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ASOIAF: Aemon el Dragon del Norte

Cuando Ned Stark llega a la Torre de la Alegría, los tres miembros de la Guardia Real ya le esperaban, con un último deber que cumplir. Una promesa a una hermana moribunda, y los ardides del destino dejan a Eddard Stark en un dilema. El Amor es la muerte del Deber. Y el Deber la muerte del Amor. Ned se ve enfrentado a una decisión, acaba por preferir un problemático punto medio.

IgnathiusNZX · Book&Literature
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7 Chs

Robert - I

No sabía cuántas veces había discutido con Jon al respecto, pero el viejo halcón no se daba por vencido. No fue siquiera después de una semana desde que Ned llegara para informar de la muerte de Lyanna, y el viejo Arryn ya comenzó a hablarle de matrimonio, y con una Lannister por si fuera poco.

Jamás se había sentido tan vacío como cuando Ned le informo de la muerte de su prometida, a su lado, el Trono, la guerra, y las victorias bien podrían no haber valido nada.

Si no respetara y quisiera tanto al viejo Jon Arryn lo habría enviado de regreso al Valle para librarse de sus conferencias sobre la estabilidad del Reino y bla, bla, bla… pero no podía hacer eso, así que tenía que aguantarse las ganas de gritar y hacer un alboroto sobre lo poco adecuado que es hablarle a un hombre de matrimonio cuando está de luto por la mujer que amó.

Pero no parecía prudente, ya había alejado a Ned, por hablar movido por la ira y el odio, sabía que se equivocó, pero él era Rey ahora, por qué el Stark no entendía eso. No puedes discutir con tu Rey frente a la corte, y mucho menos darle lecciones de honor y moralidad.

Lo que más lamentaba era que su amigo, su hermano por elección, hubiera regresado al Norte, dejándole rodeado de víboras, aduladores y lameculos intrigantes en esta ciudad de mierda, que huele a mierda.

Oh, como quisiera que la guerra continuara, al menos en el campo, con su martillo se sentía vivo, y sabía lo que estaba haciendo.

Pero no, habían ganado, y jodidos sean los Siete, mantener el trono era mucho más difícil que obtenerlo. Ahora estaba atrapado en esa silla de mierda, incómoda como el demonio, el Conquistador debió ser un imbécil para querer un trono hecho de espadas derretidas.

Y por si fuera poco, lo habían arrastrado a otra de esas tediosas e inútiles reuniones del Consejo Privado, donde, a decir verdad, no tenía idea de que hacer, eran solo un montón de besadores de traseros, demasiado idiotas para tomar una decisión cuando el Rey estaba presente.

Hace un buen rato que se había desconectado de la discusión del consejo pensando en organizar una buena cacería para mejorar su estado de ánimo, no sabía exactamente de que estaban hablando, pero Jon Arryn lo acababa de sacar de sus cavilaciones.

—¿Sí? —cuestiono Robert a su mano del Rey, pues no le había escuchado.

—Robert, hemos acordado que, como Rey, es hora de que escojas una esposa y tengas un heredero —dijo su viejo mentor.

—Ya lo discutimos, la respuesta sigue siendo la misma, Jon, no me casaré. No me convencerás de lo contrario. —le contesto Robert alzando la voz.

—Necesitas un heredero — fue todo cuanto le dijo el viejo Arryn.

—En el Valle está Mya, ¿no? —respondió Robert frustrado— ¿Soy el Rey, no? —pregunto de mal humor— Y el Rey puede legitimar a sus bastardos, ¿no?

—Sí, Robert, pero eso… —comenzó Jon Arryn preocupado.

—No hay peros, Jon, Mya será mi heredera, asunto arreglado —dijo tratando de acabar con la charla de herederos.

—Sí, puedes hacerlo, Robert. —le dijo conciliadoramente el viejo Halcón— Pero el Reino jamás aprobaría tal cosa, jamás aceptarían a un bastardo como el heredero del Rey, y por si fuera poco, Mya es una niña, ninguna mujer heredará el Trono de Hierro, el Gran Consejo del ciento uno lo decreto así.

—Al diablo con el Gran Consejo —rugió Robert— Debieron respetar lo que su Rey dispuso antes de morir, pero no, querían un pedazo del Reino, y acabaron con una guerra.

—Y para evitar que haya otra guerra, necesitas un heredero —respondió Jon Arryn— Uno legítimo, Robert. —suspiro profundamente con una expresión pesarosa— Sé que no es lo que quieres, pero es tu deber. La hija de Tywin Lannister es la candidata perfecta, asegurará Occidente, y al único reino que está completamente intacto después de la guerra.

—Claro —refunfuño Robert— A Ned le encantara esto —añadió con sarcasmo— ¿No te das cuenta de que si me caso con la Lannister, podríamos perder el Norte?

—Eso no pasará, Robert — respondió Jon con seriedad— El Norte sigue a la Casa Stark, y Ned te seguirá a ti, porque eres como un hermano para él, y él sabe que esto no lo estarás haciendo voluntariamente.

