirse los Reyes del Invierno de antaño cuando alguien desafiaba su postura— ¡No permitiré que lo sepa! ¡No lo dejare marchar al sur para morir! ¡Pertenece al Norte, es un Stark, no un Targaryen!

La mirada de decepción, ira y traición en los ojos de Howland le hizo caer en cuenta de lo que acababa de decir. Pero ya era muy tarde…

El verde musgo en los ojos del pequeño lacustre pareció arremolinarse conforme un ultimátum surgió de sus labios.

—¡Escúchame, y escúchame bien, Eddard Stark! —su tono vicioso y cargado de desdén le recordó las viejas historias sobre los reyes Reed de los Pantanos y las Marismas, el viento que parecía arremolinarse con sus palabras, hicieron que el joven señor de la casa Stark recordara que se decía que los lacustres eran los parientes mas cercanos de los hijos del bosque— Si estas tan dispuesto a traicionar la memoria de Lyanna criando a su hijo como tu bastardo, lo aceptare de momento. —su tono era tan bajo que parecía un susurro, un susurro cargado de saña— Pero se consiente, Lord Stark, que no traicionare a mi Rey. Y debería saber mejor que yo que si lo traicionas, si insistes en mantener de el su verdadera identidad, no serás mejor que Bennard Stark usurpando a su sobrino Cregan. Y no creo que deba recordarte lo que Cregan Stark hizo con su tío y primos.

Howland le dio la espalda tras ello, y comenzó a alejarse rumbo al camarote que compartía con Ashara y su hija Meera.

Ned titubeo un momento antes de evitar que se marchara.

—Howland, yo… no me refería a eso… no pienso usurpar a mi sobrino… pero ahora… ahora Robert es Rey… ya juramos lealtad… su nombre… saberlo, solo pondrá en peligro al hijo de Lya… —trato de explicarse.

Howland solo se detuvo un momento. Pero continúo caminando casi al instante.

—Quince onomásticos, Ned —dijo con tono grave— tienes hasta que cumpla quince onomásticos. Si no se lo dices antes de aquello, yo se lo diré, hare que su Guardia Real lo saque de Invernalia, me lo traigan al Cuello y le contare la verdad, y el cómo su tío Ned ayudo a Robert Baratheon a usurpar su trono, y apropiarse de su asiento ancestral. Incluso si se lo dices, ¿Quién asegura que el niño no te odie por mentirle? Sera mejor que se lo digas antes de que sea demasiado tarde, Ned.

Y con aquel vicioso ultimátum, Howland se alejó sin dar una segunda mirada en dirección a Eddard Stark.

Su amistad, había sido breve, y acababa de terminar. No quedaban dudas de aquello.

Fue entonces que Ned reparo en el grave error que acababa de cometer. Ahora estaba solo, era el único que deseaba mantener a Aemon… Jon, ignorante de todo.

No tenia ya aliados para su mentira, tendría que valerse de sí mismo para mantenerla.

"¿Quién asegura que el niño no te odie por mentirle?" Aquellas palabras le perseguirían, estaba seguro de aquello, del mismo modo que las palabras de Lya le atormentaban en sueños. "Prométemelo Ned."

Fue incapaz de conciliar el sueño esa noche.

El Barco navegaba ya bordeando la costa norte del valle, acercándose cada vez mas a ala costa oriental del Cuello.

Un ligero desvió para dejar a Howland, Ashara la pequeña Meera, y los tres caballeros 'muertos' en las tierras de los pantanos.

Luego de aquella conversación, no había tenido oportunidad de hablar nuevamente con el señor de Atalaya de Aguasgrises. Y podría jurar que los tres Guardias Reales, y Ashara le miraban con una mezcla de hostilidad y decepción.

¿Por qué eran incapaces de entenderlo? ¿Por qué no entendían que solo quería que su sobrino estuviera a salvo?

Ya había perdido la mayor parte de su familia por los dragones, no lo perdería a él también. Eso era algo que estaba dispuesto a jurar frente a sus dioses, y frente a las frías miradas de sus ancestros en las criptas. Jamás permitiría que cualquier daño recayera en Jon…

Cuando estuvieron cerca de la costa, Ser Arthur y Howland instruyeron para bajar un bote por la borda.

La espada de la Mañana fue el ultimo en abordar la pequeña embarcación.

Ned estaba en la cubierta, observando impasible, a su lado se encontraba Wylla con el pequeño Jon en sus brazos.

Ser Arthur se acercó, dirigió una breve mirada hosca hacia Ned, para luego mirar al bebe de cabello negro y ojos grises. Una ligera sonrisa se formó en su rostro.

—Cuando hayas crecido —dijo con una tristeza profunda en su tono— te contare sobre tus padres, sobre el Caballero del Árbol de la Risa, y el Príncipe Bardo. —giro para mirar nuevamente a Ned a los ojos, y una férrea resolución brillaba mientras hablaba— Lo protegerás —no era una pregunta, ni una afirmación, sino una orden, era imposible no notarlo— Procura… procura que el Rey este a salvo. Procura que sea feliz —fue lo ultimo que dijo antes de voltear en dirección al bote que ya estaba listo para navegar, se detuvo para mirar atrás y dijo— Confió en ti, Lord Stark, para que el Rey no sea tan imprudente como sus padres.

Ned meramente asintió, una sonrisa en su rostro. Probablemente la primera sonrisa que no dirigió a su sobrino desde la muerte de Lyanna.

—Hare mi mejor esfuerzo, Ser Arthur —dijo con tono solemne.

Luego de aquello, Ned se quedo allí, en la cubierta, mirando como Howland y su grupo se alejaban más y más, mientras ellos navegaban a la costa, y el barco en que viajaba se encaminaba al fin a Puerto Blanco.

Luego de unos minutos, Ned se dirigió al capitán, un hombre de la Casa Dayne, uno leal al Rey recién nacido que viajaba en la nave.

—Deseo enviar un cuervo a Puerto Blanco, necesito que Lord Manderly procure una nodriza para el niño. —dijo en tono serio, el capitán asintió y se dispuso a cumplir con las ordenes de Ned.

El señor de Invernalia se dirigió al camarote de Jon y Wylla.

Y, por primera vez desde que su hermana se lo encargara en la Torre de la Alegría, Ned lo sostuvo en sus brazos.

"Prométemelo Ned". La voz de su hermana parecido resonar en su mente.

—Lo prometo Lya —susurro.