Sintiéndose derrotado, Robert se limitó a mirar a Jon Arryn en silencio, luego se levantó bruscamente de su silla y vago por la habitación hasta la ventana de la cámara del consejo pequeño, una ventana con vistas a la costa de la Bahía del Aguasnegras.

—No creo que sea una buena idea, una boda antes de terminar con cualquier posibilidad de que la Guerra se reanude —dijo Robert procurando parecer razonable, aunque su único deseo era evitar la conversación sobre esponsales— La puta dragón aún está en Rocadragon con su mocoso y otro engendro de Dragón en la barriga —dijo con ira cruda— mientras estén frente a nuestras costas no quiero saber de esponsales, Jon. No hasta que todos los engendros de dragón estén muertos.

Un suspiro pesado se escuchó a sus espaldas, Robert sabía que provino de Jon Arryn, el viejo halcón por fin se había rendido, aunque solo de momento.

—Bien, Robert, supongo que en eso tienes razón —acepto el anciano.

—Claro que tengo razón, Jon, soy el Rey, y si digo que no es el momento de planear una boda, es porque no lo es —afirmo Robert con más convicción de la que realmente sentía— sobre los dragones... ¿Cómo van las cosas con la flota que te encargue a Stannis? ¿Estará lista pronto?

Stannis Baratheon, era el mayor de los hermanos menores de Robert, pero ya un hombre adulto, había logrado soportar el prolongado asedio al que Mace Tyrell, la flor gorda, había sometido a Bastión de Tormentas. Si bien siempre fue serio, el asedio había vuelto mucho más solemne al ya de por sí sombrío hombre, a Robert no le agradaba ni un poco.

—La flota se está preparando con rapidez —fue la seria y cortante respuesta que Stannis dio— estará completa en unas cuatro lunas, y en cuanto lo esté, los planes para tomar Rocadragon se pondrán en marcha, como has ordenado, su gracia.

Robert estaba completamente exasperado, eran hermanos, pero en su consejo pequeño, Stannis era el menos familiar a la hora de hablar con él.

—Bien... —respondió Robert.

Su mirada aún fija en las aguas de la bahía, mientras el sol del medio día se alzaba en lo alto. Allí, desde aquella ventana, Robert no pudo evitar sentirse abrumado y atrapado estando dentro de las rojas murallas que servían de sede al Trono de Hierro.

Anhelaba la libertad, los amplios bosques, el furor del combate, y la adrenalina de quitar vidas mientras arriesgaba la suya propia.

La paciencia, la poca que tenía para asuntos aburridos; como administrar un Castillo, hacía rato, se le había agotado. Y en un nerviosismo abrumador, el único deseo de Robert Baratheon, el Demonio del Tridente, en aquel instante era vagar una vez más por los parajes del Valle, montando al lado de su buen amigo Ned, yendo juntos de cacería y regresando al Nido de Águilas con sus piezas de caza, donde el amable Jon Arryn los recibiría sonriente, y dispondría que sus presas fueran convertidas en un adusto banquete.

Sin poder resistir más, Robert tomo una decisión, había mejores mentes en la Fortaleza Roja para administrar el Reino, donde él brillaba, era en el campo de batalla, no servía para asuntos aburridos. Más aportaría sin estorbarle a su consejo, Jon Arryn podría encargarse de todo el mismo.

—Bueno... yo... creo que no soy necesario aquí, al menos ya no más —dijo Robert volteando hacia los miembros de su consejo— Jon — llamo, dirigiéndose al anciano hombre que lo crio como pupilo en el Nido de Águilas— dejo el Reino en tus manos. Quiero que organices un torneo, hay que celebrar que los Dragones ya no gobiernan el Reino, y... también conmemorar a Lyanna... Sí, un torneo, ella no merece nada menos... Ahora, si me necesitan, estaré cazando en el Bosque Real, me llevaré a unos cuantos hombres conmigo.

Una mirada exasperada cruzó por los rostros de Jon Arryn y Stannis, era visible que no aprobaban el comportamiento del Rey, pero esto no podía importarle menos a Robert, una vez tomada una decisión, no daría marcha atrás.

Tras unos segundos de silencio, el Viejo Halcón dejo escapar un suspiro de derrota.

—Bien, Robert. Puedes ir a cazar, pero lleva contigo al menos cincuenta hombres. Los caballeros del Valle aún no han regresado a casa, puedes usarlos. —dijo el viejo hombre con tono resignado— Pero no te quedes fuera por más de una luna, hay mucho que resolver, y aún quedan algunos escaños en el Consejo Pequeño que han de llenarse... Tu Comandante de la Guardia Real debería estar aquí... —Comenzó a decir, solo para ser interrumpido por un Robert de endurecida mirada.

—No permitiré que Barristan ponga un pie en el Consejo, ese hombre fue un amante de dragones, no confió en él —bramo sin importarle el decoro— bien, me voy —dijo cortando cualquier posible respuesta que Jon Arryn estuviera a punto de decir.

Tras decir aquello, Robert Baratheon abandono la sala del Consejo. Listo para descargar sus frustraciones con una cacería por los bosques que aún le eran bastante desconocidos. Si hubo algo bueno de ganar la Guerra, es que los bosques del rey, eran ahora suyos.